Reflexiones sobre la festividad de la Sagrada Familia

“Bajo con ellos y vino a Nazaret, y  les estaba sujeto” (Lc., II, 51)

En el Evangelio del primer Domingo de Epifanía, el Espíritu Santo nos muestra un modelo cumplido de la familia cristiana.

Por lo mismo, procuremos aprovecharnos de las lecciones preciosas que nos ofrece la Sagrada Familia de Nazaret.

LA  SAGRADA FAMILIA EN GENERAL

1) Esta Trinidad de la tierra comprende:

A San José, el padre adoptivo de Jesús. Aunque el menos digno, es sin embargo el jefe y ocupa el lugar de Dios Padre, dentro de la Sagrada Familia, es digno de destacar en él, su humildad, sencillez, desvelos y su tierna solicitud por Jesús y por María Santísima.

La Virgen María, la más santa de la criaturas, la verdadera Madre de Jesús según la carne. ¿Quién podrá decir su humildad, su modestia, su amor a Jesús, su deferencia para con San José?

Y a Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, que descendió a la tierra para salvarnos y enseñarnos todas las virtudes.

Consideremos, ¡cómo semejante Familia encanta las miradas de Dios, de sus ángeles y de todas las almas virtuosas!

2) ¡Cómo estaba todo perfectamente regulado y ordenado en esta Familia verdaderamente divina! ¡Qué paz, que dulce unión, qué caridad, que santa emulación para todo lo que era del servicio, de los intereses y de la voluntad de Dios! Era realmente un ¡Verdadero paraíso sobre la tierra!

3) En esta Sagrada Familia, se practicaban las oraciones comunes, frecuentes, en horas reguladas; y como serían de sublimes las oraciones hechas por Jesús, María y José. ¡Qué espectáculo verdaderamente digno de cautivar a todos los espíritus bienaventurados!

4) Es  digno de considera también la fidelidad que tenía esta Sagrada Familia al día Señor, (siendo para los judíos el sábado y para los cristianos el domingo) y la observancia de todas la fiestas prescritas por la ley. Los viajes al templo de Jerusalén, a pesar de la distancia; y ¡con qué religiosidad y fervor cumplían estos preceptos!

5) En esta Sagrada Familia, todos trabajaban: San José, ejerciendo el oficio de carpintero; María Santísima, ocupándose en los quehaceres de la casa y en los trabajos propios de su sexo; Jesús el Verbo encarnado, ayudando a uno y otro, según la edad y según las necesidades.

6) ¿Quién podrá decir el perfume de virtud y de edificación que en torno suyo difundía la Sagrada Familia? ¡Qué afabilidad, qué bondad, qué caridad, qué buenas palabras y limosnas dadas a los pobres, a los enfermos, a los afligidos!

Pues bien, hermanos míos, acaso, ¿Imitamos nosotros en nuestras familias a la Sagrada Familia de Nazaret? ¿Servimos a Dios con fidelidad y religiosidad? ¿Cómo es nuestra oración? ¿Asistimos regularmente a los divinos oficios de la Iglesia y a las instrucciones de nuestros pastores? ¿Visitamos a Nuestro Señor en su tabernáculo?

¡Ah! Cuantas  familias no tienen que hacer, como la Sagrada Familia, un largo trayecto para ir a la iglesia, y, sin embargo, ¡qué diferencia del templo de Jerusalén a nuestras iglesias! ¡de los sacrificios de entonces al santo sacrificio de la misa!

¿Serán sus familias objeto de edificación para todos? ¿Cuáles son sus obras de piedad y de caridad? “Mira, y hazlo conforme al modelo que se te ha mostrado” (Ex., XXV, 40).

MARÍA Y JOSÉ. LOS PADRES.

Miremos los hermosos ejemplos que María Santísima y San José dan a todos los padres cristianos en el cumplimiento de todos sus deberes.

1) En los deberes para con Dios. Acabamos de considerar cuál era su religiosidad, su piedad, su fervor, su santa emulación en hacer la voluntad de Dios.

2) En los deberes para con sus hijos.

Que son:

a) El buen ejemplo y la instrucción. En la Sagrada Familia de Nazaret, encontramos el modelo que hay que seguir. Aunque Jesús era la santidad encarnada, “estaba sujeto” a sus padres.

Por que es conforme  al orden que los padres den a sus hijos la lección y el ejemplo; y, aunque Jesús es la sabiduría increada y no tenía nada que aprender, lo llevaron a Jerusalén por la fiesta, a fin de que allí oyese las explicaciones de la ley dadas al pueblo en esta ocasión.

Pero, lamentablemente, ¡cuántos padres faltan a esta doble obligación, a pesar de ser tan rigorosa y más urgente que nunca en estos días! Muchos padres ¡ni siquiera se inquietan, y no mandan a sus hijos, a la instrucción religiosa, ni se cuidan de llevarlos o hacer que los lleven a la iglesia, a las predicaciones, al catecismo!

¡Cuántos, con el espectáculo de su vida, más bien deforman y matan el alma de sus hijos! Realmente podrá suceder como dice el Gén., IV, 10: “La voz de la sangre de tu hermano esta clamando a Mí desde la tierra”, grita el Señor; y nos amenaza también con su venganza por el profeta Ezequiel III, 18: “Pero te demandaré a ti su sangre”.

Padres, más bien sigan, los hermosos ejemplos de Tobías en la formación de su hijo, y de Mardoqueo educando a Ester; también el de la reina doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

b) La Vigilancia.—¿Quién osaría creer o decir que María Santísima y San José faltaron a ella, aun en el viaje de Jerusalén? ¡Qué dolor por la ausencia de Jesús, y qué solicitud en buscarlo! Sin embargo ¡Cuántos padres descuidan velar sobre sus hijos, y procuran, estar pendientes con quien se juntan, de sus costumbres, sus actos! ¡Cuántos niños mimados y perdidos desde su primera edad, porque sus padres no alejaron de ellos los peligros que hay en la TV, e Internet y en las malas compañías!

c) La Corrección.—Veamos a María Santísima usando de su derecho de madre para hacer a su Jesús esta queja amorosa: “Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros?” ¡Cuántos padres faltan también a este deber, por cobardía, debilidad o afecto desordenado!

Dejando crecer la mala hierba en los jóvenes  corazones de su hijos, ¿qué bien pueden esperar de ellos en el porvenir? Haciéndolos unos hijos caprichosos, egoístas, narcisistas y crueles. En el Antiguo Testamento tenemos los malos ejemplos de Jacob, del sumo sacerdote Helí. (Gén., XXXIV, 30; XXXV, 22; XXXVII, 2: I Rey., II, 22-25).

Conviene, sin embargo, que la corrección y la reprimenda se hagan a tiempo y con firmeza, y siempre se manifieste en ella el amor: “con firmeza y suavidad al mismo tiempo”.

d) La Vocación.—Los padres no deben poner obstáculos a la vocación de sus hijos. Deben ayudarles, bendecirles, y dar gracias a Dos. ¡Dichosos los padres cristianos que tienen la dicha y el honor de poder decir con Zacarías padre de San Juan Bautista: “¡y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo!” (Lc., I, 76). Pero, ¡desgraciados aquellos padres que resisten a la autoridad divina y violentan a sus hijos!

3) En los Deberes entre ellos.—Unión, caridad, apoyo, deferencia, asistencia, santa emulación para la virtud. Así como dice San Pablo a los Col., III, 18 y 19: “Las mujeres estén sometidas a  sus maridos, como conviene en el Señor”. Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres y no os mostréis agrios con ellas”. ¿Qué esposos cumplieron jamás tan bien sus deberes como María y José? Los que son padres, secunden y sigan estos ejemplos.

JESÚS. LOS HIJOS.

Hijos, vengan, miren a Jesús, nuestro divino modelo, y aprendan de Él cuál debe de ser su conducta respecto a Dios, a sus padres ya ustedes mismos.

1) Con Respecto a Dios:

a) Jesús fue al templo, y se ocupó en las cosas que se referían a su Padre. Con ello, nos enseña , a ir a la iglesia, para allí adorar a Dios y orar, asistir a la santa Misa, a participar de los sacramentos y recibir instrucción religiosa. A ejemplo suyo, escuchemos con atención la explicación del catecismo; para comprender mejor preguntemos con modestia; procuremos responder acertadamente.

Ha habido algunos santos y grandes personajes, que han profesado mucho amor a la Iglesia y al catecismo como: San Francisco de Sales, S. Francisco Javier; S. Vicente de Paúl.

b) Jesús, permaneciendo en el templo para dedicarse a los intereses de su Padre, y con ello, nos enseña a seguir generosamente nuestra vocación y a preferir los derechos y la voluntad de Dios a los de nuestros padres, aunque esto les cueste a ellos y a ustedes mismos. Ahí tenemos el ejemplo de San Pablo: “Sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre”. (Gal., I, 16).

2) Con Respecto a sus padres.  Quién podrá decir el amor de Jesús por María Santísima y San José, su respeto y su obediencia: “Bajo con ellos y vino a Nazaret, y  les estaba sujeto”. ¡Con qué abnegación les asistía con su trabajo!.

Hijos, es así como aman y respetan a sus padres. ¡Cuántos hijos, por su mala conducta, faltan al respeto y a la obediencia, y son el tormento y la desesperación de su padre y de su madre!

3) Con Respecto a ustedes mismos. El Evangelio nos dice que Jesús que crecía en edad y en gracia delante de Dios y delante de los hombres. Así debe hacer todo hijo cristiano. A medida que avance en edad, debe crecer en sabiduría, hacer cada día nuevos progresos en la piedad y en la virtud.

Lamentablemente ¡Cuántos hijos, hacen todo lo contrario, pierden su inocencia, crecen en malicia, se hacen odiosos a Dios e insoportables a todo el mundo! ahí tenemos el ejemplo de las muertes terribles con que Dios castigó los sacrilegios y desenfrenos de los hijos del sumo sacerdote Helí.

Por último, Hermanos míos, ¡qué tema tan fecundo para hacer todos nosotros un serio examen y las más saludables reflexiones! Padres, una vez más, contemplen e imiten a María Santísima y a San José; deben mostrarse dignos de ellos y, según la divina promesa serán benditos en sus hijos y en sus bienes.

Hijos, consideren atentamente a Jesús, y esfuércense en caminar sobre las sus huellas, reproduciendo en ustedes su vida y sus virtudes, sobre todo su modestia, su mansedumbre, su obediencia, su amor al retiro y al trabajo.

¡Dichosas la familias que se asemejan a la Sagrada Familia de Nazaret! Ya que son, como verdaderos paraísos en la tierra, en espera de las alegrías del cielo. Amén.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara