Principales causas de las recaídas en el pecado

CUIDADOS Y CONSEJOS PARA LO QUE RESTA DE ESTA CUARESMA

“El último estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Lc., XI, 26)

En el Evangelio de San Lucas XI, 14 al 28. Léese, que Jesucristo propuso a sus oyentes la siguiente parábola: Cuando el espíritu impuro ha salido de un hombre se va por lugares áridos buscando lugar donde reposar, y no hallándole dice. Me volveré a mi casa, de donde salí. Y viniendo a ella la halla vacía, y barrida y bien ordenada, y no pudiendo entrar dentro, va y se toma consigo a muchos otros espíritus peores que él, y entran a habitar de nuevo en aquella casa. Concluye la parábola: El último estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.

¡Triste espectáculo y misterio aterrador el de la fragilidad y de la malicia de los hombres! Numerosas almas son convertidas  por  gracias especiales durante esta cuaresma, libertadas del yugo del demonio, lavadas de sus inmundicias en la sagrada piscina de la Penitencia, pero lamentablemente vuelven nuevamente a caer en los mismos vicios y pecados, y, realizándose la sentencia de Jesús, frecuentemente “vienen a ser peores que antes” ¿Cuáles serán las causas de estas recaídas tan frecuentes y tan lamentables?

Para no caer otra vez en los mismos vicios y pecados es necesario: 1.- Más vigilancia sobre nosotros mismos; 2.- Hacer más oración; 3.- Frecuencia de los sacramentos; 1.- Buena recepción de los mismos.

LA FALTA DE VIGILANCIA

1.- “Velad y orad—dice el Salvador– para no caer en la tentación” (Mat., XXVI, 41). El demonio, arrojado de una alma, jamás se retira completamente o para siempre; si parece que la deja tranquila por algún tiempo, es para mejor sorprenderla. Es “un león que anda girando alrededor de nosotros en busca de presa que devorar” (I Ped., V, 8); es un lobo cruel que va en busca de ovejas para devorarlas: ¡Desgraciadas, las almas cobardes, negligentes o dormidas! Que se dejan sorprender por el demonio.

2.- Por lo tanto huyamos sobre todo de ciertas ocasiones particularmente peligrosas para nosotros, en las que sucumbiríamos infaliblemente. El demonio, como pérfido enemigo, las suscita y trata de persuadirnos que, con un poco de atención, no arriesgamos nada. Siendo ésta ¡una ilusión y presunción funesta! Lejos de huir  estas ocasiones, nos exponemos a ellas, las buscamos. Pretendemos neciamente que es posible caminar sin riesgo al borde del precipicio, y caemos miserablemente en él. Veamos a S. Pedro en el atrio del Pontífice. (Juan XVIII, 15 y sigs.)

3.- Desconfiemos asimismo de ciertos malos hábitos. Por el hecho de no haber recaído en ellos desde hace algún tiempo, no nos creamos curados de los mismos e impecables. Ya que, el fuego solamente está oculto bajo la ceniza, y basta un ligero soplo del viento para reanimarlo y volver a comenzar el incendio. Por imprudencia hemos entreabierto un  poco la puerta de nuestro corazón, y el demonio se ha precipitado dentro de él. En aquellos que caen siempre en los mismos pecados, el hábito se ha convertido en “necesidad” “Los malvados se pasean por todas partes”, dice el (Salmo XI, 9); pero, “¡Desgraciado aquel que da vueltas siempre en este circulo!” añade S. Bernardo.

4.- Además, con la ayuda de la gracia de Dios, habíamos tomado algunas buenas resoluciones encaminadas a servir de salvaguardia y  de defensa al alma; a ser para ella una buena semilla que al fin produjese una excelente cosecha. Pero, poco a poco, las fuimos descuidando; y he aquí que la muralla se derrumba, que las espinas han nacido y han ahogado el buen grano. ¿Qué resulta de este menosprecio de las advertencias de Dios y de la conciencia? Y con esto no se tarda en recaer sin remordimiento en los mismos pecados.

5.- Al convertirse el pecador, se comprometió a llevar a cabo ciertas reparaciones, ya de penitencia, ya en materia de justicia, ya de escándalo. Fue difiriéndolas, porque le parecieron demasiado molestas o demasiado onerosas; después, insensiblemente ha ido descuidándolas, olvidándolas, omitiéndolas. Pero con eso se pierde la gracia, y el demonio, que nada pierde de su fuerza ni de su vigilancia, aprovecha esta ocasión para volver a entrar en esa pobre alma,  siendo la situación de esa pobre hombre peor que antes.

¡Cuántas almas recaen así en sus antiguos pecados, por falta de atención y de vigilancia sobre sí mismas!

FALTA DE ORACIÓN

1.- ¿Qué somos por nosotros mismos? Pura nada. Nada podemos hacer sin la ayuda de Dios: “Sin mi nada pueden hacer” (Juan, XV, 5);“Si el Señor no cuida nuestra ciudad, se frustra la vigilancia de los custodios” (Salmo CXXVI, 1).

2.- ¡Cuántos por negligencia, por pereza o presunción, descuidan orar! El que no ruega es un soldado sin armas; el enemigo puede volver; ¿qué resistencia encontraría?…

3.- Otros todavía rezan poco, pero tan mal, que su oración es ofensiva a los ojos de Dios… Oran con la boca, con mil distracciones sin fe, ni confianza, ni humildad, ni fervor. ¿Qué frutos pretenden recoger semejantes oraciones? No Dios no escucha semejantes oraciones; y el demonio no las teme. Y esas pobres almas están sin fuerzas para resistir: y recaen inevitablemente.

4.- ¡Oh cuán importante es inculcar bien a los pecadores arrepentidos la necesidad, la eficacia y las condiciones de la verdadera oración! Un alma que ora bien es un alma salvada; pero un alma que no ora, o que ora mal, es un alma perdida.

FALTA DILIGENCIA Y FRECUENCIA EN LOS SACRAMENTOS

1.- Los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía son los medios ordinarios con los que Dios renueva y derrama más abundantemente su gracia en el alma. Si, queremos permanecer en gracia de Dios y con ella ser constantes en el bien, es necesario recurrir con frecuencia a estas divinas fuentes de la vida y de la gracia. Estar alejado de ellas es exponerse a los más graves peligros. De ahí  provienen la debilidad, las recaídas y la muerte. “Si no comieres la carne del Hijo del Hombre, no tendréis vida en mí” (Juan, VI, 54).

2.- Conocemos la intenciones amorosas y las invitaciones apremiantes de Nuestro Señor: “venir a mí todos” (Mat, XI, 28); “Dame, hijo mío tu corazón, y tus ojos tengan placer en mis caminos” (Prov., XXIII, 26); “Venid , y comed de mi pan; y bebed el vino que yo he mezclado” (Prov., IX, 5).

¡Ay de nosotros si las despreciamos! Resistir a la gracia es hacer una injuria a Dios, es arriesgarse al peligro de perderse dice el Prov., I, 24: “Os convidé y no respondisteis, tendí mis manos, y nadie presto atención”! finalmente, no podemos vivir sin amor; y si no amamos a Dios, ¿a quién amaremos?

3.- La conciencia grita y nos llama al deber. Pero lo dejamos para más tarde. He ahí la dilación de que se aprovecha el demonio para entrar de nuevo en nuestra alma.

4.- El confesor nos recomienda la confesión frecuente. Él conoce nuestras necesidades. Pero si un enfermo desobedece a su médico, ¿Podrá curarse? ¡Cuántos se pierden por el abandono de los sacramentos!

POR LA FALTA DE UNA BUENA Y EFICAZ RECEPCIÓN DE LOS SACRAMENTOS   

El que se confiesa bien y comulga devotamente es un alma curada, santificada y salvada. Pero al contrario, el alma que recibe mal dispuesta estos dos sacramentos es un alma perdida, y  entregada al demonio. Podrá, tal vez, engañar en la confesión a los hombres; pero a Dios no lo engañará.

Y respecto a la Comunión, ¿ignora, acaso, las palabras fulminantes de S. Pablo: “Porque el que come y bebe, no haciendo distinción del (Cuerpo del Señor), come y bebe su propia condenación”. Convierte el remedio en veneno, pisotea la sangre de Jesús, y con ello, come su condenación.

1.- Este mal puede suceder: En el sacramento de la Penitencia. Cuando se acude allí: a) Sin examen serio, exponiéndose así a violar la integridad de la confesión y a inducir a error al confesor sobre el estado de su alma; b) Sin dolor de los pecados y un firme propósito de no cometerlos en adelante. c) Sin sinceridad en la confesión.

2.- En la sagrada Comunión. Cuando  nos acercamos a ella sin preparación o sin estar en gracia, sin fe, ni humildad, ni fervor. Por rutina o por complacer a los demás. ¡Cuántas almas se entregan al demonio con la recepción nula o sacrílega de estos dos sacramentos!

Por último, Hermanos míos, examinémonos, pues, delante de Dios: Y procuremos en emplearnos de una manera más eficaz: en la vigilancia de nosotros mismos, en una buena ferviente  oración, y a la vez ser diligentes y frecuentes en la recepción de los sacramentos? ¡Oh! No debemos salir de aquí si haber tomado la resolución de convertirnos completamente y de remediar los males de nuestra alma sobre todo en lo que resta de esta santa cuaresma.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara