“Dios tiene determinado el día en que ha de juzgar al mundo con rectitud” (Hech., XVII, 31)
Entrando el gran Apóstol San Pablo en el famoso Areópago de Atenas, que era la asamblea más famosa del mundo; se puso a predicarles las grandes enseñanzas del Evangelio, y entre ellas les anunció las terribles verdades del Juicio Universal o Final. Y lleno del espíritu de Dios que le inflamaba, decía: “Dios intima a los hombres que hagan penitencia, por cuanto tiene determinado el día en que ha de juzgar al mundo”
Esta misma verdad, es la que debemos de considerar también nosotros en este día. Hagamos penitencia, detestemos nuestros pecados; y no tardemos en convertirnos a Dios porque vendrá ciertamente y más pronto que cuando predicaba el gran Apóstol, aquel día terrible en que Jesucristo, Juez de vivos y muertos, juzgará a todos los hombres.
¡VENDRÁ EL GRAN DÍA DEL JUICIO FINAL!
1º.—LA JUSTIFICACIÓN DE LA DIVINA PROVIDENCIA ASI LO RECLAMA.
Entonces no se presentará como un enigma la felicidad temporal y el bienestar de los pecadores, en contraste notable con los padecimientos y amarguras de los justos. Entonces se verá claramente cómo Dios no deja sin recompensa ni un vaso de agua dado con caridad, ni el menor pensamiento bueno; pero tampoco sin castigo la menor acción mala, ni el más ligero deseo pecaminoso.
2º.—LA GLORIA DE JESUCRISTO LO EXIGE.
Los judíos y paganos lograron prender al Ungido del Señor, lo atormentaron e hicieron morir ignominiosamente en la Cruz. Los malos Cristianos no cesan de renovar con sus culpas las humillaciones del Calvario. Después de las afrentas debe venir y vendrá el día de la glorificación; “Entonces todos los pueblos verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad” (Mt., XXIV, 30).
3º.—EL HONOR QUE SE DEBE A LOS JUSTOS, Y LA CONFUSIÓN QUE SE MERECEN LOS PERVERSOS, LO PIDE.
Hay muchos hipócritas en el mundo que pasan los días enmascarados y, en lugar de la deshonra a que son acreedores, atraen sobre sí el honor y el respeto; y a la inversa también hay justos cuya santidad pasa desapercibida a los ojos de los hombres; pero vendrá un día en que todo aparecerá en su realidad y en el que cada uno recibirá según sus méritos.
Para proceder con mayor claridad posible en materia tan importante, asentaremos tres verdades: 1) AQUEL SERÁ UN DÍA DE ESPANTO; 2) SERÁ UN DÍA DE CONFUSIÓN; 3) SERÁ UN DÍA DE RUINA.
El Juicio Final va a ser, así como lo canta la Iglesia en la secuencia de la misa de los difuntos: “Dies illa, dies irae, calamitatis et miseriae; dies magna et amarga valde”. El día aquel será un día de ira, de calamidad y de miseria, día famoso y por demás amargo.
DÍA DE ESPANTO.
Un día; ¿cuándo? Lo ignoramos: “Mas en orden al día y hora nadie lo sabe, ni aun los Ángeles el cielo, sino mi Padre” (Mt., XXIV, 36).
1º.—SEÑALES PRECURSORAS DE AQUEL DÍA:
a)—Señales en el Cielo: El sol dejará de lanzar sus rayos luminosos y benéficos sobre la tierra; los astros caerán hechos pedazos los unos sobre los otros y todo el sistema quedará trastornado.
b)—Señales en la tierra: El mundo se verá sumergido en un mar de espanto y horrores. Mortandades, guerras, epidemias, y el hambre asolará la faz de la tierra. Se levantarán familias contra familias; provincias contra provincias; reinos contra reinos. El hijo irá contra su padre, y la hija manchará sus manos en la sangre de los que le dieron el ser.
Pálidos y tremebundos los mortales al ver tales abominaciones, no acertarán a moverse y se irán como secando de terror y espanto.
La indignación divina enviará un río de fuego que, extendiéndose por todo el mundo, abrasará la tierra y todos los mortales.
c)—Señales en los aires: Entonces, es decir, cuando todo el género humano haya dejado de existir; cuando en todo el universo reine un silencio profundo; cuando todo el mundo se halle convertido en un vasto cementerio, una como borrasca se levantará en las alturas, dejándose oír hasta el fondo de las tumbas aquel sonido terrible de la trompeta angélica que llama a todos los hombres a juicio.
¡Levántese, muertos, y vallan al Juicio!
—Hombres escandalosos que con tanto descaro insultaban la inocencia y el pudor, y que llenaban el mundo de horror y escándalo;
—Hombres impíos que predicaban máximas perniciosas para pervertir a los incautos, y que vomitaban de sus bocas ríos de maldad y corrupción;
—Hombres descreídos, que miraban las amenazas de la Sagrada Escritura como espantajos de niños y la inmortalidad del alma como cosa de risas y de burlas;
—Jóvenes corrompidos y corruptores que hacían alarde de su impiedad y podredumbre;
—Jovencitas sin pudor y vergüenza que se valían de los dones recibidos de Dios para seducir y corromper;
—Mujeres mundanas, pecadores todos, resucitar y venir al juicio; Venir a dar cuenta y razón de toda su vida.
2º.—RESURRECCIÓN PRODIGIOSA DE TODOS LOS MORTALES.
En efecto, al sonido de aquellos clarines misteriosos, la tierra y el mar lanzarán inmediatamente los cuerpos que tenían en su seno escondidos; y bajando del cielo las almas de los Bienaventurados lo mismo que las de los condenados subiendo del infierno, se apresarán todas para unirse con sus propios cuerpos.
3º.—UNIÓN DE LAS ALMAS CON SUS CUERPOS.
¡On que encuentro terrible! Al mismo tiempo que será dulce y encantador el de los buenos; ¡qué de maldiciones no lanzará el alma del condenado a su cuerpo, y a su vez el cuerpo a su alma, por no haberlo sabido guiar por el camino de la virtud! ¡Llenos de rabia y furor tendrán que juntarse nuevamente para vivir unidos sufriendo penas horribles por toda la eternidad!
4º.—SEPARACIÓN ENTRE BUENOS Y MALOS.
Ya se hallan de pie los justos: ya lo están también los condenados. Pero ¿estarán todos mezclados? ¿todos en el mismo lugar? Oh, no; porque los Ángeles del Señor, bajando del cielo: “Separarán los unos de los otros… las ovejas de los cabritos” (Mt., XXV, 32).
a)—Las dos grandes familias; el género humano en aquel día de la Justicia quedará dividido en dos grupos, el de los escogidos y el de los condenados, y esta separación será definitiva, ¡será para toda la eternidad!
O Madres, abracen por última vez a sus Hijos; Oh Padres, den el adiós de despedida a sus Hijas; Hermanos, hermanas, amigos, parientes, despídanse para siempre, ¡porque se ha llegado el momento de cumplirse el oráculo divino!
b)—La terrible selección; ¡el uno será tomado y el otro dejado!
De dos hermanos que nacieron en la misma casa, recibieron la misma educación, ¡el uno será salvo, y el otro desechado! Tú, dirá a éste el Ángel bueno, fuiste desobediente, impuro, escandaloso, ladrón, vete a la izquierda; a aquel dirá: Tú fuiste obediente, respetuoso, huiste de las malas compañías, vente a la derecha. De dos esposos que vivieron en legítimo matrimonio el uno será escogido, el otro condenado.
c)—La despedida cruel: —en vano la Madre culpable querrá asirse del brazo de la hija fiel;–en vano el hermano opresor tratará de abrazarse al hermano en otro tiempo oprimido; —en vano el amigo infiel estrechará con delirio la mano del amigo traicionado; la hija, el hermano, el amigo contados en el número de los Justos se desentenderán de ellos para unirse al coro de los Bienaventurados.
–¡Oh amarga separación! ¡Oh cruel despedida! ¡Cuántas convulsiones de rabia! ¡Cuántos lamentos!
5º.— LLEGADA AL VALLE DE JOSAFAT.
Mudos y silenciosos, llenos de temor y espanto se encaminarán todos hacia aquel valle en donde ha de ser juzgado todo el género humano. Frente a frente se encontrarán aquellos dos pueblos, aquellas dos grandes familias esperando el momento terrible que haya de decidir de su suerte.
¡Oh qué confusión y vergüenza para los malos verse delante de aquellos que despreciaron en vida porque practicaban la virtud y seguían fieles a Jesucristo! Desearán ser sepultados para no hallarse presentes en aquel juicio que los ha de dejar cubiertos de ignominia a la faz de todo el mundo; pero nada los podrá librar de la ira de la justicia de Dios que dentro de breves momentos se descargará sobre ellos.
6º.—SEÑALES PRECURSORAS DE LA LLEGADA DEL SUPREMO JUEZ.
a)—La insignia de la Cruz aparecerá en los en los cielos cuando Dios viniere a juzgar el mundo. aparecerá ante todo en medio de los cielos el real estandarte de la Cruz que vendrá a ser testigo mudo de quel gran juicio.
¡Oh qué consuelo para los buenos será ver aquella cruz tanto amaron en este mundo y que los fortaleció en los momentos de prueba! Pero ¡qué visión tan aterradora para los que la despreciaron; para aquellos que se avergonzaron en vida del signo glorioso de nuestra Redención!
b)—Los Ángeles del cielo. Seguirán después por orden millares y millares de ángeles como fieles ministros del Altísimo, llevando en sus manos el libro de la vida que ha servir para juzgar al mundo. ellos, mejor que nadie, podrán dar testimonio de todas nuestras acciones, de todas nuestras obras buenas y malas.
c)—El coro de las almas Vírgenes. Léese en el Libro del Apocalipsis que las almas vírgenes seguirán al Cordero donde quiera que vaya, y éste será el momento solemne en el cual aparecerán a la faz de todo el mundo formando la corte de honor del Rey del cielo y de la tierra.
“Virtud bendita! ¡Excelsa prerrogativa para los que la practicaron, que en vez de ser juzgados, serán asesores de este gran juicio de vida y muerte!
d)—La Emperatriz de cielos y tierra. Detrás del coro de la Vírgenes tiene que hallarse la que fue su Reina, la Madre de la pureza y de la virginidad.
¡Oh, qué grito de jubilo, de gozo y alegría saldrá de improviso de todos los corazones de los escogidos! Quedarán como extasiados al contemplar su hermosura, sus resplandores, todos los encantos de que se hallará adornada en ocasión tan solemne. Ella como corredentora del linaje humano, más que nadie tendrá derecho de formar parte de aquel tribunal que ha de decidir de la suerte de los mortales.
7º.—APARICIÓN DEL REY SUPREMO DE VIVOS Y MUERTOS.
Tras este inmenso acompañamiento se descubrirá un trono grande, resplandeciente, majestuoso de nubes, y en él sentado, radiante de gloria y majestad, el Juez supremo del cielo y de la tierra.
¡Oh, sí, él es; Jesús, nuestro divino Redentor, el Salvador del mundo! ¡!Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor”!
a)—¡Inclínese bóvedas celestiales! ¡tierra, dobla la rodilla y permanece inmóvil! ¡Mortales todos, bajen los ojos y tiemblen! ¡Humíllese toda grandeza, porque sentado está ya en su trono el Hijo del hombre y ante él se ve su señal en el cielo!
b)—¡Desventurados pecadores que llenos de confusión estarán colocados a la izquierda! ¡Qué será de ustedes ante ese victorioso y triunfante León de Judá que viene sacudiendo si melena lleno de ira y furor! ¡ante ese Dios grande, inmortal y eterno que despierta como de un profundo sueño y se arma de justicia para condenarles!
c)—¡Pecadores infelices! ¿Qué harán al ver su rostro airado, sus ojos amenazadores, sus aspecto formidable? ¡Oh cómo llorarán entonces de desesperación, viendo llegada la hora de su exterminio!
d)—¡Oh ira de Dios! ¡Oh furor divino! ¡Oh día de espanto! ¿Podremos pensar en él, sin llenarnos de confusión y miedo? ¿Nos atreveríamos a seguir viviendo engolfados en el fango de los vicios? ¿sabiendo que hemos de ser blanco de la ira de Dios?
¿Nos haremos aún sordos a su divino llamamiento a sus santas inspiraciones que nos llaman a penitencia?
e)—¡Oh soberano y divino Sol de Justicia! ¡no te oscurezcas entonces para nosotros, ni ceses de alumbrar nuestras tinieblas para que, iluminados con tu luz, acertemos a salir de este abismo!
f)—¡Y Tú, Virgen Inmaculada, purísima María! ¡Hermosa, dulce como la luna! ¡Ah no te conviertas entonces para nosotros en sangre, sino que seas en aquellos momentos Madre nuestra de Misericordia!
DÍA DE CONFUSIÓN.
Llegará el día del juicio final, en que se descubrirán los átomos más ocultos y más pequeños de nuestra conciencia.
1º.—FORMACIÓN DEL GRAN JUICIO UNIVERSAL.
a)—Las almas quedarán iluminadas para conocer todos sus actos. En aquel día Jesucristo, soberano Sol de Justicia, dará a cada uno una ciencia infusa con la que clara y distintamente verán todo lo más recóndito de sus conciencias. Dice San Pablo en I Cor., IV, 5: “El Señor sacará a plena luz los escondrijos de las tinieblas, y descubrirá las intenciones de los corazones”.
b)—Habrá gloriosas manifestaciones; la virtud, la santidad, el heroísmo aparecerán a la faz del mundo en todo su brillo y esplendor.
c)—Los Santos serán glorificados. Los que en vida fueron despreciados por seguir a Cristo, brillarán como estrellas del firmamento. Entonces aparecerán como reyes coronados aquellos esposos fieles, aquellos padres dignos, aquellas madres cristianas, aquellos hijos obedientes, aquellas jovencitas castas; aquellos religiosos observantes, aquellas humildes religiosas que son esposas de Jesucristo que dentro de un claustro han llevado una vida de inmolación y de sacrificio.
d)—Habrá también revelaciones vergonzosas. El pecador es un ser cobarde, que oculta sus pecados en el recinto de la casa, en la tinieblas de la noche oscura, en la espesura de los bosques; los oculta sobre todo en el confesionario.
Pero en aquel día quedará todo manifiesto y descubierto; aparecerán aun loa átomos más insignificantes y pequeños.
Como en todos los juicios de la justicia humana, así también en éste concurrirán determinadas personas; se juzgará la causa y se dará la sentencia.
2º.—PERSONAS QUE CONCURREN EN ESTE JUICIO. Habrá en él las mismas personas que forman los tribunales de la tierra.
a)—Un Juez que será el Juez de vivos y muertos, Cristo Nuestro Señor, cuyos atributos lo harán sumamente temible, porque será:—Juez infinitamente Santo que tiene horror a todo pecado;—Juez infinitamente Sabio y así conoce todos los pecados aun los más pequeños que están escondidos en nuestro corazón;—Juez Supremo cuyo falló será inapelable;—Juez Omnipotente que podrá ejecutar cualquier sentencia que sea pronunciada en aquel tribunal.
b)—El reo o sea nuestra alma, sola, abandonada, llevando consigo sus acciones buenas, o malas.
c)—Los acusadores: la propia conciencia, el ángel malo, el mundo.
d)—Los testigos: El Ángel bueno, los cielos y la tierra.
e)—Los defensores; Aparecerá todo tan claro, que quedará el alma tan convencida de sus malas obras, que no habrá lugar a defensa alguna.
3º.—EXAMEN DE LA CAUSA:
Serán materia de este juicio todas nuestras acciones buenas y malas: así como dice el Apocalipsis XIV, 13: “Sus obras lo van acompañando”.
a)—El mal que hemos cometido: pecados de todas clases, mortales, veniales, públicos y secretos; pecados ocultados en el Confesionario; pecados de pensamiento, de palabra y de obra, de omisión, aun palabras ociosas. Sus causas y su malicia; su efectos y consecuencias; pecados cometidos en la infancia y en la juventud; en la edad madura y en la ancianidad; pecados de escándalo.
b)—El bien que hemos dejado de hacer: ya voluntariamente y por respetos humanos; ya por descuido y negligencia. Y también, los deberes para con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos que hemos dejado de cumplir.
c)—El bien que hemos hecho por vanidad: por orgullo, por hipocresía o por motivos torcidos y malos.
d)—Los pecados ajenos hechos propios por haber sido causa de ellos con nuestra conducta desarreglada y pecaminosa, o por no haberlos impedido cunado teníamos obligación de hacerlo.
e)—Las gracias despreciadas; las inspiraciones desoídas; Los Sacramentos recibidos sin las debidas disposiciones: la palabra de Dios profanada; los Ministros del Señor ultrajados; las cosas santas hechas objeto de escarnio.
f)—El tiempo perdido o mal empleado; de todo habrá que dar cuenta y nada pasará desapercibido a la mirada escudriñadora de nuestro Juez.
4º.—NO HABRÁ APELACIÓN POSIBLE.
En aquellos momentos de tanta confusión y vergüenza ¿a quién apelaremos? ¿quién vendrá en nuestra ayuda?
¡Oh, nadie podrá valernos en aquellos instantes! Nadie será capaz de interceder por nosotros; nadie habrá que levante la voz para defendernos!
No nos quedará otro recurso que inclinar humillados nuestra frente y prepararnos para escuchar la sentencia definitiva que decidirá de nuestra suerte.
DÍA DE RUINA.
1º.—LA SENTENCIA. Es propio de todo juicio que después de examinada la causa se siga la sentencia; esto mismo sucederá en el juicio universal. Así como dice San Mateo XVI, 27: “El Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre, acompañado de sus Ángeles, y entonces dará el pago a cada cual conforme a sus obras”.
Esta sentencia será: a)—Inapelable; puesto que no puede haber tribunal superior a quien apelar. b)—Irrevocable; puesto que lo que Dios decide una vez nadie puede cambiar. c)—Eterna, será o de eterna felicidad o de eterna condenación.
2º.—PROMULGACIÓN DE LA SENTENCIA.
a)—La de los buenos. Como el mayor gusto de Jesús es premiar y usar de misericordia, se volverá primero a los escogidos y con rostro alegre y risueño, les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo” (Mt., XVI, 34).
¡Oh sentencia llena de dulzura celestial! ¿Quién será capaz de ponderar dignamente cada una de sus palabras? ¡Oh grandeza! ¡Oh liberalidad de Dios!
b)—La de los malos: es terrible caer en manos del Dios vivo.
Después de haber dado a los escogidos el merecido premio, el Soberano Juez se volverá lleno de indignación hacia los réprobos para lanzar contra ellos el rayo de maldición que los ha de aterrorizar. Ya no será en aquellos momentos el manso Jesús, lleno de bondad y dulzura, sino el León de Judá que sacudirá su melena para hacer justicia.
—Apartaos de mí, malditos; al fuego eterno (Mt., XXV, 41).—Apartaos de mi, es decir, todos nuestros lazos rotos; Yo ya nos soy aquel Jesús a quien ustedes han blasfemado, despreciado, ofendido tantas veces; ha llegado el día de la justicia.
—Lejos de mí, oveja descarriada, yo quise ser tu pastor, y te seguido por valles y montañas para atraerte a mis apriscos, pero tú huiste siempre de mí; desoyendo el silbido del buen Pastor.
—Lejos de mí, esposa infiel, yo ya no soy tu esposo, y despreciaste mi amor, prefiriendo a la creaturas; y dejaste que se anidará en tu corazón un amor impuro.
—Lejos de mí, hijos desnaturalizado, y quise ser tu Padre, Padre amoroso; pero tú no aprovechaste todo lo que hice por ti.
—Lejos de mí, amigo ingrato y rebelde, pues profanaste mi amor.
—Apártate, pues ya no tendrás parte en mi reino; tu reino será de perdición eterna.
—Mi Madre ya no será tu Madre; ya no he de permitir que pronuncien tus labios el dulce nombre de María.
—Mis Ángeles ya no serán tus guardianes, pues quedarás entregado a los demonios para ser atormentado.—Mis Santos ya no serán tus protectores.
—Apártate de mí que soy tu Dios para nunca más verme.
—Apártate de mí que soy tu sumo Bien para nunca más poseerme.
—Apártate de mí que soy tu último fin para nunca jamás conseguirme; ya todo está concluido; lo has perdido todo y para siempre.
¡Oh aflicción sobre toda aflicción! ¡Oh pena sobre toda pena! ¡Para siempre malditos! ¡Para siempre sin Dios! ¡Para siempre en el fuego! ¡Para siempre condenados!
3º.—EJECUCIÓN DE LA SENTENCIA:
a)—Triunfo de los buenos: Entonces se levantarán en lo alto los escogidos, prorrumpiendo en voces de jubilo y alegría y batiendo palmas de triunfo: “¡Al cielo! ¡Al Paraíso! ¡Salud, gloria y bendición al Cordero sin mancilla que nos ha salvado! ¡Oh feliz penitencia! ¡Oh dulces lágrimas! ¡Oh amadas tribulaciones y trabajos que nos han merecido la gloria!”
b)—Desesperación de los malos: Los condenados, al ver la inefable dicha de los escogidos, dirán: De veras nos hemos desviado del camino de la verdad. Se abrirá de repente la tierra y los abismos hasta lo más profundo de las entrañas y al instante serán sepultados los presos en ellos cerrándose las puertas que no se abrirán jamás.
¡Oh maldito pecado causa de tanta desgracia! ¡Terrible ha sido el juicio, espantosa la sentencia! ¿Queremos evitar tamaña desgracia? Y ¿Huir de tanta confusión? ¿Sepamos juzgarnos con rigor en este mundo, y no seremos juzgados en el día de las venganzas eternas? “Si no entramos en cuenta con nosotros mismos, ciertamente no seriamos juzgados” (I Cor., XI, 31).
Por último: ¡Así acabará aquel día terrible de confusión y de ruina! Y una pregunta obligada que tenemos que hacernos al respecto; ¿Dónde estaremos nosotros? ¡Oh que terrible pregunta! Porque es algo que ignoramos; pero una cosa es cierta, que todos nos hallaremos juntos en ese día terrible y que una de estas dos sentencias nos ha de tocar, o de eterna salvación, o de eterna condenación!
De ese día decía San Agustín: “Señor, no me ahorres penas aquí con tal que me perdones en la otra vida”.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Arte de Santidad” del R. P. Ernesto Rizzi, S. J.