El sacramento de la Confesión

Este consiste en que el sacerdote no puede bajo pecado mortal, revelar ningún pecado del penitente, además en el confesionario jamás se dicen los nombres de nadie. Los pecados deben de confesarse brevemente, sin detalles innecesarios, y de una manera completamente impersonal y objetiva. El sacerdote esta obligado a observar todas las reglas de la corrección. Y el penitente tiene libertad de escoger al confesor.

A pesar de las enseñanzas claras de la Iglesia a este respecto, muchos no católicos protestantes, siguen mostrando más objeciones contra este sacramento, ya que piensan primero, que el sacerdote se enriquece porque en la confesión, cobra por perdonar los pecados, y mientras más grandes más dinero obtiene. Y además dicen que el sacerdote en la confesión se entromete innecesariamente en asuntos privados, poniendo en aprietos al penitente, por el temor de que sus pecados secretos puedan descubrirse al público.

En estas calumnias, los católicos sólo sonríen de la ridiculez de semejantes comentarios, y no dan crédito a que haya personas tan ingenuas como los babilonios en tiempos del profeta Daniel, por creer estas mentiras.

Ya que todo esto, sólo pueden ocurrírsele a gentes que nunca han experimentado lo que es este sacramento.

En cuanto a la primera calumnia, el sacerdote no solamente No cobra cosa alguna por administrar este sacramento del perdón, sino tan estricta es la ley de la Iglesia, que no le permite aceptar ni siquiera algún regalo que pudiera tener alguna apariencia de pago por el perdón.

Desde muchas décadas atrás en el siglo pasado un periódico católico Estadounidense “Our Sunday Visitor” ha publicado la oferta de mil dólares por cualquiera prueba que pueda convencer a un jurado público de la existencia de tal práctica. Y ninguna persona de la multitud que va propalando esta especie, se ha presentando todavía a cobrar dicha cantidad de dinero, a cambio de la prueba exigida. La razón es sencilla; porque no existe prueba o pruebas en todo el mundo. Este infundio es producto sólo de las imaginaciones calenturientas de los calumniadores. Si alguno tiene todavía dudas sobre el particular, ¡no tiene más que irse por ahí a cualquier confesionario y preguntarle a un sacerdote cuánto le cobra por perdonarle sus pecados!

En cuanto a la segunda objeción, sobre el secreto de la confesión que más arriba se ha citado, creo que queda claro, aparte, hay la seguridad y garantía del más absoluto e inviolable de los secretos. De rodillas, en un lugar separado del confesor por medio de un muro, la voz del penitente pasa a través de una rejilla al oído del embajador de Dios. En ningún caso, ni aún a costa de su vida, revelaría el sacerdote el más leve pecado venial murmurado a su oído en confesión. Toda la historia del cristianismo esta llena de la fidelidad inquebrantable con que se ha guardado el secreto de la confesión. Alegres han marchado los sacerdotes al suplicio de la muerte, antes que violar en lo más mínimo este secreto.

Así, en el siglo XIV, el Rey Wenceslao de Bohemia (hoy Rep. Checa), furiosamente celoso de la Reina y curioso de saber lo que había dicho en confesión, mandó comparecer ante sí al confesor de ella, El Padre Juan Nepomuceno, el cual fue presionado y amenazado con enviarlo a una mazmorra por el rey para que le revelara lo que la reina le había confesado. “Ni por ti ni por todo tu reino de Bohemia, le replicó el santo sacerdote, revelaré aquello que ha sido confesado únicamente al embajador de Dios”.

En seguida el Emperador le mandó sepultar en la prisión. Y empezó a tratar de quebrantar su voluntad torturándolo, restirando su cuerpo sobre un caballete, y a su carne se le aplicaron teas encendidas. No obstante el dolor agudo de la tortura, las únicas palabras que salieron de sus labios eran Jesús y María. Viendo que nada lograba con todos los instrumentos de tortura que su cruel ferocidad podía concebir, mando el Emperador atarlo de pies y manos, y un día antes de la festividad de la Ascensión de Jesucristo, el 16 de Mayo, fue arrojado desde el puente de Praga sobre las aguas del rio Moldau: este santo murió mártir del secreto de la confesión. Cuando, en 1719, después de más tres siglos, fue abierta su tumba en la catedral de Praga, su carne había desaparecido.

Sólo su lengua, aunque en junto se hallaba incorrupta, dando aún muda, gloria a Dios y testimonio elocuente del inviolado secreto del sacramento.

El martirio que padeció S. Juan Nepomuceno, ejemplifica lo que cada sacerdote haría gustoso antes que descubrir cualquier pecado oído en confesión.

Otra de las objeciones de los No católicos, es que la confesión con su formalismo externo, viene a ser un aliciente o incentivo para cometer el pecado.

Los mismo que las otras objeciones contra la confesión, esta se basa en una falsa noción de la verdadera naturaleza de este sacramento, y de las disposiciones indispensables para su validez. Si fuera verdadera esta última afirmación de los no católicos, no tendríamos que reñir sobre las conclusiones.

 Empero, la verdad es que ellos solamente han visto la corteza o superficie, sin penetrar para nada al corazón, es decir, a la esencia del sacramento. Veamos al fondo de la cuestión.

NO HAY PERDÓN SIN DOLOR

Si el perdón de los pecados dependiese meramente de su enumeración mecánica al sacerdote, la confesión justamente se hallaría expuesta a la acusación de ser un puro formalismo exterior, y con razón se la podría tachar de descuido de las disposiciones, en la cuales se funda toda esperanza de perfección espiritual. Mas la verdad es que la Iglesia enseña del modo más claro e inequívoco que no puede haber perdón de los pecados a menos que haya verdadero dolor y propósito de la enmienda de parte del penitente. Pues, dice, aún cuando un individuo confesara sus pecados a todos los obispos del mundo y aún al mismo Papa, y se pronunciaran sobre él las palabras de la absolución, sin embargo, no obtendría el perdón, si le faltasen al penitente las disposiciones interiores de dolor y aborrecimiento del pecado, y la firme resolución de no volverlo a cometer.

Más importante aún que el examen de conciencia, es excitar el arrepentimiento y el propósito de la enmienda. Así dice, el Concilio de Trento, enumerando las cualidades necesarias de una buena confesión, menciona en primer lugar el dolor por el pecado, en el cual debe incluirse el propósito de la enmienda.

 “La contrición, dice el Concilio, que ocupa el primer lugar entre los actos del penitente, es el dolor de corazón y detestación del pecado cometido con la firme resolución de no pecar más” (Sesión XIV, c, 4).

Por tanto, decir que el pecador recibe el perdón por el solo hecho de que “confiesa sus pecados al sacerdote”, es falsear la esencial naturaleza del sacramento. Si un individuo al estar confesando su pecados tuviese la intención de volverlos a cometer tan pronto como se presente la ocasión, no sólo no sería perdonado, sino que se haría reo de otro pecado, el de hacer escarnio del sacramento. Del mismo modo, si una persona ha hurtado la propiedad ajena y rehúsa restituírla a su dueño, ningún sacerdote le absolvería.

Porque le faltaría la disposición necesaria para obtener el perdón, esto es, el firme propósito de la enmienda, que en este caso encierra la restitución de la propiedad robada.

ES NECESARIA LA REFORMA INTERIOR

Cuando una persona se ha apropiado de algún dinero ajeno y le ha retenido por largo tiempo, no solamente está obligado a devolver la cantidad originalmente tomada o robada, sino también el interés que dicha suma haya podido devengar durante ese tiempo. Esto se refiere también a objetos intangibles, tales como el buen nombre y reputación de una persona. Así es que si un sujeto ha robado a otro la buena fama diciendo mentiras acerca de su carácter, el mentiroso está obligado a reparar el daño causado a su prójimo, aún cuando este acto le sea embarazoso, a fin de poder conseguir el perdón.

De lo dicho resulta evidente que el sacramento de la penitencia no consiste en correr el velo blanco del perdón sobre un individuo cuyo corazón y voluntad permanecen cubiertos con la negra lepra del pecado sin arrepentimiento. Por lo contrario, el sacramento exige que la renovación provenga del interior, que la mente y el corazón se hallen alejados del pecado y adheridos a Dios por el vínculo de la caridad y la fidelidad. En otras palabras, la confesión penetra a la raíz del mal, transformando el corazón y la voluntad del hombre.

Por lo tanto, es moralmente imposible que un hombre permanezca habitualmente adicto al pecado, si con frecuencia hace buenas confesiones. Porque los repetidos esfuerzos y determinación de la voluntad a evitar la costumbre pecaminosa en lo futuro, tiene que romper al fin, con la gracia de Dios, con el hábito vicioso. Pues es de notar que el sincero propósito de la enmienda requiere prudentemente evitar las ocasiones: Ya sean personas, malos lugares o cosas, que según la pasada experiencia puedan causar la reincidencia en el pecado. ¿Qué más puede hacer una persona para librase de los hábitos del pecado, aparte de lo que exige el sacramento de la confesión? Pues a la natural fuerza de la voluntad se agrega la gracia divina inherente al sacramento, y la otra fuerza y aliciente que proceden de saber que se inicia la renovación de la vida sobre campo limpio, libre ya de las malezas de la innúmeras trasgresiones pasadas. No es, pues, exageración afirmar que la confesión es la palanca más eficaz y poderosa que pueda existir para alcanzar la reforma moral de la humanidad.

LOS EFECTOS DE LA CONFESIÓN

Sermones, conferencias, exhortaciones, libros, todos tienen un carácter demasiado general. Únicamente la confesión toma firme las riendas de la conducta de cada individuo y tira de ellas con tal fuerza, que nadie puede permanecer indiferente ni equivocar sus indicaciones. En los sermones, para usar la fraseología militar, los disparos se hacen al aire; pueden acertar o pueden errar el blanco. No así en el confesionario, donde el tiro es certero: va derecho al corazón del penitente.

Por eso, dice, el Cardenal Gibbons: “La experiencia me demuestra que el confesionario es la más poderosa palanca que el Dios de las misericordias haya erigido para sacar a los hombres del cieno del pecado”. Este juicio del distinguido Cardenal, podría ser hoy adoptado por todos los sacerdotes que hayan tenido un poco de experiencia en trato con las almas.

No sólo, sino que aún muchos que no se hallan dentro del gremio de la Iglesia, pero que han observado sensatamente y diligentemente los efectos producidos por la confesión en la vidas de aquellos que la frecuentan, han llegado a la misma conclusión. Por ej., Voltaire, que no era amigo del Cristianismo, se vio forzado a confesar que “tal vez no hay institución más benéfica que la confesión”(Remarques sur l´Olimpe). Parecidamente se expresa Rousseau, que no era menos hostil a la Iglesia: “¡Cuántas restituciones y reparaciones no produce la confesión entre los católicos!” (Emile).

En Alemania, el gran filosofo Leibniz, aunque no era católico, rindió tributo a la utilidad de la confesión para el bienestar de la sociedad. “Toda esta obra de la penitencia sacramental, escribe, es verdaderamente digna de la divina Sabiduría, y si hay alguna cosa en la dispensación cristiana que sea digna de alabanza, seguramente es esta maravillosa institución. Porque la necesidad de confesar los pecados refrena al hombre de cometerlos, y el que haya reincidido después de la expiación, no queda sin esperanza. El piadoso y prudente confesor es verdaderamente un gran instrumento en las manos de Dios para la regeneración del hombre. Porque las bondadosas admoniciones del sacerdote de Dios, le ayudan a refrenar sus pasiones, a conocer los tortuosos vericuetos del pecado, a evitar las ocasiones de caer en la iniquidad, a restituir lo mal habido, a esperar después de la depresión y de la duda, a tener paz después de la aflicción, en una palabra, a desarraigar o al menos disminuir el mal, y si no hay placer tan grande como el de tener un verdadero amigo, ¿cuál no será la estima que una persona deba sentir hacia aquel que es en verdad de verdad un amigo fiel en la hora de mayor necesidad?” (Systema Theologicum, p. 270).

ALGUNOS NO CATÓLICOS LE RIDEN TRIBUTO

En Inglaterra, el Dr. Martesen, distinguido teólogo protestante, rinde tributo a la confesión, no sólo porque promueve el bien común imponiendo la verdad, la honradez, la justicia, y la restitución cuando ésta ha sido conculcada, sino también porque satisface directamente el hambre de regeneración espiritual en las almas. “La absolución, dice Martensen, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, que se deriva del pleno poder de atar y desatar que la Iglesia ha heredado de los Apóstoles, no es incondicional, sino depende de la misma condición que el Evangelio mismo impone para el perdón de los pecados, es a saber, el cambio que ha de oponerse en el corazón, y la fe…

“No puede negarse que la confesión suple una profunda necesidad de la naturaleza humana. Hay una gran verdad psicológica en la aserción de Pascal, en el sentido de que el hombre llega a comprender el verdadero sentido del pecado, y una verdadera firmeza en su buen propósito, cuando confiesa sus pecados a un semejante suyo, lo mismo que a Dios. El Catolicismo ha merecido a menudo sea alabado a causa de que por medio de la confesión ofrece la oportunidad de depositar sus pecados en el pecho de otro hombre, donde permanecen guardados por el sello del más sagrado de los secretos, y de donde dimana el consuelo del perdón, que se le da en el mismo nombre del Señor” (Chistian Dogmatics, p. 443).

En Estados Unidos, el Rev. Dr. Harry E. Fosdick, que era un prestigiado pastor Bautista de Riverside, en Nueva York.

 Hablando ante más de mil ministros en la asamblea anual de la Federación de Iglesias de la Metrópoli Neoyorkina, el Dr.

Fosdick urgió vigorosamente la restauración del confesionario en las Iglesias protestantes. “Nosotros los protestantes perdemos más de lo que debemos, declaró por no tener mayor contacto con el individuo. Mientras que el católico acude con sus dificultades de orden espiritual al sacerdote, el protestante va a consultar a un psicoanalista u otro especialista de esa especie, y la iglesia bautista nada gana en experiencia

El confesionario, que el Protestantismo lanzó a la calle por la puerta, vuelve ahora por la ventana, en formas del todo inusitadas, seguramente, con nuevos métodos y con una explicación intelectual enteramente nueva, adecuada a las Iglesias protestantes, pero motivada por una determinación verdadera de ayudar a resolver los problemas internos de los individuos. (LiteraryDigest, Dic. 17 de 1927, p. 2).

LA CONFESIÓN SUPLE LA NECESIDAD PSICOLOGICA

Es muy de notar que Dr. Fosdick pidiera la restauración de la confesión a causa de que satisface las necesidades psicológicas de quienes se hallan oprimidos por saberse pecadores. En otra palabras, la confesión hace por la personas mucho más por lo cual un hombre rico paga crecidos honorarios alos psiquíatras o a los psicoanalistas (aunque hoy en la actualidad el psicoanálisis, esta superado y no es recomendado por la Iglesia) o a los alienistas. No hay duda de que el confesionario es de un valor positivo para promover el bienestar espiritual de la gente.

Pues bien, una de las grandes aflicciones en común a la vasta mayoría de la humanidad, es la conciencia de haber obrado el mal en alguna ocasión, y sentir luego roer el remordimiento. Si el remordimiento es constante a causa de la persistente conciencia de culpabilidad, no sólo puede la felicidad individual alterarse seriamente, sino aún la salud mental resultará afectada. ¿Cuál es, pues, el remedio más eficaz, de acuerdo con los descubrimientos de la moderna psicología y con la experiencia del género humano, para quitar las congojas que minan la salud mental? La simple manifestación, confesándose uno con un amigo, o revelando el pecado –causa de la pena moral—al sacerdote en el secreto del confesionario.

Cuando el pecado se confiesa, la conciencia de culpabilidad desaparece, y la paz del alma retorna. Como cuando a una oscura y húmeda caverna por vez primera se da entrada al aire y al sol, haciendo desaparecer en seguida el musgo que crecía lozano en al tinieblas; así cuando las oscuras cavidades del alma se abren a las frescas brisas de la confesión y reciben la radiante luz que derrama el confesor en sus consejos, el remordimiento y las negras congojas desaparecen.

LA CONFESIÓN RESTAURA LA PAZ

A todos los confesores les es fácil recordar numerosos casos en que el penitente ha experimentado un alivio realmente extraordinario. Pues a menudo se ha visto al penitente penetrar al confesionario tan visiblemente perturbado, que la voz le tiembla y le falla, suspiros de angustia le ahogan el pecho, y aún las lágrimas le corren por las mejillas; mas después que ha hecho su confesión y recibido la sentencia absolutoria, emerge del confesionario radiante de gozo, de paz, de valor, y de confianza en la misericordia divina, resuelto a emprender de nuevo la lucha, y transformado en un hombre nuevo.

El Dr. Rathbone Oliver, ministro episcopaliano y alienista prominente. Refiere un caso notable de tal transformación. Se hallaba de hinojos en un templo católico un sábado por la tarde, al tiempo que la gente acudía a confesarse. He aquí la narración.

“No hace muchas semanas me hallaba yo de rodillas a la entrada de un templo católico. Delante de mí estaba hincada una muchacha como de unos dieciséis años, o menos. Sufría al parecer un gran tormento. En una ojeada que pude dirigirle, su rostro me pareció el de una persona que padece graves congojas morales.

No podía yo apartar la vista de ella. Parecía la ansiedad personificada. Unos momentos más tarde se levantó y fue al confesionario. También yo me levante y fui hacia el altar mayor y me arrodillé delante del Santísimo Sacramento. Pronto voló, allí, el tiempo. Pasó una persona junto a mí rozándome, y fue a arrodillarse en la gradas del altar, a unos cuantos pies de mí. Era la misma joven. Más nunca he visto semejante cambio en un ser humano. Toda la tensión en que antes la viera, había desaparecido; las líneas de la angustia se habían disipado de su rostro. Ninguna señal de congoja quedaba; ninguna ansiedad: sólo perfecta tranquilidad, paz, y al parecer una gran felicidad, porque sus labios se abrían en dulce sonrisa. Si yo como alienista, hubiera podido realizar por esa muchacha en tres horas lo que allí se verificó en quince minutos, de seguro me habría considerado como un gran médico.

Dirán los materialistas “todo magia –todo superstición—todo autosugestión sensiblera. Y bien, digan lo que digan cuantas veces quieran. Por mi parte, yo les escucharé sus razones cuando su tipo de magia y de hipnotismo produzca los mismos resultados”. (Scribners, Julio 1930, p. 66).

LOS PSICOLOGOS LE RINDEN TRIBUTO A LA CONFESIÓN

En un volumen sobre Higiene Mental escrito por Groves y Blanchard, que, según el Dr. J. Howard Beard, que en su tiempo fue jefe de salubridad de la Universidad de Illinois, es considerado como un clásico moderno sobre esta materia, los famosos autores, aunque no son católicos, rinden el siguiente homenaje al alto valor terapéutico del confesionario católico.

“El ordenamiento de la Iglesia Católica Romana relativo a la confesión oral ante el sacerdote posee un valor moral y terapéutico de que en general carecen la iglesias protestantes. Con mucha frecuencia el alienista o psicólogo tiene que desempeñar el papel de sacerdote, escuchando revelaciones de culpas que el paciente no se atreve a descubrir a nadie excepto cuando se halla protegido por la ética profesional del secreto, que le permite al paciente no llevar por más tiempo enteramente oculta aquella carga. Al Protestantismo le falta formular un método mejor que la confesión pública de generalidades culpables.

Existe una sed de particularizar la culpa, a fin de poderse librar positivamente de ese peso, y este impulso hoy por hoy sólo se halla adecuada satisfacción en el confesionario de la Iglesia Católica Romana” (p. 316).

Si bien la mera revelación del pecado a un amigo benevolente posee cierto valor terapéutico, la confesión produce un efecto y beneficio mucho mayores, ya que no sólo permite la confesión de los pecados, sino que da al penitente aquello que más ansía, el perdón divino. Es este elemento, mucho más que otro, lo que devuelve la tranquilidad y la paz al alma atribulada. En efecto, ¿qué más puede afligir a aquel que mediante el dolor y el propósito de la enmienda ha obtenido ya el perdón del Altísimo? Existe un anhelo, es verdad, el de confesar la culpa. Pero más hondo y más apremiante es el ansia de perdón de la culpa. Esta es la razón verdadera por qué el confesionario ejerce tan maravillosa influencia sobre la salud mental del penitente.

HAY UNA GRAN DIFERENCIA

Fue esta importante verdad la que el mencionado Dr. Rathbone Oliver, (perteneciendo éste al sector anglo-católico de la Iglesia episcopal) que percibió y puso de manifiesto en un artículo sobre Psiquiatría y el Confesionario, en Scribner´s, Julio de 1930. Refiriéndose a la notable tendencia que había entre los jefes protestantes en aquella época a restaurar el confesionario a causa de su valor terapéutico, hace el siguiente comentario.

“Nuestros hermanos protestantes están haciendo algo parecido a los católicos. Pero es una concepción del asunto enteramente errónea imaginar que el Protestantismo pueda jamás deshacer el daño causado cuando se puso “fuera de ley” al confesionario. Es posible que un pastor presbiteriano o metodista ponga en su iglesia un “confesionario”; aún podría tomar asiento tras la rejilla del mismo y escuchar el desahogo de los pecados y tribulaciones de algunos de sus feligreses. No hay duda tampoco de que la persona que descarga allí el peso de sus pecados, obtendría algún beneficio; recibiría consejos provechosos y se retiraría sintiéndose más feliz. Pero todos los confesionarios del mundo no devolverían a las organizaciones protestantes lo único que realmente importa –aquello que tiene mayor importancia que la misma confesión, y que todos los confesionarios del mundo—aquello que los católicos llaman la “absolución”.

“Es la absolución lo que presta al confesionario su gran fuerza curativa. Es el Sacramento de la Penitencia, en el cual, mediante “el poder que Nuestro Señor Jesucristo ha dejado en la tierra para absolver a todos los pecadores que sinceramente se arrepientan y crean en él”, el sacerdote, en nombre de Cristo y por su autoridad, absuelve del pecado, es decir, valga la frase, se vierte sobre la cabeza del penitente la sangre preciosa que fue derramada sobre la cruz, en perfecto sacrificio, oblación y satisfacción por los pecados del mundo entero. Y donde no hay sacerdocio, no hay sacerdote que absuelva; donde no hay sacerdote que absuelva, no se borran en absoluto los pecados, ni hay completa restauración de la gracia y perdón de Dios.

Para el católico, cada confesión y absolución es comenzar de nuevo. Renueva toda su vida cristiana. Todas las culpas pasadas quedan borradas. Y recibe nueva gracia para emprender el camino de la vida una vez más.

LA CONFESIÓN EXIGE UN MEJORAMIENTO EN LA VIDA

Así, pues, hay que hacer notar que aparte del beneficio que la confesión hace a la humanidad restaurando la tranquilidad y la paz espiritual, por la seguridad del perdón divino —la paz que todo el oro del mundo no podría comprar— además derrama otro beneficio todavía mayor sobre el género humano, cual es la actual regeneración del carácter del hombre; y es, por tanto, el medio más eficaz para realizar la reforma moral del mundo, que no permite que estos valores permanezcan en la esfera del puro sentimiento; sino que urge y apremia la ejecución de estas disposiciones interiores. Exige que el individuo pruebe la sinceridad de su propósito; demanda verdaderos actos de la voluntad, no meros deseos; hechos, no palabras; reforma moral, no promesas solas.

Ya que la confesión no es un medio para suavizar las congojas del alma atribulada por el pecado, sino una verdadera fuerza que arranca al hombre del abismo del pecado, y le guía por las sendas de la justicia y de la caridad. Como el sacramento obra en el secreto del alma, donde sólo Dios puede ver sus luchas, el mundo jamás podrá darse cuenta completa del maravilloso poder de este sacramento para modelar millones de vidas con la luz de la esperanza y el bálsamo de la divina caridad.

Pues, bien para finalizar, es importante que consideremos y reflexionemos, todo este beneficio de la gran misericordia de Dios, hacia toda la humanidad, sobre este santo sacramento de la penitencia, a la vez todos nosotros los sacerdotes, también debemos estar agradecidos por el buen Dios, y aún siendo indignos y miserables por darnos este gran poder de perdonar los pecados en representación de Cristo, y que con santo celo, no desaprovechemos, todas las oportunidades, de hacer el bien, devolviendo la salud y la vida espiritual, a todas aquellas almas moribundas y destrozadas por el pecado que se nos acercan en el santo sacramento de la confesión.

Y a la vez ejerzamos, todos los santos oficios del celoso y buen confesor como son: de Médico lleno de ciencia y de experiencia; de Maestro rico de buena y santa doctrina; de Juez dominado de sentimientos de justicia y equidad; de Padre, todo bondad y dulzura con el penitente en el santo tribunal de la confesión.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro “La Iglesia Católica sus Doctrinas Enseñanzas y Prácticas” Por Rev. Padre Juan A. O´Brien, Doctor en Filosofía.

Mons. Martin Davila Gandara