Excelencias del Santo Rosario – por las oraciones que contienes

Con este escrito seguimos, mostrando más elementos, que nos ayudarán a tener un mejor análisis y reflexión, sobre las oraciones que contiene el Santo Rosario, y con ello, procuremos hacer una mejor oración, llena de frutos espirituales y temporales.

EXCELENCIA DEL CREDO

El Credo o Símbolo de los Apóstoles—que se reza sobre la cruz del Rosario—, por ser un santo resumen y compendio de las verdades cristianas, es una oración de gran mérito, porque la fe es la base, el fundamento y el principio de todas la virtudes cristianas, de todas las virtudes eternas y de todas las oraciones que agradan a Dios. Así como dice San Pablo a los Hebreos, XI, 6: “Es necesario que el que se acerca a Dios por la oración, comience por creer”; y cuanto más fe tenga, tanta más fuerza y mérito tendrá en sí misma su oración y más gloria dará a Dios.

No vamos explicar todas las palabras del Credo, pero si explicaremos las tres primeras, Credo in Deum: “Creo en Dios”—que incluyen los actos de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad—, poseen una eficacia maravillosa para santificar el alma y abatir los demonios.

Con estas palabras muchos santos han vencido las tentaciones, particularmente aquellas contra la fe, esperanza y caridad, sea durante la vida, sea en la hora de la muerte. Fueron ésas las últimas palabras que San Pedro, mártir, escribió como mejor pudo en la arena con el dedo, cuando—teniendo cortada en dos la cabeza por un sablazo que le dio un hereje—estaba a punto de expirar.

Como la fe es la única llave que nos hace entrar en todos los misterios de Jesús y de María, encerrados en el Santo Rosario, hay que comenzarlo rezando el Credo con gran atención y devoción; y cuanto más viva y fuerte sea nuestra fe, tanto más meritorio será el Rosario.

Es preciso que esta fe esté viva y animada por la caridad, es decir, que para rezar bien el Santo Rosario hay que estar en gracia de Dios o en la búsqueda de esta gracia.

Es necesario que esta fe sea fuerte y constante, es decir, que no debe buscarse en la práctica del Santo Rosario solamente el propio gusto sensible y la propia consolación espiritual; que no hay que abandonarlo porque se tenga una multitud de distracciones involuntarias en el espíritu, una extraña sequedad en el alma, un agobiador fastidio y un casi continuo adormecimiento en el cuerpo. No es cuestión de gusto, ni de consuelo, ni de suspiros, ni de ardor, ni de lágrimas, ni de aplicación continua de la imaginación, para rezar bien nuestro Rosario. Basta la fe pura y la buena intención.

Aparte del Credo al comienzo del Santo Rosario, también es costumbre rezar la oración del Acto de Contrición, éste no es más que un acto u oración donde reconocemos nuestros pecados y miserias, y mostramos a Dios dolor y contrición, ya que como dice el rey David en el Salmo 50, 19: “Un corazón contrito y humillado, no lo desprecia Dios. Tengamos también nosotros este dolor, este pesar de haber ofendido a Dios.Y estando contritos y humillados, nos encontramos mejor dispuestos para rezar con mayor fruto el Santo Rosario”.

EXCELENCIA DEL PADRE NUESTRO

El Pater Noster (Padrenuestro) u Oración dominical, recibe su primera excelencia de su Autor, que no es un hombre o un ángel, sino el Rey de los ángeles y de los hombres, Jesucristo. Era necesario—dice San Cipriano—que Aquel que venía a darnos la vida de la gracia, como Salvador, nos enseñase la manera de orar, como Maestro celestial.

La sabiduría de este divino Maestro se manifiesta bien en el orden, la dulzura, la fuerza y la claridad de esta oración divina, es una oración corta, pero rica en enseñanzas, es inteligible para los sencillos y está llena de misterios para los sabios.

El Padrenuestro encierra todos los deberes que debemos cumplir para con Dios, los actos de todas las virtudes y la peticiones para todas nuestras necesidades espirituales y corporales. Contiene –dice Tertuliano—el compendio del Evangelio. Contiene, en compendio, todas las dulces sentencias de los salmos y de los cánticos. Pide todo lo que necesitamos; alaba a Dios de una manera excelente; eleva el alma de la tierra al cielo y la une estrechamente con Dios.

San Juan Crisóstomo dice que quien no ora como el divino Maestro ha orado y enseñado a orar, no es su discípulo; y Dios Padre no escucha con tanto agrado las oraciones que ha compuesto el espíritu humano como las de su Hijo, que Él nos ha enseñado.

Debemos rezar la oración dominical con la certeza de que el Padre Eterno siempre la escuchará, porque es la oración de su Hijo, a quien escucha siempre (Jn., XI, 42; y S. Pablo Hebreos V, 7) y nosotros somos sus miembros, como dice otra vez S. Pablo (Ef., V, 30). Porque ¿qué podría rehusar Padre tan bueno a un pedido tan bien hecho y fundado en los méritos y recomendaciones de un Hijo tan digno?

Asegura San Agustín que el Padrenuestro bien rezado borra los pecados veniales. El justo cae siete veces al día, dice los Proverbios XXIV, 16. La Oración dominical contiene siete peticiones mediante las cuales puede remediar esas caídas y fortificarse contra sus enemigos… es una oración corta y fácil, a fin de que—como somos frágiles y estamos sujetos a muchas miserias—recibamos  un auxilio más rápido rezándolo más seguido y más devotamente.

Nos dice San Luis María Grignion de Montfort: Piensen, y consideren, almas devotas que no se debe menospreciar la oración que el propio Hijo de Dios compuso y ordenó para todos los fieles; y sobre todo aquellos que solo estiman que han compuesto los hombres, como si el hombre—aun el más esclarecido—supiese mejor que Jesucristo cómo debemos orar. Otros buscan en los libros de los hombres el modo de alabar y orar a Dios, como si se avergonzaran del que nos ordenó su Hijo. Y se persuaden de que las oraciones que están en los libros son para los sabios y para los ricos y que el Rosario es sólo para las mujeres, los niños y el pueblo sencillo (como dice el libro del Tratado de la verdadera devoción, n. 250), como si las alabanzas y las oraciones que éstos leen fueran más hermosas y más agradables a Dios que las contenidas en la Oración dominical o sea el Padrenuestro.

Es peligrosa tentación hastiarse de la oración que Jesucristo nos ha recomendado, para adoptar, en cambio, las oraciones que los hombres han compuesto. Eso no quiere decir que desaprobemos las compuestas por los Santos para excitar a los fieles a alabar a Dios, pero no se puede sufrir y admitir que las prefieran a la oración que salió de la boca de la Sabiduría encarnada y que abandonen la fuente para correr a los arroyos, o que desdeñen el agua clara para beber la turbia. Porque, al fin, el Rosario—compuesto de la Oración dominical (Padrenuestro) y la Salutación angélica (Avemaría)—es esa agua clara y perpetua que brota de la fuente de la gracia, mientras que las oraciones que se buscan en los libros no son más pequeñísimos arroyos que derivan de ella.

Podemos llamar dichoso a quien, rezando la Oración del Señor, la hace lenta y atentamente con cada palabra; ya que encuentra en ella todo cuanto necesita y todo cuanto puede desear.

Cuando rezamos esta admirable oración, desde el primer momento cautivamos el corazón de Dios invocándolo con el dulce nombre de Padre: Padre nuestro. El más tierno de todos los padres, todopoderoso en la creación, todo admirable en su conservación, todo amable en la Providencia, todo e infinitamente bueno en la Redención. Dios es nuestro Padre, nosotros todos somos hermanos, el cielo es nuestra patria y nuestra herencia. ¿No habrá esto de inspirarnos, respectivamente, el amor a Dios, el amor al prójimo, y el desasimiento de todas las cosas de la tierra? Amemos, pues, a nuestro Padre y digámosle mil y mil veces:

PADRE NUESTRO, QUE ESTÁS EN LOS CIELOS.Tú que llenas el cielo y la tierra por la inmensidad de tu esencia, que estás presente en todas partes; Tu que en los Santos por tu gloria, en los condenados por tu justicia, en los justos por tu gracia, en los pecadores por tu paciencia que los sufre; al recordarnos siempre tu origen celestial, que vivamos siempre como verdaderos hijos tuyos, que tendamos siempre hacia a Ti solo con todo el ardor de nuestros deseos.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE. El nombre del Señor es santo y temible, dice el profeta y rey  (Salmo 98, 3); y el cielo—según Isaías—resuena con las alabanzas que los serafines no cesan de tributar a la santidad del Señor, Dios de los ejércitos (Is., VI, 3). Pedimos aquí que toda la tierra conozca y adore los atributos de este Dios tan grande y tan santo; que sea conocido, amado y adorado por los paganos, por los turcos, por los judíos, por los bárbaros y por todos los infieles, budistas, islamistas etc.; que todos los hombres le sirvan y glorifiquen con una fe viva, una esperanza firme, una caridad ardiente y con la renuncia de todos sus errores: en una palabra, que todos los hombres sean santos, porque Él es santo (Lev., XI, 44-45; XIX, 2; XX, 7-8; XX, 26; XXI, 8; I Ped., I, 16).

VENGA (A NOSOTROS) TU REINO. Es decir, que el Señor reine en nuestras almas por su gracia durante la vida, a fin de que merezcamos, después de nuestra muerte, reinar con Él en su reino, que es la suprema y eterna felicidad; es decir, que creemos, esperamos y anhelamos esta felicidad que nos ha sido prometida por la bondad del Padre, que nos fue adquirida por los méritos de Jesucristo su Hijo y que nos es revelada por las luces del Espíritu Santo.

HAGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO. Nada, indudablemente, puede sustraerse a las disposiciones de la divina Providencia, que ha previsto y arreglado todo antes de que suceda; ningún obstáculo la aparta del fin que se ha propuesto. Y cuando pedimos a Dios que se haga su voluntad, no es que temamos—dice Tertuliano—que alguien pueda oponerse eficazmente a la ejecución de sus designios, sino que aceptamos humildemente todo cuanto plugo ordenar respecto de nosotros; que cumplimos siempre y en todas las cosas su santísima voluntad –que conocemos por sus mandamientos—con tanta prontitud, amor y constancia como los ángeles y bienaventurados la obedecen en el cielo.

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLO HOY. Jesucristo nos enseña a pedir a Dios todo lo que es necesario para la vida del cuerpo y para la vida del alma, con estas palabras de la Oración dominical confesamos humildemente nuestra miseria y rendimos homenaje a la providencia, declarando que creemos y queremos recibir de su bondad todos los bienes temporales.

Con este nombre de pan pedimos lo que es simplemente necesario para la vida; no está comprendido en él lo superfluo: este pan lo pedimos hoy, es decir, que limitamos al día presente nuestras solicitudes confiando a la Providencia lo relativo al día de mañana. Pedimos el pan de cada día confesando así nuestras necesidades que renacen siempre, y mostrando la continua dependencia en que estamos de la protección y auxilio de Dios.

PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS ASÍ COMO NOSTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES. (con estas palabras, es como siempre se han dicho y así, nos lo enseñó Jesucristo en los Evangelios Mt., VI, 9-13; Lc., XI, 2- 4. Y es como la Iglesia durante siglos lo ha rezado, el cambio de las palabras ofensas, como a los que nos ofenden en vez de deudas, como a nuestros deudores, se hicieron después del Concilio Vaticano II) Nuestros pecados dice San Agustín y Tertuliano—son otras tantas deudas que contraemos con Dios, y su justicia exige el pago de ellas hasta el último centavo. Ahora bien, todos tenemos estas tristes deudas. A pesar del número de nuestras iniquidades, acerquémonos a Él con confianza, y digámosle con verdadero arrepentimiento: “Padre nuestro que estás en los cielos, perdónanos los pecados de nuestro corazón y de nuestra boca, los pecados de acción y de omisión que nos hacen infinitamente culpables a los ojos de tu justicia; porque, como hijos de un Padre clemente y misericordioso, también perdonamos, por obediencia y por caridad, a nuestros deudores”.

Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN. Le pedimos a Nuestro Señor, que no permita que por nuestra infidelidad a sus gracias sucumbamos a las tentaciones del mundo, del demonio y de carne.

MÁS LÍBRANOS DEL MAL, que es el pecado; del mal de la pena temporal y de la pena eterna que hemos merecido.

AMÉN (así sea). Palabra de gran consuelo, que es—dice S. Jerónimo—como el sello que Dios pone al final de nuestras peticiones para darnos la seguridad de que nos ha escuchado, como si Él mismo nos respondiese: “¡Amén! Si es así como pediste; verdaderamente lo has obtenido”. Pues es lo que significa esta palabra amén.

Por último espero en Dios,  que todo lo aquí expuesto les haya dado luz y gracia, para que con ello, y la vez motivados con estos conocimientos, recen de la mejor manera el Santo Rosario, generando muchos frutos de vida eterna para sus almas.

Para la elaboración de  este escrito, en gran parte, he utilizado el libro: “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario” de San Luis María Grignion de Montfort.

Mons. Martin Davila Gandara