Excelencia del Santo Rosario en la meditación de la vida, pasión y muerte de Jesucristo

El mes de octubre la Iglesia Católica, lo ha consagrado al Santo Rosario, y por este mismo motivo, vamos  a seguir  tratando  sobre las maravillas de esta hermosa oración.

LOS QUINCE MISTERIOS DEL ROSARIO

Misterio es una cosa sagrada y difícil de comprender, ya que San Luis María Grignion de Montfort, distingue entre misterio como verdad revelada relativa a Dios, cuya Esencia es incomprensible en sí para nosotros, y misterio como cosa sagrada de recóndito sentido (significado, enseñanzas, etc., para nosotros) que el Espíritu Santo nos hace penetrar por medio del don de entendimiento y gustar por medio del don de sabiduría; en este último sentido es el que se refiere a los misterios del Santo Rosario.

Las obras de Jesucristo son siempre sagradas y divinas, porque es Dios y hombre a la vez, es por eso, que dice S. León que en Cristo todo es misterio. Las obras de la Santísima Virgen son santísimas, porque es la más perfecta de todas las puras criaturas.

Por esta razón se llaman misterios las obras de Jesucristo y de su Santísima Madre, porque están llenas de multitud de maravillas, de perfecciones y enseñanzas profundas y sublimes, que el Espíritu Santo descubre a los humildes y a las almas sencillas que la honran; véase a S. Mt., XI, 25, y S. Lc., X, 21.

También pueden llamarse flores admirables las obras de Jesús y de María, cuyo aroma y hermosura sólo conocen aquellos que se acercan a ellas, y aspiran su fragancia y las abren mediante una atenta y seria meditación. Es por eso que dice el Concilio Vaticano (Denz., 1796): “La razón iluminada por la fe, siempre que indague pía sobriamente, consigue –dándolo Dios—alguna inteligencia y muy fructuosa de los misterios…”.

Santo Domingo ha distribuido la vida de Jesucristo y de la Santísima Virgen en quince misterios, que  nos representan sus virtudes y acciones principales como en quince cuadros cuyos trazos deben servirnos de  regla y ejemplo para la conducta de nuestra vida.

Son quince antorchas para guiar nuestros pasos en este mundo; quince ardientes espejos para conocer a Jesús y María, para conocernos a nosotros mismos y para encender el fuego de su amor en nuestros corazones; quince hogueras para consumirnos en sus llamas celestiales.

La Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo este excelente método de orar y le ordenó lo predicará para despertar la piedad de los cristianos y hacer revivir el amor de Jesucristo en sus corazones.

Lo enseñó también al Beato Alano de la Roche: “Es una oración muy útil –le dijo-, es un servicio que me resulta sumamente grato que se recen ciento cincuenta Salutaciones angélicas. Y mucho más aún, y mejor para los que la hagan, si se rezan las Salutaciones meditando la vida, la pasión y la gloria de Jesucristo, porque esta meditación es el alma de esas oraciones”.

En efecto, el Rosario sin la meditación de los sagrados misterios de nuestra salvación casi no sería más que un cuerpo sin alma, una excelente materia sin su forma que es la meditación, que la distingue de las otras devociones.

La primera parte del Rosario contiene cinco misterios, el primero es la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen; el segundo, la Visitación de María Santísima a Santa Isabel; el tercero, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, el cuarto, la Purificación de la Santísima Virgen o Presentación del Niño Jesús en el templo, el quinto, el Hallazgo del Niño Jesús en el templo entre los doctores.

A estos misterios se les llama Misterios gozosos, a causa del gozo que dieron a todo el universo. La Santísima Virgen  y los ángeles fueron colmados de júbilo en el dichoso momento en que el Hijo de Dios se encarnó. Santa Isabel y San Juan Bautista fueron henchido de gozo con al visita de Jesús y de María.

El cielo y la tierra se regocijaron cunado nació el Salvador. Simeón fue consolado y colmado de gozo cuando recibió a Jesús en sus brazos. Los doctores estaban embelesados de admiración oyendo las respuestas de Jesús; ¿y quién podrá expresar el gozo de María y de José cuando hallaron a Jesús después de tres días de ausencia?

