Una de la características más notables de la época de desconcierto en que vivimos, consiste en la crisis de la autoridad.
Desde la primera autoridad de la nación hasta la autoridad familiar, todo está en crisis, y como desintegrándose rápidamente.
El laicismo liberal desde fines del siglo XIX no se ha cansado de proclamar la absoluta libertad de pensar y de obrar, no ha dejado de exaltar la libertad individual autónoma con un delirio morboso. Y precisamente, sus éxitos se deben al halago de las pasiones de la multitud; pero nunca se pensó en las consecuencias.
Ahora bien, para lograr una idea exacta del problema que se va tratar conviene analizar el término o concepto de AUTORIDAD.
En latín, “auctoritas” deriva de “augere”: aumentar. Su fin es aumentar, acrecentar, proteger la vitalidad del niño, de la familia, de la sociedad.
La autoridad viene de Dios y El, la delega, el cual se digna asociar al hombre en su obra redentora y conservadora.
La autoridad es la educación es, una fuerza moral que desarrolla, encauza y protege las energías intelectuales y morales del niño. La autoridad es un compuesto muy complejo en el cual entran las mejores cualidades intelectuales y morales; y uno de sus principales elementos es la firmeza.
En el hombre que ejerce la autoridad se deben de dar cita todas estas virtudes y dotes morales de que hablamos.
Por eso la autoridad es la encarnación del deber, y este viene de Dios. Y el Señor obra mediante la persuasión, inspira confianza, obtiene la obediencia voluntaria de la inteligencias que ha iluminado y de los corazones que ha conquistado. La autoridad es un elemento tan necesario en la obra de la educación, que Dupanloup tomó como epígrafe de sus libros de educación: “ la educación es obra de autoridad y de respeto”.
La autoridad no se compra no se hereda: ella se adquiere por medio de esas cualidades del espíritu que se manifiestan en el semblante y en los modales, por esa exterior compostura que se llama dignidad, la cual por sí sola es una gran potencia en materia de gobierno y educación.
La autoridad presupone la firmeza. Una plácida firmeza es siempre la verdadera compañera de la dignidad. La firmeza impide que el amor degenere en debilidad y sostiene la autoridad, otorga decoro a la dignidad, y eficacia a las amonestaciones y mandatos.
FIRMEZA EDUCADORA
Preguntarán ¿Y qué es esta firmeza?. La firmeza en la educación es la fuerza personal y moral, la fuerza del espíritu y de carácter por medio de la cual un educador ejerce y sostiene los derechos de la autoridad real de que está investido.
Esta fuerza es personal, no ajena; moral, y no material; es fuerza de espíritu, y no de cuerpo; es fuerza de voluntad y de carácter.
Este conjunto de fuerzas es lo que constituye la autoridad, el prestigio, el ascendiente de los padres sobre los hijos.
La autoridad, cuyo principio no sea el espíritu de abnegación, no es digna de ese gran nombre, y es deplorable sus efectos, sobre todo, en la educación. La tiranía es debilidad. La autoridad se ejerce sólo moralmente y su influjo obra sobre el alma.
Ni la fuerza, ni el terror pueden dar la autoridad; al contrario, son indicios de verdadera debilidad de carácter y de gobierno.
DEFECTOS EN LA APLICACIÓN DE LA AUTORIDAD
El hombre aprende a mandar antes que a hablar; y cuando más débil se siente, tanto más imperioso y tirano pretende ser.
¿Cuál será el gran resorte de la autoridad? “Pocas palabras, muchos hechos” decía S. Juan Bosco. La autoridad es algo precioso que debe usarse con cuidado. Quien prodiga la autoridad a cada momento, la perderá; mientras que quien la guarda con prudencia, la tendrá en gran abundancia para el momento oportuno.
Es por eso que es muy importante que demos algunos consejos prácticos sobre las faltas contra la autoridad.
1er. Falta:Querer gobernar mucho.
No hay que hacer consistir la autoridad en querer mandar mucho.
El fin principal del padre educador, como el del maestro, es instruir, formar, educar; no mandar. El orden es el medio, no el fin.
Cuando el orden toma el lugar de otras cosas más importantes, y la disciplina se convierte en obsesión, es cuando educadores y educandos pasan la mayor parte del tiempo en observarse mutuamente, poco o nada se hace. Gobiernan mejor los que aparentan no gobernar; en cambio los que quieren en todo momento hacer sentir su autoridad, casi siempre tienen el desorden como consecuencia y los disgustos como última cosecha.
2da. Falta:No controlar las propias actitudes.
1)No comprometan nunca su autoridad con ninguna palabra o hecho censurable o indigno.
2)No se hagan ridículos por sus manías, enojos o excentricidades.
3)No sean niños. No den a conocer su lado débil, o su punto vulnerable.
4)No hagan nada por capricho, por mal humor, por violencia; hacedlo todo por razón y conciencia, por la reflexión y el consejo.
5)La impaciencia, la turbación, el disgusto, la vivacidad, más que indicar fuerza de carácter, indican impotencia y debilidad, disminuyen la autoridad del padre y disgustan a los hijos.
3era. Falta:No advertir cómo se destruye la autoridad. Esto sucede:
1)Cuando los padres no tienen estabilidad de sistema, de índole o de humor.
2)Cuando dicen una cosa y hacen otra.
3)Cuando se cuidan más de las palabras que los hechos.
4)Cuando en el régimen del hogar uno aprieta y el otro afloja, y aparecen discordes.
5)Cuando alaban, acarician y complacen inoportunamente y sin medida.
6)Cuando corrigen y castigan por ímpetu de pasión.
7)Cuando encubren mentiras o fingimientos.
Si aparecen ante sus hijos cual otro niño que participa de sus pasiones y de sus continuas fluctuaciones; si todos sus movimientos los ven reproducirse en ustedes acrecentados ya por la contrariedad, ya por las complacencias, podrían ser utilizados como juguetes; pero no gozarán de la dicha cuando estén con ustedes. Llorarán, se insubordinarán, y luego surgirá en sus mentes, al par que su imagen, el recuerdo de momentos de desorden y de ira. Por no haber sido apoyo de sus hijos; ni haberlos preservado de esas constantes fluctuaciones de la voluntad, que delatan a los seres débiles y a los que son víctimas de su fogosa imaginación. Obrando así no les aseguran la paz, ni la sensatez, ni la felicidad, entonces ¿Por qué deben considerarlos como padres?
Los enemigos más grandes de la autoridad son los mismos padres, porque no han sabido realizar un trabajo de formación personal que diera a su personalidad la perfección necesaria de carácter y de modales.
Para lograr los padres, las condiciones necesarias que los hagan hombres de autoridad, se deben de seguir estas normas:
1era. Hay quesaber lo que se quiere.
El que manda debe tender a la acción; debe ver con plena claridad el fin que persigue y la eficacia de las medidas adoptadas y de las órdenes dadas. Ya que gobernar es prever, no tan sólo el acto que se ha de ejecutar, sino también las lejanas consecuencias de la órdenes impartidas y de los actos realizados. Por brillante e ingeniosa que sea, toda improvisación puede ser fatal para la autoridad; porque las improvisaciones son como súbitos relámpagos que iluminan, a trechos, la senda que se ha de seguir, pero no son la luz firme y constante que ofrece seguridades para todo el camino. Las vacilaciones o la oscuridad en las órdenes engendran la discusión; de la discusión nace la duda con respecto a la autoridad, y la duda es ya el primer chispazo de la desobediencia.
2da. Se ha de querer lo que quiere, con firmeza y continuidad.
Ante la voluntad que se impone con energía, porque está segura de sí misma, la sumisión es natural; más a esta firmeza en la manera de dar las órdenes debe acompañar la constancia. Es tal la índole del niño, que si se le presenta una sola probabilidad sobre diez de rehuir las malas consecuencias de una falta, sentirá fuertes impulsos de tentar esta única probabilidad. La educación consiste en crear en los niños buenos hábitos. Ahora bien, los hábitos se crean por la repetición de actos, y una sola excepción en la serie de estos actos pone en peligro el hábito que empieza a formarse.
3era. Hay que tener la precepción del conjunto, y subordinar los detalles al conjunto.
Los detalles son múltiples, y si nos aferramos a ellos originan la dispersión del espíritu, la distracción, y el mando se expone a ser indeciso y flojo. En el gobierno de una familia, la percepción de los detalles es tan preciosa como la del conjunto y ambas no se excluyen. Lo que importa es que el detalle sea siempre un detalle y se subordine al conjunto. Una de las cosas en que más se falla en el ejercicio del mando, es la falta de lo que podríamos llamar la “mirada circular”. Es decir: debemos saber abarcar de una sola mirada todo el conjunto y ver la relación del detalle con todo el conjunto. Carecer de esa visión circular es dejarse fascinar por un detalle y terminar por perder la vista de todo lo demás.
4to. Hay que saber economizar las fuerzas y graduar los efectos.
Desde el simple silencio de desaprobación hasta el estallido de la indignación, hay una serie muy crecida de matices, y es todo un arte saber proporcionar la censura a la gravedad de la falta y a la importancia del efecto que se quiere obtener.
La buena interpretación de los más delicados matices constituye el mérito principal de la ejecución de un trozo musical; del mismo modo hay que saber matizar la intervención de la autoridad.
Las intervenciones demasiado frecuentes y en todos los pequeños sucesos, las explosiones de enojo repetidas constantemente, acaban por cansar a los hijos y por desprestigiar la autoridad: “Aun en lo sublime, la persistencia aburre.”
5ta. A toda amenaza ha de seguir su efecto.
El niño tiene buena memoria. Si no se hace seguir, inmediatamente, el cumplimiento del premio o del castigo, se pierde toda la autoridad (claro esta, esta es sólo una norma de autoridad, y por lo tanto no debe hacerse de esta norma todo un sistema de autoridad) si se amenaza en un momento de irreflexión o con la idea tan sólo de impresionar y de no llevar a efecto la amenaza, se abusa de la credulidad del niño, se le engaña. Toda amenaza debe ser razonable y ponderada; pero luego, cumplida sin contemplaciones.
La experiencia de los directores de escuela lo dice frecuentemente: los niños peor educados y de los cuales, a veces, no se puede obtener nada, a menudo son hijos de padres extraordinariamente terribles en sus amenaza, pero cuyos rayos nunca presagian lluvia.
6ta.Hay que cerrar los ojos en ciertos casos.
El hombre que estuviese dotado de tal agudeza auditiva, que percibiera cuantos ruidos se producen en torno suyo, sería desgraciado: su sistema nervioso, exhausto por la infinita variedad de sonidos que hubiera que recoger, no podría con tan gran trabajo. Asimismo la madre o el padre que no sabe cerrar los ojos sobre muchas cosas, se vuelve loco y enloquece a los demás. Esos padres no pueden tener la paz que todos necesitan para percibir mejor la verdad.
7ma.Pero si se debe saber cerrar un ojo en ciertas circunstancias, nunca se ha de consentir que se pongan públicamente en tela de juicio ni las órdenes, ni la autoridad.
En público no basta tener razón; es necesario también tener a favor las simpatías; y, si el caso se presenta, al que va por lana hay que mandarlo trasquilado. Espreciso que los hijos se acostumbren (más aún en nuestro ambiente) a dar crédito a la autoridad y someterse inmediatamente, sin que ello sea óbice para que con todo respeto puedan presentar sus objeciones a tiempo debido.
No cabe duda de que la firmeza entraña fuerza; pero una fuerza flexible más bien que rígida, menos brutal y más humana. Es una fuerza consciente y que sabe que la suspensión momentánea de la reacción es indicio manifiesto de reflexión, y no de impotencia. Es una fuerza simpática que presiente cuanto pasa en la cabeza y en el corazón del niño, y se atempera en sus exigencias según este conocimiento, ya moderándolas, ya, por el contrario, apremiando para la ejecución de una orden, siempre con una mirada puesta en la mayor utilidad de los hijos.
la firmeza de la educación nos da la firmeza del carácter: y son los caracteres firmes los que dan gloria a la familia y a la sociedad.
Por último espero en Dios, que los padres, sigan reflexionando sobre la gran importancia que tiene la Autoridad en la educación de sus hijos, y en una segunda parte seguiremos exponiendo otros aspectos también de gran importancia de la autoridad paterna.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro “Paternidad y Autoridad” del P. Eduardo Pavanetti sacerdote Salesiano.