La importancia de la autoridad del Padre, en la educación de los hijos (Parte II)

El laicismo liberal con sus proclamas de la absoluta libertad de pensar y obrar, y además fomentando de una manera enfermiza la exaltación de la libertad individual, todo esto ha desencadenado en los conceptos actuales de falsa democracia y de falsa libertad, con el afán ridículo de un igualamiento absurdo, y la prédica llena de soberbia de los derechos del hombre y de los derechos de la mujer, olvidado casi por completo la predicación de los deberes; el descrédito y la guerra casi universal a todo principio de autoridad, han penetrado también en el hogar, minando la autoridad familiar. Debido a esto, los niños de hoy, apenas se saben lavar la cara, pero eso, si ya saben presentar a sus padres una lista innumerable de derechos y privilegios.

 Una gran parte de las corrientes pedagógicas desde muchas décadas atrás inspiradas en el sentimentalismo enfermizo de Rousseau, y, más recientemente, en los sueños románticos de Tolstoi, no hace más que hablar de la abolición de la autoridad en la educación, y los motivos más frecuentes de sonoros párrafos en sus escritos están constituidos por sus cantos de libertad, a la espontaneidad, a la libre expansión, al espíritu de independencia, a la autonomía, a la indeterminación del niño.

Todas estas cosas, si fueran tratadas con mucho criterio, podrían ser verdaderas y justas; pero según el cariz que han ido tomando, van siendo la deformación y la ruina de los niños, y van llevando a generaciones de débiles en el cuerpo, sin carácter ni voluntad en el espíritu, degenerados prematuros, y victimas de sus caprichos, antojos y pasiones.

DESORIENTACIÓN

En estas modernas y desequilibradas teorías se encuentran varios errores de fondo que es necesario poner de manifiesto,  antes de seguir adelante.

En primer lugar, existe latente la filosofía de la rebeldía, de la pasión, y la posposición de la razón a los caprichos y pasiones. En segundo lugar, una filosofía del placer, de la comodidad del momento: y con esto, los padres no quieren ya cargar con la responsabilidad del ejercicio de su autoridad porque es una cruz pesada. Y en tercer lugar, hay un desconocimiento y a la vez negligencia, indolencia, y despreocupación por la verdadera realidad del niño.

El hecho del pecado original es una realidad de orden sobrenatural y de repercusiones naturales. Si no se le admite en toda su profundidad y extensión como católicos, por eso, se le tiene que admitir, igualmente, como hecho humano.

Ya que hay un desequilibrio en la naturaleza humana, hay una tendencia muy grande al mal; por otra parte, el niño no tiene ciencia ni experiencia. Y para eso tiene a los padres: para que por medio del ejercicio natural de la autoridad le comuniquen la ciencia y la experiencia y pueda llegar así a la madurez humana.

Bien lo decía un gran poeta latino: “Veo las cosas mejores, las apruebo, y , sin embargo, sigo las peores”.

Las causas arriba mencionadas y, sobre todo, el decaimiento del espíritu religioso han acelerado el desprestigio del concepto de autoridad y de obediencia. Los que mandan tienen menos fe en sus derechos: y es que, se ha pregonado tanto la libertad que ya los gobernantes no saben qué hacer con su autoridad, porque no tienen conciencia de lo que es y parece que tienen el rubor de ostentar en ella algo impúdico.

Los que debieran obedecer se dan el lujo de arreglárselas solos. Y, como siempre, no faltan quien siga pregonando la excitación de los instintos individuales y el orgullo de la juventud; ni pedagogos teóricos, que afirman, en tono absoluto y solemne, que la obediencia aniquila la personalidad, mata el espíritu de iniciativa y adormece o destruye la voluntad.

Hay, por una parte, quienes lloran porque la actual época se ha caracterizando por un espíritu de indisciplina y desobediencia que desconcierta: los niños, como los pueblos, pretenden pasarse sin padres ni gobernantes, y quieren saber más que sus maestros.

Y, por otra parte, hay otros, que son los menos, se quejan de que no hay caracteres, de que aumenta el número de los “seguidores”, de los “agregados”, de los pasivos, de los débiles que se dejan arrastrar, de los cabeza hueca, que tienen el cerebro de papel, pues toda su ciencia es la opinión de los papeles que leen.

Pero, estimados padres, es precisamente la falta de autoridad en la educación lo que forma estos seres débiles y sin carácter, sin convicciones y sin orientación.

CAMINOS DE AUTORIDAD

Piensen seriamente, señores padres, que es necesario volver a darle nuevamente el trono a la autoridad. La sociedad se va desintegrando por falta de quien mande con verdadera autoridad, y este caos traerá lo que nadie quiere. La autoridad es un elemento imprescindible en la sociedad, y este lento minar la autoridad provocará fatalmente la reacción contraria; criticamos a los de enfrente o a los de arriba, y no nos damos cuenta de que nosotros vamos atrás, pero por el mismo camino.

Debemos reaccionar, enseñando a caminar por caminos de autoridad. Y esto nadie lo hará mejor, sino aquel que tiene de Dios la representación típica más hermosa de la autoridad: el Padre.

Padres, medítenlo bien y no se ofendan: ya que son hijos de una generación liberal, tal vez hijos de esos hipies y rocanroleros ávidos de todos las libertades y desenfrenos de los sesentas y setentas del siglo pasado, son hijos de una generación que pasaba por la febril excitación y convulsión laicista… son hijos de una generación que amó el anarquismo, son hijos de una generación idólatra de la comodidad y del placer, y que tiró por la borda todo lo que era orden, moralidad, autoridad.

Para las locuras de la juventud soñadora, irreflexiva y moralmente despreocupada, quizá pueda servir esas filosofías de rebelión y de pecado; pero para ustedes, padres de familia, para educar a sus hijos e hijas, no es posible aceptarlas desde ningún punto de vista. Miren que  no es fácil este cambio, porque se ha insistido demasiado, y tontamente, en oponer la edad antigua a la moderna, diciendo que la antigua fue de autoridad, y que la moderna debe ser de libertad; lamentablemente a muchos padres les parece que si gobernaran en su casa con autoridad parecerían anticuados. Y algunas madres, inconscientes, también lo han mencionado: “Yo no quiero parecer anticuada…” Aunque es incomprensible, tonto y absurdo este temor.

AUTORIDAD EDUCADORA

Es muy importante y  necesario aclarar un equívoco. Ya que el problema no consiste en tener o no tener autoridad; sino en qué clase de autoridad se debe ejercer. Si alguno ha exagerado la nota por el lado de la autoridad, hoy la inmensa mayoría ya ni sabe lo que es la autoridad.

Tratemos de plantear esto, con profundidad y equilibrio. Ya que comprobamos que sin autoridad no es posible la educación; además es muy difícil encontrar personas de autoridad.

Estos dos son los problemas fundamentales, las demás dificultades son todas ellas secundarias.

Pero dirán: ¿qué es la autoridad educadora?, es la irradiación de los propios valores personales. Esa autoridad no se puede suplir con nada: es necesario “ser”, en todo el sentido de la palabra. Todo lo que pretendamos “hacer” para suplirla será artificial y terminará con un descrédito mayor.

Seamos sinceros, estimados padres: si hay crisis de autoridad, es porque antes ha hecho crisis nuestro valor personal y nuestro valor moral. Nuestro orgullo y egoísmo de hombres nos engaña: creemos que nuestra inteligencia basta para tener autoridad.

No, padres. Porque ni sus éxitos intelectuales, ni sus triunfos profesionales, ni las adulaciones sociales, ni labuena dirección de grandes empresas, nada de eso basta para tener autoridad con los hijos: para gozar de autoridad en el hogar hay que poseer el ascendiente de la propia virtud, la irradiación del propio carácter, hay que demostrar gran sensibilidad, comprensión y paciencia, hay que tener un gran dominio de sí mismo, hay que haberse superado a sí mismo triunfalmente…

Quien ha sabido ascender y sigue ascendiendo espiritualmente, quien puede presentarse como ideal y modelo, como norma y como vida, ése será un padre de autoridad, es decir, que sabrá cargar con la responsabilidad del mando, sabrá imprimir un sello en el alma de sus hijos, sabrá ser faro de luz en la rutas de la vida, sabrá ser fragua y yunque en donde se forjará el corazón de los hijos… a él le deberán su carácter de hombres, su integridad de cristianos, su seguridad de orientación y su éxito en la vida.

¡Felices los hijos que tengan padres de autoridad!

ES NECESARIA ANTE TODO UNA FIRMEZA EN LA AUTORIDAD

La firmeza es el elemento integral de la autoridad, y esta exige en grado sumo las cualidades morales almacenadas con un constante y sabio ejercicio.

Firmes serán aquellas almas que saben lo que quieren, porque tienen una gran claridad mental acerca de sus deberes, de los fines que persiguen, y conocen ampliamente los medios y los métodos para conseguirlo; y los que a esa claridad de espíritu unen un firme y equilibrado carácter. Saber lo que se quiere, y querer lo que se sabe, ése es el principio de la firmeza: de esa firmeza que es el elemento no sólo integrante, sino esencial en materia de autoridad.

A Josué en la S. Escritura se le da este consejo: “Ten buen ánimo y sé constante, no temas ni desmayes.”

Dice Bossuet comentando este texto: la razón es sencilla. “Si tú tiemblas, todo temblará contigo. Si la cabeza vacila, todo el cuerpo vacilará”.

Un jefe digno de su puesto no vacila en nada; él habla y todos le siguen; y al seguirle, cada cual se siente seguro.

Por último en otro escrito, trataremos más a fondo la importancia de la firmeza en la autoridad.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro “Paternidad y Autoridad” del P. Eduardo Pavanetti sacerdote Salesiano.

Mons. Martin Davila Gandara