La Perseverancia

En el Evangelio de San Mateo (XI, 2,10) se lee que, hallándose Juan el Bautista en la cárcel, envió dos de sus discípulos a Jesús para preguntarle si era verdaderamente el Mesías.

Jesús contestó a los emisarios de Juan que le refirieran lo que habían oído y visto, o sea, los grandes milagros que Él había obrado,  para que así se convenciera de que era efectivamente el Mesías.

Luego que los mensajeros hubieron partido, Jesucristo quiso demostrar a las turbas la constancia, la grandeza y las altas dotes de su precursor, diciendo que no era un hombre frágil o inconstante en el bien, como la caña que se dobla al soplo del viento más ligero. “¿Qué saliste a ver al desierto? ¿a alguien que agita el viento?

Detengámonos en estas palabras del santo Evangelio, y consideremos que los hombres, por su inconstancia en el bien, pueden con toda razón ser zarandeados como una frágil caña. Basta, en efecto, una insignificante tentación, la más ligera de las tribulaciones, para que al instante se rindan al mal y al pecado.

A fin de que esto no nos suceda a nosotros, nos limitaremos hoy a hablar de la santa perseverancia.

Veremos los motivos que nos deben impulsar a perseverar siempre en el bien, los grados de esta hermosa virtud y los medios a propósito para conseguirla.

LA VIRTUD DE LA PERSEVERANCIA es necesaria para la salvación, y además es útil y digna de un cristiano.

1º. NOS ES NECESARIA. careciendo de esta virtud, el cristiano no puede salvarse. Esto es lo que dice Nuestro Señor Jesucristo en San Mateo, X, 22: “El que perseveré hasta el fin, este será salvo”.

La razón es clara dice San Bernardo, puesto que “Sin perseverancia o la lucha por la victoria, no se puede ganar el premio, ya que la fuerza de los varones es la consumación de la virtud”.

Si Noé no hubiese perseverado cien años en la construcción del arca, no habría podido, ciertamente, salvarse del diluvio universal. Seamos también nosotros perseverantes en la práctica de las buenas obras, y podremos conseguir también la salvación eterna.

2º. NOS ES DE UTILIDAD. Es también sumamente útil, ya que poseyendo esta virtud se pueden obtener del Señor otras gracias y otras virtudes, por eso decía San Lorenzo Justiniano: “La perseverancia obtiene lo que quiere”.

De ahí que San Pablo exhortara a los de Corito a la perseverancia, diciendo: “Así pues, hermanos míos muy amados, manteneos firmes, inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor, teniendo presente que vuestro trabajo no es en vano en el Señor” (I Cor., XV, 58).

Por haber Tobías, desde su infancia, perseverado en el temor de Dios, no se contristó al sobrevenirle la ceguera; antes bien daba de continuo gracias al Señor por ella, llegando a gozarse en medio de sus desgracias. Perseveremos también nosotros en el bien, y de este modo no nos afligiremos en las tribulaciones, sino que  nos sentiremos del todo contentos y satisfechos poseyendo la gracia del Señor.

3º. NOS ES DIGNA. Finalmente, es en extremo decoroso para un cristiano el tener esta virtud que tanto le asemeja a Dios, eso era lo que se preguntaba San Bernardo: “¿Qué es lo más honorable, y que más se asemeje a Dios?

Lo dijo el mismo Jesucristo en San Juan, XV, 9-10: “Como mi Padre me amó, yo también os he amado, permanecer en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guarde los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”.

Era Eleázaro ya muy anciano cuando quisieron obligarle a obrar contra la Ley comiendo manjares prohibidos; mas, reflexionando sobre la nobleza de sus canas, no quiso mancillarla con tamaña culpa, y perseveró en el bien hasta la muerte. Otro tanto debe hacer el cristiano, quien, reflexionando sobre la dignidad y nobleza de ser un seguidor de Cristo, persevere siempre en el bien, y mantenga fielmente sus promesas.

TRES SON LOS GRADOS DE ESTA VIRTUD. Ascienden al primero los que de propósito trabajan por su eterna salvación; ascienden al segundo los que prosiguen intrépidos el camino emprendido, y el tercero los que no cejan hasta llegar a la perfección. Principiantes, avanzados y perfectos dice San Bernardo.

1º. PRINCIPIANTES. Los que quieren asegurar su salvación eterna alejan de sí el pecado (sobre todo el mortal y los veniales deliberados) y empiezan a hacer buenas obras, dignas del eterno galardón. El alma de éstos se levanta como una nube, del desierto de esta tierra, con dirección al cielo. Así como dice el Cantar de los Cantares, III, 6: “¿Qué es aquello que sube del desierto, como vapor de mirra e incienso y de todos los perfumes exquisitos?”.

2º. AVANZADOS. Los que han ascendido al primer grado podrán llegar al segundo con suma facilidad, prosiguiendo el camino del bien con sus obras virtuosas y en la mortificación de los defectos del temperamento. El alma de éstos se va elevando hacia la perfección, no poco a poco como la nube, sino velozmente y con gran majestad, a semejanza de la aurora. Como dice también el Cantar, VI, 10: “¿Quién es esta que se levanta como la aurora?”.

3º. PERFECTOS. Finalmente, después de haber subido a este segundo grado, pueden ascender con suma facilidad hasta el tercero, que es el de la perfección, perseverando en el bien y en la virtud hasta la muerte. el alma de éstos una vez ascendidos a ese tercer grado, se halla ya colmada de celestiales consolaciones y sube gloriosamente por el camino del cielo. Ahí tenemos el ejemplo de los santos, como Sta. Teresa que exclamaba, “muero porque no muero” porque su alma ansiaba unirse con su creador. “¿Quién es esta que sube del desierto con blancas delicias, apoyada sobre su amado? (Cant., VIII, 5).

A TRES PUEDEN TAMBIÉN REDUCIRSE LOS MEDIOS para adquirir esta virtud.

1º. LA ORACIÓN. En efecto, sí para conseguir alguna gracia o virtud es preciso pedirla al Señor en la oración, ¿con cuánta más razón se deberá pedir de esta manera la gracia de la perseverancia, que es superior a todas las demás gracias? Por eso, San Alfonso María de Ligorio siempre decía, “Quien reza se salva, y quien no reza se condena”. Y el mismo Rey David decía en el Salmo 104, 4: “Buscad al Señor y su poder, buscad siempre su rostro”.

2º. FRECUENTE RENOVACIÓN DE LOS PROPÓSITOS. Es además necesario, después de haber hecho algún buen propósito, pensar con frecuencia, al fin de cada día, si el tal propósito se ha cumplido, y renovarlo. En efecto, esto es lo mismo que dice San Buenaventura: “Así también es necesario examinarse de continuo acerca de los propósitos hechos, y renovarlos”.

3º. TEMOR DE DIOS. Finalmente, el más eficaz de todos los medios es el de tener siempre presente a Dios en cualquiera acción, expuestos como estamos de continuo a la posibilidad de perder su gracia con el pecado.

De ello decía Jeremías XXXII, 40: “ Y pondré mi temor en su corazón para que no se aparten de mi”. Y San Agustín comentado éstas palabras decía: Diga que si este temor de Dios se encontrará de veras en nuestro corazón sería el medio más excelente para perseverar en el bien.

Por último, aprovechémonos, pues, de estos medios, y así podremos perseverar en el bien y salvarnos, así como dice Nuestro Señor en San Mateo, X, 22: ““El que perseveré hasta el fin, este será salvo”.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro: “Triple Serie de Homilías” de Mons. Ricardo Schüler.

Mons. Martin Davila Gandara