El Sacrilegio

 “Amigo, ¿cómo has entrado tú aquí sin vestido nupcial”

La última parte del Evangelio de San Mateo XXII, 1-14, nos narra: “La confusión y el estupor de aquel hombre, interpelado así por el rey delante de todos los invitados, que enmudeció”. ¿Qué habremos de decir de tantos cristianos indignos, que se atreven a sentarse en el banquete eucarístico o sea a recibir la sagrada Comunión sin llevar el vestido de bodas, esto es, sin tener la gracia santificante? Acaso ¿Sabrán lo que hacen? Que es el cometer un sacrilegio.

Siendo el sacrilegio una horrible cosa, vamos analizar dos puntos sobre este pecado: 1) La enormidad de este delito; 2) Como Dios castiga este pecado.

Antes de exponer estos puntos, se va ha tratar la definición y las especies o clases de sacrilegio.

Recibe el nombre de sacrilegio en un sentido propio y estricto la profanación o trato indigno de algo sagrado, y en sentido amplio e impropio es sacrilegio cualquier pecado contra la virtud de la religión.

Se distinguen tres clases o especies diferentes de sacrilegio: a) Personal. Es el que comete contra una persona sagrada, o el que comete ella misma en cuanto tal; b) Local. Consiste en la profanación de un lugar sagrado (iglesias, oratorios públicos, cementerios bendecidos; c) Real. Es la profanación de una cosa sagrada (Un Sacramento, un cáliz consagrado, una reliquia o imagen sagrada etc.)

En este escrito se va ha tratar más propiamente del sacrilegio real, refiriéndose al sacramento de la Eucaristía.

ENORMIDAD DE ESTE PECADO

1o. Es un abominable delito. Si nos acercamos a la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal, se comete uno de los crímenes más abominables que el hombre puede perpetrar; porque se hace culpable del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo; que según S. Cipriano y Santo Tomás, no solamente se conculca la ley divina, sino que directa y personalmente se ofende al Autor de la ley, a Jesucristo. Es por lo mismo, un crimen de una audacia inaudita. Dice S. Juan Crisóstomo.

2o. Es una horrible profanación. Ya que Profanar una cosa santa, una cruz, una iglesia, los vasos sagrados, ciertamente es un gran pecado. Pero, profanar el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo mismo, es algo más horrible, por eso, dice Santo Tomás: “Que el sacrilegio es algo gravísimo entre todas la cosas”.

Al cristiano le da indignación y se estremece cuando lee que han sido pisoteadas las sagradas partículas; pero el que recibe indignamente la Comunión, no sólo pisotea a Cristo, sino que lo arroja en un estercolero. Siendo esto, no menos detestable que arrojar lodo en la boca del Hijo de Dios. ¡Oh, qué abominación, ¡qué crueldad hacer descender a Jesús, que es la misma santidad, en un corazón lleno de injusticias, de odios, de impurezas!

3o. Es una monstruosa ingratitud. Por amor nuestro Nuestro Señor Jesucristo ha instituido este Santo Sacramento, para alimentarnos y fortalecernos, y además nos invita a este festín con una gran bondad y dulzura infinita, y sin embargo:

¿Cuántos le traicionan como Judas? Que lo paganos, que no conocen este misterio de amor, lo profanen, se comprende; pero, el cristiano, que es hijo de Dios, y amigo de Jesús comete una monstruosa ingratitud. Por eso dice el Salmo LIV, 13-15: “Si es un enemigo es quien me afrenta, pues lo soportaría. Pero eres tú, un hombre como yo, mi familiar y mi conocido” ¡Qué ingratitud!

¿Qué se diría de un hijo que entregará a su padre en mano de sus enemigos? ¿Y no es más horrible el crimen del sacrilegio? Porque como dice San Pablo en I Cor., XI, 27: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor”.

El sacrilegio es todavía más grave que el fratricidio de Caín sobre Abel. Ya que el sacrilegio es un especie de deicidio execrable, como dice San Pablo en Heb., VI, 6: “Porque de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios”.

El sacrilegio es peor que los judíos, quienes no lo reconocieron a Nuestro Señor y sólo le crucificaron una vez. Pero el sacrílego ha levantado en su corazón una especie de calvario donde se crucifica a Jesús cuantas veces como se le comulga indignamente. Que ironía en el Calvario Jesucristo salvó a los hombres y venció al demonio; y en el corazón del sacrílego, el demonio triunfa de Jesús y se regocija de llevarlo al infierno.

4o. ¿Quienes son los sacrílegos? Los que comulgan habiendo callado algún pecado mortal o sin haber sido absueltos de sus culpas graves; los que comulgan teniendo en el corazón afectos culpables como odios y rencores; los que, después de una confesión superficial, se acercan a la Sagrada Comunión sin preparación, sin fe, sin recogimiento, sin devoción.

CASTIGO DEL SACRILEGO

De ello, tenemos ejemplos de sacrilegios castigados en la antigua Ley: Oza, los betsamitas, Baltazar, Heliodoro, los hijos de Eli. Y sobre los castigos de la Nueva Alianza se pregunta San Pablo en Heb., X, 27: “¿De cuanto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por profana la sangre de la alianza en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?

1) Castigos corporales. Es conocido el de Judas que entro en desesperación y se ahorcó. Y San Pablo decía a los Corintios que entre ellos había “muchos enfermos y sin fuerza y muchos que mueren” en castigo de sus sacrilegios.

Ahí tenemos el ejemplo de Jerusalén y del pueblo judío; este mismo castigo del invitado de cual nos habla el Evangelio; castigo y muerte del rey Lotario, por su comunión sacrílega.

2o. Castigos espirituales. Estos son aún más tremendos y más inevitables como:

  1. a) Abandono de Dios. Apoderándose Satanás del alma sacrílega, como refiere el Evangelio de San Juan XIII, 27 de Judas en la última cena: “Después del bocado, en el mismo instante, entró en él Satanás”; “¡Pero, hay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido” (Mc., XIV, 21).
  1. b) Ceguera de espíritu y endurecimiento de corazón. Cuanto más se multiplican los sacrilegios, tanto más aumentan las tinieblas, y más insensible se hace a los remordimientos. Ya que el sacrílego no retrocederá ante ningún crimen.
  1. c) Desesperación, como Caín que dijo a Yavé:”Demasiado grande es mi castigo para soportarlo” (Gén., IV, 13); o como Judas que dijo: “He pecado entregando sangre de este justo” (Mt., XXVII, 4). y luego, impenitencia final; la sangre de Jesús clama venganza y se dirá al igual que los judíos: “Caiga su sangre sobre nosotros” (Mt., XXVII, 25).
  1. d) Muerte horrible. Todas las Hostias profanadas acusarán al sacrílego en el tribunal de Dios: “Ved cómo ahora se nos demanda su sangre” (Gén., ILII, 22)
  1. e) El infierno: “Atadlo de pies manos y arrojadle fuera a las tinieblas, donde no habrá sino llanto y crujir de dientes” (Mt., XXII, 13)

Por último, ¿Qué seremos nosotros? Culpables o inocentes de este horrible crimen. Si somos inocentes, demos gracias a Dios; pero no debemos descuidarnos y procuremos ser temerosos del Señor y vigilarnos. Y somos culpables, entremos pronto en nosotros mismos; y no caigamos en desesperación como le sucedió a Judas; antes bien, arrojémonos humildemente a los pies de Jesús, y lloremos nuestros pecados como San Pedro.

Hagamos una buena y sincera confesión, una confesión general, si fuere necesario. Y Nuestro Señor nos restituirá la primera estola de la inocencia. Después llevemos una vida santa, una vida de reparación, y sobre todo procuremos que nuestras siguientes comuniones sean lo más fervorosas posibles.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara