Festividad de la exaltación de la Santa Cruz

Nuestro Señor Jesucristo nos rescató muriendo por nosotros en la Cruz; por eso la Cruz nos recuerda el gran misterio de la Redención; por lo mismo, la Iglesia ha instituido dos fiestas a la Santa Cruz, las cuales son: 1) El 3 de Mayo “La Invención de la Santa Cruz”; 2) El 14 de Septiembre “La Exaltación de la Santa Cruz”. Buscando por este medio excitarnos a una mayor gratitud y a un mayor amor hacia nuestro divino Redentor.

Entremos en estos piadoso sentimiento de la Iglesia, y consideremos: 1) La historia de la Exaltación de la Cruz; 2) Qué veneración debemos a la Cruz; 3) El espíritu de esta fiesta y los frutos que podemos sacar de ella.

LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ

Habiéndose apoderado de Jerusalén el rey de los persas, Cósroes, en el año 614, pasó la ciudad a sangre y fuego, y llevó cautivos al patriarca y a una gran cantidad de cristianos. También se llevó un gran botín, y entre ellos la reliquia sagrada de la verdadera Cruz, que Santa Elena había dejado en Jerusalén.

Catorce años más tarde, el emperador Heraclio, vencedor de los persas en tres batallas, hizo que se restituyesen los prisioneros y la reliquia tan preciosa, que él mismo quiso llevar a Jerusalén, para dar gracias a Dios por su victoria.

Llegado a la puerta de la ciudad, el Emperador, revestido de sus insignias imperiales y llevando la venerable reliquia, fue detenido por una fuerza invisible. El patriarca le hizo notar que, con tales lujosas vestimentas, no convenían para llevar la Cruz que Jesucristo había llevado con tanta pobreza y humildad.

Heraclio, renunciando entonces a aquella fastuosa vestimenta, tomó un vestido común y, caminando con los pies descalzos, llevó sin dificultad la santa Cruz hasta el Calvario, de donde Cósroes la había quitado. Realizáronse numerosos milagros, que consolaron al Emperador y a los fieles: este acontecimiento memorable es el que celebra la Iglesia en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

Después de este rescate y restitución, la Santa Cruz fue dividida (para evitar nuevos robos) y fue repartida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron “Veracruz” (verdadera cruz).

VENERACION DEBIDA A LA SANTA CRUZ

1o. La Iglesia honra la Santa Cruz porque fue el altar sagrado en que Nuestro Señor se inmoló y ofreció por nosotros; y también, porque es el instrumento bendito con el que se consumó la obra de nuestra redención; además es el arma y señal para siempre gloriosa de su victoria sobre el demonio.

La Cruz fue toda empurpurada con su preciosa sangre; por eso las reliquias de esta sagrada madera, en virtud de su contacto con el mismo cuerpo de Jesús y de esta relación con nuestra redención, tienen derecho a un culto, a una veneración especial, mayor que la que se tributa a las reliquias de los Santos.

2o. Sin embargo, el culto que se tributa a la Santa Cruz no se refiere en modo alguno a la madera misma, sino a Jesucristo, que murió en ella por nuestra salvación. Adorando la Cruz, es al mismo Jesucristo a quien adoramos y damos gracias.

Se debe de decir de la verdadera Cruz lo que el Concilio de Trento declara en general de las imágenes de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos: “Es a Jesucristo a quien adoramos, besando sus imágenes, descubriéndonos y postrándonos ante ellas”.

3o. Toda cruz nos recuerda la Cruz del Calvario. Por eso le agrada a la Iglesia dar a sus templos la forma de cruz; la coloca en lo alto de los edificios religiosos, en los ornamentos del sacerdote para la celebración de la santa Misa, en el mismo altar, en el sepulcro de los fieles.

La lleva en las procesiones, y procura hacerla honrar en todas partes, hasta en la plazas públicas, a lo largo de los caminos, en todas las casas a fin de santificarlas, de hacernos recordar incesantemente el gran misterio del Gólgota y de excitar a todos los hombres a la gratitud y al amor a Jesucristo, muerto por nosotros en la Cruz.

