La sagrada vocación del matrimonio es un Sacramento

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, en donde fue también convidado Jesús (Jn., II, 2)

El matrimonio es una institución y vocación grande y santa:

Por su origen divino. Dios mismo instituyo el matrimonio en el paraíso terrenal después de crear a nuestros primeros padre Adán y  Eva. Y cuando Dios los presento exclamó Adán: “Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén., II, 23) “Por cuya causa dejará el hombre a su mujer; y los dos vendrán a ser una sola carne…”. (Gén., Cap. II, 24)En estas dos palabras proféticas están indicadas las dos propiedades del matrimonio, es a saber: su indisolubilidad y su unidad.

Esta divina institución es necesaria para la propagación del género humano, por eso Dios bendijo a Adán y a Eva diciéndoles “creced y multiplicaos” (Gen., I, 28).

Por la dignidad de sacramento. La Iglesia nos enseña que el Matrimonio es un sacramento instituido por Jesucristo, para formar una unión santa e indisoluble entre el hombre y la mujer, para conferirles la gracia de vivir como buenos cristianos en este estado de vida, y también para tener en él legítimamente hijos, a los cuales deben de educar en el amor y el temor de Dios.

Este sacramento es grande porque dos cristianos que contraen matrimonio no sólo son imagen de la unión de Cristo con su Iglesia, como dice S. Pablo a los Efesios, sino que participan de esa unión, la realizan en su vida y tienen derecho a esperar de Dios las gracias necesarias para realizar cada vez más plenamente esa participación del amor de Cristo por su Iglesia.

A pesar de todo lo explicado y siendo el matrimonio una institución divina, siempre ha sido atacado y menoscabado, ya desde la antigüedad por la poligamia en los pueblos paganos y el pueblo judío, aun en este último se permitía una especie de divorcio que es el repudio judaico, todo esto lo hizo decaer de su hermosura y de su pureza primitivas, introduciendo en él espantosos desórdenes.

Es por eso que Cristo reformó  y elevó  el matrimonio a la dignidad de sacramento, diciendo: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”(Mt., XIX, 6), y por lo mismo se dignó  asistir a las bodas Caná, para santificarlo con su divina presencia, y con ello nos quiso enseñar la nobleza y la grandeza de este sacramento y la manera de recibirlo bien para se colmados de sus gracias.

En la actualidad, a pesar de ser el matrimonio una institución divina, grande y santa, las terribles influencias del hedonismo y del laicismo egoísta y materialista se han encargado de ridiculizarlo y se le ha pintado como una vida insoportable diciendo: “que el matrimonio es una prisión perpetua y aburrida”; “que los que se casan quedan aplastados por un montón de facturas,  y que  es un problema equilibrar el presupuesto”; “que la mujer se agota dando hijos al mundo y criándolos”. etc. etc.

El verdadero y buen católico no debe dejarse llevar de toda esta influencia nefasta y diabólica, al contrario los esposos católicos debe de ver al matrimonio de un modo maravillosamente distinto, ya que esta institución que por el hecho de ser divina y además como sacramento es grande y portentosa.

Los casados fieles a la voluntad divina, pueden encontrar en el matrimonio cristiano, una enorme oportunidad de gozo y vida plena en esta vida, y a la vez, un grado máximo de luz y de inspiración posible en la tierra y el goce de la eternidad con Dios, en el cielo.

Es por eso, que el buen católico debe de considerar en esta institución sagrada, el fin  principal, para el cual Dios la instituyó, que no es otro que el de hacer que los esposos sean como auxiliares de Dios  en la propagación del Género humano, en la educación cristiana de los hijos y en la grandiosa obra de poblar el cielo con un crecido número de predestinados. Y si lo hacen así, estén seguros que las gracias de Dios no faltarán para que se pueda cumplir con esta finalidad.

Es importante, considerar también, la necesidad que tienen los esposos de la gracia de Dios, sobre todo para poder sobrellevar las innumerables penas que lleva consigo la vida matrimonial y también para preservarse de los graves peligros que hay para la conciencia.

La gracia sacramental de unión, que eleva a los contrayentes a la participación de la unión de Cristo con  su Iglesia, es la gracia propiamente sacramental del matrimonio, porque es la que lo distingue de cualquier otro sacramento.

Por eso, el matrimonio no sólo es un acto de mutua entrega y aceptación. El matrimonio es un estado que se prolonga durante toda la vida y que trae consigo grandes responsabilidades.

Recibir el sacramento del matrimonio puede ser relativamente fácil; pero vivir a la altura de las exigencias y responsabilidades de este estado, en medio de la dificultades y tentaciones de la larga y fastidiosa vida cotidiana, no lo es ciertamente. Jesucristo autor de este sacramento, lo sabia muy bien, por eso hizo de él no un sacramento pasajero, como la penitencia, sino un sacramento tan permanente como el estado matrimonial.

El Papa Pío XI, en la Encíclica “Casti Connubi”, cita, las siguientes palabras del cardenal Bellarmino: “Puede concebirse el sacramento del matrimonio bajo dos aspectos: uno, en cuanto que se recibe; otro, en cuanto que dura después de haberlo recibido, porque la unión de los esposos sigue siendo durante toda la vida el sacramento de Cristo y la Iglesia”.

¿Cuáles serán esas gracias cotidianas que son necesarias en la vida conyugal? Éstas son: las gracias diarias de paciencia, de comprensión, de calma, de fidelidad, de magnanimidad para perdonar, de inteligencia para educar a los hijos, de fortaleza para no sucumbir al desaliento, etc.

Es muy importante subrayar, que por ser el matrimonio sacramento común, en el sentido que liga a dos personas, las gracias de ese sacramento no son puramente individuales sino comunitarias, es decir, orientadas hacia la unión de los conyugues. Por la fuerza misma de su común consagración a Dios, los esposos tienen una vocación común.

Por lo tanto, se peca contra la unión conyugal, no sólo por la gran infidelidad del adulterio, sino simplemente dejando de cultivar y profundizar la intimidad con el cónyuge, es pecar también contra el sacramento que se han conferido y ponerse fuera del alcance de sus gracias.

Hoy en día, si los esposos cristianos no son capaces, de valorar la grandeza y la santidad de la vocación matrimonial, y de la necesidad de la gracia sacramental, y al contrario se dejan llevar por la influencias nefastas del hedonismo y del laicismo egoísta, que se puede esperar de ellos, sino quejas y lamentos de sus propias dificultades en su matrimonio, y esto a la vez los lleva a la desesperación y a la depresión que muchas de las veces termina en separaciones y divorcios, y todo esto con terribles consecuencias temporales y espirituales para ellos y sus hijos.

Y llenos de envidia, estos esposos que han traicionado su vocación, ven prosperar constantemente a amigos o vecinos, fieles a su vocación, en las mismas condiciones de vida que a ellos tanto les asustan.

Ven cómo tienen numerosos hijos; y que las enfermedades les sirven para acendrar su amor reciproco, los sinsabores económicos no los abaten. Y viven con la convicción de que Cristo se unió a ellos ante el altar y los acompaña en cada uno de sus pasos por el camino de la vida en común.

Y siempre que necesitan de la ayuda divina, allí está Él para sostenerlos con Su gracia. Y que todo lo que emprenden en su matrimonio, empezando con el compartir la vivienda, lo relacionan con el cielo, lo cual es una garantía de felicidad.

Los matrimonios mundanos, hedonista e infieles  a su vocación, a pesar de todo lo visto y de los “milagros”  que se producen en los fieles matrimonios católicos,  en vez de que se contagien y se sientan motivados para  seguir estos hermosos saludables ejemplos, se admiran y se pasman, y no alcanzando a comprenderlo, se burlan por envidia o por malicia. No dándose cuenta de que con la ayuda de Dios también ellos podrían ser capaces de gozar cristianamente del matrimonio.

Ya que cuando Dios se une a los desposados en el vínculo sacramental, realiza en los contrayentes el ejemplo vivo de la unión de Cristo con su Iglesia, así como dice S. Pablo a los Ef., V, 32. La familia se convierte en un Reino de Cristo en pequeño, asumiendo el padre el papel de Cristo y simbolizando la madre el de la Iglesia.

Muy grande es el amor y la gracia, que Dios derrama sobre este sacramento del matrimonio. Y de ello, los esposos se benefician junto con sus hijos, porque éstos no sólo nacerán de la carne, sino que podrán de ser hijos de Dios por medio del bautismo. Y tendrán la oportunidad, los ojos de estos pequeños, no sólo de ver los rostros de sus padres sino a su debido tiempo, si son fieles a la gracia, contemplarán la faz del Eterno Padre.

