Santísima Eucaristía: Misterio de nuestra Fe Católica

 El Jueves pasado festejamos una de las fiestas más grandes y hermosas y significativas de nuestra fe, que es la fiesta dedicada al Santo Cuerpo de Jesucristo o “Corpus Christi” a esta fiesta también se le llama “Fiesta de la Sagrada Eucaristía”

En este escrito expondremos con argumentos teológicos porqué la Sagrada Eucaristía es un misterio de nuestra fe.

Es importante considerar que la Sagrada Eucaristía es el gran milagro del poder, de la sabiduría y del amor de Nuestro Señor, pues es Jesucristo viviendo con nosotros, dándose a nosotros e inmolándose sin cesar por nosotros. Es, por excelencia, Misterio de Fe. Ya que en Belén y en el Calvario, está oculta sola la deidad de Jesús; pero en el altar, está oculto al mismo tiempo su humanidad.

Por eso, mucho tiempo antes, Nuestro Señor la había anunciado y prometido:

I. Con figuras sensibles como: el Árbol de la vida, en el paraíso terrenal (Gen., II, 9), sin duda el más hermoso de los Árboles, que preservaba de la muerte. También el Cordero Pascual es figura de la Eucaristía (Ex., XII, 3 y sigs.), como víctima y alimento. El Maná, bajado del cielo es otra figura (Ex., XVI, 15), este estaba lleno de sabor, y era un alimento de los israelitas hasta su entrada en la tierra prometida. También lo era el Pan milagroso dado a Elías profeta (III Rey., XIX, 15); El sacrificio de Melquisedec, quien ofreció a Dios pan y vino.

Podemos considerar a Cristo en la Eucaristía de tres maneras: en cuanto en ella se contiene, se ofrece y se recibe; a) En cuanto en ella se contiene Cristo, tenemos la presencia real; b) En cuanto en ella se ofrece Cristo, hallamos el sacrificio de la Misa; c) En cuanto en ella se recibe Cristo, encontramos el sacramento de la Comunión.

II.La Presencia Real.En la Eucaristía está presente Nuestro Señor Jesucristo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, oculto bajo las especies de pan y vino.

Lo sabemos así, a) por las palabras con que prometió su institución: b) por las palabras con que la instituyó; c) por la enseñanza de S. Pablo sobre su uso de ella; d) por la doctrina de la Tradición y de la Iglesia.

*En S. Juan encontramos el discurso en que Jesús prometió de modo claro y preciso la institución de la Eucaristía; *S. Mateo,, S. Marcos y S. Lucas nos describen su misma institución; y *S. Pablo reprende a los cristianos que hacen mal uso de ella. Consta de un modo tan claro en la Escritura la Institución de la Eucaristía, que ni el mismo Lutero se atrevió a negarla.

La promesa de la Eucaristía. Nuestro Señor la anunció, con una promesa clara y formal (Juan, VI, 48 y sigs.). Después del milagro de la multiplicación de los panes, Nuestro Señor anuncia este gran Sacramento; “Yo soy el pan de vida… Los Judíos se escandalizan al igual que en estos tiempos los protestantes y los modernistas… pero nueva y formalmente lo afirma el Salvador; “En verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día… Siendo los efectos muy maravillosos de este manjar divino.

Institución de la Eucaristía. Cristo la instituyó de la siguiente manera: En la última Cena, tomó el pan en sus manos, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed; este es mi cuerpo”. Tomó en seguida el cáliz con vino, lo bendijo y lo distribuyó diciéndoles: “Bebed todos de él; esta es mi sangre, Haced esto en memoria mía”. Así lo narran San Mateo, San Lucas y San Marcos. (Mt. XXVI, 26; Luc., XXI, 19; Mc. XIV, 22).

Sobre estas palabras debemos advertir: a) Que la hemos de tomar en su sentido natural. No dijo el Señor: “Esta es la figura, o la imagen o la virtud de mi cuerpo” (como dicen los protestantes y los modernistas); sino “este es mi cuerpo”, enseñando con evidencia su presencia real en la Eucaristía; b) Si Cristo hubiera usado equívocos o palabras figuradas, hubiera engañado a la Iglesia y a todos los fieles de todos los siglos; lo que no podemos admitir.

Por el contrario, si se toman en sentido figurado, son tan difíciles de explicar, que se han dado sobre ellas más de doscientas explicaciones por los protestantes, encontrando cada quien deficiente la interpretación de los demás. Así Lutero quiere que se interprete: Aquí está mi cuerpo, (junto con el pan); Zwinglio: Esta es la imagen de mi cuerpo; Calvino: Esta es la virtud de mi cuerpo, etc., etc.,Tales interpretaciones son todas forzadas, y desfiguran el sentido claro y natural de las palabras.

La Tradición y enseñanza de la Iglesia. La doctrina de todos los padres de la Iglesia es clara y unánime sobre esta materia. Respecto a la enseñanza de la Iglesia, bástenos decir que la Eucaristía ha sido en todo tiempo el centro del culto católico, y esto lo reafirma el Concilio de Trento. “Si alguno niega que en la Eucaristía se contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre de Cristo, juntamente con su alma y divinidad; y por consiguiente todo Jesucristo, o afirma que sólo está en él como un signo o figura, o por su poder, sea anatema”.

Además la presencia real se prueba por la fe de los católicos de veinte siglos, y por numerosos milagros.

Uso de la Eucaristía.Si S. Juan nos describe la promesa de la Eucaristía, y los otros evangelistas su institución, S. Pablo se refiere al uso que ya en su tiempo hacían los cristianos de la comunión. “Por ventura, pregunta a los Corintios, el cáliz de bendición no es la participación de sangre del Señor? ¿ Y el pan que partimos no es la participación del cuerpo de Cristo?” (I Cor. X, 16).

En otro lugar reprocha con encendidas palabras a los que se atreven a comulgar indignamente: “Examínese cada uno antes de llegarse a comer este pan y a beber este cáliz, porque el que come y bebe indignamente se come y se bebe su propia condenación, por no respetar el cuerpo del Señor” “El que come este pan o bebe de este cáliz indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor” (I Cor. II, 26-28). Es imposible expresarse con mayor claridad.

Excelencia y culto de la Eucaristía.La Eucaristía es excelente sobre toda ponderación: a) porque encierra realmente al mismo Jesucristo; b) porque es el prodigio más portentoso del poder, amor y sabiduría de Dios.

Por estar en ella Cristo realmente presente, merece culto directo de adoración; y por eso ante ella doblamos la rodilla. (Con lo que ha dicho S. Pablo y también debido a su excelencia de la Eucaristía, ¿que podemos pensar acerca de los sacerdotes que dan la comunión y los fieles que la reciben de pie y en la mano, y sin confesión sacramental o sin estar en gracia de Dios?)

IV.-Lo que debemos creer firmemente respecto a la Eucaristía.He aquí la verdades capitales que se refieren al profundísimo misterio, y que responden a otros tantos errores, que el enemigo de Dios y del hombre ha esparcido en el decurso de los siglos, y que la Iglesia ha condenado.

Primera Verdad: En el pan y el vino, que Jesucristo bendijo y consagró, no tenemos un simple símbolo y una pobre figura del cuerpo y de la sangre de Cristo, sino su verdadero y propio cuerpo, que fue inmolado, y su verdadera y propia sangre, que fue derramada por nosotros en la cruz. Las sombras y las figuras pertenecen a la antigua Ley; a la nueva pertenece la verdad. Por esto profesamos con la Iglesia que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está contenido verdaderamente bajo las especies del pan y del vino (Conc. De Trento, Ses. XIII, Cap. 3).

Segunda Verdad: En la Eucaristía, no sólo no hay una figura, sino ni siquiera una pura invitación a pensar en Cristo, ni tampoco un mero aliciente para unirnos a Él por la fe, a comunicarnos espiritualmente con Él. Jesucristo está allí de una manera a nosotros invisible, pero verdadera y realmente.

Tercera Verdad: Jesucristo está verdadero, real y substancialmente. Allí, bajo los velos eucarísticos, no está la figura del cuerpo y de la sangre de Cristo; no es la Eucaristía una voz, un llamamiento de la fe; no es una fuerza, una virtud oculta, una gracia dimanante del cuerpo del cuerpo y de la sangre de Cristo; allí está Él mismo, tal como estuvo en la tierra y está ahora en el cielo, con su naturaleza humana entera y perfecta, unida a la divina: substancialmente.

Cuarta Verdad: Las palabras omnipotentes de Cristo no ponen en el pan y en el vino su gloriosa su gloriosa humanidad; no compenetran las dos substancias entre sí, sino que producen lo que significan: lo que es el pan se convierte en el cuerpo de Cristo, y lo que es vino se convierte en su sangre: Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Una substancia pasa a ser la otra, sin que de la substancia del pan y del vino quede un solo átomo; toda ella se convierte en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Atendamos a las palabras de Cristo, que dice: Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Estas palabras se refieren tan sólo a la substancia; no a los accidentes o a las especies, que permanecen intactas, privadas totalmente de la propia substancia y sostenidas por la virtud divina. Esta transmutación milagrosa de su substancia, que no tiene igual en toda la naturaleza, se llama, con toda exactitud, transubstanciación, es decir, paso de una substancia a otra. (La Lógica en la filosofía, nos enseña a distinguir entre substancia y accidente; p. e. en el hombre, la substancia es ser humano, y los accidentes son los que lo distinguen de los otros hombres, como son: la raza, la estatura, la edad etc., son diez los accidentes que existen en todas las cosas y sola la substancia).

Quinta Verdad: Cristo es glorioso, y, así como no está ya sujeto a la muerte, es decir, a la separación del alma y del cuerpo, de la misma manera su cuerpo no puede separarse de la persona divina del Verbo. Por consiguiente donde esta su cuerpo y su sangre, allí está también su alma, y donde está el alma con el cuerpo y con la sangre, allí está necesariamente la adorable Persona del Verbo, es decir, allí está todo Cristo.

Sexta Verdad: Cristo está todo entero bajo las apariencias del pan y del vino; pero, ¿cómo? No está allí como un cuerpo dejado en la tumba, ni como un objeto cubierto de velos; no se ensancha ni se estrecha según las especies; no se mide por éstas, porque las especies no son las formas propias del cuerpo y de la sangre de Cristo, sino del pan y del vino, que ya no existen, Jesucristo está todo bajo aquellas especies y en cada parte de ellas, ya estén unidas, ya divididas.

Séptima Verdad: La substancia del pan y del vino, con el tiempo, se altera y se desgasta. Esto ocurre también, y en virtud de las mismas leyes, con las especies del pan y del vino: éstas se corrompen, pero no se corrompe lo que está debajo de ellas, que es inalterable.

¿Acaso cuando se descompone nuestro cuerpo se corrompe nuestra alma? ¿Acaso cuando se rompe o se echa a perder, de la manera que sea, un espejo se rompe o se echa a perder la imagen que en él se reflejaba? Esta deja de estar allí, como en las especies deja de estar el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

Octava Verdad: Aunque el cuerpo de Cristo está substancialmente presente dondequiera que se pronuncian las palabras de la consagración, con todo, no cambia ni puede cambiar su naturaleza del cuerpo verdadero y real, circunscrito a un espacio limitado y finito. Por esto los católicos rechazamos con horror la doctrina de aquellos protestantes que, como nuevos eutiquianos, se atreven a decir que, dondequiera que esté Dios, allí está también el cuerpo de Cristo, como si el cuerpo de Cristo pudiese transformarse en la naturaleza divina, lo cual es el mayor de todos los absurdos imaginables.

Novena Verdad: Todos los demás sacramentos son, por su naturaleza, pasajeros. Sobre la materia preparada pronuncian los ministros, las palabras divinamente prescritas, y, en el momento en que estas palabras se unen a la materia, la gracia divina, como una centella, se produce y se derrama en el alma de quien está debidamente dispuesto para recibirla. El sacramento se realiza y cesa, dejando tras sí la gracia y, sólo, en el Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal, dejan también el carácter. (por lo tanto quien recibe con las debidas condiciones estos tres sacramentos ya no se borran, ni el cielo ni en el infierno).

Pero, en la Eucaristía, una vez pronunciadas las palabras de la consagración y producida la transubstanciación, el Sacramento permanece, mientras duran las especies, y con las especies permanece la presencia real de Cristo.

Decima Verdad: En la Eucaristía sólo vemos las apariencias del pan y del vino; pero ante estas apariencias inclinamos la frente, doblamos la rodilla y adoramos al Hombre-Dios, Jesucristo, porque nuestra adoración no se dirige a las especies sin substancia propia, sino a Aquel que está bajo ellas.

Creamos firmemente estas verdades capitales; ya que la Eucaristía es el gran misterio del amor de Jesús.

Por último, en otra ocasión expondremos y trataremos sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y del Santo Sacrificio de la Misa.

Espero en Dios que este escrito ayude a los fieles católicos, a que tengan una mejor comprensión de la Sagrada Eucaristía, de modo que les sirva, para que cada día puedan seguir valorándola, y a la vez correspondiendo al amor de Jesucristo, ya que si queremos salvarnos he ir a la vida eterna, tenemos que recibir dignamente este augusto sacramento; por lo mismo recordemos lo que Él mismo Señor nos dice: “si comemos su cuerpo y bebemos su sangre no tendremos la vida eterna”(Juan, VI, 48 y sigs.)

Mons. Martin Davila Gandara