Dios Trino y Uno

“El Señor, nuestro Dios, es un solo Señor” (Deut., VI, 4)

En este domingo de la Santísima Trinidad. Primeramente, imaginémonos ver la morada de la gloria, y escuchemos a los serafines que, abrasados en amor y cubriendo el rostro con sus alas, entonan ante la majestad divina el cántico de adoración suprema: ¡Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de los ejércitos!

Por los mismo. Pidamosle humildemente que nos hagamos dignos de subir al monte de la santidad, para que un día podamos entonar en el cielo, en unión de los serafines, este mismo cántico de gloria.

Dios es uno en esencia

Dos cosas adoramos en el misterio de la Santísima Trinidad: la unidad de naturaleza y la trinidad de personas.

1. Unidad de naturaleza es decir, que no hay más que un solo Dios, con una sola esencia y divinidad, sin que sea posible haber muchos dioses. De suerte que no hay más que un Criador, un Señor, un primer principio y un último fin de todas las cosas. Y así tiene que ser.

Porque primeramente, como Dios es un bien sumo e infinito, en quien están encerrados todos los bienes y perfecciones posibles, sin que le pueda faltar una, porque, si le faltara, sería imperfecto; síguese claramente que no es más que uno, porque, si hubiese otros dioses, faltárale la bondad y perfección que tienen éstos y por la cual se diferencia de ellos.

De aquí que Él y sólo Él puede mandarnos que le amemos sobre todas las cosas con todo nuestro corazón, porque es sumo bien, todo bien único bien digno de ser amado con sumo amor y con único amor, sin dividirlo ni partir el corazón con otros amores que no sean en orden a su amor.

2. Lo segundo, porque, como Dios es soberano y supremo Señor y gobernador de su criaturas, a quien todas están sujetas y a cuya voluntad eficaz ninguno puede resistir, síguese que no es más que uno sólo; porque si fueran muchos dioses, tuvieran diferentes juicios, voluntades y poderes, y no fuera posible durar el mundo en la paz y concierto que tienen las criaturas.

3. Como Dios es nuestro Supremo legislador, a quien pertenece darnos leyes, porque su dictamen y voluntad es regla de lo que hemos de hacer, y a El también pertenece ser juez de todos, para dar premios a los obedientes y castigo a los rebeldes, y El mismo es nuestro último fin y bienaventuranza, en cuya vista y posesión hallaremos hartura y satisfacción de todos nuestros deseos.

Síguese de todo esto, evidentemente, que no puede ser más que un Dios, un legislador y supremo juez y un último fin. Y en esto se funda la obligación que tenemos a que nuestra intención sea sana, pura y sencilla, enderezando todas nuestras obras a solo Dios como nuestro último fin, buscando su sola honra y gloria en todas las cosas.

De todo esto tenemos que sacar: Primero, una grande compasión de los infieles e idólatras que multiplican dioses falsos con injuria del verdadero Dios. Por lo mismo supliquemosle que destruya tal vicio del mundo.

Segundo, sacaremos cuán grave mal sea el pecado que pretende destruir la unidad de Dios, admitiendo falsos dioses, pues, como dice San Pablo, los carnales tienen por dios a su vientre; los avarientos, al dinero; los soberbios, a la honra vana, y cada uno toma por su dios y último fin a la cosa por la cual deja el verdadero Dios; de donde procede que cada día, como dice la Escritura, inventan dioses nuevos.

Tercero, saquemos un entrañable deseo de reducir todas nuestras pretensiones, aficiones y deseos a este uno y supremo Dios, sin derramarse a otras cosas, contentándonos con amar, reverenciar y servir a un solo Dios, creador de todas las cosas, de quien todas proceden, y a un solo fin, a quien todas se ordenan, en quien hallaremos descanso y hartura sempiternas.

Trinidad de personas

Nuestro Dios y Señor, de tal manera es uno en esencia, que juntamente es trino en personas; Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿Cómo puede ser esto? No hay entendimiento humano ni angélico que lo pueda comprender. ¡Es un misterio!

Pero, aunque no alcancemos el modo cómo es, podemos discurrir que Dios Nuestro Señor junta en sí mismo todo lo bueno y perfecto que vemos en las criaturas, sin lo malo e imperfecto que hay en ellas. Y así, tiene lo bueno de ser uno, sin malo que tiene ser solo, y tiene lo prefecto de ser de alguna manera muchos, sin lo imperfecto que tiene ser diversos.

Es uno en la esencia y divinidad, uno en la bondad, sabiduría, omnipotencia y en todos los demás atributos. Y a esta causa, las tres divinas Personas, como son un Dios, tienen un mismo sentir y querer, un mismo poder y obrar, sin que haya entre ellas diferencias de pareceres, ni contrariedad de voluntades, ni encuentro en las obras, porque todas sienten lo mismo, quieren lo mismo y obran lo mismo fuera de sí, con suma paz y concordia.

Pero, juntamente, son tres Personas distintas, y no una sola, porque no careciese Dios de la perfección y gozo que trae consigo la comunicación y amistad perfecta entre iguales, y para que la bondad, sabiduría y potencia de Dios cumpliesen su deseo de comunicarse infinitamente con modo infinito.

¿Cómo llena el Padre estos deseos? Comunicando su divina esencia y toda su sabiduría y omnipotencia al Hijo; y el Padre y el Hijo comunican lo mismo al Espíritu Santo; y entre estos tres hay infinito amor y amistad perfectísima, como entre personas iguales y semejantes que llegan a ser una misma cosa, real y verdaderamente, en la sustancia de su divino ser.

En esta comunicación y amistad hay infinito gozo y alegría, gozándose infinitamente cada Persona del propio ser personal que tiene la otra.

De esta consideración tenemos que sacar: primero, una grande admiración y profunda reverencia a la majestad de Dios, uno y trino, venerando sumamente lo que no alcanzamos, y animándonos, como dice Isaías, a creerlo para entenderlo,

Y exclamando como San Pablo: ¡Oh Alteza de la riquezas del ser y sabiduría de Dios! Si tus juicios son incomprensibles y tus caminos investigables, ¿cuánto más incomprensible será tu Ser, cuánto más investigable tu Deidad? Aumenta, Señor, nuestra fe, para que creamos tu soberana Trinidad de modo que la amemos y lleguemos a gozar de ella para siempre.

Luego tenemos que aplicarnos a considerar el modo como podemos imitarla, acordándonos de que Cristo, la noche de la cena, pidió a su Padre para que nosotros fuésemos una cosa como los dos lo eran; de modo que como las tres divinas Personas tienen un mismo sentir y un mismo querer y obrar en todas las cosas.

Así nosotros procuremos unirnos y hacernos una cosa con Dios por amor, teniendo un mismo sentir con el suyo en todas las cosas que nos ha revelado, y un mismo querer en todas las cosas que nos ordene, haciendo todas nuestras obras del modo que nos las manda, sin apartarnos de su voluntad en cosa alguna, conformándonos con ella con suma concordia y alegría.

Cómo pasa en Dios este misterio

La primera persona, que es el Padre, conociéndose y comprendiéndose a sí mismo y a su divina esencia con infinita mayor claridad que cuando nosotros nos vemos a nosotros mismos en un espejo, forma dentro de sí por este conocimiento un concepto e imagen viva de sí mismo.

Y este concepto es el Hijo, el cual, como dice San Pablo (Hebr., I, 3), es el resplandor de la gloria de su Padre, figura de su sustancia, imagen invisible suya. Este es el que llama San Juan Verbo y palabra de Dios, la cual habla dentro de sí, exprimiendo y expresando en ella todo cuanto Dios sabe, y por esto se llama su Sabiduría.

En produciendo el Padre al Hijo, necesariamente le ama y se complace en Él con infinito amor y gozo, porque ve en Él su misma bondad infinita; y el Hijo, de la misma manera ama al Padre, con infinito amor y gozo, por la infinita bondad que ve en Él y recibe de Él; y los dos juntos por este amor, producen un ímpetu o impulsos de su divina voluntad, que llamamos Espíritu Santo, comunicándole su misma divinidad, y así es un Dios con ellos.

Como todo esto está en Dios desde su eternidad, de ahí que todas tres Personas son eternas, sin que una sea primero que otra; todas tres son inmensas, sin que puedan apartarse una de otra, y dondequiera que esté el Padre, están el Hijo y el Espíritu Santo.

Y todas tres son iguales, sin que una sea mayor en dignidad que la otra; y todas tres tienen cumplida y entera bienaventuranza, con el conocimiento y amor de sí mismos y de su divinidad, sin tener necesidad de cosa alguna fuera de sí mismos.

Aunque Dios en su eternidad, antes de crear al mundo, estaba solo sin criaturas, no estaba ocioso ni sin gozo, porque su principal obra es la interior de conocimiento y amor, en la cual está su inefable gozo.

De ella proceden las obras exteriores que son comunes a todas tres Personas, porque todas son un Creador, Santificador y Glorificador, y un Bienhechor, de quien proceden las obras de la naturaleza, gracia y gloria. Y así, todas tres oyen nuestras oraciones, cumplen nuestros deseos y nos llenan de sus misericordias.

Por último: Rindamos constantemente nuestra razón al yugo suave de la fe, y contentémonos con saber que Dios, infinitamente sabio y santo, nos ha revelado claramente este admirable misterio.