Consideraciones sobre el Sacramento del matrimonio

He escrito en otras ocasiones sobre el matrimonio, sobre los deberes de los esposos, y de las diferencias que hay entre el hombre y la mujer, y aun que se haya escrito mucho sobre estos temas es necesario e importante seguir reflexionando y considerando desde otros enfoques el valor del Sacramento del Matrimonio en toda su plenitud, ya que ello ayudará a fortalecer y dar más luces a los esposos católicos en estos tiempos de continuos  ataques que le hacen sus enemigos.

En el Evangelio de la misa del segundo Domingo después de Epifanía se lee que se celebraron bodas en Caná de Galilea (S. Juan II, 1).

Una de la consideraciones que tenemos que hacernos es hecho de que: Jesucristo, quiso asistir a unas bodas para hacernos ver que debe ser invocado por los que se unen al estado del matrimonio, si quieren atraer sobre ellos su bendición. Es cosa sabida que el matrimonio es uno de los siete sacramentos, y que para recibirlo dignamente es necesario llevar todas las disposiciones que pide una cosa tan santa.

El matrimonio Cristiano es un sacramento; por eso dice S. Pablo: “Este sacramento es grande, digo en Jesucristo y en su Iglesia (Ef. V, 32). Acabamos de leer, que Cristo se halló presente en las bodas de Caná para enseñarnos con este ejemplo que se halla siempre, aunque invisiblemente, en las bodas de los fieles bien dispuestos y que están en gracia. Al marido Dios le da a su mujer; (así como lo hizo con Adán y Eva) por eso debe de amarla. El Señor es el mediador de esta alianza; él es el que los junta y quien dice: “Yo los uno en matrimonio”. También debemos de recordar que el Sacramento es una figura de la unión del Verbo divino con la humanidad de Jesucristo, y de Jesucristo con la Iglesia católica, por eso en el prefacio del misa de las bodas dice: “O Dios, que consagraste el matrimonio con un misterio tan excelente, que la alianza nupcial es figura de la sagrada unión de Jesucristo y su Iglesia”.

Veamos, porque este Sacramento confiere Dios muchas gracias cuando se recibe con las disposiciones y sentimientos de devoción que merece. En virtud de este Sacramento Dios les da a los esposos en toda su vida muy grandes auxilios para resistir a las tentaciones, para regir bien a su familia, para educar bien a sus hijos en el santo temor de Dios, para llevar con paciencia las flaquezas del otro consorte, y para soportar las cargas e incomodidades del matrimonio. De todas estas gracias se privan cuando se casan en pecado mortal, y con un corazón lleno de afectos y deseos impuros y brutales.

Deben saber también, que el matrimonio de los católicos es indisoluble: Jesucristo lo dice en su Evangelio: El hombre estará unido con su mujer, y ambos serán una sola carne. No separe, el hombre lo que Dios ha unido (Mat. XIX, 5) San Pablo dice: La mujer casada está ligada por la ley del matrimonio a su marido mientras este viva; y así, si en vida de su marido se casa con otro, será tenida por adúltera (Rom. VII, 2) y en otra parte dice: El matrimonio sea tratado de todos con honestidad; el lecho nupcial sea inmaculado, pues Dios condenará los fornicarios y los adúlteros (Hebr. XIII, 4). A lo dicho por estas autoridades tan expresas, podrán comprender, cuán enorme delito es el adulterio: es tan grande el horror que Dios le tiene, que por este pecado se arrepintió de haber hecho al hombre: por este pecado mando el diluvio para inundar todo lo que tenía vida: por este pecado redujo a cenizas las ciudades de Sodoma y Gomorra, e hizo pasar al filo de la espada 24 mil hombre de su pueblo que habían pecado con los moabitas.

El adulterio en la nueva ley es un pecado incomparablemente más criminal que lo era en la ley antigua: ¿Y por qué? Porque el cuerpo es una cosa santa: fue consagrado a Dios por el Bautismo, santificado por el santo crisma de la Confirmación, y por la presencia del sagrado cuerpo de Cristo que han recibido en la Eucaristía; y este cuerpo lo manchan con los adulterios, y lo prostituyen a unas acciones infames y abominables. ¡Qué perfidia es faltar a la fidelidad que tú, hombre, has prometido a tu mujer, y tú, mujer, a tu marido; y esto en presencia de Dios, a vista de los Ángeles, y delante de la Iglesia! Piensen, les ruego, las terribles consecuencias del pecado del adulterio. Engendra criaturas que privarán a sus hijos legítimos de una parte de su herencia, que recaerá en el adúltero; y con esto se están cargando con unas restituciones que difícilmente pagarán, y se meterán en un laberinto del cual nunca podrán salir.

Veamos ahora las obligaciones de los casados. S. Pablo dice: Maridos, amar a sus mujeres como Jesucristo amo a su Iglesia, y se entregó a la muerte por ella para santificarla. Y más abajo dice, que la mujer debe de amar y honrar a su marido como la Iglesia honra a Jesucristo (Ef. V, 25). El sacerdote que los casa pide a Dios que les comunique este amor cuando bendice el anillo que les impone; el cual expresa que su amor debe ser de corazón y de perseverancia hasta el fin. Y si faltan estas cualidades, ¿qué viene a ser ese amor? No es sino un amor fingido y aparente; pues se da su cuerpo, y está enajenado su corazón. Hacen lo que un antiguo tirano, que juntaba un cuerpo muerto a un cuerpo vivo. Cuando no hay afecto a la persona con quien se casan, y tienen inclinación a otra, dan a su consorte un cuerpo muerto, le dan su cuerpo sin su alma, porque el alma está en donde ama. Otros no aman a sus mujeres sino con un amor sensual y mundano, en cuanto condescienden con sus humores viciosos: hacen como Adán, comen la fruta prohibida, les permiten las vanidades del mundo, toleran que vayan vestidas de un modo inmodesto; y después quieren que sean castas y fieles: esto, dice S. Juan Crisóstomo, es lo mismo que si echarán en el río un cebo gustoso, y no quisieran que lo tomaran los peces. Otros aman a sus mujeres con un amor voluble e inconstante; las aman cuando son jóvenes y sanas, y cuando ellas les pueden servir; pero si llegan a la edad en que estén arrugadas o enfermizas, las dejan como si fueran extrañas; esto es amar de la manera que lo hacen los paganos con sus mujeres. Por lo tanto los esposos católicos deben de amar a sus mujeres con un amor sincero y cordial, deben descubrirles su corazón, y comunicarles sus pensamientos. Y ustedes mujeres, deben amar a sus maridos como la Iglesia ama y honra a Jesucristo; deben amarse uno a otro con un amor puro, deben ayudarse mutuamente y a procurarse su salvación, comunicándose los buenos pensamientos que Dios les da, reprendiéndose caritativamente las faltas que podrían perjudicar al logro de tan santo fin, y recibiendo bien las advertencias que les haga el uno al otro.

Dios Nuestro Señor, quiere que el marido, sea santo, y que dé también ejemplo a su mujer. Igualmente desea que la mujer haga santo al marido, aun cuando no fuese muy religioso, dice S. Pablo: Santificado es el Barón infiel por la mujer fiel (I Cor. VII, 14). Pero no se conseguirá esto jamás si lo aturdes con tus quejas, con tus malas caras, con tus enfados y con tus gritos descompensados. Al contrario, lograrás lo que deseas si haces lo aquellas santas mujeres como Santa Mónica madre de S. Agustín. Teniendo paciencia con las flaquezas y defectos de los esposos.

Todo debe ser común entre ellos; bienes y males, gozo y tristeza. Cuando el uno está enfermo, debe el otro sentirlo y consolarlo. Es reprobable y vergonzoso que ciertos maridos pierdan su dinero en juegos o en bebidas alcohólicas, en vez de disfrutarlo en paz con sus mujeres; y que muestren tanto afecto a las extrañas, siendo tan duros y tan ásperos con su mujer que les ha servido con tanto corazón toda su vida.

Volvamos nuevamente con San Pablo que dice: se debe tratar el matrimonio con respeto, honrarlo en la intención que se tiene al cazarse; porque si esta intención es mala y viciosa, viciará y corromperá todo lo que a ello se sigue. ¿Quieren saber porque no está Dios en sus matrimonios? Por que no se le ha tenido presente al tiempo de cazarse: porque se han casado por una loca pasión buscando solo el placer; o por ambición; o por avaricia: todas éstas no son intenciones cristianas. El que se casa debe hacerlo para dar hijos a Dios y a la Iglesia, o por remedio a la concupiscencia, a fin de que estando ésta aplacada, el espíritu quede más libre para servir a Dios, amarle y honrarle.

Por último. Se debe de honrar el sacramento del Matrimonio, porque es una perfecta comunicación de corazón, de bienes espirituales y temporales: es necesario soportarse el uno al otro, nos dice S. Pablo. El marido es cabeza de la familia; por lo tanto la mujer debe de tolerar la imperfecciones del marido con humildad. Y en correspondencia el marido debe de tolerar con caridad las flaquezas y debilidades de la mujer. Dice S. Juan Crisóstomo: la esposa ha dejado a sus padres para venir a ponerse en los brazos del esposo, esperando vivir en paz el resto de su vida, y obrar la salvación en su compañía; y en vez de servirle el marido de padre y madre como debiera, es para ella un tirano un verdugo. Por eso el esposo debes pensar que ha Dios no agrada tanta crueldad. Y por lo mismo debe de considerar ¿Qué castigos debe esperar por ser tan cruel con esa pobre mujer que Dios le ha dado?.

Cuando los esposos no están de acuerdo, sino que el uno quiere una cosa y el otro otra, su casa es un infierno: todo es gritos, injurias, maldiciones, odios, celos, amarguras, sus negocios se trastornan, sus hijos se hacen licenciosos, y sus vecinos se burlan de ellos. Pero si al contrario, si viven en paz, y se ayudan mutuamente; si los maridos tratan a sus mujeres como a compañeras y no como a esclavas, si mutuamente se entienden uno a otro en el gobierno de su familia, su casa será un paraíso aquí en la tierra el cual será el presagio del paraíso celestial.

Espero en Dios que éstas consideraciones y reflexiones sigan llenando de luz y de fortaleza a todos los que han recibido el Santo Sacramento del matrimonio.

Mons. Martin Davila Gandara