Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Miremos el Corazón Inmaculado de María como un sol que ilumina toda la tierra con los rayos de sus virtudes, y pidámosle gracia para conocer los tesoros de virtud y bondad que encierra ese dulcísimo Corazón.

El Corazón de María es el más semejante al de Jesús por la Gracia.

Consideremos que Dios desde la eternidad tenía determinado, para la salvación de los hombres, que Verbo se hiciera carne en las purísimas entrañas de la Virgen María, que habría de darle a luz sin detrimento de su virginidad, y lo criara como verdadera Madre, el principio de la vida del Hijo de Dios.

De aquí podremos deducir que, no habiendo criatura tan unida al Verbo divino ni en la mente de Dios ni en su destino, como su Madre, tampoco la hay que por la gracia se asemeje a Jesucristo tanto como María.

El Corazón de esta amorosa Madre ha de ser, pues, el más semejante al Sacratísimo Corazón de Jesús, que mientras estuvo en las entrañas de María recibió del Corazón de la Virgen su sangre y todos los elementos de la vida corporal.

Ahora bien: si consideramos que el Corazón de Jesús es el modelo único de toda perfección, como formado por Dios mismo, hemos de deducir que después de él no puede haber otro tan perfecto como el Corazón de María. Que fue, por decirlo así, el boceto trazado por Dios para formar el Corazón de su divino Hijo, como lo declara S. Agustín al manifestar en el Corazón de María quiso Dios hacer el ensayo del Corazón de Jesús, así como, según Tertuliano, al crear al primer hombre quiso hacer el ensayo del Cristo futuro.

Del mismo modo puede decirse que Dios antes de formar el Corazón de Jesús, quiso producir el de María, así como el sol precede la aurora, y de aquí estas palabras de la Sagrada Escritura: “Tú fabricaste la aurora y el sol”.

Además, el Corazón de María, es el más semejante al de gracia, porque el Corazón de Jesús es el manantial de toda gracia; pero al Corazón de María le alcanzó tanta, que el ángel la llamó llena de gracia, y es tal, que la de los ángeles y santos es menor que la suya, y eso ya desde su Concepción.

Porque si el corazón es el compendio del hombre, y todo hombre es lo que es su corazón, las infinitas gracias y privilegios de María, que sólo reconocen superiores en el Corazón de Jesús, se compendian todos en el Corazón de María.

Admirémonos de tantas grandezas, y sabiendo que es el corazón de nuestra Madreanimémonos a amar y confiar en aquella Virgen que Dios ha puesto para que sea vida, dulzura y esperanza nuestra.

El Corazón más semejante al de Jesús por las virtudes.

Consideremos que el Corazón de purísimo de María es el que tiene mayor semejanza con el sacratísimo Corazón de Jesús por las virtudes, y como la base de todas ellas es la humildad, en ellas sobresalió sobre toda ponderación la Virgen Santísima.

Para admirar el profundo misterio de la humildad del Corazón de Jesús, consideremos que el Verbo en la Encarnación se humilló hasta abrazar la forma y ser de hombre; acción que San Pablo llama aniquilamiento del Verbo.

Por otra parte, la santa humanidad, al ser asumida por el Verbo en unidad de persona, no subsiste en sí ni por sí, sino en el Verbo. Por esto no hay en Cristo personalidad humana, la cual esta absorbida por la Persona divina.

Esto constituye un doble misterio de encumbramiento del hombre hasta Dios y de aniquilamiento de la personalidad humana, de suerte que Dios lo sea todo en Jesucristo.

Pero ¿quién sino María imitó en grado tan perfecto esta virtud del Corazón de Jesús en lo que abate y en lo que la eleva y ensalza? María oye que el ángel la ensalza llamándola llena de gracia, ve que Dios estaba enamorado de Ella, y tan alta elevación la abisma en lo profundo de su nada, y esto le hace decir: “He aquí la esclava del Señor, y exclama; hágase en mí según tu palabra”.

San Bernardo, enamorado de esta maravillosa humildad, dice que por ella era justo que llegase a ser la Madre de Dios, y San Agustín y otros Padres de la Iglesia están conformes en declarar que el momento de la elevación de María a la divina maternidad fue cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor”. Estas palabras subieron hasta el trono de Dios y le robaron el corazón.

Y si de la humildad pasamos a la bondad, a la mansedumbre, a la pureza, a las virtudes que constituyen la santidad, veremos que no hay ni puede haber Corazón más semejante al de su Hijo que el de María.

Porque las virtudes todas son fruto y obra de la gracia, y sería injuriar al Hijo el suponer que con alguna criatura ha sido más generoso en los dones de gracia que con aquella de la que tomó la sangre que anima y vivifica su Sacratísimo Corazón.

¡Oh María, espejo de toda justicia y trono de toda santidad! Danos a conocer los tesoros que encierra tu Corazón para que te amenos sobre todas las cosas después de tu divino Hijo Jesús.

El Corazón más semejante al de Jesús por la misericordia.

Consideremos en primer lugar que, así como Cristo vino al mundo por María, del mismo modo tienen todos los hombres que volver a Dios por María; pues habiendo por Ella recibido el Autor de la gracia, por Ella hemos de recibir los frutos de la Redención.

Miremos si cabe mayor semejanza en punto a misericordia entre el Corazón de Jesús y de María. Jesús se sacrifica por los hombres dándoles su propia vida, y María entrega para el mismo fin mucho más que su vida, pues entrega la vida de su Hijo, tanto más amado cuanto que no trata sólo de un hijo según la carne, sino de un Hijo divino, hacia el que sentía, además de la ternura de madre, el amor más puro que jamás criatura alguna haya sentido por su Creador.

Abramos nuestro pecho a la esperanza, porque ¿quién puede temer teniendo tal Madre? Pues María es nuestra Madre, y por hijos nos adoptó en la persona de San Juan al pie de la Cruz. Acudamos, pues, a su Corazón amantísimo, que por este medio obtendremos las gracias y virtudes que tanto necesitamos.

Pensemos, por último, para alentarnos a acudir a ese purísimo Corazón, que María, desde la Encarnación del Hijo de Dios, tiene cierta jurisdicción sobre el Corazón de su Hijo, y por eso es con justicia llamada Refugio de los pecadores y Consuelo de los afligidos.

Pues su intercesión es decisiva y poderosa, si nuestra voluntad no opone a ello tenaz resistencia, para que Dios nos perdone nuestras culpas y nos socorra en todas nuestras necesidades, en orden a la salvación eterna.

Gran parte de este escrito es tomado del libro: “Meditaciones Espirituales, para todos los días del año por P. Francisco de Paula Garzón de la Compañía de Jesús.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx