Festividad del Sagrado Corazón de Jesús

He venido a poner fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que arda?” (Lc., XII, 49)

El viernes de la siguiente semana después de la fiesta de “Corpus Christi”, siempre se celebra la festividad del Sagrado Corazón de Jesús.

La fiesta del Corazón de nuestro Dios. Es la fiesta, admirable y centro de todas las demás fiestas, porque Ella nos recuerda, confirma y resume todas las demás en una sola palabra “Amor”, y en un solo emblema: “El Corazón de la Persona de Jesús”.

Vayamos pues, almas fieles, y cantemos himnos de júbilo porque Dios que en otros tiempos se hacía llamar el Santo, el Altísimo, el Terrible, hoy quiere ser llamado el ¡Dios del Amor!

¿Qué significan las palabras que nos han servido de texto? ¿Qué fuego será ese de que habla Jesús? Es bien claro su significado: con esa palabra fuego, el Señor, Jesucristo quiere darnos a comprender que vino a este mundo para prender en todos los corazones de los hombres la llama del amor. Vino a traernos amor y quiere que el mundo entero arda en esa divina llama.

He venido a poner fuego en el mundo.

Es verdad; el mundo había olvidado a Dios; vivía encenagado en la iniquidad; todo era amado, menos Dios. Para reparar ese olvido vino Jesús a la tierra a prender nuevamente la llama del amor.

¿En qué modo? Comenzando El por amar al hombre con un amor ¡sin medida ni límites!

Porque Jesús nos ha amado:

1.- Como Dios nos ha amado desde toda la eternidad, y como hombre desde el primer momento de su ser humano.

2.- Nos ha amado a todos, ¡sin excluir a nadie! Pequeños y grandes, justos y pecadores. Si alguien ha sido preferido fue en vista de sus méritos, debilidad o necesidad.

3.- Nos ha amado “tanto” que ningún entendimiento humano podrá comprender la ternura y generosidad de su Corazón.

He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres”.

¡Para los hombres dejó el Cielo por esta tierra: para los hombres lloró sobre la paja del portal del Belén y trabajó en un humilde taller; para los hombres fueron sudores y fatigas, las humillaciones y las luchas de su vida apostólica!

4.- Nos ha amado hasta darnos la prueba más grande: nos entregó su vida; ¡murió por nosotros!

Tanto nos amó Cristo que dió su vida por nosotros” (Ef., V, 22).

Todo este amor nos hace exclamar y decir esta Oración: “¡Oh buen Jesús! Es verdad que no hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos; pero Vos, oh Señor, la habéis dado también por vuestros enemigos. ¡Qué verdad es lo que habéis dicho, de haber bajado del Cielo para traer fuego, o sea amor a este mundo.

¡Nos habéis amado, y nos amáis como sólo Dios es capaz de amar!

A continuación, consideremos, una de las prerrogativas más bellas del Corazón de Jesús, tal vez la que más sobresale y la que muestra su grandeza y divinidad. Siendo ésta, la predilección que tuvo por los miserables y pobres pecadores.

El Corazón de Jesús ha amado a los pecadores.

Puede hasta parecer un contrasentido o más bien un absurdo que Jesús, siendo Dios, haya amado a los pecadores, sabiendo que el pecador se opone a Dios, a su Divina Esencia y a sus atributos y prerrogativas; y que los pecadores son tan enemigos de Dios que la Sagrada Escritura afirma repetidas veces que “el Altísimo aborrece a los pecadores” (Ecli., I, 3).

Sin embargo tengamos presente que no es el hombre pecador el enemigo de Dios, sino el pecado que hay en el hombre lo que Dios odia, puesto que la misma Escritura Santa dice que “Dios tiene misericordia de los que se arrepienten

Y este es el sentido que se da a la afirmación de que Jesús ama a los pecadores, como el buen médico que ama al enfermo y odia la enfermedad.

En los Santos Evangelios podemos leer la historia divina del amor de Jesús con los pobres pecadores.

1.- Durante su vida toda:

a) En la casita de Nazaret en la que se verifica el misterio de la Encarnación: si nos preguntamos el por qué de tanta maravilla, la respuesta no puede ser otra que: “para enseñarnos la ciencia de la salvación”.

b) En la cueva de Belén, en la que llora el Niño Dios, oiremos que sus gemidos nos dicen: “por nosotros y para nuestra salvación”.

c) En la Circuncisión, a la que quiso someterse no por pecador, sino, como El mismo dirá más tarde, “Porque así conviene cumplir toda justicia” (Mt., III, 15).

d) En su vida pública predicando su doctrina toda encaminada a llevar las almas a Dios.

e) En el Calvario hasta morir clavado en una Cruz. ¿Para qué todo ésto? “Para enseñarnos la ciencia de la salvación”.

2.- En sus palabras:

a) “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Mt., IX, 13) ¡Este fue su ideal!

b) “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Mt., XVIII, 11). ¡Esta fue su misión!

c) “Si no hiciereis penitencia, todos por igual pereceréis” (Lc., XIII, 5). ¡Este era el tema preferido de sus discursos!

d) ¿Cuál era el objeto de sus parábolas? La del buen pastor que deja las 99 ovejas para buscar la que se había perdido (Lc., cap. XV); la de la dracma perdida (Lc., Cap. XV); la del Hijo pródigo (Lc., Cap. XV) cuyo padre se alegra y hace fiesta por haber recobrado vivo al hijo que daba por perdido para siempre.

¿Y quién no querrá dar a Jesús esta alegría con un sincero arrepentimiento de sus pecados?

Una desgracia providencial.

Jesús es siempre el Buen Pastor que busca por todos los medios la oveja descarriada, siempre ansioso de salvarla. La busca a las buenas, con favores y gracias muy poco merecidas, y, según nuestra manera de pensar, la busca a las malas, cuando se hace recalcitrante, con reveces, enfermedades y desgracias propias o ajenas.

La siguiente historia demuestra este hecho:

En una familia acomodada, el jefe desde varios años vivía alejado de la Iglesia y de toda práctica religiosa. Su hija, un verdadero Angel de bondad, no cesaba de pedir al Corazón de Jesús la conversión de su padre.

Enfermóse de gravedad la señora de la casa, y como buena cristiana quiso que llamarán cuanto antes al Sacerdote para recibir con tiempo los santos Sacramentos; lo que hizo con grande devoción, profesando su más rendida conformidad a la voluntad de Dios.

En el momento de recibir el Viático, dijo con voz moribunda: “Dulcísimo Corazón de Jesús: yo muero, pero a ti encargo toda mi familia; mi casa es tuya”. Poco después entregaba el alma al Creador tan piadosamente como había vivido.

El marido, lleno de dolor y conmovido ante el espectáculo de aquella santa muerte, quiso confesarse allí mismo con el sacerdote que estaba todavía presente:

Padre, le dijo, hace más de dos años que lucho resistiéndome al amor de Jesús que insiste en llamarme. Quiero tomar en la Parroquia el puesto que deja vacío mi esposa, y comulgar cada día”. Así lo hizo, viviendo en adelante como fervoroso cristiano.

Verdaderamente Jesús es siempre el Buen Pastor que quiere la felicidad de sus ovejas, aun las descarriadas.

Por último, demos gracias al Sagrado Corazón de Jesús, por ese fuego del amor que vino atraernos a la tierra y por el gran amor que siempre nos tiene a todos nosotros que somos unos miserables pecadores.

Corazón de Jesús cuya plenitud todos hemos recibido: ¡Ten misericordia de nosotros!

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Jesús Creador del Amor” de R. P. Ernesto Rizzi, S. J.

Mons. Martin Davila Gandara