El apego excesivo a los bienes de la tierrra

“Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas los demás cosas se os darán por añadidura” (Mt., VI, 33)

En el Evangelio del domingo XIV de después de Pentecostés, se lee sobre la confianza que debemos de tener en Dios y su providencia.

Pero, lamentablemente: ¡Cuántos cristianos se pierden miserablemente porque no quieren comprender ni ponen en práctica esta hermosa máxima de Nuestro Señor de buscar primero su reino! Al contrario corren tras la fortuna, tras los bienes de la tierra, y se olvidan de Dios y de sus bienes celestiales.

QUIENES SON LOS QUE SE AFANAN Y SIRVEN AL DINERO Y A LAS RIQUEZAS

1) Son primeramente los avaros; éstos acumulan tesoros de los cuales no disfrutan. Suelen ser duros aun para con ellos mismos, y sobre todo para con los pobres y necesitados.

2) Los usureros, que especulan con la miseria ajena, éstos suelen prestar con intereses exorbitantes y con ello hacen ganancias injustas. O sea son todos aquellos que procuran enriquecerse con fraudes, robos, extorsiones, rapiñas y toda clase de medios que reprueba la honradez.

3) Finalmente, todos los que olvidando su último fin, convirtiéndose éstas personas en materialistas, y terrenas, que suelen correr solamente en pos de la fortuna y, para aumentar sus ganancias, no escatiman quebrantar el descanso dominical, y no encuentran o no se dan tiempo para orar y practicar sus deberes religiosos, y acaban por no pensar en Dios, ni en su alma, ni en el cielo.

No cuidan más que de su comercio, de sus lucros, de sus pleitos, de su dinero; he aquí su dios, el dinero, del que verdaderamente son idólatras, y esclavos. Son como dice el Profeta Osea en XII, 8: “Mercaderes, en cuya mano hay balanza engañosa, y amigos de la violencia”.

En estos días, es muy común ver personas, no pensar en Dios. Sino que sólo piensan en trabajar, descansar, divertirse, y aficionarse a cualquier tipo de espectáculos, ya sea de música o deportivos, y en ellos gustan de tomar mucha cerveza y comida; o también en consumir cualquier cosa, y andar a la moda, y estar preocupados en adquirir lo nuevo en marcas, ya sea de celular, calzado etc.

Pero, qué pasará con estas personas que hacen del dinero y el consumo un dios, cuando no tengan trabajo y no puedan satisfacer su consumismo. No habiendo para ellos Un Dios verdadero, no les va aquedar más que suicidarse, volverse locos o matarse unos a otros por esas cosas.

Lamentablemente lo más terrible es el gran número de cristianos que dejan a Dios para postrarse ante el dinero y las riquezas.

FUNESTOS EFECTOS DE ESTE APEGO

Nos Dice San Pablo: “Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas locas y perniciosas cosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos por dejarse llevar de ella, se extravían de la fe y así mismos se atormentan con muchos dolores” ( I Tim., VI, 9 y 10).

Es por eso, que el apego desordenado es sobre manera funesto. Esto es debido a que es:

1) Una fuente de tribulaciones de todas clases. El esclavo de las riquezas o cosas terrenales es presa de la agitación, de las inquietudes, de los temores. Además el idólatra de las riquezas no está nunca satisfecho con lo que posee. En cierto modo se hace más desdichado que el pobre.

Es por eso, que Dios: “Dirá al hombre que sólo se dedica a adquirir riquezas, y después de ello, a descansar, comer, beber y vivir de regalo: Insensato, está misma noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?” (Lc., XII, 19-21); y también el Salmo 48, 11-12, nos dice: “Desaparecen juntamente el necio y el estulto, y dejan a otros sus haciendas. Las tumbas son sus casas para siempre”.

2) Un manantial de pecados. Porque se pierde la fe, el santo temor de Dios; se quebrantan los mandamientos de Dios y los preceptos de la Santa Iglesia. Ya que el que tiene este apego desordenado de los bienes terrenos, lo que le importa es aumentar a toda costa las propiedades, las casas, las rentas.

Este desorden lleva al que lo tiene, al endurecimiento del corazón, y la falta de compasión hacia los pobres; de piedad para los padres, los ancianos, los enfermos, los difuntos. También lleva a la envidia, los celos, y la ambición.

¡Cuántos pleitos injustos, fraudes, robos! ¡Cuántos pecados de flojera, cuántas impurezas de toda clases! ¡Cuántas criaturas han caído en desgracia por ser vendidas o seducidas por el cebo del dinero, y de los regalos! ¡Cuántas familias arruinadas y deshonradas!

3) Una fuente de condenación eterna. Debido a que es muy difícil que la conversión de estos pobres insensatos apegados a los bienes de la tierra sea sincera; ya que, en cierto modo han vendido su alma al demonio por algo de dinero y por unos cuantos metros de tierra.

Por lo mismo, dice el libro del Eclesiástico XXXI, 5: “El que ama el oro no vivirá en justicia, y el que se va tras el dinero pecará por conseguirlo”.

Por eso, es importante reflexionar seriamente, sobre la historia de Judas, o la del rico epulón. Sobre el este último la Sagrada Escritura dice: “Murió, también el rico, y fue sepultado. En el infierno, en medio de los tormentos” (Lc., XVI, 22-23).

También nos dice San Pablo: “Pues habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios” (Efes., V, 5).

Y San Lucas nuevamente nos dice: “Pero hay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo” (Lc., VI, 24); y San Mateo: “De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos” (Mt., XIX, 24).

REMEDIOS PARA ESTE VICIO

Primero debemos de considerar que siempre ha habido justos como Abraham, Job, David, José de Arimatea, San Luis Rey de Francia, que eran ricos; pero se santificaron en sus riquezas, no apegando a ellas su corazón, haciendo un buen uso de ellas. Sin embargo ¡Cuántos pobres, en cambio, caen en desgracia y se pierden por el deseo desordenado de los bienes de la tierra!

La salvación de los ricos y su verdadera felicidad en la tierra consiste en esforzarse en ser los ministros de la Providencia, socorriendo y ayudando con su fortuna a los pobres y a los desvalidos.

Para aquellas personas ricas o que sean tentadas, o que estén inclinadas o tengan este apego desordenado, si en realidad quiere impedir que su corazón se ligue a los bienes de la tierra. Deben de emplear los siguientes medios:

1) Ante todo deben de pensar que estos bienes son pasajeros, frágiles, inciertos. Por lo mismo, tienen que usar de ellos como usarán de un depósito del cual habrán de dar cuentas a Dios.

2) Se deben de mirar más bien los bienes celestiales, y procurar comprarlos con las virtudes cristianas, buenas obras y limosnas.

3) Debe de pensar, también en la muerte. Que vendrá como un ladrón, cuando menos se piense. Vendrá a separarnos de todos los bienes que poseemos. Entonces ¿Qué valdrán nuestros tesoros, propiedades o nuestros poderes? ¿Qué será todo esto para la eternidad?

Por último. Leamos, releamos y meditemos frecuentemente, con fe y amor, el Evangelio de este domingo. Apliquémonos a servir a Dios como es debido, y jamás seamos esclavos del dinero. Hagamos con frecuencia actos de confianza y de abandono en la divina Providencia.

Por lo mismo, recordemos siempre está hermosa y edificante frase: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas los demás cosas se os darán por añadidura”.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara