El respeto que se debe a los Templos Católicos

“Entrando en el templo, Jesús comenzó a echar a los que vendían y compraban en él” (Lc., XIX, 45).

La Parte del Evangelio que se leyó en el domingo IX después de Pentecostés, fue el de San Lucas, XIX, 41-47, y en él, nos habla como Jesucristo, en un acto celo y de autoridad divina arroja a los vendedores del templo diciendo: “Mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”.

Si queremos alejar de nosotros el castigo y la reprensión de Jesucristo, procuremos concebir desde hoy, un mayor respeto y una gran estima de nuestras iglesias o templos.

Por esto mismo, en este escrito, se va ha considerar el respeto con que debemos portarnos en las iglesias y lo que debemos hacer allí.

CUAN DIGNAS DE RESPETO SON NUESTROS TEMPLOS

Ya que son más santas y más dignas de respeto que el mismo templo de Jerusalén:

1o. Porque nuestro templos, son la casa de Dios. Allí reside, no sólo la Majestad divina, sino que Jesucristo en persona está allí, nutriéndonos con su cuerpo y su sangre, y morando día y noche en el Sagrario, para recibir nuestras adoraciones y escuchar nuestras suplicas.

2o. Allí Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios, se inmola cada día sobre el altar, así como en otro tiempo en el Calvario, para la expiación de nuestros pecados.

3o. En nuestros templos es donde por medio del sacramento del Bautismo nos hacemos hijos de Dios, y donde somos purificados de nuestros pecados por el sacramento de la penitencia, alimentados con el Cuerpo de Nuestro Señor, e instruidos en las verdades de la salvación. En una palabra, allí es donde somos colmados de gracias y bendiciones.

Nuestras iglesias, son como dice Jacob, en el Génesis XXVIII, 17: “¡Cuan venerable es este lugar!, no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo”. Y refiriéndose al templo de Jerusalén Dios Nuestro señor nos dice en el libro de Crónicas, VII, 16: “Pues ahora he escogido y santificado esta Casa, para que en ella permanezca para siempre mi Nombre. Allí estarán mis ojos y mi corazón todos los días”.

Vayamos pues, a nuestras iglesias con frecuencia, y siempre con el mayor respeto, alegría, confianza y amor.

LO QUE HA DE EVITARSE ALLI

1o. Lamentablemente muchos cristianos parece que ignoran o olvidan la santidad de nuestras iglesias, y están en ellas como en una plaza pública; y por ello merecerían ser arrojados de allí como aquellos profanadores de los que habla el Evangelio, o castigados como a Heliodoro en tiempo de los Macabeos.

(II, Mac., III, 25-29).

2o. ¡Cuántos pecados se cometen allí! Pecados de pensamiento, distrayéndose, pensando en el mal, pensando en todo menos en Dios. Miradas curiosas, inmodestas, descaradas. ¡Cuántas mujeres son allí ocasión de mil pecados, acudiendo al templo, no para orar y llorar sus culpas, sino para exhibirse con vestidos inmodestos, y con ello provocando la pérdida de las almas y ofendiendo a Dios. Muchos hablan allí como en un lugar ordinario, no mostrando alguna reverencia y respeto ya sea interior y exterior, y ni siquiera pensando que están en la casa de Dios, en donde está El presente.

3o. En este caso, los protestantes y los musulmanes, No teniendo la religión verdadera, están en actitud más respetuosa en sus templos que nosotros que tenemos la verdadera religión no fundada por hombres sino por Jesucristo Dios y hombre verdadero. Las mujeres protestantes y musulmanas siempre llevan un vestido decente en todas partes, y no solo en sus templos.

Pero lamentablemente el cristiano, que si bien se comporta modesto y respetuoso en los palacios o casas de los gobernantes y poderosos de este mundo, pero, sin embargo, no teme permitirse mil irreverencias e inmodestias en la casa del Rey de los reyes, en presencia del Señor de los señores. ¡Los ángeles le doran temblando, y nosotros le deshonramos y le ofendemos! Y así, hacemos todo lo contrario a lo que nos dice Nuestro Señor : “Reverenciar mi templo”. (Lev., XXVI, 2).

LO QUE ALLI DEBEMOS HACER.

1o. Primeramente, entrar allí con respeto y humildad, persignándonos devotamente y haciendo piadosamente la genuflexión ante el Santísimo Sacramento.

2o. Mantenerse siempre en postura respetuosa. Ya que Dios esta allí; y allí nos espera, nos oye y nos ve.

3o. Adoremos con temor y temblor a Jesucristo presente en el altar; sobre todo durante la Santa Misa deberíamos tener los mismos sentimientos que tenían la Santísima Virgen y Santa María Magdalena al pie de la cruz.

4o. Oremos con confianza y amor, así como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos, IV, 16: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio”. ¡Cuántas necesidades tenemos nosotros, que somos pobres pecadores y miserables! Nuestro Señor allí está invitándonos a pederle, y pronto para atendernos.

5o. Escuchemos devotamente la palabra de Dios.

6o. Recibamos con humildad y gratitud los sacramentos.

Por último, estemos, pues, en el templo como ángeles y santos. Vayamos seguido a la iglesia para consolar al Corazón de Jesús, tan olvidado y ultrajado en el Santísimo Sacramento del altar; reparemos las ofensas que recibe de la malicia de los hombres.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

 

Mons. Martin Davila Gandara