El Purísimo Corazón de María

“María conservaba todas estas cosas en su corazón” (Luc., II, 51)

Esta cita del Evangelio es sobria hablando de María Santísima, pero ¿cuántas cosas están contenidas en esta sencilla reflexión de San Lucas: “María conservaba todas estas cosas en su corazón”

¿Quién podrá decirnos las hermosuras y las riquezas de aquel corazón tan puro, pues además de las gracias de que Dios lo había colmado desde el principio él se enriquecía cada día más y más, y era como un fiel espejo donde se iban a reflejar todos los pensamientos y todas las acciones de Jesús? Ya que el corazón de María era verdaderamente el Corazón de Jesús.

Estudiemos, pues, en este día 22 de agosto, día de la festividad del Inmaculado Corazón de María, este Corazón tan perfecto, a fin de excitarnos a honrarlo y a imitarlo.

Para ello, vamos a ver, como era el Corazón de María: 1) En sí mismo; 2) Respecto a Dios; 3) Respecto a nosotros.

Antes de proseguir con el estudio del Corazón de María, vamos a determinar que cosa es el Corazón. Es claro que no se trata del órgano que preside la circulación de la sangre. Por el Corazón se entiende como la facultad con que el hombre ama.

Por eso, el amor del hombre, considerado integralmente, no es ni puramente espiritual como los ángeles ni puramente sensible como el de los animales, sino una hermosa combinación de amor espiritual y de amor sensible. El corazón es pues el que nos hace amar así, con un amor integralmente humano, que tiene algo de cielo y algo de la tierra.

Ahora, prosigamos con el estudio del Corazón María Santísima.

EL CORAZON DE MARIA CONSIDERADO EN SI MISMO

1o. Se puede decir que este Corazón santísimo es la obra maestra del Altísimo, que habiendo creado a María para ser la Madre del Verbo, la enriqueció con toda suerte de gracias excelentes y de celestiales dones, para que efectivamente fuese digno tabernáculo de Dios en la tierra.

2o. Este Corazón era de una pureza sin mancha, más puro que el firmamento, más hermoso que el sol, exento del mismo fomes del pecado o incentivo de la concupiscencia y todas esas mala pasiones que frecuentemente introducen la turbación y el desorden en nuestros pobres corazones. Porque María Santísima había sido concebida sin la lepra del pecado original, porque jamás empañó la pureza de su alma la menor imperfección.

3o. Por las luces sobrenaturales que iluminaban su inteligencia, María tenía un conocimiento claro de la grandeza de Dios y de su propia nada. Por eso su Corazón era perfectamente humilde, anonadándose ante la Majestad divina y refiriéndole todo lo que en ella había de bueno, y todo el bien que ella podía hacer.

4o. También, por esas misma luces, María comprendía la vanidad y la nada de las cosas de este mundo. Por eso su Corazón estaba absolutamente desprendido de todo, y perfectamente libre de todo afecto desarreglado, no viendo más que a Dios, no buscando más que a Él, realizando ya de antemano la palabra del Apóstol: “Estoy muerta, y mi vida está escondida con Cristo en Dios”.

EL CORAZON DE MARIA RESPECTO A DIOS

1o. Este Corazón, tan puro y tan colmado de gracias, estaba lleno de agradecimiento y abrasado de amor a Dios, de celo por su gloria, de sacrificio por sus intereses. María Santísima no pensaba sino en su Jesús, no vivía sino para Él; cada uno de sus actos, de sus pensamientos, cada latido de su Corazón, eran otros tantos actos de amor, siendo éste el más perfecto, así como dice el Cantar de los Cantares V, 2: “Yo duermo, pero mi corazón vela”.

2o. María Santísima era absolutamente obediente y sumisa en todo en beneplácito de Dios, que constituía la única regla de su conducta. Y su constante estribillo consistía en aquellas palabras del Evangelio de S. Lucas I, 38: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum” (He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra).

3o. Su amor a Dios, su sacrificio perfecto y entero hacían de ella, en todo tiempo y a toda hora, una hostia pura, santa y grata a Dios. Su inmolación fue pronta, voluntaria y sin restricción, generosa y continua, en unión con su amadísimo Jesús.

4o. Su Corazón se consumía con santos y ardientes deseos de ver a Dios glorificado, a Jesús reconocido y amado. ¿Quién podrá decir sus lágrimas y sus suspiros, con el fin de obtener el pleno éxito de la gran obra de la Redención? Ya que el Corazón de María, era el Corazón de Jesús.

EL CORAZON DE MARIA RESPECTO A NOSOTROS

1o. Siendo el Corazón de María tan unido y de todas las maneras tan semejante al de Jesús, es claro que estaba lleno de bondad, de mansedumbre, de benevolencia y de caridad para con los hombres. Jesús se encarnó y quiso dar su sangre y su vida por ellos. Por su salvación. María dio más que su propia vida, dio a su Jesús;por eso, en cambio, ella nos recibió a todos por herencia, como sus hijos adoptivos, con aquellas palabras de Nuestro Señor Jesucristo al pie de la cruz: “Mujer, he aquí a tu hijo”.

Para ello, se necesitaría comprender el corazón de una madre y en este caso de una tan gran Madre como es María Santísima, para poder medir la extensión y el valor de un don como el de Jesús; y también sólo Jesús, al instituirla Madre nuestra, pudo darle un amor inmenso, semejante al suyo, para que lo derramase sobre nosotros, sus hijos.

2o. Por eso el Corazón de esta tierna Madre no cesa de velar sobre todos nosotros, de protegernos, de hacernos bien. Ella nos ha dado a luz con dolor, al pie de la cruz, y tanto más nos ama cuanto más le hemos costado. Su Corazón y sus ojos velan sobre nosotros día y noche; estando ella siempre dispuesta a escucharnos y atendernos.

3o. ¿Quién podrá decir el celo de María por nuestra santificación y nuestra salvación? Ella pide por nosotros, nos invita, nos advierte, nos instruye, nos excita a huir del mal y a hacer el bien. Así como el niño no ve, no sospecha siquiera la acción inquieta y vigilante de su madre; pero él recoge de ella sus frutos.

¡Cuántas almas deben a María su conversión, su perseverancia, su salvación! ¡Cuántos milagros de amor, ha obrado la Virgen María en la advocación de Guadalupe, en la Salette, en Lourdes, en Fátima, por medio del santo escapulario del Carmen, y por la medalla Milagrosa!

4o. Si San Pablo podía decir a los fieles de su tiempo: “Sed imitadores míos así como yo lo soy de Cristo” (I Cor., IV, 16), con mucha mayor razón María nos dice a todos nosotros, sus amados hijos. “Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de santa esperanza” (Ecli., XXIV, 24). Vayamos, pues, a aprender en su escuela la humildad, la obediencia, la modestia, la mansedumbre, la paciencia, y todas sus virtudes.

Por último, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, al Corazón bendito de María nuestra bondadosa Madre; consagrémosle todo nuestro ser; pidámosle que nos haga más y más santos y dignos de ser tabernáculos de Jesús. Que por ella y con ella merezcamos algún día ver y amar eternamente a su divino Hijo en el cielo.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

 
Mons. Martin Davila Gandara