La doctrina católica de "la vida eterna"

La bienaventuranza es el gran fin del reino espiritual

La bienaventuranza, el mejor bien al que el católico debe aspirar, se combate ahora con la condenable tesis del milenarismo, que lleva a una vida de goce material, y se opone a lo que Nuestro señor nos prometió; la vida eterna.

Es muy importante que hagamos un análisis y una reflexión, con respecto a esta doctrina sobre la “Vida Eterna”, debido a que a la mala interpretación de ésta, nos ha llevado a una lucha metafísica y milenaria del bien contra el mal.

Por un lado esta la concepción católica, que mana de la misma fuente de la verdad que es Nuestro Señor Jesucristo, que siempre nos ha enseñado que su reino, tiene como fin la Vida Eterna es espiritual, y no terrenal; y por otro lado esta el rabinismo hebraico contemporáneo a Jesucristo, con su concepción terrena y carnal del reino de Dios.

Y es precisamente esta mala interpretación terrena y carnal de los hebreos acerca del mesías, que esperaban a un caudillo o guerrero vengador, que cobrará todas las afrentas y humillaciones recibidas por los judíos a través de los siglos, y forjará en Israel un gran imperio al estilo romano, donde sus enemigos estarían bajos sus pies, lo que ha cobrado la primera victima de esta concepción, victima inocente y tres veces santa que es Jesucristo.

Después del divino Maestro, siguieron sus Apóstoles y luego, en los primeros trescientos años de la Iglesia Católica se desataron persecuciones sangrientas contra los discípulos del divino crucificado, que siempre han defendido la concepción cristiana del reino espiritual.

Y es así, como siglo tras siglo se ha venido dando esta lucha de estos dos reinos, algunas veces ha dominado uno y en otras ocasiones el otro.

En la actualidad ha sido abrumador el dominio del reino carnal y terreno, que tiene sus principales exponentes en el egoísmo, el consumismo y sobretodo en el hedonismo imperante.

Es por eso, que en todo buen cristiano, es importante el análisis y estudio de esta doctrina de la “Vida Eterna”, para no dejarse seducir de la interpretación errónea de ella.

Ahora sí comencemos por estudiar y reflexionar sobre el artículo del Credo que titula:

CREO EN LA VIDA ETERNA O VIDA PERDURABLE

Este artículo del credo de apóstoles— es síntesis de nuestra fe—, ya que, la verdad sobre la“vida eterna”. Se basa en dos razones:

a).-Porque después de la resurrección de la carne no restará a las almas más que recibir el premio de la vida eterna;

b).-Y para que tuviéramos siempre ante los ojos, como pábulo del alma y fuente de santos pensamientos, la visión de aquella felicidad eterna, llena de todos los bienes.

El recuerdo de todos los premios será siempre uno de los estímulos más eficaces en nuestra vida cristiana; así como nos dice San Pablo en II, Cor., IV, 17: “Porque nuestra tribulación momentánea y ligera nos preparará, un eterno peso de gloria cada vez más inmensamente”; y también nos recuerda el mismo S. Pablo en II Cor., V, 1: “Pues sabemos que, si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos”. Así que por más grave y pesada que nos resulte en ciertas circunstancias la fidelidad a nuestra fe de cristianos, la esperanza del premio nos la hará más llevadera y reanimará nuestro espíritu, de modo que Dios nos encuentre siempre prontos y alegres en su servicio.

Muchos son los misterios ocultos en este último artículo del Credo, y uno de ellos es el entendimiento sobre:

LA FELICIDAD PERPETUA

Para entenderlo de la mejor manera, ante todo, debemos notar que la palabra “vida eterna” no significa tanto la perpetuidad de la vida—concedida también a los réprobos y a los demonios— en cuanto a la felicidad que hará eternamente dichosos a los buenos. Es como debió pensar aquel doctor de la Ley cuando dijo al Señor: ¿Qué de bueno haré yo para conseguir la vida eterna? (Mt., XIX, 16). Es como si dijera: ¿Qué he de hacer yo  para llegar allí donde se goza la felicidad perfecta? (Mt., XXV, 46; Mc., X, 17; Lc., X, 25). Éste es el autentico sentido que en la Sagrada Escritura tienen las palabras vida eterna, como puede comprobarse en muchos  de los textos; así como dice S. Juan III, 15: “Para que todo el que creyere en Él tenga vida eterna”. Y el mismo S. Juan XVII, 3: “Ésta es la vida eterna que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo”; y también dice S. Pablo Rom., II, 7: “A los que con perseverancia en el bien obrar buscan la gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna”; Y otra vez S. Pablo Rom., VI, 23: “Pues la paga del pecado es la muerte; más la gracia Dios es la vida eterna en Jesús Señor nuestro”.

NATURALEZA DE ESTA FELICIDAD

1) Vida eterna ha sido llamada la última y suma felicidad, para que nadie creyere que ésta consiste en bienes materiales y caducos. Ya que, la sola palabra bienaventuranza no expresa suficientemente la realidad de nuestro último destino, es por ello que han existido hombres presuntuosamente sabios, y también otros, como los hebreos, que maliciosamente creyeron poder colocar el sumo bien en la felicidad que proviene de las cosas materiales y sensibles. Ya que éstas envejecen y mueren; la bienaventuranza, en cambio, no puede circunscribirse a limites de tiempo.

Las cosas de la tierra distan tanto de la verdadera felicidad, que quien quiera alcanzar la eterna bienaventuranza debe necesariamente apartar de ellas su deseo y amor. Ya que está escrito: “No améis el mundo, porque no está en él, la caridad del Padre, el mundo pasa, y también sus consecuencias” como dice S. Juan en la 1era. Carta II, 15-17. Y San Pedro:“Aprendamos, pues, a despreciar las cosas caducas y convenzámonos de que es imposible conseguir la felicidad en esta vida, donde estamos, no como ciudadanos, sino como peregrinos advenedizos” (I Ped., II, 11).

Aunque también aquí, en la tierra, podemos poseer la felicidad relativa, más no absoluta como en la gloria eterna, y ésta la alcanzaremos negándonos a la impiedad y a los deseos del mundo y viviendo sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la vida gloriosa del gran Dios y nuestro Salvador, Cristo Jesús, como dice S Pablo (Tit., II, 12-13).

Y es aquí, donde San Pablo se refiere, a la errónea interpretación judía y de otros que se dicen sabios sobre la vida eterna; debido a que pensaron que la felicidad se ha de buscar en las cosas de la tierra; y por ello, se hicieron necios y cayeron en gravísimas miserias, trocando la gloria de Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible (Rom., I, 21-22).

Este punto es muy importante que lo analicemos, porque si no lo entendemos como de ser, puede el buen cristiano, caer en la concepción carnal y terrena hebraica que conduce a la doctrina errónea del milenarismo judío, o al milenarismo mitigado, ya que como dicen los Santos Padres la interpretación literal de la profecía del Apocalipsis XX, 1al 8, siempre es judaizante y no cristiana.

En los primeros tiempos de la Iglesia, algunos escritores eclesiásticos por interpretar mal esta doctrina de la “vida eterna”, enseñaron el Milenarismo, siendo esta doctrina abiertamente herética en algunas de sus manifestaciones, y en todas absolutamente rechazable.

Según los milenaristas, al final de los tiempos, Cristo descenderá glorioso a la tierra y resucitará a la vida a todos los justos para reinar con ellos en este mundo durante mil años antes del juicio final.

Este error parece tener su origen, en parte, de algunas fábulas y libros apócrifos de los judíos, y en parte, de algunas profecías del Apocalipsis (XX,1-8) mal interpretadas.

Ofreciendo el milenarismo dos formas principales: el craso o material, que presenta un milenio de goces sensuales, y el espiritual o sutil, que se lo imagina a base de vida honesta y goces espirituales.

El primero es francamente herético por que se opone (Mt., XXII, 30); I Cor., XV, 50; Rom., XIV, 17), y fue defendido por Cerinto, los marcionistas, apolinaristas y otros herejes. El segundo fue enseñado incluso por algunos Padres de la Iglesia (Ireneo, Justino… etc.) pero fue condenado y combatido por todos los demás Santos Padres y ha sido rechazado por la Iglesia, incluso en sus formas más modernas (Respuesta de la Sagrada Congregación del Santo oficio en AAS 36 (1944) 212. (P. Royo, O. P., p. 598).

Ahora bien, ya una vez analizado y entendido, bien los conceptos para no caer en la doctrina errónea del milenarismo, ahora vamos a adentrarnos al verdadero concepto de:

LA FELICIDAD  INEFABLE

Por la gran felicidad de los bienaventurados que están en la gloria celestial, por ello, puede deducirse fácilmente de la misma expresión vida bienaventurada. Tan grande, que sólo ellos pueden comprenderla.

Ya que para significar una realidad cualquiera hemos de valernos de un bien común por carecer del propio, es claro que dicha realidad es inexpresable o inefable. Es por eso mismo que para designar esta bienaventuranza nos servimos de una expresión no exclusiva, sino común; y por eso la llamamos vida eterna, siendo ésta, locución común a los bienaventurados del cielo y a cuantos poseen una eternidad de vida. prueba evidente de su grandiosidad y sublimidad, que no puede expresarse con nombre propio.

Por lo mismo, en la Sagrada Escritura se le designa con múltiples nombres: reino de Dios, reino de Cristo, reino de los cielos, paraíso, ciudad santa, nueva Jerusalén, casa del Padre: (Mc., IX, 47; I Cor., VI, 9-10; Ef., V, 5; II, Ped., I, 10-11; Mt., VII, 21; Lc., XXIII, 43; Apoc., III, 12; Jn., XIV, 2). Pero es claro que ninguno de ellos expresa suficientemente su grandeza.

FRUTOS QUE DEBE REPORTARNOS ESTA VERDAD DE FE

El recuerdo de los bienes y premios sublimes expresados en las palabras vida eterna, debe estimularnos a todos a la práctica de la piedad, de la santidad y de todas las virtudes.

La vida es, en verdad, uno de los mayores bienes que el hombre apetece por naturaleza. Por eso al decir vida eterna se define la bienaventuranza como el mejor de los bienes. Si esta misma pobre vida terrena, tan llena de miserias que más que vida podría llamarse muerte, nos resulta tan amable y gustosa, ¿con cuánto mayor ardor y alegría no debemos anhelar aquella vida eterna, que llevará consigo—superados todos los males—la razón absoluta y perfecta de todos los bienes? Según la opinión de los santos Padres de la Iglesia (S. Agustín, 122 de la Ciudad de Dios, c. 30), la felicidad eterna consistirá en la posesión de todos los bienes sin mezcla alguna de mal.

Por lo que respecta a la exclusión de los males, son clarísimos los testimonios de la Sagrada Escritura.

 En el Apocalipsis está escrito: “Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno” (Apoc., XXI, 4). Y en otra parte: “Enjugará Dios las lágrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto ya es pasado (Apoc., XXI, 4). Será inmensa la gloria de los bienaventurados e incontables las especies de sus eternas delicias.

Más lo que en modo alguno puede comprender nuestra inteligencia es la grandeza de esta gloria celeste.

Para comprenderla y medirla será necesario que entremos nosotros en aquel gozo del Señor (Mt., XXV, 21), que penetrándonos saciará perfectamente todos los deseos de nuestro corazón.

Ya que habrá:

DOBLE BIENAVENTURANZA

San Agustín dice que es más fácil enumerar los males de que estaremos privados que los bienes que hemos de gozar (S. Agustín, Sermón 64, Del Verbo del Señor). Convendrá, sin embargo, pensar frecuentemente en ellos para inflamarnos en el deseo de conseguir tan gran felicidad.

Y ante todo es necesario distinguir las dos clases de bienes de que nos hablan los más autorizados teólogos:

1).-Los que constituyen la esencia misma de la bienaventuranza, y

2).-Los que se derivan de ella como natural consecuencia. Los primeros son llamados esenciales, y los segundos accidentales.

BIENAVENTURANZA ESENCIAL

Esta consiste en ver a Dios y gozar de Él como de fuente y principio de toda bondad y perfección.

Ésta es la vida eterna —dice el Señor—; que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn., XVII, 13). Y S. Juan parece querer explicar estas palabras del Maestro cuando escribe: “Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.

 Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (I Jn., III, 2).

Esto significa que la vida eterna consistirá en dos cosas: ver a Dios como es en su naturaleza y substancia y llegar nosotros a ser casi “como dioses”. Esta visión y gloria será tan maravillosa, que los que gozan de Él, aunque conserven su propia naturaleza, se revisten de una forma tan admirable y casi divina, que más parecen dioses que hombres.

Una pálida idea de este misterio podremos descubrirla en el hecho de que cualquier realidad es conocida por nosotros o en su misma esencia o a través de alguna semejanza o analogía. Y como no existe cosa alguna que tenga tal semejanza con Dios que pueda conducirnos a su perfecto conocimiento, es claro que nadie podrá ver su naturaleza y esencia divina si esa misma esencia no se une de alguna manera a nosotros.

 Esto parecen significar aquellas palabras del S. Pablo (I Cor., XIII, 12): “ Ahora vemos por un espejo y oscuramente; entonces lo veremos cara a cara”. Con la palabra oscuramente—comenta S. Agustín—San Pablo quiso significar que no existe semejanza alguna entre las cosas creadas y la íntima esencia de Dios (1.15 De Trinitate, c. 9). Lo mismo afirma San Dionisio cuando escribe: “Las cosas superiores no pueden ser conocidas por semejanza de las cosas terrenas” (C.1 De Divinis nominibus).

En realidad, las cosas terrenas únicamente pueden proporcionarnos imágenes corpóreas, y jamás lo corpóreo podrá darnos una idea de las realidades incorpóreas. Tanto más cuanto que las imágenes de las cosas deben tener menos materialidad y ser más espirituales que las cosas mismas que representan, como fácilmente puede apreciarse en cualquiera de nuestros conocimientos. Y como es totalmente imposible que una realidad cualquiera creada pueda darnos una semejanza tan pura y espiritual como es el mismo Dios, de ahí que ninguna de las semejanzas humanas pueda llevarnos a un conocimiento perfecto de la esencia divina.

Hasta aquí esta explicación católica sobre la “Vida Eterna”.

Por último, espero en Dios que este análisis y reflexión nos sirva, para entender de la mejor manera, esta importante doctrina del Credo de los Apóstoles “Creo en la Vida Eterna o en la Vida Perdurable”.

Nos permita Dios que seamos siempre fieles a la verdadera concepción cristiana y espiritual del reino de Dios, que es la que nos lleva al gozo, no momentáneo como en el Tabor sino verdadero y eterno de la visión beatifica del señor, en la Vida Perdurable y Eterna en el cielo.

Para la elaboración de este escrito, nos respaldamos en gran parte en el libro: “Catecismo Romano” traducción de Pedro Martín Hernández.

Mons. Martin Davila Gandara