La verdadera paz

La verdadera paz. Es la que viene de Jesucristo, y la única que debemos desear y buscar, esta es según San Agustín, “La tranquilidad de orden”, es decir el estado de una vida bien regulada y ordenada.

Porque el orden consiste en la amistad con Dios por medio de la gracia santificante ya sea conservada o recobrada, y en la perfecta sumisión a su ley, o en la conformidad de nuestra voluntad a la voluntad divina. El orden consiste también en que el cuerpo este sujeto al alma, y el alma a Dios. He aquí la verdadera Paz que nos da Jesucristo.

¡PAX VOBIS! LA PAZ SEA CON USTEDES

Imaginémonos, que si en este momento se apareciese aquí en medio de nosotros, Jesucristo y nos dijese, como un día a sus discípulos, ¡Pax Vobis! ¡Qué dichosos seriamos!

Pero, es verdad que Nuestro Señor Jesucristo no se muestra visiblemente, pero no deja de estar con nosotros, sobre todo cuando estamos reunidos en su nombre, o en una humilde, atenta y sincera oración.

Jesucristo da su gracia y su paz, también a todos los que tienen buena voluntad de servirle y de agradarle y lo manifiestan en todos sus actos.

Por eso ¡Cuán digna es desear esta verdadera paz de Jesucristo! Porque ella nos pone en armonía: Con Dios; con el prójimo y con nosotros mismos.

LA PAZ CON DIOS

En que consiste. En amar a Dios sobre todas las cosas, y en referirlo todo a Él como a nuestro fin, observando aun sus menores preceptos y sujetando nuestra voluntad a la suya. Por eso dice Nuestro Señor en S. Juan XIV, 23: “Quien en verdad me ama, cumple mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos una mansión”.

Los obstáculos que se presentan para obtener esta paz son:

a) El Pecado, que nos separa de Dios y nos priva de su gracia y amistad. Vemos a Adán y a Eva, y comparemos su paz anterior con su estado de turbación que siguió a su culpa.

Esta turbación proviene: Por ser el pecado una rebeldía contra Dios, y un desprecio de su autoridad. Por eso debemos preguntarnos ¿Quién resiste a Dios, acaso tendrá paz?

b) El amor a las criaturas, que tiende alejarnos de Dios, moviéndonos a preferirlas a Él. Ya que el Señor es un “Dios celoso”, en cuanto no permite absolutamente que nuestro corazón se divida entre Él y las cosas del mundo.

Los medios que hemos de utilizar para adquirir esta paz:

a) La Huida del pecado, y de todo lo que pueda ofender a Dios, con el temor de disgustarle. Tenemos en el Antiguo Testamento, los ejemplos de José y de la casta Susana; y en tiempos cristianos el de Santa María Gorieti.

b) Si tenemos la desgracia de caer en alguna culpa, levantémonos inmediatamente acudiendo al sacramento de la penitencia. Ya que será muy consolador escuchar las palabras del Confesor: “Vete en paz, y el Señor sea contigo”.

c) Guardando fielmente los mandamientos de Dios, y en hacer siempre y en todas partes lo que le agrada. Por lo mismo, aceptemos las enfermedades y todas las pruebas de la vida con sumisión perfecta a su santa voluntad.

d) Meditando con frecuencia los atributos de Dios y sus beneficios. Sobre todo debemos complacernos en visitarle en el Santísimo Sacramento, y en comulgar con frecuencia y fervor.

PAZ CON EL PRÓJIMO

En que consiste. En la concordia y en la unión de los corazones. Ya que este es un ruego de Nuestro Señor Jesucristo diciendo: “Padre, que todos sean una misma cosa, como lo somos nosotros”.

Consiste también, en el amor mutuo, en la tolerancia recíproca de nuestros defectos, y en ayudarnos unos a otros.

Los obstáculos que se presentan son: Las tres concupiscencias.

Ya que éstas son. El foco de todos los pecados, de todos los males, de todas las disensiones y discordias. Veamos los terribles daños que producen el orgullo, la ambición, la cólera, la envidia, los celos. Ahí tenemos los ejemplos de Caín, de los hermanos de José, de Herodes.

Los medios necesarios para conseguir esta paz son:La mortificación, la guerra a todas las pasiones, la renuncia a la propia voluntad.

Si queremos obtener la paz:

a) Con los superiores. Debemos ser obedientes y sumisos, con espíritu de fe debemos ver en ellos la autoridad de Dios.

b) Con los iguales. Tenemos que ver en ellos la imagen de Dios, y por amor a Él, debemos desearles y hacerles todo el bien posible.

Por lo mismo, jamás debemos de juzgar ni condenar a nadie, ni ocuparnos en los asuntos ajenos, debemos también soportar los defectos de los demás con paciencia, sin darles nada que sufrir.

c) Con los inferiores. Debemos de tener gran caridad, mansedumbre, paciencia, e igualdad humor. Seamos por lo tanto, solícitos en conservar la unión de las mentes y de los corazones en el vínculo de la paz.

PAZ CONSIGO MISMO, PAZ INTERIOR

En que consiste. No consiste en ese contento del espíritu superficial y pasajero, que proviene de la falta de ocasión, de turbación y de combate. Sino que consiste en la tranquilidad del alma que, con la ayuda de la gracia, ha dominado sus pasiones, y se ha hecho dueña de sí misma, desprendiéndose de todo y sometiéndose en todo a la voluntad divina.

Los obstáculos que se tienen que vencer para lograr esta paz. Son también, las tres concupiscencias:

a) El orgullo, que no sufre ser menospreciado, y no queriendo ver a los otros más honrados que él mismo. Tenemos los ejemplos en el Antiguo Testamento a Amán, y al rey Nabucodonosor. (Ester, III, 5; Dan., III, 13 y 19);

b) La codicia, avaricia o sed de riquezas. Ejemplo de Acab (II, Rey., XXI, 3 y sigs.)

c) El amor de los placeres sensuales. Ejemplos de la mujer Putifar, Salomón (Gén., XXXIX, 12 y sigs.). Por eso dice la Escritura: “Que no hay paz para los impíos”.

Los medios necesarios para conseguir esta paz: ya que si queremos la paz, debemos prepararnos para guerra.

Esta verdadera paz, se consigue cuando estemos desprendidos de las cosas de la tierra. Para lograr esto es necesario ejercitarnos en aceptar con ánimo generoso las humillaciones, la pobreza, las privaciones, las enfermedades, y toda clase de sufrimientos de cualquier procedencia que sean.

Si queremos gozar de la verdadera paz, pongamos en práctica estos consejos del libro de la Imitación de Cristo: “Ama ser desconocido y tenerte por nada”. Busca siempre el último lugar, y buscar servir a todos; complácete en hacer la voluntad de los demás, más bien que tuya; ten el corazón bien libre y no te embaraces o te metas en los asuntos de los demás; desea siempre y pide que en ti se cumpla perfectamente la voluntad divina.

Por último. Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de vivir de una manera digna de Él. Y que también nos conceda Nuestro Divino Maestro llenarnos de su espíritu para que viva en nosotros, y de este modo podamos gustar de aquella paz divina que Él ha traído sobre la tierra; porque, como dice San Pablo a los Efes., II, 14: Jesucristo “es nuestra paz”.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara