La importancia del Padre en la Familia Cristiana I

LA PATERNIDAD I

Uno de los graves males que ha aquejado a la humanidad desde décadas atrás y hoy sigue vigente es sin duda la crisis de la autoridad en todos los órdenes de la actividad humana.

De hecho en la actualidad la sociedad entera sufre las consecuencias de esta prolongada crisis, que ha caído sobre el hombre haciéndolo su víctima. Pero sobre todo esta gravitando y desquiciando el seno del hogar en donde la autoridad no sólo tiene una función de armonía y regulación disciplinaria, sino que es también factor indispensable para la recta formación del carácter y para una sana educación moral de los hijos.

El ambiente político nocivo, que ha privilegiado regular y legislar lo antinatural (coyundas gay), las inmorales doctrinas sociales, la desintegración de la familia, la mala o nula preparación de la juventud para afrontar sus responsabilidades, el hedonismo imperante (la búsqueda del placer por placer) como forma de vida, y, sobre todo la ausencia de las virtudes cristianas que nos enseña el Evangelio, todo esto ha dado como consecuencia el terrible caos que estamos viviendo: con la carencia de autoridad por un lado y, por otro, aumento de rebeldías, insubordinaciones, irresponsabilidades, vulgaridades, groserías, rapiñas y demás desórdenes, que deben hacernos meditar.

La crisis que hoy padecemos, especialmente en los hogares, es por la falta y la ausencia de un concepto claro y de un ejercicio consciente y firme de la paternidad.

Si la mujer ha falseado su verdadero misión en la vida, si ha desertado de su hogar y de sus funciones de madre, el hombre también no se ha quedado atrás.

Debido a que no se le ha dado la debida importancia a esta responsabilidad del hombre en el hogar: ha desertado del seno con mil excusas, pero sin ningún motivo serio; ha descargado en la mujer la educación de los hijos con un egoísmo casi único; se despreocupó de los problemas íntimos como si los hijos fueran solamente una cosa.

Todo esto, ha dado como resultado, como se dijo en el escrito “como ser un buen Padre” en un asombroso desarrollo de las tendencias homosexuales entre la gente joven, generalmente es por las relaciones insatisfactorias con su padre en uno o varios aspectos importantes. La drogadicción, el alcoholismo y la delincuencia juvenil, se debe también a la posición débil o nula del padre; la falta de una relación afectuosa y comprensiva entre padre e hijo es una característica prevalente en el fondo de los jóvenes  acusados de criminales. Muchas autoridades culpan también de la delincuencia a las escandalosas proporciones de divorcio y de fracasos matrimoniales. Los padres de los que no pueden tener éxito en el matrimonio, a menudo nunca dieron a sus hijos un ejemplo real de cómo debe vivir un hombre con su esposa en este parentesco.

En este desconcierto trágico de la juventud, el padre tiene la mayor parte de culpa. Porque Dios puso al hombre como el jefe del hogar: y sobre él, pues pesa una acusación muy grande cuando los desastres son tan evidentes.

LA DIGNIDAD DE LA PATERNIDAD

En esta época del predominio del materialismo, la enseñanza positivista de décadas en que se han formado los abuelos y los padres actuales, el desborde pasional a que se lanzó la juventud desde los años 60s del siglo pasado con el hipismo y la revolución sexual, la nulaeducación religiosa, y la multiplicación de los incentivos deformadores, y del  imperio del laicismo destructor: todo esto ha pesado en la formación por generaciones en el hombre, quien se ha encontrado “padre” sin saber nada acerca de su dignidad y responsabilidad.

Ha vivido una realidad, ignorando su valor: su dignidad humana y sobrenatural.

Ser padre significa sentirse tan hombre como para cargar con la responsabilidad de formar otro hombre; es decir, comprender la vocación de Dios que lo llama a colaborar con El en la creación de nuevos seres. Ser padre significa haber vivido de tal modo su propia vida, haberla enriquecido tanto en virtudes, que sus hijos sientan el orgullo de haberlo tenido por origen y por fuente de su vida.

Ser padre significa sentirse tan maduro en la justicia y en la verdad, como para dar a los seres procreados por su amor toda educación humana, recia y firme, recta y santa, que los haga dignos y felices.

Ser padre significa que el amor creador no muere, sino que resucita cada día en la re-creación continuada que significa forjar, en cada instante, un carácter.

Ser padre quiere decir vivir tan sólo para su hogar, dar todas la preferencias al hogar, vivir en el hogar y para el hogar.  Y todo lo que quite de amor, de tiempo, de preocupación a los hijos, constituye una traición que nadie podrá justificar.

Pero si todo esto se proyecta en el plano sobrenatural, la paternidad humana adquiere un valor y una resonancia insospechados.

Dios creador le pidió su concurso para un nuevo ser, pero ese ser fue redimido por Cristo, fue hecho partícipe de la Naturaleza Divina por la gracia santificante, fue adoptado como hijo de Dios, destinado a la contemplación directa de Dios en el cielo.

Sus hijos son templos en el cual moran las tres Divinas Personas y en el que el Espíritu Santo realiza los planes eternos de su amor. Para eso los llevaron al bautismo, y para eso se deben preparar: para el primer encuentro con Cristo. Y es Cristo el ideal según el cual se debe forjar su alma. Y para la amistad con ese Cristo debe luchar toda su vida: todo esto viene siendo educar.

Y para esa educación sobrenatural se necesita al Espíritu Santo, que al dirigir toda obra de Santidad no puede prescindir de ustedes: porque su vigilancia, su autoridad y su amor son los mejores instrumentos para cultivar el alma del niño.

Y para toda esta inmensa, y divina obra de la educación, debe ser en unión con sus esposas, y ambos se deben sacrificar,  y deben hacer de su hogar un santuario.

¿Quién ha pensado, con profundo sentimiento del deber, en las obligaciones y en la dignidad excelsa de esta vocación?

FALTA DE PREPARACIÓN

En la actualidad hay un triste vacío en los hogares modernos: porque los padres han desertado del hogar o han desertado de su función de educadores.

Esto debido a nuestra época absurdamente materialista y adoradora del progreso positivo y técnico, ésta no ha tenido un mensaje para el espíritu; la cualidades y las virtudes murieron.

Este empobrecimiento de virtudes humanas y sobrenaturales, esta anemia espiritual, ha traído como consecuencia trágica el fenómeno inexplicable de padres que no saben para qué fin son padres, quitada su función animal.

¿Qué saben los padres de educación? Nada. Todos improvisan, cuando quieren hacer algo. Los que creen saber, son los que peor actúan. Saber que se ignora, es principio de sabiduría. En muchos de los casos, siempre es el desastre la consecuencia lógica.

Se ignoran los principios de educación, las normas de pedagogía; se carece de experiencia: y, en la mayoría de los casos, los hijos se educan o se deforman al margen del conocimiento y de la actuación de sus padres. Son huérfanos aunque tengan vivos a sus padres (y más aumenta este mal cuando los dos padres trabajan).

¡qué triste es el vacío de los padres en nuestros hogares! Y más desolador aún, el vacío de una sana paternidad en el corazón de tantos hombres.

Ya que la paternidad no puede no puede ser algo accesorio en sus vidas, sino esencial: ésta es la enorme tarea de conversión y de los hombres. Y será más fecunda que todos los Tratados y Pactos, y más eficaz que todos los vanos sistemas pedagógicos.

El gran pecado de la sociedad moderna esta en la desnaturalización del hogar. Ya se que vive en todas partes, menos en el hogar.

Todas las cosas, todas las personas tienen derecho a absorbernos, menos las que componen la familia.

¡Volver al hogar!: es el grito salvador.

Esa vuelta al hogar, significa no sólo hacerlo centro de la vida, sino cargar con la tarea que en él se debe realizar; la cual, a su vez, supone la riqueza de virtudes que den prestigio y ascendiente educador a la personalidad de los padres.

Saber lo que se debe hacer; conocer los métodos para realizar con perfección la obra educadora y poseer las virtudes propias del educador: eso significa también volver al hogar.

El hogar mide la grandeza del hombre, o pone todavía más de manifiesto su miseria.

Las convivencia agiganta si se es grande interiormente; se anula si se está vacío.

Si se constituye un ideal permanente para que nos observen de cerca, seremos un desperdicio que sólo inspira desprecio.

Por esta razón, el primer programa de acción educadora y él primer método consistirá en el esfuerzo, sincero y leal, para llegar a realizar ese ideal.

CUALIDADES DEL PADRE EDUCADOR

Antes de hablar de métodos de educación, primero tenemos que plantearnos el problema de la formación del educador.

Porque en la educación la persona del educador lo es todo. No son los métodos los que forman y salvan la juventud, sino la presencia de una recia personalidad que en el esplendor de sus virtudes, en la serenidad de su equilibrio personal, en la ternura de su corazón y en la fortaleza dura y firme de su voluntad pueda presentarse ante los niños y los jóvenes como la encarnación viva de un ideal, cuya luz ilumina, cuya irradiación subyuga cuya comprensión eleva, cuya intimidad trasforma.

Estamos viviendo una época de técnicas materialistas, y hemos llegado a sugestionarnos de tal modo, que creemos que el progreso material lo hará todo en la vida. y estamos pagando caro ese error. Ya que la vida humana escapa casi totalmente a los progresos materiales.

Se ha negado la espiritualidad del ser humano; pero no basta negarla para que deje  de ser una realidad. La negaciones son –frecuentemente—posturas intelectuales, pero no son la expresión de una realidad. Y la naturaleza se defiende contra esas negaciones mutiladoras de la vida humana. Hoy en día tanto se ha confiado en la técnicas  en la pedagogía, y nunca se ha escrito tanto sobre los niños como desde las últimas décadas; y sin embargo, nunca ha degenerado tanto la educación en los institutos y en la familias.

ES PORQUE FALTAN LOS PRINCIPIOS RECTORES DE LA VIDA; Y SOBRE TODO FALTA EL EJEMPLO.

Así como no se produce la vida con máquinas sino que se engendra por seres vivos, del mismo modo la educación de los niños o se realiza por el ejemplo luminoso de los padres, o no se realiza.

Algunos padres  se engañan creyendo que con pagar un buen Instituto de Enseñanza (cuando lo hacen), ya han cumplido, y ya se han descargado de todas las responsabilidades con respecto a educación de los hijos. No señores; es su ejemplo, y sólo su ejemplo, es lo que importa. Aquí no sólo estamos hablando de evitar esas cosas que significan un atentado grave a la moral: esas cosas que muchos creen poder ocultar por largo tiempo  y que las esposas sufren en silencio, inmolándose al egoísmo del padre, por amor a los hijos. No. Nos referimos a los ejemplos normales y menudos, de todos los instantes, que son los que verdaderamente dejan huellas. En cuántos hogares se formarían mejor los hijos si sus padres no pisaran el hogar, o al menos no estorbarán la acción de todas las horas del día, realizada por las madres.

Comprender esta necesidad del buen ejemplo, lleva necesariamente a entender que el padre que quiere ser un auténtico educador, y por tanto debe empeñarse decididamente por adquirir las virtudes que le harán educador. Miremos que no se educa por la fuerza de las teorías, ni se educa por la imposición de los caprichos, ni por las sentencias dejadas caer olímpicamente en el seno del hogar, ni tampoco por las grandes disertaciones.

Por último esta es la primera parte de una serie de escritos, relacionados con la Paternidad y Autoridad necesarias en la educación de los hijos.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro “Paternidad y Autoridad” del P. Eduardo Pavanetti sacerdote Salesiano.

Mons. Martin Davila Gandara