El poco amor de los hombres a Dios

“Amaras a Señor tu Dios”

En el Evangelio de San Mateo XXII, 34-46. Nos señala el precepto esencial de la religión, y en el cual consiste toda la perfección, siendo este: “Amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón, y toda y alma, y toda tu mente”.

Lamentablemente este precepto no es muy bien comprendido entre los cristianos que, como los judíos, muchos no saben amar a Dios y le ofenden sin cesar.

Consciente de este mal, San Francisco de Asís, recorría los barrios de algunas ciudades exclamando: “El amor no es amado”.

Los hombres que no aman a Dios suelen dividirse en cuatro categorías:

PRIMERA CATEGORÍA: Los que no conocen a Dios.

Son primero los paganos, o sea aquellos, que a pesar de las luces del Evangelio siguen todavía haciendo de la cosas de la tierra y de sus vicios dioses, son también aquellos cristianos que no han recibido instrucción religiosa alguna. Y si no conocen a Dios, ¿cómo pueden amarlo? Es por eso que dice San Juan: “El que no ama se queda en la muerte” (I Jn., III, 14). Entre ellos hay muchos que son grandemente culpables, porque resisten a la gracia y no quieren escuchar la palabra de Dios.

Es importante considerar que si tenemos parientes o amigos que pertenezcan a esta categoría de personas, será un deber nuestro sacarlos de esta funesta ignorancia. Haciéndolo, daremos a Dios un hermoso testimonio de que lo amamos, y a la vez proporcionaremos a nuestro prójimo, el verdadero medio de su salvación eterna.

SEGUNDA CATEGORÍA: Los que odian a Dios.

Son los ateos, los impíos, los apóstatas (que son los que traicionan y reniegan de la religión católica), los judas de todas clases; y, con ellos, todos los malos cristianos que se abandonan a las pasiones, cometen pecados con facilidad espantosa, se ríen de Dios, de sus preceptos, de sus doctrinas.

Estos malos cristianos, no escuchan ya voz de la conciencia ni de la Iglesia. De ellos dice el Salmo XIII, 1: El impío, dice en su corazón: “No hay Dios”; y los Proverbios XVIII, 3; VIII, 36: “Con la impiedad llega también la ignominia y con la ignominia la deshonra”; “El que a mí me ofende daña a su propia alma; todos los que me odian, aman la muerte”.

Procuremos rogar por estos malos cristianos, y ofrezcamos a Dios nuestras penitencias y lágrimas, para que se conviertan y vivan.

TERCERA CATEGORÍA: Los que quieren servir a Dios y al diablo.

Son los que dicen con la boca: “Señor, Señor te amo”, y luego le ofenden con una vida nada cristiana. Dicen amar a Dios; pero, no observan su santa ley, y tampoco cumplen su santa voluntad. Ya que una prueba de amor a Dios es observar sus preceptos, sin exceptuar ninguno.

Si de los doce artículos del Credo o símbolo de los Apóstoles omitimos uno sólo, hemos caído en herejía y con ello, habremos naufragado en la fe; del mismo modo, si de los diez mandamientos de la ley de Dios quebrantamos uno sólo, estará perdida la caridad. Y sucede como dice Santiago: “Pues aunque uno guarde toda la ley, si se quebranta un mandamiento, viene a ser reo de todos los demás” (Sant., II, 10).

Lamentablemente ¡Cuántos se forjan una funesta ilusión! Sobre todo aquel hombre, que reza, ayuna, va a la iglesia o templo; pero es avaro, duro con los pobres, e injusto con el prójimo: ahí se nota que la caridad está extinguida en él, y es como dice Santiago reo de todos los demás preceptos.

Otro hombre que no es injusto ni avaro, pero es vengativo, y guarda rencor, odio y rehúsa el perdón o la paz: será igualmente reo de todos los demás mandamientos. Aquel otro parece religioso con Dios, bueno y equitativo con su prójimo, pero es esclavo de la vergonzosa pasión de la lujuria, pues será como dice Santiago reo de todos los demás preceptos.

Otro hombre es casto, pero tiene la lengua de víbora, y destroza a sus prójimos con sus mentiras y calumnias, por lo tanto no tiene caridad; por lo mismo es reo de los demás mandamientos. Ya que, igualmente puede ser reprobado quien quebranta un sólo precepto y quien quebranta toda la ley.

CUARTA CATEGORÍA: La de los tibios.

Los de esta categoría, llevan exteriormente una vida cristiana superior y digna de todo encomio; y tal vez no atreverían a cometer deliberadamente ningún pecado mortal, ni quebrantar conscientemente mandamiento alguno, ya sea divino o eclesiástico; pero lo hacen más por el temor del infierno que por amor de Dios.

Estos suelen, pensar poco en Dios, o apenas de cuidan de obrar en todo para su gloria y beneplácito, hacen algún bien, pero frecuentemente por rutina o costumbre, y si amor. Y de este modo sus mejores obras están vacías de valor y por lo mismo son inútiles y sin mérito delante de Dios por falta de caridad.

Es por eso, que Dios Nuestro Señor, lanzó sobre los hombres de esta categoría esta terrible amenaza: “Por qué no eres frió ni caliente, más como eres tibio te vomitaré” (Apoc., III, 16).

Por último. Amemos al Señor con todo nuestro corazón; guardemos fielmente todos sus preceptos y hagamos las cosas por amor suyo. Es por eso, que nos dice San Pablo en I Cor., XVI, 14, que: “Todas las cosas se hagan con caridad”; y también San Juan nos hace referencia diciendo: “El que permanece en la caridad, en Dios permanece, y Dios en él” (I Jn., IV, 16).

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara