La epifanía del Señor y la Adoración de los Reyes Magos

“Y entrando en la casa hallaron al Niño con María, su Madre, y postrándose le adoraron; y abiertos sus tesoros le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra” (Mt., II, 11).

En esta festividad de la Epifanía o manifestación de Dios a los hombres, admiremos la fe de los Magos, que vienen de lejanas tierras para buscar y adorar a al Niño Jesús y tributarle homenajes espirituales y materiales.

Para sacar el mayor fruto en esta fiesta de la Epifanía vamos a considerar:

LA FIDELIDAD DE LOS MAGOS EN BUSCAR A JESÚS.

Los Magos eran, según la tradición, unos personajes sabios, ricos y poderosos, e incluso la tradición los hace reyes de pequeños estados.

Ellos tenían conocimiento de la profecía de Balaam.  Y estaban esperando al gran rey de que en ella se hablaba con un vivo deseo de conocerlo y de someterse a Él.

Pues bien, Dios se manifestó a aquellas almas de buena voluntad. Y todas sus buenas disposiciones, sus virtudes y sus oraciones les obtuvieron tres gracias señaladas: 1) Ver la estrella maravillosa; 2) Comprender su divino significado; 3) Ser fieles a su llamamiento.

Ahora es digno que admiremos en ellos:

a) Su prontitud en seguir ese llamado. No importándoles dejar su casa, parientes y negocios, y además exponiéndose a las fatigas y peligros de un largo viaje para obedecer a la señal de Dios.

b) Su constancia y su valor en Jerusalén al preguntar sin rodeos en dónde había nacido el Rey de los judíos.

c) Su obediencia y docilidad en seguir las indicaciones de los doctores judíos.

d) Su alegría cuando la milagrosa estrella reapareció a sus ojos.

e) Y, finalmente, Su fe, en Belén, a pesar de la pobreza, la obscuridad y el abandono del establo.

Los Magos, ven aquel cuadro de humildad, y, no obstante, no vacilan en reconocer a aquel Niño por su Dios y su Rey, y en adorarlo con respeto y amor.

¿Tendremos nosotros las disposiciones que admiramos en los Magos?

Otra cosa que tenemos que admirar es:

LA DEVOCIÓN Y GENEROSIDAD DE LOS MAGOS EN LA OBLACIÓN DE SUS PRESENTES.

En señal de sumisión y de amor, ofrecen al Niño celestial; oro, como vasallos a su príncipe, para reconocer su realeza; incienso, para reconocer su divinidad; mirra, para honrar su humanidad, que Él había tomado para poder sufrir y morir por nosotros.

Realmente esta adoración y ofrecimiento de sus tesoros de los Magos al divino Niño, es una profesión de fe explicita y perfecta, fórmula completa de nuestra creencia en el misterio de la Encarnación.

Es a Jesús a quien ellos ofrecen estos presentes; pero es María Santísima quien los recibe en su nombre. Porque la Virgen María es la intermediaria entre los hombres y su divino Hijo; per Mariam ad Jesum, por ella vamos a Jesús, así como también por ella lo recibimos y aprendemos a conocerlo y a amarlo.

A ejemplo de los Magos, ofrezcamos a Jesús nuestros presentes por manos de María: el oro de nuestra caridad, el incienso de nuestras oraciones, la mirra de nuestras penitencias y de nuestros sacrificios.

A Jesús Hostia démosle nuestro oro para el esplendor y la belleza de su templo y de su culto, el incienso oloroso de nuestras fervientes adoraciones, la mirra de nuestras lágrimas y de nuestros actos de reparación.

A Jesús en los pobres ofrezcamos nuestras limosnas, nuestra compasión, nuestro deseo de hacer mucho más si estuviere en nuestro poder.

Ahora consideremos:

LAS GRACIAS QUE RECIBIERON LOS MAGOS.

Jamás Dios se deja vencer en generosidad, ¿Quién podrá decir con qué amor el divino Niño, en los brazos de su Madre, acogería y apreciaría a los virtuosos Magos? Con dicha recibió complacido su ofrenda, y en pago derramó sobre ellos sus gracias y sus consolaciones.

Por el oro que le ofrecieron les concedió un admirable don de la sabiduría, a fin de que conocieran sus misterios y los pudieran enseñar a los demás; por el incienso, les dio un don excelente de piedad, a fin de abrazar su corazón de amor por Él; y por la mirra, les concedió, el amor de la cruz y de los sufrimientos hasta el martirio.

Se puede creer que María Santísima, al darles a besar a su divino Hijo, fuese el sagrado canal por donde el Espíritu Santo iluminó sus inteligencias sobre los grandes misterios del Hijo de Dios hecho hombre, e inundó sus corazones de delicias y de consuelos indecibles.

¡Oh!, hermanos míos, consideremos, ¡cuánto aprovecha ser generosos para con Dios! ¡Qué favorable es Dios a los que le buscan, dulce a los que lo encuentran, magnifico para con aquellos que le dan todo sin reserva!

¡Dichosos los Magos, por haber sido dóciles al llamamiento de Dios, por haber encontrado a Jesús y María, y por haberse dado ellos mismos al mismo tiempo que sus ofrendas! ¡Oh!, ¡qué gustosos hubieran pasado todo el resto de su vida en la deliciosa compañía de la Sagrada Familia! Harían lo mismo, que San Pedro, cuando exclamó  al ver a Jesucristo transfigurado: “¡Qué bien estamos aquí!” (Mt., XVII, 4).

Por último, hermanos míos, aprendamos de los santos Reyes a buscar incesantemente a Jesús, y a ir con frecuencia a sus pies en el sacramento de nuestros altares, para adorarle  y ofrecerle nuestros presentes. Gustemos de entretenernos con Él y con María; si, así lo hacemos, seremos iluminados, fortalecidos y consolados.

Por lo mismo, nunca dejemos a Jesús, sino por Jesús, es decir, para ocuparnos en nuestros deberes. Pero llevando a Jesús por todas partes con nosotros, vivamos de su vida, hagámoslo conocer y amar de todos aquellos con quienes tratemos: “Para ser ante Dios, ese suave olor a Cristo”, como dice S. Pablo en II Cor., II, 15. De esta manera mereceremos ir a gozar de la familiaridad y de la dicha de Jesús en el cielo, por toda la eternidad. Amén.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara