Festividad de San Miguel Arcángel

Quién como Dios”

Imaginémonos que vemos el Arcángel San Miguel acaudillando el ejercito de los ángeles fieles y peleando valerosamente por la honra divina contra Lucifer y sus secuaces, diciendo: ¿QUIÉN COMO DIOS? Pidámosle nos alcance amor a Dios sobre todas las cosas.

San Miguel, modelo de humildad.

La humildad es el fundamento de toda la santidad, y lo es muy especialmente de la santidad del Arcángel San Miguel.

Por lo mismo, debemos considerar que la humildad es la verdad. San Miguel y los ángeles buenos permanecieron en la verdad, y sobre esta base de humildad se elevaron a la cumbre de la Santidad.

Veía San Miguel con clarísima inteligencia la hermosura deslumbradora de su propio ser, la grandeza de su poder, de su sabiduría, de su voluntad, pero no se deslumbró con la propia hermosura, ni se elevó su corazón con soberbia, porque permaneció firme en la verdad.

Claramente conoce que aquel ser tan hermoso no lo tenía de sí, sino que lo había recibido. Aquel ser era de suyo nada; nada había sido desde toda la eternidad hasta el punto en que Dios liberalmente le llamó a la existencia con su palabra creadora, y si Dios retirase de él su mano omnipotente, luego se tornaría a su nada primitiva.

Y pues de suyo era nada en cuanto al ser, también era nada en todas las perfecciones que se fundan en el ser, y así de suyo no tenía poder, ni inteligencia, ni voluntad, ni hermosura.

Luego alzaba los ojos al Ser divino y veía que El es la plenitud del ser, no recibido de nadie, sino es la fuente original de todo ser, el piélago inmenso de toda perfección y hermosura, y ante aquella grandeza increada, infinita, eterna, inmensa, se veía tal como era, infinitamente pequeño, y del todo indigno de parecer ante el divino acatamiento.

De aquí brotaron dos afectos vehementísimos que embargaron para siempre su voluntad. Uno para con Dios, adorándole con absoluto rendimiento, reverenciándole por su infinita excelencia, alabándole y engrandeciéndole sobre las cosas: amándole como a Bien sumo, y agradeciéndole al ser que de El había recibido, juntando los demás afectos de obediencia y acatamiento debidos a la Majestad soberana.

Otro afecto para consigo, no atribuyéndose los bienes que veía en sí, sino dando de todo la gloria a Dios y ahogando todos los movimientos de soberbia, presunción y vanagloria en el abismo de la propia nada.

Sobre esta verdad profundamente sentida hemos nosotros de levantar el edificio de nuestra vida espiritual; porque en ella estriba la profunda humildad que debemos tener delante de Dios y el amor de preferencia que debemos a su bondad infinita.

La lucha entre la humildad y la soberbia.

No todos los ángeles permanecieron en la verdad. Lucifer contempló su propia hermosura en el espejo de su inteligencia, y se deslumbró de sí mismo; su corazón se elevó con soberbia, y neciamente se creyó igual a su Creador, diciendo: ¡Non serviam! ¡No serviré! Pondré mi trono sobre los astros, y seré semejante al Altísimo.

Tras Lucifer levantaron bandera de rebelión la tercera parte de los ángeles, que, según algunos, exceden en número a todos los hombres que comprenden todas las generaciones humanas.

Ponderemos el celo que devoró el corazón de San Miguel al presenciar la rebelión de Lucifer y sus secuaces. Su inteligencia llena de luz divina le hacía ver la infinita superioridad y excelencia del ser de Dios sobre toda criatura.

Su voluntad, abrasada en amor de la bondad divina, proclamó con santa indignación los derechos de Dios: ¿QUIÉN COMO DIOS?, exclamó fuertemente, y a una, responde como inmensa catarata la voz de innumerables escuadrones de ángeles: ¿QUIÉN COMO DIOS?

Y sus voces ahogan los gritos de rebeldía y de soberbia que con despecho balbucean los ángeles rebeldes, que oprimidos con el peso abrumador de la Majestad soberana, fueron arrojados del cielo y empujados a las mazmorras del infierno.

Aprendamos nosotros a amar la humildad y aborrecer la soberbia. La humildad, que es la verdad, nos enseña a preferir y amar a Dios sobre nosotros mismos y sobre todas las criaturas. Aprendamos a pelear las batallas del Señor, oponiéndonos con denuedo a la rebeldía de sus enemigos.

San Miguel, protector de la Iglesia.

Consideremos los inmensos beneficios que la protección de San Miguel reportan a la Iglesia, pues él es como el Ángel de la Guarda de la Iglesia Católica; él la defiende y ampara en todas las luchas contra los ataques de Lucifer.

Debemos de ponderar con cuánta razón se muestra la Iglesia agradecida a su poderoso protector, y celebra con gran solemnidad su memoria, para que todos sus hijos la veneren e invoquen el poder de este glorioso caudillo de las milicias del cielo.

También debemos advertir que este santo arcángel está encargado de presentar nuestras almas, luego que se desprendan de las ataduras del cuerpo, en la región de la luz que Dios antiguamente prometió a Abrahám y a su descendencia.

Roguémosle a San Miguel que nos defienda en las luchas que mueve contra nosotros el ángel de las tinieblas, y no permita que caigamos en los lazos que nos arma para perdernos.

Concluyamos con la oración que al final de la Santa Misa todo rezamos: San Miguel Arcángel, definiéndonos en la lucha; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que recorren el mundo para la ruina y perdición de las almas. Amén.

Por último. Hagamos un firme propósito de grabar en nuestras almas, como norma suprema de nuestra vida, la sentencia de San Miguel: ¿QUIÉN COMO DIOS?

La mayor parte de este escrito fue tomado del libro “Meditaciones Espirituales” del P. Francisco de la Paula Garzón S. J.