“Todo lo puedo con aquel que me conforta” (Fil., IV, 13)
La palabra “gracia”, se deriva del latín “gratia” y tiene diversos significados: hermosura, amistad, benevolencia, favor, agradecimiento, pero entre todos ellos, el significado más usual es el de beneficio, don, todo lo que se da o se recibe gratuitamente.
De este último significado se originan las determinaciones especificas de la palabra “gracia” en el lenguaje teológico. “Gracia” equivaldría a un don gratuito de Dios al hombre, en relación con su destino eterno. Puede ser interna o externa.
En este escrito se va a considerar más a la gracia interna que la externa. De esta última, será oportuno, sólo recordar la definición de la doctrina cristiana.
GRACIA EXTERNA
La Gracia externa se define o se llama a la que está colocada fuera del hombre. La cual “es percibida por los sentidos externos, esto es, no mueve al hombre desde su interior.
Son gracias externas, por ejemplo, el preservarnos Dios de muchos peligros de pecado, los edificios para el culto, las asociaciones piadosas, la compañía de las personas buenas, la predicación, los ejemplos de los santos, los milagros.
Cuando se afirma que para el apostolado es necesaria la gracia interna, no quiere decir que se ha de menospreciar las gracias externas.
Las gracias externas es verdad que, de por sí, no causan ni confieren la gracia actual interna. Sin embargo, Dios las suele acompañar de gracias internas particulares. Por eso, nos recuerda la Liturgia en el breviario, que: “El Señor acompaña a sus predicadores”.
GRACIA INTERNA
De cual se verá: La naturaleza de la gracia; su necesidad; su eficacia; la obligación de cooperar a ella.
NATURALEZA DE LA GRACIA
La gracia es un don sobrenatural, interior, que Dios nos concede en vista de los méritos de Jesucristo, para conducirnos al cielo.
Explicación de esta definición:
Es un don, es decir, un regalo o beneficio esencialmente gratuito al cual no tenemos derecho alguno, y que comunica a nuestra alma la vida divina.
Sobrenatural, esto es, un don de orden tan elevado, tan superior al de la Naturaleza, que ningún ser creado, sea el que fuere, lo puede merecer u obtener por su propia virtud y sus obras, o exigir como cosa debida por título alguno. Ahora bien, por medio de la gracia podemos nosotros producir actos también sobrenaturales y meritorios para el cielo.
Interior, concedido sólo al alma; lo que hace a este don tanto más precioso cuanto nuestra alma es más preciosa que nuestro cuerpo.
Concedido por Dios, porque sólo Dios es el autor de todo don perfecto, y sólo Él puede darnos también participación en su vida y en su poder.
En vista de los méritos de Jesucristo, porque, habiéndonos el pecado despojado de todo, sólo por Cristo y los méritos de su pasión en al Cruz podemos recibir la gracia, la vida, la salvación. Por eso, nos dice S. Juan I, 17: “Porque la ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo”.
Para conducirnos al cielo; tal es nuestro fin sobrenatural; y la gracia nos hace tender a él, haciéndonos santos y dignos de la vida eterna.
Hay dos clases de gracia: la gracia santificante o habitual y la gracia actual.
La gracia santificante es la vida de Dios en nosotros, o sea, una pequeñísima participación de la esencia divina en nuestra alma. Se llama santificante porque nos hace santos, justos, agradables a Dios. Se llama habitual porque se establece y se fija en nuestra alma de una manera permanente.
De ella se trata cuando decimos: el estado de gracia. En otros términos, es como dice S. Pablo en Rom., V, 5: “Es la caridad o amor de Dios, derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que se nos ha sido dado”.
La Gracia santificante se nos confiere en el bautismo, se conserva por las buenas obras y por la recepción de los sacramentos; se debilita por el pecado venial y la tibieza; se pierde por el pecado mortal; se recupera por el sacramento de la Confesión o penitencia.
La gracia actual es un auxilio transitorio que Dios nos concede para hacer el bien y evitar el mal, para tal o tal acto en particular, a fin de que este acto sea bueno y meritorio para el cielo. Se nos da para cada acción buena.
La gracia actual, es necesaria a los justos y a los pecadores. Nos sirve para conservar, aumentar y también recuperar la gracia santificante. Es una luz celeste que ilumina nuestra inteligencia; un piadoso movimiento que dispone nuestra voluntad al bien y le ayuda a cumplirlo.
¡Cuántas gracias debemos dar a Dios por su bondad, su generosidad, por su cuidado paternal en ayudarnos así en todo tiempo, en todas las horas! Por eso, decía San Pablo: “Gracias sean dadas a Dios por su inefable don” (II Cor., IX, 15).
NECESIDAD DE LA GRACIA
La gracia santificante es necesaria, porque es la vida de Dios en nosotros, sin la cual nuestra alma está muerta a la vida sobrenatural; por eso se dice que sin el estado de gracia no hay salvación posible.
La gracia actual también es necesaria:
Porque sólo ella puede conservar y establecer en nosotros la gracia santificante. Por tanto, sin la gracia actual no hay gracia santificante, y sin ésta no hay salvación.
Lo que San Bernardo dice tan suavemente del Nombre de Jesús se puede aplicar en todos sus puntos a la gracia: “Es igualmente para nosotros, luz, alimento y medicina”.
Porque sólo ella puede hacernos evitar el mal y realizar el bien en el orden sobrenatural; debe estar, por decirlo así, en la raíz de todo acto bueno, como la savia que lo vivifica.
Por eso decía San Juan: “Porque sin mí no podéis hacer nada”. “Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieres en mí” (Jn., XV, 5 y 4).
Si ella no podemos hacer acto alguno sobrenatural y meritorio para el cielo. Por lo mismo, dice San Pablo: “Nadie puede decir, Jesús es el Señor, sino en el Espíritu Santo” (I Cor., XII, 3); “No que de nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios” (II, Cor., III, 5); “Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Fil., II, 13).
Por lo tanto. “Cuando hacemos el bien, dice San Agustín, nosotros lo hacemos, pero es Dios quien nos lo hace hacer”.
Esto mismo, lo expresa la Iglesia en sus oraciones, cuando dice: “Te rogamos Señor que prevengas nuestras acciones con tu gracia y la continúes con tu auxilio, para que todas nuestras acciones y obras comiencen en ti siempre y terminen en ti”.
Es cierto que nosotros sin la gracia de Dios no podemos resistir a las tentaciones. Por eso decía Salomon: “Recibí en suerte un alma buena. Pero, conociendo que no podía alcanzarla de otro modo, si Dios no me la daba” (Sab., VIII, 19 y 21). Y Jesucristo nos lo recuerda, cuando nos enseña el Padre Nuestro: “Y nos dejes caer en tentación” (Mt., VI, 13).
Tampoco podemos por nosotros mismos, levantarnos de nuestras caídas. Esto mismo reconocía Efraim, cuando le suplicaba al Señor: “Conviérteme y yo me convertiré” (Jer., XXXI, 18).
El hombre por sí mismo, tampoco puede obrar algún bien sobrenatural, o perseverar en él, sino por la ayuda divina de la gracia.
De éstas verdades sacamos una doble conclusión:
La Necesidad de portarnos siempre humildemente delante de Dios, reconociendo nuestra profunda miseria, nuestra impotencia, y nuestra nada. Por eso dice el Salmo 38, 6: “Mi existencia delante de ti Señor es nada”
La Necesidad de orar incesantemente, de pedir con gran confianza todas las gracias. Esto nos lo recuerda muy bien Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo, cuando nos instruye sobre la importancia y necesidad de la oración: “Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt., VII, 7).
EFICACIA DE LA GRACIA
Debemos estar conscientes de que nada podemos sin la gracia de Dios, de que con ella todo lo podemos, pues la gracia es el espíritu de Dios, la virtud de Dios, la fuerza de Dios, que obra en nuestra alma. Por eso decía San Pablo: “Todo lo puedo con aquel que me conforta” (Fil., IV, 13).
Éstas palabras de San Pablo se comprueban en los santos, porque. ¿De dónde les venía tanta constancia y resistencia a los mártires? ¿De dónde tantos actos maravillosos, tantas virtudes heroicas, y sobrehumanas, a los santos? La respuesta esta en la gracia de Dios; porque la gracia es una semilla de fuerza, de virtud, de bien, de mérito, de salvación.
“Todo los puedo en aquel que me conforta” ¡Qué confianza y qué generosidad debe inspirarnos esta verdad tan consoladora! Ya que sí, es seguro que con la gracia de Dios, nosotros podemos resistir a todas las potestades del infierno, vencer nuestras pasiones, destruir nuestros malos hábitos, practicar las más sublimes virtudes, y con todo ello, llegar a ser santos.
Alejemos, pues, de nosotros esa funesta pusilanimidad que que hace decir a tantos cristianos: ¡Yo no puedo! Ya que esto, sería una injuria a la gracia. Al contrario, debemos repetir más bien con el Apóstol: “Todo lo puedo con aquel que me conforta”, y también repitamos con San Agustín: Dios nos da su ayuda y fuerza.
OBLIGACIÓN DE COOPERAR A LA GRACIA
He aquí un punto de mucha importancia. Aunque nosotros lo podemos todo con la gracia de Dios, sin embargo, la gracia no puede producir nada verdaderamente meritorio sin nuestro concurso o cooperación. Por eso dice San Pablo: “Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no resultó vana, antes me he afanado más que todos ellos” (I Cor., XV, 10).
Sobre la obligación que tenemos de cooperar a la gracia, sabiamente dice San Agustín: “El que te ha creado sin ti no te salvará o justificará sin ti”. Esto es demasiado cierto debido a que uno puede rehusar corresponder a la gracia. Nada falta de parte de Dios, que siempre da la gracia suficiente; pero nuestro concurso o cooperación es quien la hace eficaz.
Por lo tanto, vigilemos, pues, temiendo que nuestra negligencia o el abuso de las gracias no nos haga culpables delante de Dios y dignos de castigo. Sigamos los consejos de San Pablo que nos dice: “No seas negligente o descuides la gracia que posees” (I Tim., IV, 14); “Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (II Cor., VI, 1).
Una cosa cierta es que el abuso o la negligencia nos priva de nuevas gracias, o de gracias de elección que Dios nos preparaba, y que nos conduce poco apoco a la ceguera, al endurecimiento, a la condenación.
¡Oh! ¡qué peligroso es deslizarse por esta pendiente! Veamos al pueblo judío, a Judas, a aquel joven llamado por Jesucristo y que fue infiel a su llamamiento.
Los principales obstáculos que se oponen a una cooperación fiel a la gracia son ordinariamente el orgullo, la sensualidad, el amor desordenado a la criaturas y a los bienes de la tierra, la pereza, la ligereza.
¡Dichosas las almas fieles a la gracia! Que van de virtud en virtud. Dios será tanto más liberal y bondadoso respecto a ellas, en cuanto ellas muestran más su generosidad. Ahí tenemos los ejemplos de David, de los de la ciudad de Ninive.
Para cooperar a la gracia se necesita valor, porque la gracia no suprime a la virtud sus dificultades y mortificaciones. Por eso, dice San Ambrosio: No rehusar el trabajo, si queremos los frutos. Ya que el mérito y la recompensa serán en proporción de los esfuerzos y del trabajo. Recordemos a los criados a quienes su señor había confiado talentos para que negociasen (Mt., XXV, 15 y sigs.).
Conclusión. Demos gracias a Dios por su bondad y su liberalidad para con nosotros. Por lo mismo, pongamos en Él toda nuestra confianza. Pero seamos humildes, y fieles aun a las menores gracias. Ya que estas gracias son de un valor infinito, por ser el fruto de la misma sangre de Jesucristo.
Por último. Hagamos fructificar esta semilla divina esparcida en nuestras almas con tanta abundancia, a fin de que ella haga de nosotros trigo puro, digno de ser recogido por los ángeles en los graneros del Padre celestial. Así sea.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.
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English Version
Divine Grace
“I can do all this through him who gives me strength” (Phil. IV, 13)
The word “grace” comes from the Latin term “gratia” and it has several meanings: beauty, friendship, benevolence, favor, and gratefulness. Yet, the most usual meaning is that of benefit, gift, and everything that is given at no cost. According to that meaning, Theology has adopted the word “grace” to designate a free gift that God gives to Men in relation with his eternal destination. Grace may be internal or external, but this writing is going to focus on the internal grace, rather than the external one. Furthermore, it is going to highlight the definition as stated in the Christian Doctrine.
External Grace
The external grace refers to the benefits that Men receive in the outside. It is perceived by the external senses and it does not influence Men from the inside. Examples of external graces are the preservation from many perils derived from sin, the buildings of worship, the pious associations, the company of good people, the preaching, the example of the saints, the miracles.
When we say that Apostolate requires inner grace, we do not mean that external graces are to be despised. Although the external graces by themselves do not confer the actual internal grace, God usually provides certain internal graces along with them. For this reason, the Liturgy states in the breviary that “the Lord is with His preachers”.
Internal Grace
We should consider the nature, necessity and efficacy of the grace, and how we are obliged to cooperate with it.
Nature of the Grace
Grace is an internal supernatural gift which God confers to us by the merits of Jesus-Christ, so that we reach Heaven.
In other words:
It is a gift because it is a free benefit to which we are not entitled, but which communicates the divine life to our soul.
It is supernatural because it belongs to such a high order of things, so superior to Nature, that no Creature deserves it and no creature can get it by his own virtue, deeds or title. Nevertheless, through grace we may perform supernatural and worthy acts to reach Heaven.
It is interior because it is granted only to the soul; therefore, it is more valuable, since our soul is more valuable than our body.
It is granted by God, because only He is the author of perfect gifts, and only He can share with us His life and power.
It is granted by the merits of Jesus-Christ because we would be otherwise deprived from everything as a consequence of sin, and only by Jesus-Christ and the merits of His Passion in the Cross we can receive any grace, life and salvation. In the words of Saint John, I, 17: “Law was established by Moses, grace and life was granted by Jesus-Christ”.
It is granted so that we can reach Heaven because it is our supernatural goal, and the grace is the means to accomplish our goal by purifying us and making us worthy of the eternal life.
There are two kinds of grace, namely, the sanctifying grace, also known as habitual grace, and the actual grace.
The sanctifying grace is the divine life of the soul, that is, a tiny share of the divine essence in our soul. It is called sanctifying grace because it makes us saint, just and pleasing to God. It is called habitual because once it is established in our soul, it remains there permanently.
We talk about sanctifying grace whenever we talk about the state of grace. As Saint Paul states in Romans V, 5: “the love of God is shed abroad in our hearts by the Holy Ghost which is given unto us.”
The sanctifying grace is given to us at the moment of our Baptism, it is kept by our good actions and by the sacraments; and, conversely, it is weakened by venial sin and coldness, and lost by mortal sin. We can recover it by the sacrament of Confession or Penance.
Actual grace is a transitory help that God confers to us in order to do good and avoid evil for specific actions, so that they are good and worth of Heaven. We are given this for every good action that we make.
Actual grace is necessary both for the just and for the sinners. It helps us keep, increase and recover the sanctifying grace. It is a heavenly beam that enlightens our intelligence; a pious movement that prepares our will to do good and helps us achieve it.
How grateful should we be towards God because of his goodness, generosity and paternal care, for helping us at all times! This is why Saint Paul said: “Thanks be to God for his ineffable gift” (II Cor., IX, 15)
Necessity of the Grace
The sanctifying grace is necessary because it is the life of God in us, without which, our soul is death to supernatural life. Therefore, without the state of grace, salvation is impossible.
Actual grace is also necessary:
Because only through it we can keep and settle the sanctifying grace. That is, if there is no actual grace, there is no sanctifying grace, and if there is no sanctifying grace, there is no salvation.
Everything that Saint Bernard states about the Name of Jesus is applicable to all aspects of Grace: “It is at the same time, light, food, and medicine.” Only grace can avoid evil and do good supernaturally; it should be the root of every good action as the sap that confers vitality.
As Saint John said: “Because without me, you can do nothing”. “As the branch cannot bear fruit of itself, except if abide in the vine; no more can you, except you abide in me.” (John XV, 4, 5)
Deprived from actual grace, we can do nothing worthy of Heaven. In the words of Saint Paul: “Nobody can say ‘Jesus is the Lord’ but by the action of the Holy Ghost” (I Cor, XII, 3); “Not that we are sufficient of ourselves to think anything as of ourselves; but our sufficiency is of God” (II Cor, III, 5); “For it is God which worketh in you both to will and to do of his good pleasure.” (Phil. II, 13)
Therefore, says Saint Augustine, “When we do good, it is us who do it, but it is God who makes us do it.”
Likewise, the prayers of the Church state “We beseech You, O Lord, to help and oversee our actions so that every prayer and action of ours always begin with You and end with You.”