La santidad y la beatitud serán el efecto de la vida de los esposos en común. Tal como pedía la oración de una esposa: “Ya que no dispongo de tiempo de llegar a la santidad forzando las puertas del cielo, oh Señor, santifícame por hacer la comida y lavar los platos”. Y si saben vivir el matrimonio como Dios lo creó y como Cristo lo dignificó, los esposos serán santos. Y con ello serán capaces de desarrollar las gracias y las cualidades que probablemente nunca se imaginaron alcanzar.

Solamente la gracia del sacramento, puede hacer ver fácil, lo difícil que se tiene que observar, entre los esposos católicos: ya que mirado por los juicios y criterios del mundo puede parecer que un determinado marido y una determinada mujer no están hechos para vivir juntamente. Pero debido, a las gracias que les confiere el sacramento del matrimonio, pueden hacer frente a sus responsabilidades, y armonizar sus temperamentos y opiniones contradictorias y superar sus nada leves flaquezas de carácter.

Claro esta, que es necesaria la cooperación de los esposos a las gracias recibidas en este sacramento, ya que la eficacia del matrimonio, y de cualquier otro sacramento, no es una eficacia mágica.

Todos los sacramentos exigen la cooperación del hombre para producir plenamente sus frutos. Por falta de cooperación el hombre puede hacer que un sacramento sea inválido, o infructuoso, o simplemente menos fructuoso de lo que pudiera haber sido.

En lo referente a esta cooperación, realmente, algunas veces vemos con agrado y alegría, a esposos católicos que ven trascurrir 30 o 40 años y se descubre que han vivido juntos una vida hermosísima, vida que es modelo y ejemplo de armonía y santificación, y motivo de envidia para esposos con menos religiosidad y entrega.

¿Cómo lo lograron? Esforzándose ambos en elevarse a la altura de su misión para cumplir sus responsabilidades y compartiendo la ayuda de la gracia santificante que Dios les concedió en el sacramento del matrimonio. Esto quiere decir que la cooperación a la gracia del Sacramento ha sido su verdadera salvación.

Es necesario considerar también, la grandeza del sacramento del matrimonio y el significado que debe de tener para los esposos, todo esto relacionado con la vocación religiosa, ya que el religioso o religiosa y a pesar de su santidad, no puede tener la dicha de recibir una gracia especial sacramental como tal. Siendo  ésta una prueba visible de la importancia de la vocación matrimonial.

Cristo reside en el sacramento del matrimonio del mismo modo que reside en la Iglesia, aunque naturalmente, Nuestro Señor está en la Eucaristía y la Iglesia es el templo de Cristo, y debe irse al altar para ponerse en contacto con Él. No obstante, allí donde esté un sacramento, está también Cristo. Los casados deben hallarlo en su propio hogar, porque el hogar cristiano es una morada de Cristo.

Por lo tanto, el vínculo del matrimonio es la piedra angular de la Casa de Dios. Cristo  ha ordenado a los esposos una vida común, que incluye fines sobrenaturales vitalmente importantes. Ya que el hogar católico es algo más que una aislada vida de familia. Este implica trabajar por Cristo y Su Reino, junto con todos los matrimonios católicos.

Los esposos están conscientes, que el alma se halla alojada y unida al cuerpo, y éste algunas veces la lleva a los vicios y al pecado, y esto es lo que hace difícil,  que se goce de la gracia sacramental del matrimonio. Y fácilmente esto arrastra a los casados por el engranaje de la vida hasta al punto de hacerlos olvidar su ser y fines sobrenaturales.

No obstante, la fe de los esposos puede ser tal que les permita creer que Dios está con ellos y les ayudará en cada uno de los aspectos de su matrimonio. De esta manera, todos los actos que exigen su estado: como la preparación de una comida, la reparación de una llave de agua, el pintar una pared, el mismo acto matrimonial; todo esto debe de hacerse en estado de gracia y con la pureza de intención de agradar y glorificar a Dios,  y de este modo constituyendo el medio de progresar en santidad.

Por último, cuando se llegue a comprender que el matrimonio es un sacramento, y una obra especial de Dios, los casados se sentirán penetrados de un gran entusiasmo por su vocación. Y la confianza que se adquiere apoyándose en Cristo, les inspirará la diligencia, la madurez y la aptitud requerida para la paternidad.

Por lo mismo, esposos cristianos, denle siempre gracias a Dios, por la sagrada institución de este santo, grande y portentoso de sacramento.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro Manual del Matrimonio Católico del Rev. Padre George A. Kelly.

Mons. Martin Davila Gandara