La segunda parte del Rosario se compone también de cinco misterios que se llaman Misterios dolorosos porque nos representan a Jesucristo abrumado de tristeza, cubierto de llagas, cargado de oprobios, de dolores y de tormentos. El primero de estos misterios es la Oración de Jesús y su Agonía en el huerto de los Olivos; el segundo, su Flagelación; el tercero, Coronación de espinas; el cuarto, su Cruz a cuestas; y el quinto, su Crucifixión y muerte en el Calvario.

La tercera parte del Rosario contiene otros cinco misterios llamado Misterios gloriosos, porque en ellos contemplamos a Jesús y María en el triunfo y en la gloria. El primero es la Resurrección de Jesucristo; el segundo, su Ascensión al cielo; el tercero, la Venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles; el cuarto, la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen; y el quinto, su Coronación (como Reina y Señora de todo lo creado).

He aquí las quince fragantes flores del Rosario místico, sobre las cuales las almas piadosas se detienen como abejas sabias para recoger su néctar admirable y hacer con él la miel de una sólida devoción.

LA MEDITACIÓN DE LOS MISTERIOS NOS CONFORMA A JESÚS

El principal cuidado del alma cristiana es tender a la perfección, como dice S. Pablo a los Efesios V, 1: “Sed fieles imitadores de Dios, como hijos suyos amadísimos que sois”. Esta obligación esta incluida en el decreto eterno de nuestra predestinación como el único medio ordenado para alcanzar la gloria eterna.

San Gregorio de Nisa dice galantemente que somos pintores. Nuestra alma es la tela preparada sobre la cual debemos aplicar el pincel; las virtudes son los colores que deben poner de manifiesto su brillo; y el original que debemos copiar es Jesucristo, imagen viva que representa perfectamente al Padre Eterno. (II Cor, IV, 4; Sap., VII, 26; Hech., I, 3)

Así pues, continua este santo, como un pintor –para hacer un retrato al natural—pone ante sus ojos el original y a cada pincelada lo mira, así también el cristiano debe siempre tener ante sus ojos la vida y las virtudes de Jesucristo, para no decir, ni hacer, ni pensar nada que no sea conforme a Él.

Para ayudarnos en la importante obra de nuestra salvación, la Santísima Virgen ordenó a Santo Domingo que expusiera a los fieles que rezan el Rosario, los misterios sagrados de la vida de Jesucristo, no sólo para que la adoren y glorifiquen, sino –y principalmente—para que regulen vida y acciones de conformidad a sus virtudes.

Ahora bien, como los niños imitan a sus padres viéndolos y conversando con ellos, y aprenden su lengua oyéndolos hablar; como un aprendiz viendo trabajar a su maestro aprende  su arte, así también los fieles cofrades del Rosario, considerando seria y devotamente las virtudes de Jesucristo –en los quince misterios de su vida-, se hacen semejantes a este divino Maestro, con el auxilio de su gracia y por la intercesión de la Santísima Virgen.

Si Moisés ordenó al pueblo Hebreo, de parte de Dios, que jamás olvidará los beneficios de que había sido colmado (Deut., IV, 9; VI, 13; VIII, 11 y sig.).

Con mayor razón el Hijo de Dios puede mandarnos que grabemos en nuestro corazón y tengamos siempre ante nuestros ojos los misterios de su vida, de su pasión y de su gloria, puesto que son otros tantos beneficios con el Él nos ha favorecido, y mediante los cuales nos ha mostrado el exceso de su amor por nuestra salvación.

“¡Oh!, vosotros todos los que pasáis –dice Él—deteneos y considerar si hubo jamás dolor semejante al que Yo padezco por vuestro amor (Lam., I, 12). Acordaos de mi pobreza y de mis humillaciones, pensad en el ajenjo y en la hiel (Lam., III, 19) que bebí por vosotros en mi Pasión”.

Por último, estas y muchas otras palabras que se podrían alegar, nos convencen sobradamente de la obligación que tenemos de no contentarnos con rezar sólo vocalmente el Rosario en honor de Jesucristo y de la Santísima Virgen, sino también de rezarlo meditando los sagrados misterios.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario” de San Luis María Grignion de Montfort.

Mons. Martin Davila Gandara