La vida mundana y la vida cristiana

“El mundo se regocijará:  y vosotros lloraréis y plañiréis” (Juan, XVI, 20)

Esta predicción de Nuestro Señor Jesucristo no sólo se refería a los Apóstoles, sino a todos, sus verdaderos discípulos, hasta el fin de los tiempos. Ya que la vida de los mundanos es una vida únicamente terrenal y carnal y llena de placeres, a diferencia a la de los verdaderos cristianos que es una vida sobrenatural, llena de oración, penitencia y mortificación.

La máximas del mundo y su carnalidad siempre han sido promovidas por los hijos del diablo, los padres de la mentira, los raza de víboras; siendo los fines del reino que ellos quieren imponer, totalmente terreno y carnal.

Al contrario las máximas de la vida cristiana y del reino de Dios que promueve Jesucristo y su Iglesia es totalmente espiritual.

El mundo enemigo del alma, juzga bienaventurados a sus adeptos, y muy dignos de compasión a los verdaderos cristianos.

Pero, en realidad ¿cual será la suerte de los verdaderos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo? Su suerte será real y estimable, pues sólo a ellos les pertenecerá la alegría y la felicidad eternas, es por eso que dice San Juan XVI, 20: “Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”; y San Lucas VI, 25: “¡Hay de los que reis ahora! Porque lloraréis de dolor”. En manos de cada uno está escoger entre estos dos caminos.

LA VIDA DE LOS MUNDANOS: “El mundo se regocija”

LA VIDA DE LOS MUNDANOS CONSISTE en procurarse todos los goces posibles, la diversiones, juegos, fiestas, placeres, y también en buscar en todo, y por todos los medios, sus comodidades, su bienestar, las riquezas, deleites y honores.

EL GOCE DE LOS MUNDANOS jamás es completo, porque las pasiones humanas son insaciables; semejantes a las hijas de la sanguijuela del que habla el Sabio (Prov., XXX, 15), que reclaman sin cesar: ¡dame, dame!.

¿Acaso habrá suficiente oro y dinero para el avaro, y honores para el ambicioso, venganza para el rencoroso, y goces y placeres para el voluptuoso? De ahí se sigue que, no estando las pasiones satisfechas, jamás dejan en reposo a las personas que se dejaron dominar por ellas, ya que las tiranizan y los impulsan a cometer crímenes horrendos.

3º ADEMÁS, ESTOS GOCES, por otra parte son engañosos y efímeros, ya que van ordinariamente acompañados de mil inquietudes, temores y cuidados, así como dice el libro de los Prov., XIV, 13: “Aún en la risa hay aflicción, y a la alegría sucede la congoja”.

Pregúntenle al jugador, al libertino, a los jóvenes ligeros y poco honestos, si son verdaderamente felices, si su corazón disfruta de una alegría pura y sin mezcla. En las Sagradas Escrituras tenemos las historias de Acab, de Amán, y de Herodes.

4º PERO, ¿Quién podrá decir cuán funestos y peligrosos son para el alma y el cuerpo estos goces? Ya que con mucha frecuencia llevan a la vergüenza y a la deshonra; y algunas veces  son origen de enfermedades incurables.

Además éstos que se dejan llevar de todos los placeres, siempre están turbados por los remordimientos y reproches de la conciencia. Y, en el momento de la muerte, ¡qué tristeza, qué abrumador recuerdo del pasado, qué temor del futuro y de los juicios de Dios!, o por  el contario, ¡qué horrible tranquilidad ante el abismo del infierno preparado para engullirlos para siempre!

CON LA MUERTE, todas estas alegrías se cambiaran en llanto y rechinar de dientes. ¡Ah, si se pudiese entonces salir del infierno y comenzar de nuevo la vida! Más en el infierno ya no hay lugar para suspiros ni penitencias.

¿Acaso, no es una verdadera locura exponerse a una eternidad de penas por gozar en la tierra una hora de placeres culpables? ¿Esto no es acaso una insensatez?.

LA TRISTEZA Y VIDA CRISTIANA: “y vosotros lloraréis y plañiréis”

ESTA TRISTEZA SOBRENATURAL de los discípulos de Cristo consiste en una vida de renunciamientos, de abnegación, de penitencia, y en un cuidado continuo de  evitar el pecado, de combatir al demonio, al mundo y a la carne, de resistir a las pasiones, de llevar su cruz siguiendo a Nuestro Señor, en una palabra de una vida penosa para la naturaleza y verdaderamente crucificada, es por eso que decía S. Pablo a los Gálatas, V, 24: “Quienes son de Cristo, tienen crucificada su carne, con sus vicios y concupiscencias”.

SIN EMBARGO, ESTA TRISTEZA SEGÚN DIOS,  como dice S. Pablo a los Cor., VII, 10, no deja de tener su compensación; porque, con las almas generosas y fervientes, Dios es generosísimo; y de ahí aquella exclamación de gratitud del profeta David: “Según la multitud de mis dolores y angustias de mi corazón, así se alegrará mi alma de tus consuelos” (Salmo 93, 19).

Ya que la vida de penitencia es acompañada de unción y de dulzura espirituales, así como dice Cristo en San Mateo, XI, 30: “Porque mi yugo es suave, y mi carga ligera”; porque el amor la hace dulce y ligera. “Mientras que la tristeza según el mundo—dice S. Juan Crisóstomo—es estéril y sirve para desgracia de los que la sienten, y al contrario la tristeza según Dios, trasporta sobre todas las alegrías de la tierra y no deja después de ella ningún pesar. Porque nadie se condenará jamás por haber llorado sus culpas”.

3º ADEMÁS, ESTAS TRISTEZAS PURIFICAN EL ALMA, la despegan de las cosas de la tierra y le hacen desear la muerte, por eso decía San Pablo primeros a los Rom., VII, 24: “¡Desdichado de mí! ¿quién me liberará de este cuerpo mortal?”; Y también a los Filip., I, 23 y 21: “Tengo deseos de morir y estar con Cristo”; “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia”.

¡QUÉ CONSUELO TENDREMOS SI EN EL MOMENTO DE LA MUERTE  PUDIÉRAMOS DECIR QUE UNO HA VENCIDO, TRABAJADO Y SUFRIDO POR JESÚS!  Ya que la conciencia esta en paz, y el corazón rebosa de confianza y de amor. Decía S. Teresa: “Jesús, mi Esposo y mi mejor Amigo, será mi Juez: ¿qué puedo temer?”; El Padre Francisco Suarez decía: “Nunca creí que fuese tan dulce morir”.

Y San Ambrosio en el lecho de muerte: “Yo no he vivido entre vosotros de manera que tenga que avergonzarme de vivir todavía, por lo demás, yo no temo morir, porque Aquel a quien servimos es un Dueño bondadoso” por eso dice el Salmo 121, 1: “ que alegría, cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”.

5º FINALMENTE, LAS TRISTEZAS SE CAMBIARAN EN ALEGRÍA, porque todas las penas, las cruces, los sufrimientos, están escritos en el libro de la vida. Y la recompensa será proporcionada a su número, su duración y al amor con que se han soportado esas tristezas y contrariedades.

Para estas verdaderos discípulos de Nuestro Señor, que han podido llevar una vida auténticamente cristiana, que alegría inmensa, pura y eterna, sentirán, ya que se cumplirá en ellos lo que dice Cristo en S. Mateo, XXV, 21: “Porque has sido siervo bueno y fiel en lo poco; y por ser fiel, te constituiré en lo mucho; entra y goza de tu Señor”.

“¡Bienaventurada penitencia que tal premio me ha merecido!”, dijo San Pedro de Alcántara apareciéndose a Santa Teresa. Veamos también a Lázaro, en comparación del rico epulón (Luc., XVI, 22 y sigs.).

por último. No intentemos conciliar dos cosas completamente opuestas: el servicio de Dios, que exige una vida cristiana, y el amor del mundo, que conduce a una vida de disipación. “nadie puede servir a dos señores” (Mat., VI, 24), dijo Jesucristo.

Démosle gracias a Nuestro Señor, por esta grave advertencia y por las preciosas y saludables lecciones que hoy nos ha dado. Recordemos las promesas de nuestro bautismo, renunciemos de todo corazón a Satanás, a sus seducciones y a sus obras, es decir al pecado y a todas las diversiones del mundo.

Sigamos a Jesús, que “tiene palabras de vida eterna” (Juan, VI, 69); Él quiere salvarnos, mientras que el mundo, como el demonio, no quieren ni pueden más que perdernos. Lloremos y suframos con Jesús; ya que pronto, dentro de poco, o sea (brevemente), se cambiará nuestra tristeza en alegría, y esta alegría será para toda la eternidad.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara