LA INDIFERENCIA E INCREDULIDAD RELIGIOSA
La indiferencia religiosa y el ateísmo práctico que prevalecen actualmente en el mundo se debe a varias causas, todas ellas injustificadas. En primer lugar, la mayoría de las filosofías modernas pretenden limitar la natural capacidad de la mente humana y declaran que el entendimiento no puede traspasar el dominio de los sentidos. Según ellas la mente se paraliza al llegar a los confines de los sentidos, ni puede elevarse de las cosas creadas a su creador. De esta opinión de que la mente no puede pasar más allá del mundo de los sentidos, gradualmente nació la creencia de que no existe nada más allá de ese mundo: que Dios no existe.
El principio protestante de la interpretación privada de las verdades religiosas inevitablemente ha tenido el mismo resultado. Los primitivos protestantes olvidaron que el juicio del hombre al interpretar las verdades religiosas está influenciado por su propia conducta, temperamento y pasiones. Cuando el hombre se enfrentó con ciertas verdades, tales como la malicia del pecado, juicio, infierno, eternidad, y vio la radical oposición entre su credo y sus actos, se dedicó a sutilizar las verdades religiosas para adoptarlas a su propia vida con el propósito de apaciguar su conciencia. Pero una vez iniciado el descenso, ¿quién podía detestarlo? Los hombres fueron desechando las verdades una tras otra hasta que hoy en día todas las sectas protestantes se hallan completamente desintegradas y hundidas en un estado de refinado paganismo.
La antigua teología luterana consideraba al hombre como esencialmente degenerado en la inteligencia y en la voluntad por el pecado original. Veía al hombre enteramente depravado y totalmente indigno, como un gusano arrastrándose en el polvo, sujeto a ser condenado por un Dios justiciero e inexorable a eternos tormentos. En su reacción contra esta doctrina el pensamiento moderno, desgraciadamente pasó al extremo opuesto. Exaltó al hombre hasta el punto de ponerlo en lugar de Dios. En el sistema filosófico conocido por el “Humanismo,” la religión significa nuestros deberes y nuestra adoración para el hombre. El Humanismo y todas las filosofías afines claramente afirman que no hay ningún ser personal supremo fuera del universo.
Y en la actualidad los “sin dios” en sus campañas contra Dios ponen en acción todos los métodos habidos y por haber: en las escuelas, la TV, las películas, la prensa, la radio, las exhibiciones, la ciencia, y aun la forzada inacción, todas estas cosas son usadas en la ofensiva antirreligiosa que llevan a cabo.
Los nuevos ateos, están llevando a cabo una especie de Revolución, misma que esta recorriendo el mundo, aunque no se identifica como tal. Es descendiente directa de la Revolución Francesa y de la Revolución Mundial Comunista, pero se cuida de que no se le vincule con ellas porque ambas fracasaron en sus metas supremas, aunque dejaron fuerzas trabajando en su favor.
Ambas cometieron graves errores. La de Francia reveló por primera vez, que buscaba el dominio universal y la muerte de la Era cristiana. Para lograrlo confió en el terror de la guillotina, y sin preverlo, así facilitó que Napoleón le cerrara el camino.
La Revolución Mundial comunista, de Lenin y Stalin, volvió a revelar su meta universal. Marx y Engels fueron tan indiscretos que anunciaron: “Un fantasma recorre Europa; el fantasma del Comunismo”, y lo anunciaron desde 1848, a 70 años de que el fantasma pudiera encarnarse en la URSS.
Para redondear su error, también anunciaron que acabarían con la religión, “opio del pueblo.”
Ahora, en el siglo XXI, esta Revolución ha aprendido varias lecciones. Una, no revelar prematuramente sus planes. Otra, no confiarlo todo al instrumento del terror, ya que la guillotina y los campos de concentración dan inicialmente un poder casi omnímodo, pero no definitivo.
Lo importante –ahora ya lo realiza- es influir en el interior de las Conciencias. Cambiar a los pueblos “por dentro” de ellos mismos.
Aunque esta revolución nunca ha creído en el espíritu, y sí únicamente en la materia, ya no le cabe duda de que “algo de lo llamado espíritu” sí existe, y que lo primero es destruirlo para luego darle bases firmes a las metas. Claro que el espíritu tiene origen divino, pero al encarnarse adquiere las debilidades de la materia. Es ésta su segunda naturaleza y en ella radica su vulnerabilidad. Es, pues, en ella, donde ha de empezar la tarea de la Revolución.
Hoy vemos, los resultados desastrosos, producidos en la sociedad moderna, por esta revolución silenciosa, tanto que no hay un estrato de la sociedad, que se salve, las clases altas y medias devoradas por el materialismo y el consumismo.
Aterrorizando a los a gentes, ya no es, como se consolidan los cambios. El “poco a poco” es más efectivo. La gente lo va aceptando por grados, como “signos de los tiempos”. Convencer es mucho mejor que vencer. Esto se ve claro.
A lo anterior se agrega la instrucción en las escuelas, desde el jardín de niños hasta secundaria, preparatoria y universidades. La UNESCO (dependencia de ONU) ha impuesto un mismo patrón de enseñanza en todo el mundo. Ha introducido dogmas que nada tienen de científicos. De esa manera se enseña, mundialmente, que hace millones de años varias substancias se unieron por azar y formaron una célula; que la célula se multiplicó miles de veces y dio lugar a la vida animal, de donde procede el hombre. De la materia brotó la conciencia. Que todo es evolución; la Naturaleza “invento el sexo”; evolucionaron ojos y oídos, etc. En consecuencia no hay Creador, de lo que resulta que no existe Dios. A esta enseñanza se le denomina como “laicismo”, en la práctica es ateísmo. Eso, gradualmente enseñado y absorbido, es más eficaz para acabar con el Cristianismo que todo lo que pretendieron la revolución Francesa y la soviética. La actual Revolución, que recorre el mundo sin identificarse como tal, avanza sin encontrar resistencias. A un creciente número de jóvenes se les convence de que vienen de la nada y que retornarán a ella, sin premio ni castigo. No hay trascendencia.
Otra enseñanza más, que se va dando casi sin sentir, es que el niño y la niña nacen “neutros”. Que la Sociedad es represiva y le va imponiendo roles de uno u otro sexo, pero que hay diversas opciones y que todas son lícitas. La conciencia de ser hombre, o mujer –dicen- es yo postizo, según el freudismo, y “puede ser superado”. A eso se agrega la pornografía, que casi esta en todas partes, y se crea una base para impulsar la homosexualidad. Los “medios de comunicación” publican noticias laudatorias para todos los que “salen del clóset” y se utiliza un término inglés a fin de proclamar el “orgullo gay”. Un orgullo “heroico” que reclama trato preferencial para quienes contraen sida, pues exigen medicamentos subsidiados, como si tuvieran más méritos de los que carecen quienes sufren cáncer, diabetes, tuberculosis o afecciones cardíacas.
La concertada acción para debilitar a la Juventud se refleja también en la proliferación de los grupos “emos”, “darketos” y “marasalvatruchas”, algunos de ellos surgidos nada menos que en el primer mundo. Jóvenes a quienes se les viene privando de Patria, Esperanza y Fe.
Las dos anteriores revoluciones (la francesa y la soviética), tuvieron como uno de sus puntos fundamentales acabar con la Iglesia de Cristo. Matar sacerdotes y cerrar templos fue un festín revolucionario, pero no se consolidaron ni el ateísmo ni la herejía.
La táctica de la Revolución actual es diferente. Y los resultados también, según los siguientes puntos de referencia.
Debido a los cambios realizados en la Iglesia en el Vaticano II, ésta cambio de esencia; surgió una Iglesia Nueva más protestante que católica, en el libro ¨El Rin desemboca en el Tiber¨, escrito por un sacerdote Norteamericano, que estuvo cubriendo, como corresponsal, para la prensa de Estados Unidos en el concilio Vaticano II, siendo éste, considerado imparcial, tanto por conservadores y liberales de aquella época, nos narra; como se dio el asalto muy bien orquestado por los Obispos liberales, de los países que bañan el Rin, entre ellos Alemanes, Belgas, Holandeses, Daneses, Austriacos y Franceses y todo ello con complicidad de los supuestos Papas, todos ellos en la actualidad comprobados masones, ahí se narra como ganaban las diferentes comisiones en el concilio, y como en votaciones importantes, estos obispos liberales, patrocinaban viajes y tours a Florencia y Venecia a los Obispos del tercer mundo.
Estos cambios esenciales en la Iglesia, han propiciado, que millones de católicos en el mundo, se hayan hecho protestantes, y otros tantos millones de indiferentes, hasta 1990 ya se contaban, por miles los sacerdotes que habían dejado el sacerdocio, muchos de ellos colgando la sotana y otros retirándose de la Iglesia defraudados y desmoralizados.
En el Catecismo, mal llamado de la Iglesia Católica de 1992 se invalidaron varios versículos de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles.
Causando extrañeza que se tocará así al Nuevo Testamento. (Catecismo de 1992, derivado de los documentos del Concilio Vaticano II.)
Así, pues, la Revolución que está en marcha en el presente siglo va logrando mejores resultados, para sus fines, que las dos Revoluciones anteriores, pese a que ambas perpetraron múltiples destrucciones de templos y el asesinato de millones de cristianos.
Como ustedes pueden ver, todos estos factores ya explicados, son algunas de las causas, que han contribuido a la indiferencia y al ateísmo práctico de nuestros días.
A pesar de todos estos triunfos de los “sin dios”. Hay varias cuestiones para las cuales la mente exige imperiosamente una solución que la revolución y el ateísmo mencionado es incapaz de dar. Porque ante todo, la mente del hombre de continuo pregunta: “¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo?” Los ateístas dirán que todas las cosas vinieron de una masa primitiva de gelatina, o de gas, o de energía. Pero la mente prosigue inquiriendo: “¿Y de dónde ha venido esta primitiva sustancia? Nos dirán que el mundo tiene billones de años. Más la mente persiste en inquirir: “Cómo principió?” se dice que el astrónomo Atanasio Kirchner poseía un hermoso globo.
Un día un incrédulo le preguntó que donde había conseguido aquella preciosidad, a lo cual contestó Kirchner: “!Oh, él solo vino a mi escritorio!” El incrédulo se río burlonamente, y dijo: “Usted sabe muy bien que eso es imposible.” Kirchner dijo entonces: “Si este pequeño globo no pudo venir solo, ¿cómo pudieron la tierra y esos inmensos globos que surcan el espacio venir solos?”
Algunos ateístas arguyen: El mundo nació de ciegos e incoherentes procesos que al azar van formando varias combinaciones en prolongadísimos períodos de tiempo. A esto contestamos con un ejemplo: considérese a un automóvil estacionado en su puerta. ¿Cómo se produjo la máquina y cómo llegó ahí? Si dijieramos que de varias partes del mundo el viento recogió las tuercas, los tornillos, el acero, la goma, el cristal, y los unió formando el coche, de seguro se mofarían de esta ridícula explicación.
Dirían que un ser inteligente había planeado y dirigido la construcción del coche. Mas, ¿qué es un coche, aunque sea complicada su construcción, si se compara con este enorme universo que habitamos? ¿No exige éste mucho más que aquél una inteligente causa primera.
Pongamos otro ejemplo: si arrojáramos al azar en un recipiente todas las ruedas, tornillos y las demás piezas que forman un reloj de pulsera, nunca lograría construir un instrumento que produjera el movimiento, mucho menos aquel movimiento que tan exactamente pueda marcar la hora y el minuto del día. El reloj exige un inteligente relojero que conozca el complicado mecanismo del reloj.
¡Cuánto más, este complicado universo nuestro exige un inteligente hacedor! ¡Cuán maravillosa es la construcción del átomo, de la molécula, del copo de nieve, de la concha del mar, del pétalo de una flor, de la fruta, del cuerpo humano! Cuán ordenados los movimientos del sol, de la luna, de la tierra y de las estrellas! ¡Cuán regular es la sucesión de la primavera, del verano, del otoño y del invierno, de la noche y del día! ¡Cuánto más complicado es todo esto que un reloj!
Otra cuestión que la mente formula insistentemente es ésta: ¿Para qué estoy yo en el mundo? A lo cual el ateísta contesta: Estoy aquí para gozar. Y la felicidad para el materialista significa generalmente placer sensual y licencioso, dando rienda suelta a los instintos animales.
Cuan necios e irracionales sean estos substitutos del verdadero fin del hombre sobre la tierra, hace varios siglos que lo demostró con lógica contundente Santo Tomás de Aquino. dice: a) La felicidad del hombre no consiste en los bienes temporales, como la riqueza, los honores, la fama y el poder. Estos bienes son, por su propia naturaleza, únicamente medios para un fin, y no un fin en sí mismos. Están destinados a la consecución de algo mejor y más elevado. No llenan las aspiraciones del hombre. A menudo mientras más rico es el hombre, se torna más rapaz y avariento. Las riquezas no dan la sabiduría, la paz y la salud. Con frecuencia los ricos son muy desgraciados, después de haber acumulado su riqueza con grandes sacrificios; se apegan a ella con angustioso cuidado temiendo perderla; y a la postre la muerte los debe separar de ella para siempre.
Los divorcios, asesinatos y suicidios entre los ricos son prueba de que los bienes terrenales no dan una felicidad duradera. “Nunca negué a mis ojos cuanto desearon,” dice Salomón, “ni vedé a mi corazón el que gozase de todo género de deleites, y se recrease en las cosas que tenía yo preparadas; antes bien juzgué ser esta mi suerte, el disfrutar de mi trabajo. Más volviendo la vista hacia todas las obras de mis manos, y considerando los trabajos en que inútilmente me había afanado, vi que todo era vanidad y aflicción de espíritu, y que nada hay estable en este mundo.” (Ecl., II, 10-11). b) La Felicidad del hombre no consiste en los bienes corporales, como la salud, la fuerza, la belleza física y el placer sensual. El cuerpo en realidad es el instrumento del alma, y de poco nos servirá a menos que la mente sea sana y la voluntad fuerte y virtuosa. Además, los placeres sensuales son comunes al hombre y al bruto, y si el hombre los toma como fin, se rebaja al nivel del bruto, y deja sin satisfacción a sus más nobles facultades. Los placeres sensuales debilitan al hombre, y le dejan insatisfecho, disgustado y descontento. La conciencia del hombre sensual y concupiscente le recuerda en medio de sus placeres que está hecho para cosas más elevadas y mejores. c) La felicidad del hombre no consiste en el conocimiento y el amor de las cosas finitas. El campo del saber se ha extendido inmensamente en los últimos años según lo prueban, el gran número de facultades y departamentos en las universidades.
Nadie actualmente podría presumir estar versado en todos los ramos del saber humano. En verdad, ¿Quién puede afirmar hallarse enteramente familiarizado con las investigaciones de su propia especialidad? ¿Quién puede decir que conoce el contenido de los miles de libros que están en la biblioteca de una universidad? Mas aun cuando la mente tuviera el conocimiento de todas las cosas finitas, todavía no estaría satisfecha ni tranquila. La vista puede cegarse con el intenso resplandor de una luz, el oído ensordecerse con un ruido atronador; pero el espíritu en vez de agotarse se fortalece mediante la intensidad de los conocimientos. Y esto sucede igualmente con el amor. La voluntad se inclinará temporalmente al amor y a la amistad, más pronto llega la intranquilidad con el convencimiento de que todos los afectos terrenales son efímeros e inciertos. La voluntad constantemente se esfuerza en hallar un amor que no cambie ni perezca.
La felicidad consiste en alcanzar su último fin o en el perfecto conocimiento y amor de Dios en la visión beatífica. “Tú nos has hecho para ti, oh Dios! Dice S. Agustín (Lib., de las Confesiones p. 661.) y nuestro corazón no tendrá paz hasta que descanse en ti.” “Vanidades de vanidades,” dice el autor de la Imitación de Cristo, (Lib. I, Cap. I,3.)”y todo es vanidad excepto amarte y servirte a ti solo.” “Es imposible,” dice S. Tomás, (I aII ae., q, 2. a8.)”que cosa alguna creada pueda constituir la felicidad del hombre.
Porque la felicidad es el bien perfecto, que apaga el apetito completamente; de otro modo no sería el último bien, si hubiese más que desear. Ahora bien, el objeto de la voluntad, esto es, de la tendencia del hombre, es el bien universal; del mismo modo que el objeto del entendimiento es la verdad universal. Luego es evidente que nada puede satisfacer la voluntad del hombre si no es el bien universal. Este no se halla en ninguna criatura, sino en Dios solo, ya que toda criatura posee el bien únicamente por participación y sólo Dios lo tiene en grado infinito. Por lo tanto Dios solo puede satisfacer la voluntad del hombre: Dios solo constituye la felicidad del hombre.” La constante esperanza del hombre en el futuro, en un día de mayor felicidad que ahora – un día, que nunca llegará en este mundo –es únicamente un deseo que se agita en pos de la felicidad perfecta, que sólo en Dios se encontrará.
Espero que estas reflexiones les sigan dando más luz, más fortaleza y más crecimiento en nuestra fe católica, mismas que nos lleven a recitar con devoción las palabras del Credo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.” Y también a recordar a menudo las palabras del Rey David: “Los cielos declaran la gloria de Dios y el firmamento la obra de sus manos.”
Y en nuestros esfuerzos por alcanzar la felicidad nos guiaremos por las palabras de S. Agustín: “Tú nos has hecho para ti y nuestros corazones no tendrán paz hasta que descansen en ti.”
Por último no me resta sino recordarles, el gran deber que el hombre tiene de reconocer que es creado por Dios, y también que es su hijo adoptivo, por el santo Bautismo, que tiene un fin sobrenatural en esta vida, que es amar y servir a Dios, para después verle y gozarle eternamente, cara a cara con toda su brillantez y magnificencia en el cielo, no por unos momentos, como San Pedro, Santiago y San Juan en el monte Tabor; y al igual que San Pablo cuando iba camino a Damasco que después de haber subido al tercer cielo dijo ni ojo vio, ni oído oyó, ni ningún hombre puede expresar las cosas maravillas que Dios tiene para aquellos que le aman deveras.