La influencia de la ira en la depresión

En estos tiempos donde predomina la violencia y la ira casi en todos los ámbitos de la sociedad, es importante que hagamos estas reflexiones sobre este pecado capital de la ira; y sobre todo esta misma es sumamente necesaria para los padres de familia que una vez conocido a fondo este vicio tendrá mejores herramientas para dominarse y con la ayuda de Dios puedan vencer este pecado.

En la buena formación y educación de los hijos es importantísimo tener dominio de sí mismo, controlando la ira y el coraje que nos pueden llevar a la depresión y esto se logrará analizando, conociendo y poniendo en práctica todo los consejos y remedios que vamos a dar para el vencimiento de esta enfermedad espiritual.

Analicemos primero: LO QUE INFLUYE LA IRA EN LA DEPRESIÓN:

La Ira es una indignación o enojo, o un deseo de venganza por un disgusto que se ha recibido, lo contrario es la paciencia, o sea la virtud que impide que en momentos de contrariedad nos dejemos vencer por la tristeza.

¿Qué relación existe entre la Ira y la Depresión? Casi por lo regular cuando se presenta la depresión en una persona, ella tiene una causa que la ha producido. Aunque no logremos conocer cuál es la causa que produjo la depresión, esa causa siempre existe.

Los especialistas en enfermedades nerviosas afirman que aun en individuos muy inclinados a la tristeza y a la melancolía, siempre que se presenta la depresión, ella se debe a un agente agresivo que la hizo aparecer y la desencadenó.

Ese agente que desencadena la depresión puede estar dentro de nosotros mismos: enfermedad corporal o nerviosa, o recuerdos amargos, o sustos por el futuro, o disgusto por el presente; y puede provenir también de afuera: de personas o cosas o acontecimientos que nos producen disgusto.

Muchas de nuestras depresiones se deben a una reacción que sentimos frente a una agresión que nos hacen, o a un rechazo o desprecio, o a una humillación. Hay innumerables depresiones cuya causa es una desilusión que se ha sufrido. Y nuestra más frecuente respuesta es la ira, y ella lleva en cadena directamente hacia la depresión.

Hay personas muy deprimidas que exclaman: “No, yo no soy iracunda ni malgeniada. A mi depresión que le busquen otra causa, porque la ira no lo es de ninguna manera”. Pero si nos dedicamos a examinar detenidamente todos los pasos que nuestra mente fue dando antes de llegar a la depresión, y sacamos como conclusión que sí fue la ira, el disgusto por algo, lo que le llevó a deprimirse.

Un médico de fama internacional llegó afirmar lo siguiente: “La depresión siempre y en todas partes, incluye la ira entre las causas que la provocaron. Ya sea una ira manifiesta o una oculta, consciente o inconsciente. Ya sea quien la padece se haya dado cuenta de que sí sintió ira, o ya sea que les parezca que no llegó a airarse”.

La ira va dirigida contra la causa que provoca el disgusto que se siente. Puede sentirse ira contra la mala salud que se tiene, o contra la situación económica crítica que se está padeciendo o contra los hechos lamentables que han sucedido, p. e. un accidente, un desastre, una muerte inesperada o sentidísima, un fracaso espiritual o material, etc.

Generalmente la ira se siente contra la persona que nos ha producido desilusión. Contra quien debería amarnos y no nos demuestra amor; contra quien debería demostrarnos admiración y aprecio y en cambio nos demuestra desprecio y olvido. Contra quien hiere nuestro amor propio. O contra quien nos hizo graves daños en lo material o en lo espiritual. En la raíz de toda depresión hay una dosis de ira, contra algo o contra alguien.

Hay seres espantosamente deprimidos durante toda su vida porque en su niñez fueron brutalmente e injustamente tratados por sus padres o por los que estaban encargados de criarlos. Y esa ira y disgusto que hay en su interior o en su subconsciente contra tales injusticias y malos tratos, les produce continua depresión.

Para este mal gracias a Dios Hay terapias como la “sanación de los recuerdos” que consiste en ir repesando todos los recuerdos tristes de nuestra infancia y de nuestra vida pasada y en cada caso tratar de dar un total perdón a quien nos produjo esa ofensa, y excusar esa agresividad de ellos, atribuyéndola más a debilidad e ignorancia que a mala voluntad. Esto aleja mucho la depresión.

En todo ser humano hay dos emociones sumamente fuertes: el amor y la ira. El amor bien llevado puede conseguir efectos muy saludables para el espíritu. Pero la ira es una emoción sumamente dañosa para el alma y para el cuerpo.

Es una emoción verdaderamente destructora y es difícil encontrar en el ser humano una emoción que le sea más perjudicial y cuyos efectos sean más negativos. Con razón el amable S. Francisco de Sales andaba repitiendo: “Preferible que digan de nosotros que no nos airamos nunca y no que digan que nos airamos con razón”.

La ira es un mecanismo de defensa contra la agresión. Cuando nos sentimos agredidos por el desprecio, el rechazo, la injuria o el trato injusto, la ira tiende automáticamente a estallar, y ella provoca inmediatamente un deseo de atacar, de lastimar, de destruir y de hacerle mal al injusto atacante. Un ataque de ira puede producir una depresión tan violenta que nos puede llevar hasta la muerte.

EL ALTO PRECIO Y EL COSTO EXAGERADO QUE HAY QUE PAGAR POR LA IRA:

Es casi imposible lograr calcular el inmenso costo que exige la ira a nuestro organismo y a nuestra vida espiritual. Las pérdidas que ella proporciona son incalculables. Con razón dice el Salmo 72 “Cuando mi corazón se llenaba de amargura y yo estallaba en ira, yo era como un necio y como un ignorante, y aun, como un animal feroz”.

Hay un caso de una persona que no recibió un ascenso: había un empleado de un banco que suspiraba por un ascenso que se imaginaba tener muy merecido. Pero llegó la fecha de los ascensos y fueron ascendidos otros que en su concepto lo merecían mucho menos que él, y a él lo dejaron allí en su mismo cargo inferior.

Desde ese día su esposa notó un cambio espantable en su personalidad. Ya casi no hablaba. Rumiaba en su cerebro la injusticia que habían cometido en su contra, cultivaba cada día más y más su resentimiento; y su ira iba haciendo crecer su amargura, hasta que un día en la más aguda crisis de depresión llegó al banco y disparó su revólver contra los cinco empleados que según su parecer eran los causantes de que a él no lo hubieran ascendido.

Por años y años tras las rejas de una cárcel tuvo que llorar el haberse dejado dominar por la ira y el disgusto. Demasiado tarde. El costo de su ira fue exagerado y el precio que le costó el haberse dejado dominar por la ira fue inmenso.

Con razón recomienda el apóstol S. Pablo: “Cuando os asalte la ira tened mucho cuidado para que no vayáis a pecar” (Ef., IV, 6) y el apóstol Santiago advierte que la “ira del hombre no produce justicia según Dios” (St., I, 20)

En el Libro de los Proverbios de la Santa Biblia, hay una frase muy ilustrativa: “El necio se deja dominar enseguida por la ira, pero el que es prudente sabe disimular las ofensas y no darles tanta importancia” (Pr., XII, 16) y esto lo hace el prudente porque sabe muy bien los terribles daños que puede recibir en su salud física y en su equilibrio emocional si se deja llevar por la dañina pasión de la ira.

EFECTOS FÍSICOS DE LA IRA

Son terribles los efectos que produce en el cuerpo el dejarse dominar por la ira. Los hospitales están llenos de personas que no supieron aprender a no airarse y a no enfadarse; y fueron su enojo y su ira los que los llevaron a la sala de los pacientes.

Porque la ira produce tensión (se llama tensión al estado nervioso en el que los nervios están demasiado tensos debido a la acción de fuerzas que los excitan a estar más estirados y tensos de lo que normalmente deberían estar).

Los médicos afirman que no hay nada que produzca más tensión nerviosa que la ira (o sea el disgusto por el pasado amargo que se recuerda, o por el presente que no agrada o por el futuro que asusta o produce rechazo o aversión). En la juventud el organismo tiene bastantes energías para ser capaz de soportar hasta cierto punto las tensiones nerviosas que produce la ira.

Pero apenas van pasando los años, el organismo se va debilitando y se va perdiendo la capacidad de aguante y el cuerpo afloja en su resistencia y la ira va produciendo en él las úlceras estomacales, la tensión demasiado alta, la colitis.

Otros efectos de la ira son también, los ataques de amibas, jaquecas, faltas de apetito y de sueño, y hasta artritis, glaucomas a los ojos y cálculos renales y una procesión interminable de males y enfermedades entre las cuales quiera Dios que no esté incluido un derrame cerebral. La ira del espíritu se traduce en enfermedades en el cuerpo.

Lo que entristece al Espíritu Santo: Hemos visto algunos efectos trágicos que la ira produce en el cuerpo. Pero por tremendos que sean esos resultados físicos no tienen comparación con los espantosos efectos que la ira produce en el alma.

No sólo cometiendo graves impurezas, crueles asesinatos o grandes robos, se entristece al Espíritu Santo. Pues nos advierte S. Pablo: “No entristezcan al Espíritu Santo. Que de entre nosotros desaparezca toda ira, amargura, cólera, gritos y las palabras ofensivas.

Hay que ser bondadosos y amables, perdonándonos unos a otros, como Cristo nos perdonó a nosotros” (Ef., IV, 30). Y que terribles son las consecuencias para quien entristece al Espíritu Santo. Decía Nuestro Señor Jesucristo que le sucederá como cuando a una rama la separan del árbol: se seca, deja de producir buenos frutos y ya no sirve sino para el fuego y la perdición.

Si un creyente vive disgustando al Espíritu Santo por medio de la ira, ¿Qué buenos frutos podrá conseguir para la vida eterna? Poquísimos, por cierto, por tener disgustado al que le iba a conseguir los buenos resultados en la vida espiritual.

La ira es uno de los pecados que más se ha extendido en el hombre. Porque si le preguntamos a un creyente ¿Cuál es el pecado que más repite en la vida y que más frecuentemente le domina?, y con gran probabilidad responderá que es la ira, el malgenio.

La ira es pecado que más derrota a los creyentes (y a los no creyentes mucho peor todavía) y les causa más fracasos espirituales quizás que ningún otro pecado.

La ira lleva a niveles casi insignificantes el crecimiento espiritual de muchísimos individuos. Al entristecer al Espíritu Santo lo aleja del alma y ésta se queda raquítica y sin crecimiento espiritual.

¿Será siempre pecado la ira? Claro está que no siempre es pecado, o por lo menos no siempre es pecado grave. Hay estallidos de ira súbita que anteceden al control de la razón y uno puede ponerse colérico antes de darse completa cuenta.

En muchos casos estos estallidos no pasan de ser pecado venial, y muchas veces ni siquiera llegan a ser pecado, siendo sólo expresiones de la debilidad humana. Pero lo que no se puede afirmar es que la ira, aunque sea involuntaria no nos sea dañosa para el cuerpo y para la personalidad.

Cada estallido de ira es un grave daño que estamos sufriendo en nuestro organismo y en nuestra persona toda. Santo Tomás dice que el pecado en la ira no está tanto en sentirla (porque muchas veces llega tan automáticamente que uno no tiene ni tiempo para detenerla) sino que el pecado está en el demasiado egoísmo y orgullo o amor propio que tenemos.

Porque la causa de que estalle la ira es porque sentimos que nos desprecian, que nos ofenden, que nos dan un trato injusto. Por eso ella se manifiesta cuando nos sentimos injustamente disminuidos o mal tratados. El motivo de la ira es casi siempre el amor propio, al cual se le considera injustamente ofendido.

Nos dice el Eclesiástico: “El vivir dejándose llevar por violentos arrebatos no tiene disculpa.

Y la cólera furiosa lleva a la ruina a muchas personas” (Ecles., I, 28). El Libro de los Proverbios dice: “El que fácilmente se enoja y se llena de ira, hará locuras, pero la persona prudente se esfuerza por no airarse” (Prov., XIV, 17).

San Vicente exclamaba: “tres veces he obrado con ira, y la tres veces hice todo al revés”.

Nosotros podemos repetir eso mismo, pero añadiendo varios ceros al tres.

Hasta aquí esta primera parte, en segunda se verán los remedios de este vicio.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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