El amor divino y el Sacrificio de la Misa

“HOC FACITE IN MEAM COMMEMORATIONEM” (Luc., XXII, 19). “HACED ESTO EN MEMORIA MIA”.

El amor de Jesús para nosotros va en continuo aumento: no le bastó morir una vez en el Calvario por nosotros, ha querido renovar y perpetuar en todos los rincones del mundo aquel Sacrificio. ¿Cómo? Por medio de la Santa Misa.

¡Si pudiéramos comprender el infinito valor de esta augusta y sublime acción! La santa Misa vale tanto cuanto vale Dios, por ser la santa Misa el mismo sacrificio del Hijo de Dios en la Cruz.

Apenas el Sacerdote ha pronunciado las prodigiosas palabras de la Consagración, el Unigénito Hijo de Dios baja a nuestros altares; y mientras que del Corazón Divino se eleva a Dios el aroma del más perfecto sacrificio, baja a nosotros la benéfica lluvia de la más amorosa misericordia.

I. IDENTIDAD DEL SACRIFICIO DEL CALVARIO Y DEL ALTAR.

Para las almas devotas de la Pasión del Señor es muy consolador reflexionar sobre esta verdad: que la sublime tragedia que se verificó en el Calvario se renueva cada día en nuestros altares.

1)—ESTA ES UNA VERDAD FUNDAMENTAL, de la que se derivan muchos y my saludables frutos. Sobre esta verdad conviene tener ideas y creencias muy firmes. Cuando celebramos los otros misterios de la vida de Nuestro Señor no hacemos más que renovar la memoria de ellos: a)Navidad nos recuerda el nacimiento del Salvador; b)La Ascensión nos recuerda la entrada de Jesús triunfante en el Reino que había conquistado; c)Pentecostés nos recuerda la venida del Espíritu Santo.

Pero la santa Misa no es una simple representación o un recuerdo del Sacrificio del Calvario, sino que el mismo Jesucristo en el altar es otra vez místicamente sacrificado. Así es que podemos afirmar que la santa Misa es el mismo sacrificio de la cruz repetido y continuado a través de los siglos. Porque:

2)—TENEMOS EL MISMO SACERDOTE o sea Jesucristo de quien todos los demás sacerdotes no son más que ministros y representantes.

3)—TENEMOS LA MISMA VICTIMA. El Redentor, el día antes de su muerte, después de haber celebrado la cena legal con sus discípulos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y dio a los suyos con estas palabras todopoderosas: “Este es mi cuerpo; tomad y comed…” Jesús había celebrado la primera Misa y conmemorado de antemano su inmolación en el Calvario. Luego queriendo dar perpetuidad en los tiempos a este sacrificio incruento pronunció estas otras palabras omnipotentes:

Haced esto en memoria mía”; es decir: renovar por todos los siglos este sacrificio que es una repetición o continuación del sacrificio cruento que tendrá verificativo mañana, en memoria mía. El mismo cuerpo y la misma sangre que mañana serán separados con una ejecución sangrienta, quedan también consagrados cada día por separado, como yo acabo de consagrarlos bajo las especies del pan y del vino.

II. EXCELENCIA DEL SACRIFICIO DE LA MISA.

Habiendo demostrado que el sacrificio de la santa Misa es idéntico al sacrificio de la Cruz, de donde vino la salvación del mundo, muy fácilmente podremos comprender las excelencias y utilidades del sacrificio del altar. Sin embargo para más avivar nuestra fe, podemos asegurar:

1)—NO HAY COSA MÁS GRANDE QUE EL SACRIFICIO DE LA MISA porque la Misa es COMPLEMENTO…

a) del misterio de la Creación. El fin de la creación es la existencia física y material del hombre; el fin de la Misa es Dios mismo escondido bajo los velos sacramentales;

b) del misterio de la Encarnación. El verbo Divino una sola vez se encarnó en el seno virginal de María Santísima; en la Santa Misa  el mismo Verbo Divino se encarna cuantas veces el Sacerdote pronuncia las sublimes palabras de la consagración:

c) del misterio de la Redención. Beneficio incomparable fue el del Hombre-Dios cuando con su Pasión y Muerte de Cruz nos rescató del demonio y del pecado; pero de nada nos serviría este sacrificio si no supiéramos aprovecharlo mediante los misterios del altar.

2)—NADA HAY MÁS AGRADABLE A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. No podemos hacer cosa más grata a Nuestro Señor que asistir a la Santa Misa en la que se renuevan los misterios celebrados por Jesús en el Cenáculo y en la Cruz. La Santa Misa es en sí misma la acción más meritoria, y por lo mismo es también la más santa. Es un acto superior a cualquier otro acto, aun el más heroico de nuestra vida, puesto que no puede haber acto más grande que la inmolación del Mismo Jesucristo Dios y hombre verdadero.

3)—NO HAY COSA MÁS ÚTIL PARA EL CRISTIANOa) útil para los asisten a la Misa. En ella pedimos para los asuntos más importantes de nuestra vida,, y aseguramos la eterna salvación de nuestra alma. En unión con Jesucristo cumplimos los deberes más sagrados que tenemos para con Dios, el de adorarlo y darle gracias por todos beneficios recibidos; b) útil para quienes se ofrece la Misa. Ciertamente que nada puede haber de mayor provecho para un alma que tener quien asista a la Misa por ella y que en su nombre ofrezca a Dios el incruento sacrificio del altar. En comparación de esto, nada valen todos los tesoros de la tierra. Por este medio de han alcanzado infinitas gracias en todos los órdenes, se han logrado conversiones maravillosas, y se han abierto las puertas del cielo a innumerables almas.

4)—NADA HAY MÁS PROVECHOSO PARA EL MUNDO. Sin la Misa no tendríamos la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, ni Jesús siempre presente en el Sagrario: careceríamos del inefable consuelo de visitarlo, y de la dicha incomparable de poderlo recibir en nuestros corazones.

¡Cuántos dones, beneficios, gracias y felicidades trae al mundo la celebración de la Santa Misa!

El don del sacrificio del Altar es pues, una nueva prueba del amor progresivo de Jesús para el hombre.

III. DISPOSICIONES PARA ASISTIR PROVECHOSAMENTE A LA SANTA MISA.

No todos entienden cuan grande beneficio es el asistir a la Santa Misa. Para algunos parece ser una pérdida de tiempo: no van a Misa porque, según ellos, nada tienen que ganar y, si alguna vez asisten a su celebración, lo hacen de mala gana o casi por fuerza. Para tales podrán servir las consideraciones siguientes:

1)—EN LA CUMBRE DEL CALVARIO PODEMOS DISTINGUIR TRES CLASES de personas que asistían a la muerte de Jesús: a) los que crucificaban y blasfemaban a Jesús: los escribas y fariseos, los verdugos, los malvados todos que en una u otra forma tomaron parte en la crucifixión, como los son todos los pecadores; b) los indiferentes que acudieron atraídos por la curiosidad; c) los amigos como la Virgen María, San Juan, María Magdalena y las piadosas mujeres.

2)—TAMBIÉN EN NUESTROS TEMPLOS PODEMOS DISTINGUIR TRES CLASES de personas que asisten a la Santa Misa: a) los que van a Misa por motivos profanos: van para ver o para ser vistos; asisten con menosprecio de las sagradas ceremonias, o tienen conversaciones indignas de la casa de Dios. No puede haber duda que su presencia ofende a Dios y es una profanación de los sagrados misterios que se están celebrando. Ninguno de nosotros querrá formar parte de esta clase de personas; b) los que van por mera costumbre y se portan con indiferencia y sin recogimiento, dándose por satisfechos con cumplir estrictamente con la obligación. Los tales suelen situarse lejos del altar; se quedan cerca de la puerta; son los últimos en llegar y son los primeros en salir de Misa. Tampoco quisiéramos ser nosotros del número de esta clase cuya presencia no debe ser muy agradable a Dios Nuestro Señor; c) los que asisten a Misa con verdadera fe o sea los que, además de cumplir con la obligación, van para satisfacer su devoción y asistir a la inmolación incruenta del Redentor con el fin de alcanzar los grandes bienes que proporciona el santo sacrificio. Estos procuran tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo como exhorta S. Pablo a los Filipenses (II, 5), y consideran un deber muy honroso para ellos el participar del Sacrificio de la Misa no con una asistencia meramente pasiva, negligente y distraída, sino que desean ponerse en contacto con el Sumo Sacerdote Cristo Jesús, ofrecida con El y para El, el Sacrificio del Calvario, para santificarse con El.

¡Oh si los Cristianos conocieran el inmenso tesoro que está escondido en la Santa Misa, y el grandísimo provecho que pueden sacar para sus almas! No se contentarían con oír la Misa todos los domingos y en las fiestas de guardar, sino que procurarían asistir a este tan santo sacrificio todos los días que pueden.

¡Felices y dichosos los que santifican el día comenzando con la Santa Misa!

Gran parte este escrito fue tomado del Libro Jesús Creador del Amor. Por el Rev. P. Ernesto Rizzi, S. J.

                                                           Mons. Martin Davila Gandara