Deberes y derechos de los padres con los hijos

Una de las más grandes prerrogativas del hombre es la paternidad, que consiste en el acto de comunicar vida a un ser de naturaleza semejante.

Dios hace al varón partícipe de uno de sus más excelsos atributos, cual es la paternidad, lo invistió de autoridad, lo constituyó en jefe de la familia. De allí que toda paternidad, en el orden natural y sobrenatural y, por consiguiente, toda autoridad viene de Dios.

La dignidad y grandeza de la maternidad estriba precisamente en que la mujer es, en el plan divino, la colaboradora del varón en la obra de trasmitir la vida, la compañera del hombre como padre.

Dios ha depositado en el corazón maternal tesoros inagotables de abnegación, ternura y delicadeza, y El mismo comparó su infinito amor hacia nosotros con el amor de una madre.

La grandeza y dignidad de la maternidad se acrecienta por el hecho de haberse hecho Dios hombre en el seno inmaculado de una Virgen Madre, quien por voluntad divina, es también Madre nuestra.

La consideración de estas profundas verdades debe despertar en los actuales y futuros padres y madres de familia, conciencia de su dignidad y de su responsabilidad; y debe estimularlos a una más esmerada preparación y a una correspondencia más generosa en orden al cumplimiento de la misión sublime que Dios les confía.

Por lo mismo Dios delega la patria potestad en los padres, que vienen siendo la autoridad que, como representantes de Dios, tienen sobre los hijos.

La autoridad paterna y materna reposa sobre el fundamental principio, de que toda sociedad bien ordenada exige una autoridad, como también en el hecho de haber recibido de Dios,  todos los derechos correlativos a los deberes que traen consigo la procreación y educación de los hijos.

Los deberes de los padres para con los hijos, se pueden reducir a dos: a amarlos y a educarlos.

El amor de los padres para con los hijos debe ser: sincero, demostrando prácticamente con obras; y bien ordenado, o sea, que no se deje llevar por pasiones, ni tenga injustas preferencias.

Contra el amor a los hijos pueden faltar los padres por exceso: consintiéndoles sus caprichos y dejando pasar inadvertidas sus faltas; y por defecto: siendo con ellos demasiado duros y poco cariñosos.

El derecho y el deber más importante de los padres es la educación de los hijos.

“Educar, afirma, (Pichenot) es sacar de un niño un hombre, y de un hombre un cristiano, y de un cristiano, un héroe y un santo”. “Educar, dice Mons. Dupanloup, es preparar la vida eterna elevando la vida presente”.

Desgraciadamente en la actualidad los padres no tienen estos santos y sabios conceptos, y esto esta sucediendo, como ya muchísimas veces lo hemos estado repitiendo, es debido a la enseñanza laicistas que busca la total independencia del hombre hacia Dios y también a la gran crisis y decadencia de la Iglesia desde Vaticano II.

La educación, por tanto, consiste en el desarrollo armónico de todas las facultades físicas, intelectuales y morales.

La educación se divide en educación corporal y en educación espiritual.

En cuanto a la educación corporal, los padres deben: cuidar de la vida del niño, sustentarlo y proporcionarle los medios necesarios para abrirse camino en la vida.

El deber de velar por la vida de sus hijos, desde el momento de la concepción hasta que puedan valerse por sí mismos, consiste en que sean precavidos contra todo lo que pueda serles nocivo y procurar que crezcan sanos y robustos.

El deber de sustentarlos consiste en darles alimento, vestido, habitación y, en general, todo lo necesario para vivir, de acuerdo con su posición.

Los padres deben además proporcionar a sus hijos una profesión u oficio, y si es posible, asegurar de alguna manera, mediante el trabajo y el ahorro, el porvenir de los mismos, para que puedan vivir honestamente y convenientemente dentro del estado que elijan.

En cuanto  a la educación espiritual, los padres deben instruir, dar buen ejemplo, vigilar y corregir a sus hijos.

El deber de instruirlos, consiste en proporcionarles, por sí mismos o valiéndose de personas capacitadas, el conocimiento teórico y práctico de la doctrina cristiana y también aquellos elementos de cultura necesarios o útiles para la vida, de acuerdo con la posición social y circunstancias económicas de cada familia.

El deber de darles buen ejemplo implica tanto el evitar todo lo que sea para ellos ocasión de escándalo, y también deben de observar siempre y en todas partes una conducta digna de padres cristianos, mediante el cumplimiento del deber, la práctica de la virtud y la frecuencia de sacramentos.

El deber de vigilarlos consiste en enseñarlos a que sean precavidos y también en apartarlos con diligencia y tacto de todo aquello que pueda dañar su cuerpo y principalmente su alma, como por ejemplo, las mala programación del Internet y la TV, de las malas lecturas, diversiones, amistades, conversaciones, etc.

El deber de corregirlos, consiste en no dejar pasar inadvertidamente sus faltas, sino por el contrario, reprenderlos y si es necesario, castigarlos (como ya se ha mencionado en otros escritos, antes de corregir y disciplinar, es necesario dominarse así mismos y no dejándose llevar de la ira y el mal genio que los puede hacer perder el control de sí mismos, y ello los lleve a gritarles, y amenazarlos, con golpes y malas palabras); también deben estimularlos, haciendo intervenir siempre el elemento sobrenatural, a la corrección de sus defectos, y a la adquisición de buenos hábitos.

En lo que se refiere a la elección de estado los padres tienen la obligación de orientar, aconsejar y dirigir a sus hijos; pero deben dejarles en absoluta libertad de elegir.

Por último todos estos deberes son muy graves y delicados, si los cumplen debidamente, atraerán sobre ustedes la bendición de Dios, y con ella el cielo. Si son descuidados en cumplir estas obligaciones, de lo cual darán estrecha cuenta a Dios Nuestro Señor.

Mons. Martin Davila Gandara