It is true that without the grace of God, we cannot resist temptation. As Salomon said: “I received a good soul as my lot but realizing that I could never possess it unless God gave her to me” (Wis VIII, 19 and 21). And Jesus-Christ remembers so when He teaches the Lord’s prayer: “And lead us not into temptation” (Mt VI, 13).
It is also true that we cannot raise ourselves from our falls, Ephraim would pray to the Lord: “Convert me Lord, and I shall convert” (Jer XXXI, 18)
Furthermore, Man can neither do supernatural good, nor persevere, without the help of the Divine Grace.
From all of the above, we can conclude the following:
It is necessary that we are humble before God, that we recognize our misery, our impotence, our nothingness. As the Psalm 38, 6, reads: “Before You, O Lord, my existence is nothing.”
It is necessary that we pray continuously to ask for all the graces confidently. Our Lord remembers us to do so in the Gospel of Saint Matthew when He teaches us about the importance and necessity of prayer: “Ask and you shall receive, search and you shall find, knock and it shall be opened unto you” (Mt VII, 7)
Efficacy of the Grace
We must realize that we can do anything but for the Grace of God, and we can do everything through it. The grace is God’s spirit, virtue and strength working in our souls. “I can do all things through Christ which strengthens me.” (Phil IV, 13)
These words of Saint Paul are confirmed by the lives of the Saints. Where do Martyrs get their perseverance and endurance? Where do saint’s miracles, heroic virtues and superhuman acts come from? The answer is in the grace of God, the seed of all strength, virtue, good, merit, and salvation.
“I can do all things through Christ which strengthens me.” Confidence and Generosity should arise in us as we listen to such a comforting truth! It is certain that with the grace of God, we will resist to all the powers of hell, we will defeat our passions, we will destroy our bad habits, we will practice the highest virtues and we will become saints!
Let us run away from faintheartedness that makes many Christians say: “I can’t!”. because doing so would imply an offence to God’s grace. On the contrary, we should say with the Apostle: ““I can do all things through Christ which strengthens me”, and with Saint Augustine: “God gives us His Help and Strength”.
Obligation of cooperating with the grace
A most important point. Although we can do everything with the grace of God, the grace cannot produce anything worthy in us unless we cooperate with it. Saint Paul teaches that “Through the grace of God I am what I am, and it was not in vain, I worked more abundantly than they all” (I Cor XV, 10)
Regarding the obligation that we all have towards the grace, Saint Augustine states wisely that “He who created you without you, shall not save you without you”. Absolutely. We may refuse to cooperate with the grace. From God’s part there is nothing missing, but it is our work that makes grace effective.
Therefore, we should watch our acts, taking care that our negligence or abuse of the graces we receive do not make us guilty before God and worthy of punishment. Let us follow the advice of Saint Paul “ Do not neglect the gift that was given to you” (I Tim IV, 14); “ You should not receive in vain the grace of God” (II Cor IV, 1).
One thing we can have for certain: abusing or neglecting the grace, deprives us from new graces or electable graces that God was preparing for us, thus becoming blind, harsh and eventually condemned.
How dangerous it is to take that slope! Let us see the Jewish people! Let us remember Judah, the young man called by Jesus-Christ who was unfaithful to the calling.
The main obstacles to the grace are typically: pride, sensuality, disordered love to creatures and earthly goods, laziness and superficiality.
Blessed be the souls faithful to the grace! Those who go from one virtue to another. God shall be even more generous and kind with them, inasmuch as they show their generosity. Take the examples of David and the city of Nineveh.
To cooperate with the grace, one needs courage, because the grace does not make virtue more easy or delightful. Therefore, Saint Ambrose said that we should not reject the work if we want to bear the fruits. Merit and reward are proportional to effort and work. Think about the servants that were appointed by the lord to trade with his talents (Mt XXV, 15)
Conclusion: Let us thank God for his kindness and generosity towards us. Let us trust Him and only Him. Let us be humble and faithful to even the smallest grace, which are of infinite value because of the blood of Jesus-Christ.
Lastly, let us make the divine seed bear fruit in our souls abundantly so that we become pure wheat, worth of being collected by angels and be put in the barns of the Heavenly Father. So be it.
Partially extracted from the book: “Homily Archive” by J. Thiriet – P. Pezzali.
