Formación espiritual de los hijos que todavía no llegan al uso de la razón

Para el comienzo de esta gran misión,  primero; debemos tener la convicción de la necesidad que tenemos de Dios, debido a que esta época, se caracteriza por el egoísmo en los padres,  llevando a éstos como ya hemos visto, a una terrible degradación y vacío  de Dios, esto es lo que nos debe llevar a darle a Dios el primer lugar en todo, y sobretodo en nuestras familias; después de Dios lo más importante para los padres debe ser el hogar, luego sigue el fomento del respeto y sacrificio mutuo entre los esposos que es la base del verdadero amor, éste amor mutuo y verdadero y la armonía conyugal deben ser el motor que ayude, en la formación del carácter y los buenos hábitos en sus hijos.

Hay que considerar, lo que sabiamente dice el emperador Napoleón, gran conocedor de hombres, que la educación del niño principia veinte años antes de su nacimiento, en la vida de sus padres; sabemos que es muy difícil que en éstos días los jóvenes sean auténticamente católicos, debido a la pérdida de valores morales y cristianos de las familias; por eso es muy importante que los jóvenes antes de comenzar con los noviazgos, ya empiecen a cuestionar sus códigos y creencias positivas y negativas que ya traen desde los cinco años; si son positivas esas creencias adelante, pero si son negativas hay que cuestionarlas, para que con la ayuda de Dios ir  eliminándolas para que no interfieran negativamente en las relaciones en el noviazgo y en el matrimonio. He aquí la importancia de que los jóvenes vayan acercándose a Dios, y empiecen a llevar una vida auténticamente cristiana, porque el ejemplo auténticamente católico va hacer la base de los primeros años en la formación de sus hijos.

 Sabemos la gran influencia que ejercen los padres en las cualidades y defectos en sus hijos. Por lo tanto hay que sanear las fuentes de la vida. El fin inmediato de la vida es el dominio del alma sobre el cuerpo y esta educación principia desde los primeros días del nacimiento del niño. Hay que cuidar el cuerpo; el 5º mandamiento así lo impone y la naturaleza lo exige, por ser el niño una criatura tan débil. Hay que imitar aquí la lección que nos dan los animales, guiados por Dios en sus instintos. Nada mejor, durante los primeros días, que el alimento natural de la madre y el reposo. A veces se exagera el mimo en los niños  ya desde los primeros días. Como el niño solo tiene vida sensitiva, se acostumbra a que lo anden cargando y al movimiento y después lo exige. Ya desde este momento empieza ya un dominio  sobre la mamá. En esa edad lo único que predomina es el cuerpo y por eso exige los brazos. Pero, ¿Quién tiene la culpa?. El segundo error consiste en acostumbrar al niño a la sensación del paladar, dándole toda clase de dulces y dejándolo comer todo el día. Dice el gran pedagogo Foerster: “de este modo se despierta el vicio de la carne; primero serán dulces, después será el fumar y después el beber, y así van creándose en ambos sexos dificultades contra la pureza”. Tenemos que acostumbrar al niño a contentarse con las comidas necesarias a su edad, y a horas fijas. Esta costumbre traerá la doble ventaja de dejar descansar el estómago y de dar al niño dominio sobre su cuerpo, fuerza que le ayudará a dominar sus vicios en edad más avanzada.

Es importante cuidar la salud de la criatura, pero no estar todo el día preocupados de su cuerpecito. Hay que no excitar los sentidos, y menos ayudar al cuerpo a tiranizar el alma. Toda la atención de los padres católicos debe tender a ir formando y dirigiendo el alma desde su despertar.

Dicen los métodos biológicos que hay que utilizar en la educación, los períodos de sensibilidad para sacar más fruto. Ya que las primeras impresiones se graban hondamente en el alma blanda del niño, y los recuerdos de la primera infancia reviven en la vejez. Por eso es suma importancia en la formación el ambiente, en donde el alma va a despertar. Que el cuarto del niño sea realmente un cuarto católico. Que vea en él un crucifijo, primer objeto sagrado de la vida católica; así como otras imágenes: como la del Niño Dios, la Virgen María, el Ángel de la guarda. Hay que poner en imágenes, escenas de la vida del niño católico: al levantarse, al acostarse, en la mesa, en la Iglesia, etc.; a todo este ambiente santo dará vida la madre realmente católica, que hará con lenguaje maternal que sus hijos se dirijan a las imágenes, hablándoles y terminando siempre en un acto de amor infantil o en una oración. Algunos pensarán que eso es pura beatería o exageración. ¿No es acaso la caridad o el amor sobrenatural la médula de nuestra vida cristiana?.

Después del ambiente, ayuda a la formación del alma el ejemplo de los padres. Para ello es importante que haya siempre entre ellos mutuo respeto y amor, benevolencia y delicadeza en presencia de los niños: buen recuerdo para ellos que dirán más tarde  ante la fealdad del mundo: nunca vimos eso en nuestra casa.

En la formación de la Religión y la Piedad: El rezo en familia hace del hogar un verdadero santuario. Después de los siete años, el ir a misa y comulgar junto a los padres sitúa a los niños en la vida católica práctica. Somos todos hijos de Adán. Llevamos en nuestra alma, regenerada por el santo Bautismo, los efectos del pecado original; dormitan en ella los siete vicios capitales, que según el origen del niño, despertarán tarde o temprano, fuertes o suaves.

Otro papel educativo para los padres católicos es el que sus hijos dominen los vicios: el mejor método para combatir las pasiones desordenadas es el método indirecto, despertando las virtudes contrarias y sobre todo, dando vida al alma, desarrollando en ella, con la gracia santificante y después con las gracias sacramentales, un grande amor para con Dios y Jesús y para su prójimo, principiando con sus padres y hermanos. No hablar de fantasmas, no asustar con el demonio ni el infierno, aunque se les de a conocer claramente su existencia. Después de los siete años ya se podrá decir algo más de esto. El niño bautizado no tiene nada que ver con el diablo. Explotar bien el sentimiento del cariño sobrenatural; por ejemplo: mentir, no gusta a Dios; Jesús nunca mentía, etc.

¿Y los castigos? Hay días y momentos en que el niño no quiere entender razones, en que realmente lo domina su temperamento. No olvidemos que el temor de Dios es el principio de la sabiduría. Así lo será también la firmeza de los padres. Dice la Sagrada Escritura: “El que no conoce la vara no ama a su hijo”. (Prov., XIII, 24) Se comprende que sería una injusticia hacer al niño víctima de nuestro capricho o comportamiento, que este proceder es de lo más antieducador, pero tampoco hay que dar gusto al niño en su capricho, y si no entiende razones, hay que ponerse firmes. No caigamos nunca en la contradicción de castigar justa y necesariamente y después dejarnos ablandar por las lágrimas, e ir a rogarle al niño o darle un dulce para que vuelva. Dejémonos de tonterías y de contradicciones. La expiación es un sentimiento realmente católico. Cuando vuelva  la calma, ese es el momento educador para hacerle comprender al niño su error y perdonarle la falta. Es importante notar que el darles un castigo o un buen manazo es solo en la edad que no tiene uso de razón y por lo tanto está dominado por los sentidos; esto abarca desde 2 a los 6 años aproximadamente, ya después no es recomendable ni el castigo  ni el premio por la educación y el ambiente actual en la escuela y en la sociedad que favorece el egoísmo y tiranía de los niños, donde sólo les enseñan exigir sus derechos y nos les hablan de su deberes.

 Por lo mismo, desde los dos años de edad, se debe  empezar  a atacar el egoísmo natural de los niños con la empatía, que es la comprensión de los sentimientos del otro; el autocontrol, que hace dominar sus impulsos y elige correctamente, evitando el peligro;  el respeto, que consiste tratar a los demás con consideración y valor; la tolerancia, que aprecia las diferencias de los otros con una actitud de apertura y aceptación; y la simpatía, que es la demostración afectiva hacia los demás dejando a un lado su egoísmo. Es importante también que enseñemos a nuestros niños la alegría espiritual de las intenciones sobrenaturales y del sacrificio diciéndole al niño que Jesús ha querido sufrir tanto para expiar nuestros pecados y que el niño puede ayudarle en eso con pequeños sacrificios; por tanto el viernes no comerá dulces para unirse a la Pasión de Jesús y la redención de las almas. Estos son sentimientos realmente católicos, así preparemos la victoria del espíritu sobre la carne.

El hecho de que el niño no tenga bien desarrolladas las capacidades cognitivas para manejar razonamientos morales complejos, esto no impide que pueda adquirir hábitos de carácter muy simples como los ya mencionados. El error más común de los padres es esperar hasta que sus hijos tengan seis o siete años para cultivar sus cualidades morales y de carácter.

Recordemos que la formación  empieza en el hogar y que el ejemplo de los padres modela las virtudes esenciales de la moral cristiana. por lo tanto, es el hogar donde el niño empieza a cultivar su inteligencia moral y su formación del carácter.

Recordemos también que en cuanto a la educación sobrenatural del niño, la vemos en todo lo que precede. El niño pequeño que todavía no tiene uso de razón, que no sabe distinguir lo que es bueno o malo no debe tener ninguna idea de pecado. Se le va educando en el amor sobrenatural, en la caridad. En esta práctica se desarrollan los dones del santo Temor de Dios y de la Piedad.

Al adquirir estos hábitos logrará vencer su temperamento, practicar la mortificación y la humildad para lograr el conocimiento de sí mismo y el autodominio; llegará así a ser manso y pacífico y en sus sacrificios voluntarios aprenderá la delicadeza y la generosidad.

Después de todo lo dicho respecto a la formación del niño que todavía no tiene uso de razón, se comprende mejor por qué la Iglesia ha colocado tan alto la santidad y perfección, fines inmediatos de la vida católica. Los preceptos de la Iglesia parecen rigurosos e intransigentes a la gente de nuestra época, pero la Iglesia permanece santa, aunque nosotros degeneremos: y la Iglesia levantará al mundo por medio de los padres realmente católicos.

                                             Mons. Martin Davila Gandara