Acuérdate, oh hombre que eres polvo, y que en polvo te convertirás”.
La Iglesia Católica inicia la Cuaresma con la imposición de la Ceniza a sus fieles. Siendo esto, el recordatorio de nuestra condición mortal y la afirmación de que la penitencia es necesaria.
La Cuaresma, aparte de ser un tiempo de penitencia, también es un tiempo de recogimiento, de oración, de reforma de vida y combate espiritual y de santificación, que es instituido por la Iglesia para honrar los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, ayunando, orando y triunfando del demonio.
Por lo mismo, pidamos al divino Salvador que nos ayude a comprender bien estos graves deberes, para ser verdaderamente sus discípulos y merecer su ayuda y favores durante la vida presente y durante la vida futura.
LA CUARESMA ES TIEMPO DE ORACIÓN.
Por tanto debemos orar siempre, así como nos propuso Nuestro Señor en San Lucas XVIII, 1: “De orar siempre sin dilación”; debido a ello la Iglesia nos invita de una manera especialísima durante la Cuaresma. Por eso su liturgia está llena de exhortaciones, siendo estas las más apremiantes y conmovedoras suplicas.
Escuchemos la voz de Nuestra Madre la Iglesia, y multipliquemos los ruegos de nuestro corazón; asistamos con más frecuencia al santo sacrificio de la Misa; visitemos más asiduamente el Santísimo Sacramento; recemos el santo rosario; hagamos el piadoso ejercicio del vía crucis.
Por otra parte, cuántos motivos nos obligan a orar más: el pensamiento de nuestros pecados, el conocimiento de nuestras miserias, de nuestras necesidades y tantos peligros como nos amenazan, la incertidumbre del provenir, el temor del juicio, etc., y en muchos de los casos no nos queda sino exclamar ¡Oh! ¡cuán necesaria nos es la misericordia de Dios y su ayuda!
Es por eso, que debemos pedir, sobre todo, la gracia de la conversión verdadera, de recibir con las mejores disposiciones los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, y de cumplir más exactamente nuestros deberes, en una palabra, debemos pedir la gracia de vivir más cristianamente y de alcanzar una santa y piadosa muerte.
Pidamos también la conversión de tantos cristianos cobardes, perezosos y negligentes, endurecidos en el pecado, que viven apartados de Dios y rebeldes a su ley y a su Iglesia, y recomendémosle a aquellos de nuestros parientes y amigos que vivan en un lamentable estado de indiferencia religiosa o de tibieza en el servicio de Dios. Hagamos por ellos una santa violencia al Corazón de Jesucristo, con nuestra oraciones y penitencias.
En nuestras oraciones no olvidemos pedir, por la conversión de los infieles, de los herejes y cismáticos, para que pronto vuelvan al camino y senda verdadera que es la Iglesia de Cristo la Iglesia Católica.
LA CUARESMA ES TIEMPO DE PENITENCIA.
La Iglesia nos repite con la más viva instancia las palabras del Jesucristo y de su Santo Precursor San Juan Bautista: “Si no hicieres penitencia todos pereceréis” (Luc., XIII, 5); “Arrepentíos y hagan penitencia, porque el reino de los cielos está cerca” (Mat., III, 2).
La penitencia es necesaria a todos, puesto que todos somos pecadores. Y quien dice no haber pecado es un mentiroso.
¡cuántas culpas, cuántas negligencias, cuánta tibieza en el servicio de Dios! ¡Cuántas deudas contraídas con la divina justicia!
Hasta ahora, ¿qué penitencia hemos hecho? Pues bien: “Ha llegado el tiempo favorable”. Imitemos a Jesucristo en el desierto. Observemos y cumplamos con los ayunos y abstinencias que nos manda la Iglesia.
Los católicos, no debemos poner vanos pretextos para dispensarnos de estas penitencias, y tampoco debemos dejarnos ganar y superar en esto, por los judíos y los musulmanes.
Cada día tenemos mil ocasiones o maneras prácticas de hacer penitencia, y esto sin perjudicar nuestra salud: por lo mismo debemos soportar pacientemente los defectos y los caprichos del prójimo, las palabras injuriosas, las humillaciones; y porque no imponernos una pequeña privación en la bebida o en la comida; mortifiquemos en lo más que podamos nuestras comodidades, vigilar más sobre nosotros mismos, sobre nuestras palabras, y sobre nuestros sentidos.
Debemos aceptar con resignación las cruces, las pruebas, las enfermedades que Dios nos envía o permite; también debemos reprimir las quejas y la murmuraciones contra quien sea o lo que sea. Como dice Nuestro Señor en S. Mateo, XI, 29 y el Santo Job, I, 21. ¡Oh, qué agradable es a Dios semejante resignación y qué meritoria delante de Él!
Procuremos también cumplir nuestros deberes, cueste lo que cueste, haciéndolo todo con espíritu de sacrificio y de amor. Debemos trabajar constantemente, purificados y santificados por el espíritu de fe. también debemos practicar la obediencia perfecta y la renuncia a nuestra propia voluntad, todo ello, haciéndolo por amor a Jesucristo, que “se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz”. (Fil., II, 8)
¡Cuántos medios tenemos, si quisiéramos, de hacer penitencia cada día, de satisfacer aquí en la tierra a la justicia de Dios y con ello merecer el cielo!
LA CUARESMA ES TIEMPO DE REFORMA Y DE COMBATE.
El católico lo primero que tiene que hacer, es cesar de pecar, así como dice el profeta Isaías, I, 16; y huir de las ocasiones peligrosas; alejemos también el odio, el rencor, los deseos de venganza; perdonemos a nuestros enemigos; no más injusticias, fraudes, usuras; hagamos las restituciones y las reparaciones a que estamos obligados, como dice S. Pablo a los Rom., VI, 4: “Así también nosotros caminemos en nueva vida”.
Renunciemos a las malas costumbres y juegos, a la embriaguez, a la incontinencia, etc.. Abstengámonos de estos vicios que alegran al demonio, y afligen a la Iglesia y crucifican de nuevo a Jesucristo.
Todos nosotros tenemos más o menos defectos; con la ayuda de Dios debemos corregirlos, entre estos defectos, ordinariamente hay uno en cada uno de nosotros, que es el dominante o cabeza de otros, que es la fuente de casi todas nuestras caídas. Apliquémonos a conocerlo bien y a combatirlo con exámenes de conciencia y firmes propósitos.
Combatamos animosamente, mortifiquemos nuestras malas inclinaciones, despojémonos del hombre viejo, asi como dice S. Pablo y revistámonos del hombre nuevo.
LA CUARESMA ES TIEMPO DE SANTIFICACIÓN.
Dice San Pablo: “He aquí ahora el tiempo aceptable, he aquí ahora el día de salud” (II Cor., VI, 2). “Os exhortamos también que no recibáis en vano la gracia de Dios” (II, Cor., VI, 1).Durante este santo tiempo en que sobreabundan las gracias de Dios, esforcémonos en aprovecharnos mejor de ellas; en ser más solícitos para hacer que no se malogren, a fin de merecer que nos sean aplicados los frutos de la Redención.
Ejercitémonos cada día en la práctica de las virtudes cristianas, sobre todo de las que nos son más necesarias según nuestra condición, por ejemplo, la humildad, la modestia, la paciencia, la caridad. Hagamos frecuentemente actos de fe, de esperanza y de amor de Dios.
Santifiquémonos con la asistencia más frecuente y más y más piadosa a la Santa Misa, a la palabra de Dios; porque “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Acerquémonos con más frecuencia y fervor a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Y por lo mismo procuremos no faltar al precepto de la Confesión y Comunión anual, sobre todo en este santo tiempo de Cuaresma. ¡Oh! Si los cristianos recibieran estos dos sacramentos con las debidas disposiciones, pronto llegarían a ser puros, fuertes, terribles contra el demonio, como si llevarán una vida celestial y divina.
Por último, sea el santo tiempo de la Cuaresma para todos nosotros un tiempo de gracia y de salvación. Miremos a Jesús en el desierto, y oremos con Él, hagamos penitencia y combatamos con Él, vivamos de una manera digna de Él, practicado el bien y haciéndonos dignos de resucitar con Él, a fin de gozar con Él en el cielo.
Gran parte de este escrito esta tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.