La Confesión

LAS ARMAS DE COMBATE EN LA VICTORIA DE LA PUREZA

En el anterior escrito acerca del combate y la victoria de la pureza, se había analizado una de las armas de defensa de la pureza cual es la Comunión; ahora se van a examinar otras armas también muy efectivas en este combate.

EL ARMA DE LA CONFESIÓN.

En las heridas de los soldados en la guerra, imagínense que hubiera un doctor, que haya descubierto un bálsamo mágico que pueda en un minuto reconstruir la carne, cerrar las horribles heridas, y a la vez devuelva la integridad de las fuerzas.

Tal vez todos dirán: ¡Qué suposición más rara! Pues no es una suposición. Es la realidad.

Los corazones de miles y miles de jóvenes y penitentes que han sido heridos por el pecado. Para curarlos, Dios ha inventado un remedio maravilloso, infalible: La Confesión.El Confesionario es la ambulancia donde se curan los corazones heridos, la buena Cruz Roja de las almas.

Algunos incrédulos e indiferentes seguramente dirán, ¿nada más nuevo que proponer que la confesión? ¡Es verdad que este es un remedio muy viejo y tradicional! Pero que importa, si el remedio es bueno y efectivo.

Es como si se dijera, que es muy monótono cortar un infección con un antibiótico. Si no se ha encontrado otro mejor remedio, se debe de seguir el método clásico.

Si para combatir la muerte, comemos; para reparar la fatiga, dormimos. Muy antiguo es uno y otro remedio. Acaso, por eso se les va a dejar estos remedios, bajo el pretexto de que son muy viejos. Claro que no.

De la misma manera la confesión es un remedio muy viejo, pues se acerca ya a los dos mil años. Pero ha sido descubierto por el Médico Divino. Esta antigua medicina sigue siendo la mejor, aun hoy día, y P. Bourget lo prueba en un libro, en el que resume todas las experiencias del alma humana, el titulo: ¡Un drama en el mundo”.

Si se ha pecado gravemente. Hay que desinfectar el alma, empleando “El cloro de las oraciones y el sublimado de los sacramentos”.

Esto es necesario. Ya que mientras no se haga, se es enemigo de Dios; y con ello, se expone el cristiano, a morir por la noche de improviso, despertando en el infierno; y ante esa terrible situación, ninguna de las buenas obras tendrán mérito, ya que se ha perdido lo infinito, pues ha perdido a Dios, y como hijo desheredado, ya no se tiene ningún derecho al cielo.

Así, la pobre alma, se encuentra más que harapienta, ya que esta muerta por el pecado “mortal”, eso quiere decir, que no tiene vida sobrenatural.

Bien podrá exclamar el cristiano irreflexivo: “¿Muerto yo?; pero canto, y río, y paseo por las calles, y bailo en los salones. Luego tengo vida”. En realidad lo aparenta. Ya que eres un vivo falso. “Las apariencias son de que vives; pero estás muerto” (Apoc. III, 1), pues no tienes la vida de la gracia, que es la verdadera vida.

Joven cristiano pregúntate: ¿Cómo debes prepararte cuando compadezcas en el tribunal de la penitencia ante Dios, a quien has ofendido? Decía S. Ignacio de Loyola. Excítate a confusión por tus muchos y grandes pecados; avergonzado y confundido por haberle ofendido, después de haber recibido de Él muchos dones y muchas bendiciones y gracias.

¡Vamos, cristiano, rompe la marcha! Ten valor por cinco minutos, y arrójate a los pies del sacerdote con un corazón contrito y humillado, y la absolución será tan completa que tu confesor, podrá responderte: Vete en paz hijo, que tus pecados se te han perdonado.

¡Ríndete! Joven; declárate vencido por Dios; ya que desde hace tiempo te andas debatiendo contra la gracia, probando que es duro para ti luchar contra la concupiscencia de la carne.

¡Cinco minutos de valor, y luego (como los experimentan todos los penitentes), qué consuelo! ¡Todo el peso de los pecados quitados del corazón: todas las manchas quitadas de repente del alma, vuelta blanca como la nieve y ligera como una pluma!

QUELA CONFESIÓN SEA SINCERA. ¿Pueden imaginarse pecado más absurdo que una mala confesión?

Hay faltas que el pecador, en las cuales se procura una satisfacción, ya sea del orgullo, de la gula, del amor propio o del amor deshonesto, y aunque sean estas satisfacciones efímeras y prohibidas se ha conseguido algo. Pero con la confesión sacrílega; no se ha conseguido nada; porque no se logró el perdón de los pecados, sino que se ha añadido un nuevo pecado mortal.

La lealtad, y ser claro deben ser las hermosas cualidades del cristiano y también del joven. Piensen que la siguiente confesión que se haga, tal vez sea la última, por lo mismo se debe de tomar conciencia de que se va a presentar delante de Dios, y si se hicieran así todas las confesiones, ¡cuán bien se hará!.

En una confesión bien hecha quedan las cuentas liquidadas, tan netamente, que se puede volver la hoja de manera muy satisfecha. Ya que, no debes de dejar para la muerte cuentas embrolladas.

Es preciso que se pueda decirse a si mismo: “He tenido debilidades, pero al menos no tengo nunca que remontarme más allá de mi última confesión. Cada confesión fue en mi vida un momento de sinceridad, un acto en que fui veraz”.

En el juicio final se abrirá el libro de que habla el Dies irae (Días de ira) que es la secuencia que se reza en las misas de los difuntos: “Liber scriptus proferetur; In quo totum continetur”(El libro ya completo, será leído, en el que todo se halla consignado).

Este libro de nuestra vida está a dos columnas: una para los méritos, otra para las faltas. En cada confesión es como si Dios nos pusiera en la mano este volumen, esta cuenta de nuestro juicio y nos dice: puedes borrar, tachar las líneas desagradables, romper las hojas acusadoras, y no conservar si no las hermosas páginas blancas.

¿Dónde y cuándo se ha visto jamás que un juez de la tierra use de semejante magnanimidad con el acusado en la víspera del proceso?

Además de la lealtad para lo pasado, se exige también la lealtad para lo porvenir. No sólo se necesita la acusación, sino también el buen propósito.

Acaso ¿No sería una contradicción decir: estoy con pesar y con dolor de mi corazón arrepentido de mis faltas, pero estoy decidido a volver a pecar de nuevo? Una confesión sin propósito firme, sirve de aliento para nuevas caídas.

En la confesión es necesaria la acusación de los pecados, y si se trata de pecados mortales, se debe determinar y decir, el número y la especie.

Claro, que en la confesión, Dios no se contenta, con que se digan los pecados, con la sola exactitud matemática. Ya que el confesionario no es una taquilla donde basta el acto físico de saldar la cuenta debida; supone la conversión”, la doble sinceridad, de la contrición por lo que se ha hecho, de la buena voluntad por lo que se ha de hacer.

La prueba de que Dios tiene en cuenta sobre todo esta lealtad del corazón, es que no impone la acusación numérica y especifica de los pecados mortales, cuando hay imposibilidad absoluta o moral, mientras que el dolor de las culpas, afirma el Conc., de Trento, ha sido siempre requerido para obtener el perdón de los pecados. (Sess. 14, c. 4.)

Si has caído, confiésate enseguida. Que en ti, como decía el Santo Cura de Ars, Cristo sea desclavado. Además esta idea de tener que confesar inmediatamente será un freno saludable. No dejes que la culpa se pudra en tu alma. Ya que experimentarás que el pecado no gusta permanecer célibe. Porque el pecado es padre de pecados.

Algunos hacen este ruin razonamiento: No me costará más confesar diez pecados mortales, que confesar uno solo. Piensen, que en el punto que se cometa una culpa grave, llega un desaliento y desmoralización, con una perdida de fuerzas, y es ahí, donde las caídas se presentan “por series”.

Un joven que ha resistido dos o hasta cuatro meses, sin caer, pero si cae una sola vez, cae inmediatamente después cinco o hasta diez veces. diríase que se ha deshecho el encanto. Pensará: “Nada tengo ya que perder, puesto que ya no estoy en estado de gracia”.

Pero la realidad, es que ¡Sí, tienes que perder y mucho! Ya que no es lo mismo tener una mancha a diez, una o diez heridas. Ya que el pecado mortal es la mancha y la herida del alma.

En fin, es cosa clara que será un castigo más en el infierno por diez pecados mortales que por uno; de la misma manera que será más recompensado en el cielo por diez actos de virtud que por uno solo.

Debes pensar, que acaso ¿un perseguidor de la Iglesia no es más castigado que otro, que solo ha cometido una falta grave?, ¿o que en el cielo no tiene más gloria y hermosa corona un ermitaño que el que se ha convertido a última hora? La cosecha de dicha o de desgracia corresponde (y es de justicia) a la de méritos o de deméritos.

En la confesión, es como cuando se va al doctor, se le dice todo. No se debe der ser mudo; se debe exponer el caso. Ya que, el solo hecho de declarar una tentación es ya la mitad de la cura moral. El demonio es una serpiente que no le gusta que se levante la piedra en que se esconde, ni que se dé entrada a la luz.

En la confesión, si se tiene dudas, dilas, no se debe de tener vergüenza el pedir consejo. Ya que a Dios le gusta la sencillez. Y al contrario el diablo le tiene horror.

No temas cristiano. Que la sinceridad agrada a Dios. Y todos los días perdona otras muy diferentes debilidades.

No te preocupes, de los horarios de confesión, el confesor te estará esperando. Ya que no hay un día en especifico, sino todos los días son hábiles para la confesión del hijo pródigo.

EL ARMA DE LA ESTIMA DE LA “VIDA DE LA GRACIA”

Si a muchos hombres se les preguntará: ¿Cuántas vidas tienen?, nos mirarían con asombro, y responderían: ¿Cuántas vidas? Si no cuento mal, tres: la vida vegetativa, que nos es común con las plantas; la vida sensitiva, como la tienen los animales; la vida intelectual o alma racional, que es propia del ser humano.

Y dirían bien. Pero no han dicho todo. Tenemos una cuarta vida, muy real. Ella la describe muy bien San Pablo, en su carta a los Gálatas cap. 4, y también el cap. 8 a  los Romanos. San Juan relata esta enseñanza del Maestro: “Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos”.

Los efectos formales de la vida sobrenatural pueden reducirse a los seis puntos siguientes:

1º El hombre tiene en sí una vida divina. Recordemos las palabras de San Pedro: “Sois hechos partícipes de la naturaleza divina” y el cap. 15 de S. Juan: “Yo soy la vid verdadera…”.

2º El cristiano en estado de gracia es templo del Espíritu Santo. San Pablo repite cinco veces, por lo menos esta afirmación. (Rom., 8, 9; I Cor., 3, 16 y 6, 19; II Cor., 6, 16; Tim., 1, 14).

Se anda algunas veces por largos caminos para visitar magníficas Basílicas, la de la Virgen de Guadalupe en México, la de San Pedro en Roma, la de Fátima, la Lourdes. Todo esto es muy hermoso; pero no olvidemos entrar muchas veces en el santuario vivo y en el cenáculo íntimo, en estado de gracia santificante, que es nuestro corazón.

3º Los cristianos que tienen el tesoro de la gracia, son hijos de Dios. Esto no es solamente una figura, es la realidad objetiva.

4º Por ser hijos de Dios, tenemos derecho a la herencia del cielo, así como dice San Pablo a los Rom., 8, 16-17: “Somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo”. 

Somos coherederos de nuestro hermano mayor, según la humanidad, de nuestro hermano divino Jesucristo.

5º Dice el Concilio de Trento, que el alma recibe con la justificación la infusión de las virtudes teologales (la fe, la esperanza y la caridad).

6º Por el hecho mismo de ser el alma informada por el principio sobrenatural de la gracia, parece razonable que su actividad es elevada al orden meritorio. En otros términos: todas las acciones del cristiano en estado de gracia (Excepto los actos pecaminosos) son probablemente meritorios.

Solo Dios nos concede libremente esta vida de la gracia. De ningún modo es debida al hombre. Nunca lo natural merecerá lo sobrenatural.

Veinticuatro Concilios lo han recordado, y San Agustín, el Doctor de la gracia, escribe: Gracia id este gratis data (la gracia se da gratis o libremente). No es la vida sobrenatural un complemento debido, sino un don absolutamente gratuito de la magnificencia divina sobreañadido a la naturaleza.

Es importante que el cristiano se cuestione: ¿Por qué los hombres tienen tan poca estima de la gracia? La respuesta es, que hundidos en la materia, no aprecian más que lo que entra por los sentidos. Y el estado de gracia es invisible. Invisible, pero real.

Tan real, que Jesucristo no vino a este mundo, si no por eso, según el testimonio de San Juan: “A fin de que los hombres tengan vida y la tengan en más abundancia”.

También nuestra alma es invisible, y el ángel y Dios. Y, sin embargo, todo ello existe.

La vida sobrenatural existe, y no se puede imaginar nada más sublime. Entre el hombre más culto y refinado, pero privado del estado de gracia, y un pobre campesino, que se halla en estado de gracia, hay una gran diferencia, muy esencial, que está a favor del campesino, ya que si un rico ha perdido la vida sobrenatural de gracia, y un pobre está adornado de ella, el rico es pobre, y el pobre es rico.

El que no piensa en esta cuarta vida que tiene en sí, el que la ignora, se asemeja a un niño noble que no conoce sus títulos de nobleza y su inmensa fortuna. ¡Cuán rico es! ¡Qué poco duda de ello!

Los hombres se jactan de su prosapia, pues bien, ¡Nuestro linaje, es el de los cristianos!

Desde hace veinte siglos, la vida superior de la gracia ha producido maravillas de santidad; desde entonces ¡qué ascendencia de mártires, de héroes! ¿Habrá una familia en la tierra que pueda gloriarse de una ascendencia semejante durante veinte siglos?

¡Qué orgullo tiene aquel hombre, cuando al mostrar su árbol genealógico, su rama, puede remontarse a un tronco de reyes!

Más orgulloso se debe de sentir el cristiano, porque tenemos un árbol genealógico más que de reyes!

Tenemos un árbol genealógico divino. Y esto lo dice el divino Maestro: “Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”.

Por eso exclamaba, el Papa San León, de la elevada dignidad del cristiano; decía: “¡Oh cristiano eres participe de la naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua y miserable condición!” (Brev. Lect. VI de Navidad)

El cristiano es noble por la gracia, y por lo tanto no se debe de rebajar a la humilde clase del pecado. Ya que si has comprendido lo que en ti es la vida de la gracia, no la pierdas; no la cambies por una despreciable satisfacción, obrando como un príncipe que vende sus antiguas armas, por lograr el objeto de un capricho indigno.

Reflexiona cristiano sobre lo que se ha dicho: ya que eres templo del Espíritu Santo. Ese templo no se debe de destruir.

Joven cristiano, que estás en gracia, tu alma es una maravilla superior a la más hermosa catedral. Esta es de piedra, en tanto que tú eres un templo vivo de Dios. Procura que no sea jamás profanado o saqueado por el pecado vergonzoso.

Acaso ¿No sabes que eres templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ti? Si alguno destruye el templo de Dios, el Señor le destruirá a él. Porque el templo de Dios es Santo, y ustedes son este templo.

Dice San Pablo en I Cor., III, 16; VI, 18: “Pues si alguno profanare el templo de Dios,  Dios le perderá a él. Porque el templo de Dios, que sois vosotros, santo es… Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa el hombre, está fuera del cuerpo; pero el que fornica, contra su cuerpo peca. ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no sois de vosotros? Glorificad, pues, a Dios y llevadle siempre en vuestro cuerpo”.

“El cuerpo no es para la fornicación, sino para la gloria del Señor… ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿He de abusar yo de los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una pecadora?” (I Cor., VI, 13 y 15).

Por último, en este escrito se han expuesto solo dos armas de la pureza, en otros artículos más se expondrán otras armas, también muy poderosas y efectivas en este combate y lucha de la Virtud de la Pureza contra la deshonestidad y la lujuria.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “El Combate de la Pureza” de P. G. Hoornaert S.J.

Mons. Martin Davila Gandara