4o. La Cruz es honrada dondequiera que se halle un cristiano. Antes era una señal de infamia, reservada a los hombres más criminales y más desalmados; después que Cristo fue clavado en ella, llegó a ser un símbolo de gloria y de bendición. Constantino, por respeto al divino Crucificado, abolió el suplicio de la cruz.

Pero también la santa Cruz, como el mismo Salvador, vino a ser “un signo” de contradicción, así como nos dice San Lucas II, 34. ¿Qué no han hecho los perseguidores, los herejes y los vándalos de todos los tiempos y de todos los países para proscribirla y destruirla?

El mundo ha sido trastornado por causa de la cruz. Pero la Cruz se mantiene, mientras que el mundo se ha ido convirtiendo. Han pasado sus enemigos. Otros pasaran todavía, y permanecerá la cruz. Ya que este signo es un emblema de honor, de consuelo, de victoria y de salvación.

ESPIRITU DE ESTA FIESTA O FRUTOS QUE DE ELLA PODEMOS SACAR

 1o. La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz tiene por fin y por fruto recordarnos la Pasión de Jesucristo, y reactivar en nosotros el recuerdo de sus tormentos y de su muerte ignominiosa que Nuestro Señor se dignó sufrir por nosotros; y por consiguiente, ella debe excitarnos a adorarle, a darle gracias, y a esperar más firmemente en sus méritos infinitos y a amarle con todo nuestro corazón.

2o. Además, debe inspirarnos un odio profundo al mundo y al pecado, y una mayor vigilancia, y un valor más grande para huir de las ocasiones peligrosas para combatir nuestras malas pasiones.

Lo que fue la serpiente de bronce para los israelitas, una señal de salud (Sab., XVI, 6), lo debe ser para nosotros, con mayor razón esta fiesta de la Santa Cruz; pero es preciso retener bien lo que añade enseguida el Escritor sagrado: (Una señal de salud), para recuerdo de los mandamientos de la Ley del Señor. Por lo mismo, no abrumemos de nuevo las espaldas de nuestro dulce Salvador con el peso tan aplastante de su Cruz; no le clavemos de nuevo con nuestras desgraciadas y lamentables recaídas.

3o. Esta fiesta debe también animarnos a seguir generosamente a Nuestro Señor y a imitarle en todo. Si queremos ser de sus discípulos, es preciso que, como los hijos del Zebedeo, estemos dispuestos a beber con el Él su cáliz (Mt., XX, 22), es decir, a renunciarnos incesantemente, a llevar gustosos nuestras cruces y nuestras pruebas, por su amor y unidos a Él. La vida de un cristiano debe asemejarse a la del divino Maestro, esto es, ser una cruz y un martirio continuos, así como dice San Pablo a los Rom., XV, 3.

El mundo, triste heredero de los sofismas y de las costumbres del paganismo, se atrevió, en su pretendida sabiduría, a llamar a la cruz una locura (I, Cor., I, 18 y 23).Nosotros como cristianos, debemos de considerar esto, como una ¡Insensatez¡ ya que, lo esencial es vivir como los santos y obrar nuestra salvación con ellos y como ellos.

Por eso, la sola sabiduría debe consistir en preservarnos del remordimiento eterno que tortura a los condenados. Todo esto, debido a que la vista de la Cruz de Jesús nos fortalece, nos anima, y nos consuela en los combates.

Por último, rindamos a la Cruz de Nuestro Señor el homenaje que le es debido; saludémosla con respeto cada vez que la encontremos o la veamos. En nuestras casas démosle el lugar de honor; por lo mismo, procuremos, que esté en la cabecera de nuestra cama, para que nos proteja durante nuestro sueño y nuestra enfermedad. Y también, llevémosla con nosotros y besémosla frecuentemente con confianza y con amor.

Los recuerdos que ella nos traiga podrán servirnos eficazmente para detestar y huir de los menores pecados; además, nos ayudarán a sufrir gustosos aquí las penas físicas y morales, y a llevar una vida santa, para cambiar finalmente nuestras pruebas y nuestras miserias presentes por la gloria eterna y las delicias sin mezcla ni medida del paraíso. Por eso canta la Iglesia ¡O Cruz, te saludo, mi esperanza única!

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara