El Purísimo Corazón de María

“María conservaba todas estas cosas en su corazón” Lc., II, 51

¿Quién podrá decirnos las hermosuras y las riquezas de aquel corazón tan puro, pues además de las gracias de que Dios lo había colmado desde el principio, este corazón se enriquecía cada día más y más, y era como un fiel espejo donde se iban a reflejar todos los pensamientos y todas las acciones de Jesús? Por eso, el Corazón de María es verdaderamente el Corazón de Jesús.

En este día fiesta del Inmaculado Corazón de María, es necesario que estudiemos, este Corazón tan perfecto, a fin de excitarnos a honrarlo y a imitarlo.

El corazón de María considerado en sí mismo.

1. Se puede decir que este Corazón santísimo es la obra maestra del Señor, que, habiendo creado a María para ser la Madre del Verbo, la enriqueció con todas con toda suerte de gracias excelentes y celestiales dones, para que efectivamente fuese digno tabernáculo o sagrario de Dios en la tierra.

2. Este Corazón era de una pureza sin mancha, más puro que el firmamento, más hermoso que el sol, exento del mismo fomes de la concupiscencia y todas esas malas pasiones que frecuentemente introducen la turbación y el desorden en nuestros corazones. Porque María había sido concebida sin la lepra o culpa del pecado original, y jamás empañaron la pureza de su alma ni la menor falta ni la menor imperfección.

3. Por las luces sobrenaturales que iluminaban su inteligencia, María tenía un conocimiento claro de la grandeza de Dios y de su propia nada. Por eso su Corazón era perfectamente humilde, anonadándose ante la Majestad divina y refiriéndole todo lo que en ella había de bueno, todo el bien que ella podía hacer.

4. Por estas mismas luces, María comprendía la vanidad y la nada de las cosas de este mundo. Por eso su Corazón estaba absolutamente desprendido de todo, perfectamente libre de todo afecto desarreglado, no viendo más que a Dios, no buscando más que a Él, realizando ya de antemano la palabra del Apóstol: “Estoy muerta, y mi vida está escondida con Cristo en Dios”.

El Corazón de María respecto a Dios.

1. Este Corazón, tan puro y tan colmado de gracias, estaba lleno de agradecimiento y abrasado de amor a Dios, de celo por su gloria, de sacrificio por sus intereses. María no pensaba sino en Jesús, no vivía sino para Él; cada uno de sus actos, de sus pensamientos, cada latido de su Corazón, eran otros tantos actos de amor el más perfecto. “Yo duermo, pero mi corazón vela” Cat., V, 2.

2. Ella era absolutamente obediente y sumisa en todo beneplácito de Dios, que constituía una única regla de su conducta. Su constante estribillo era: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí tu palabra” Lc., I, 38.

3. Su amor a Dios, su sacrificio perfecto y entero hacían de ella, en todo tiempo y a toda hora, una hostia pura, santa y grata a Dios. Su inmolación fue pronta, voluntaria y sin restricción, generosa y continua, en unión con Jesús.

4. Su Corazón se consumía con santos y ardientes deseos de ver a Dios glorificado, a Jesús reconocido y amado. ¿Quién podrá decir cuánto sufrió este Corazón tan amante a la vista de las resistencias de sus lágrimas y sus suspiros, con el fin de obtener el pleno éxito de la gran obra de la Redención? Corazón de María, Corazón de Jesús ¡

El Corazón de María respecto a nosotros.

1. Siendo el Corazón de María tan unido y de todas las maneras ta semejante al de Jesús, es claro que estaba lleno de bondad, de mansedumbre, de benevolencia y de caridad para con los hombres. Jesús se encarnó y quiso dar su sangre y su vida por ellos. Por su salvación, María dio más que su propia vida, dio a Jesús.

Por eso, en cambio, ella recibió al género humano en herencia, como sus hijos adoptivos, al pie de la cruz, así como dice el Evangelio de esta fiesta: “Mujer, he aquí a tu hijo”. Se necesitaría comprender el corazón de una madre y de tal Madre, para poder medir la extensión y el valor de un don como el de Jesús.

Y también sólo Jesús, al instituirla Madre nuestra, pudo darle un amor inmenso, semejante al suyo, para que lo derramase sobre nosotros, sus hijos.

2. Por eso el Corazón de esta tierna Madre no cesa de velar sobre nosotros, de protegernos, de hacernos el bien. Ella nos ha dado a luz con dolor, y tanto más nos ama cuanto más le hemos costado. Su Corazón y sus ojos velan sobre nosotros día y noche, ella está siempre dispuesta a escucharnos y atendernos.

3. ¿Quién podrá decir el celo de María por nuestra santificación y nuestra salvación? Ella pide por nosotros, nos invita, nos advierte, nos instruye, nos excita a huir del mal y hacer el bien. El niño no ve, no sospecha siquiera la acción inquieta y vigilante de su madre; pero él recoge de ella sus frutos.

¡Cuántos milagros de amor por Escapulario del Carmen, en el Tepeyac, en la Salette, en Lourdes, por medio de la Medalla Milagrosa y en Fátima!

4. Si San Pablo podía decir a los fieles de su tiempo: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” I Cor., IV, 6., con mucha mayor razón María nos lo dice a todos nosotros, sus amados hijos. “Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de santa esperanza” Ecli., XXIV, 24.

Vayamos, pues, a aprender en su escuela la humildad, la obediencia, la mansedumbre, la paciencia, todas las virtudes.

Por último. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, al Corazón bendito de María nuestra bondadosa Madre; consagrémosle todo nuestro ser; pidámosle que nos haga más y más santos y dignos de ser tabernáculos de Jesús. Que por ella y con ella merezcamos algún día ver y amar eternamente a su divino Hijo en el cielo.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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