La Blasfemia

Nos dice el Evangelio de San Mateo, IX, 1-8; que se lee, en el domingo XVIII después de Pentecostés, que en cierta ocasión unas personas caritativas presentaron a Jesucristo un paralítico para que lo sanara. Viendo Jesús que la fe de aquel enfermo era tan grande le dijo: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados. Y oyendo esto, algunos de los escribas que que estaban allí presentes dijeron entre sí: Éste hombre blasfema.

Detengamonos en este punto del Evangelio de hoy; y consideremos como los escribas y fariseos, juzgaban tan torcidamente aquellas palabras de Jesucristo, diciendo que blasfemaba, por lo mismo, aprovechémonos de esta ocasión para detestar el crimen tan monstruoso y horrible como lo es la blasfemia.

En este escrito se señalará: 1) En que consiste la blasfemia; 2) Su gravedad; 3) Motivos para evitarla; 4) Medios para no caer en este pecado.

EN QUE CONSISTE LA BLASFEMIA

La blasfemia no consiste tan sólo en determinadas palabras injuriosas a Dios y a los santos, sino también en atribuir a Dios lo que es falso, en negar a Dios lo que le es debido y en atribuir a las criaturas lo que sólo es propio del Creador.

1o. ATRIBUIR A DIOS LO QUE ES FALSO. Dice San Buenaventura que atribuir a Dios lo que es falso o lo que no es propio de Él es una blasfemia. La razón es clara, dice el Card. Hugo ya que, atribuyendo a Dios lo que no le es propio, se le irroga (causar un perjuicio o daño) una injuria gravísima.

El ejemplo de esto lo tenemos en los fariseos que blasfemaban cuando decían que Jesucristo arrojaba los demonios en virtud del Belcebú. Igualmente, Lutero y Calvino padres del protestantismo blasfemaban al decir que Dios es autor del pecado.

2o. NEGAR A DIOS AQUELLO QUE LE ES PROPIO. Esto lo afirma San Buenaventura. Porque la la razón es evidente, por cuanto se irroga a Dios una gravísima injuria negándole lo que le pertenece, dice el Cardenal Hugo.

Por esto blasfemaba, Rabsace, cuando, al ordenarle Senaquerib que sitiara a Jerusalén, dijo que Dios no era bastante poderoso para librar a su pueblo de las manos de sus enemigos; por cuya razón desgarró Ezequías sus vestiduras y ciñóse un cilicio (Isa., XXXVI).

3o. ATRIBUIR A LAS CRIATURAS LO QUE ES PROPIO DEL CREADOR. Se blasfema, finalmente afirma San Buenaventura, atribuyendo a la criaturas lo que sólo corresponde a Dios. La razón es obvia comenta el Card. Hugo, ya que atribuyendo de semejante manera a sí propio o a las criaturas lo que tan sólo a Dios corresponde, se le irroga una injuria gravísima.

De ahí que también blasfemen aquellos que creen que el demonio tiene el mismo poder que Dios. Y también blasfeman aquellos que, como se lee en el libro de la Sabiduría, que creían que Dios era el sol, la luna, las estrellas, el fuego, etc.

LA GRAVEDAD DE ESTE PECADO

Esta puede comprenderse fácilmente por diversos motivos: 1o. Por la malicia con que se comete este pecado. En efecto, todos los otros pecados se cometen, o bien por humana fragilidad, o bien por ignorancia. De esto no se puede decir de la blasfemia dice San Bernardo, porque esta procede de la propia maldad.

2o. Por ingratitud. En efecto, todos los seres están agradecidos con su Creador y en su mudo lenguaje le bendicen incesantemente; pero el ser más beneficiado entre todos los otros, esto es, el hombre, quien fue agraciado además con la facultad de hablar, se sirve de la palabra para maldecir a Dios.

3o. Por ser lenguaje del demonio. En efecto, el lenguaje propio del demonio es precisamente la blasfemia. Por esto se lee en el Apocalipsis que, habiendo el quinto Ángel derramado su copa sobre el reino de la bestia: “Y blasfemaban del Dios del cielo a causa de sus penas y de sus úlceras, pero de sus obras no se arrepentían” (Ap., XVI, 11).

LOS MOTIVOS POR LOS CUALES SE DEBE DE EVITAR LA BLASFEMIA

San Bernardo explica los motivos por lo cual se debe de evitar este vicio, diciendo que con la blasfemia se ofende directamente a Dios, que es nuestro Creador, nuestro supremo Bienhechor y nuestro Redentor.

1o. Con la blasfemia se ofende a Dios, que es nuestro Creador. En realidad con ese vicio se insulta directamente a la infinita majestad de Dios dice S. Jerónimo. Por esto se puede afirmar con toda razón, que todo pecado comparado con la blasfemia es leve. ¿Y habrá quien, con tal pensamiento, siga blasfemando contra su Creador? O lengua diabólica: ¿Qué potestad te induce a blasfemar contra tu Dios, que te Creo?

2o. Además, con la blasfemia se ofende a Dios, que es nuestro supremo Bienhechor, el que nos custodia y nos protege, el que nos suministra sustento y vestido, el que de mil maneras nos asiste y consuela. Por esto se puede afirmar con toda razón que nos otorga toda suerte de beneficios. Y con tal pensamiento ¿Habrá quien siga blasfemando contra nuestro supremo Bienhechor? O lengua diabólica: ¿Qué potestad te induce a blasfemar contra tu Dios que es el sumo bien? Exclama San Bernardo.

3o. Finalmente, se ofende a Dios, que es nuestro Redentor, ya que la blasfemia renueva a Jesucristo sus padecimientos, azotándole y crucificándole de nuevo. Por esto Jesucristo va repitiendo a la turba de los blasfemadores: “Pueblo mío, ¿Qué te he hecho, porque me has contristado?”. Por esto, ante la idea de que el mismo Dios es nuestro Redentor, ¿Será posible que se siga blasfemando de Él? O lengua diabólica: ¿Qué potestad te induce a blasfemar contra tu Dios, que te redimió con su preciosa sangre? Vuelve a exclamar San Bernardo.

MEDIOS PARA EVITAR ESTE VICIO

A tres pueden reducirse los medios a propósito para alejar de nosotros este tan monstruoso y horrible pecado.

1o. La consideración de la atrocidad del pecado de blasfemia. Esta consideración de la gravedad de este pecado es un medio ciertamente eficaz para alejarlo. Debido a que como dice San Jerónimo este es un pecado que no merece perdón. En efecto, dice San Juan Crisóstomo, nada puede concebirse peor que la blasfemia.

2o. Huir de las ocasiones. Ya que para huir de la blasfemia es necesario huir de aquellas ocasiones en la cuales se cae fácilmente, tales como la embriaguez, el juego, las pendencias y la amistad de otros blasfemadores. Es por eso, que dice el libro del Exodo XXXIV, 12: “Guardate de pactar con los habitantes de la tierra contra la cual vas (donde es frecuente la blasfemia), pues sería para vosotros la ruina”.

Sobre todo es necesario evitar la ocasión de nombrar demasiado seguido a Dios y a los Santos, y de nombrarlos sin respeto debido. Por eso, dice también el Eclesiástico, XXIII, 10-11: “Ni te acostumbres a pronunciar el nombre del Santo; así el que siempre jura y pronuncia el nombre (del Señor) no estará limpio del pecado”.

3o. Implorar el auxilio divino para que guarde nuestra lengua. En este medio consideremos la necesidad de dirigirse continuamente al Señor y pedirle con Real Profeta que guarde nuestra lengua diciendo: “Pon Señor, guardia a mi boca, centinelas a las puertas de mis labios” (Salmo 140, 3).

Puesto que, cuando el hombre se mantiene verdaderamente dispuesto a evitar la blasfemia, el Señor traba su lengua para que no incurra en semejante exceso. Por eso, dice el libro de los Proverbios XVI, 1: “Al hombre toca los proyectos del corazón, pero es el Señor quien da la respuesta de la lengua”. Por esto decía San Agustín: Carísimos: El hombre no puede domar su lengua, pero el Señor si la puede domar.

Consideremos, pues, que si es tan grave la blasfemia, y si son tan graves los motivos que nos deben mantener siempre alejados de un crimen tan monstruoso, es preciso que nos aprovechemos de esos medios para evitarlo eficazmente.

Por último, nadie puede confiarse y decir, que no tiene necesidad de ponerse en guardia para no caer en semejante vicio, puesto que jamás incurriría en tal exceso, más bien hay cuidarse y ser más humildes, puesto que no solamente se puede injuriar y maldecir a Dios con la lengua, sino también con las obras y otros actos pecaminosos.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara