Las bendiciones de María

8 de diciembre Fiesta de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen Maria

En este escrito es muy importante que meditemos y reflexionemos acerca de las bendiciones y demás maravillas y portentos de la Salutación Angélica o el Avemaría.

Ya que el Avemaría atrae sobre nosotros una bendición abundante de Jesús y de María, yes un principio infalible que Jesús y María recompensan siempre magníficamente a los que les glorifican: y devuelven a ciento por uno las bendiciones que se les tributa, así como dice Nuestro Señor en el Libro de los Proverbios VIII, 17-21: “Amo a los que me aman… enriquezco a los que me aman y colmo sus tesoros”.

Esto mismo, es lo que Jesús y María nos dicen en alta voz: “Amamos a quienes nos aman, los enriquecemos y llenamos sus tesoros”. Y también, algo parecido dice S. Pablo en II Cor., IX, 6: “Los que siembran bendiciones, cosecharán bendiciones”.

Ahora bien, cuando rezamos la Salutación Angélica, en cierto modo amamos, bendecimos y glorificamos a Jesús y  María; ya que en cada Avemaría se darán dos bendiciones, una a Jesús y otra a María cuando rezamos: “Bendita tú eres entre todas las mujeres” y “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.

Por cada Avemaría rendimos a María el mismo honor que Dios le rindió, saludándola mediante esta oración que recitó el arcángel S. Gabriel.

Jesús y María con frecuencia hacen bien aun aquellos que les maldicen, y si eso hacen con estos ingratos, con mayor razón cuantas bendiciones y gracias darán a aquellos que los bendicen y honran con el Avemaría.

La Reina de los cielos nuestra Madre María Santísima—dice San Bernardo y San Buenaventura—no es menos agradecida y decorosa que las personas nobles y bien educadas, de este mundo; esta hermosa Señora las aventaja en esta vida como en todas las otras perfecciones. Por lo mismo no dejará jamás que la honremos con respeto sin retribuirnos el ciento por uno.

María Santísima—dice  San Buenaventura—nos saluda con la gracia(es decir, nos retribuye el saludo concediéndonos gracia celestial) si la saludamos con el Avemaría.

¿Quién podrá comprender las gracias y las bendiciones que obran en nosotros el saludo y la miradas benignas de la Santísima Virgen?

Por eso, en el mismo momento en que Santa Isabel oyó el saludo que le dirigió la Madre de Dios, fue henchida del Espíritu Santo, y el niño que llevaba en su seno se estremeció de gozo.

Que maravilloso será para nosotros hacernos dignos del saludo y bendición recíprocos (es decir, el saludo y bendición con que Ella nos retribuye, y a su vez, los que nosotros dignamente le dirigimos con el saludo del “Ave maría y con el “Bendita tú eres…” en la bendición) de la Santísima Virgen, sin duda alguna seremos colmados de gracias, y un torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.

INTERCAMBIO FELIZ

Está también escrito como dice S. Lucas VI, 38: “Dad y se os dará”. Para explicar mejor esto, tomemos la comparación del Beato Alano: “Si yo te diese cada día 150 diamantes, ¿No me perdonarías aunque fueses mi enemigo? ¿No me tratarías como amigo, haciéndome todos los favores que pudieras?”.

Si queremos enriquecernos con los bienes de la gracia y de la gloria,  saludemos a la Santísima Virgen, honremos a Nuestra Madre, ya que quien honra a María, la Santísima Virgen, es semejante a un hombre que atesora, así como dice el Eclesiástico III, 5.

Cada día debemos ofrendar por lo menos cincuenta Avemarías (una corona de cinco misterios), cada una de las cuales contiene quince piedras preciosas, que le son más agradables que todas las riquezas de la tierra. Si hacemos esto, ¿Qué no habríamos de esperar de la liberalidad de Nuestra Señora?

Siendo Ella nuestra Madre y nuestra amiga. Y la Emperatriz del universo, que nos ama más que todas las madres y reinas juntas amaron a hombre alguno, porque es como—dice San Agustín—que la caridad de la Virgen María excede a todo el amor natural de todos los hombres y ángeles juntos.

Un día Nuestro Señor se apareció a Santa Gertrudis contando monedas de oro; se animo ella a preguntarle qué contaba. “Cuento-le respondió- tus Avemarías; y es esta, la moneda con que se adquiere mi paraíso”.

El devoto y docto P. Suarez, de la Compañía de Jesús, tanto estimaba el mérito de la Salutación angélica, que hubiera dado—decía—con gusto toda su ciencia por el precio de un Avemaría bien rezada.

“Que aquel que os ama, ¡oh María Santísima!—exclamaba el Beato Alano de la Roche—, escuche y guste: El cielo se alegra y la tierra se admira cada vez que digo: Avemaría. Tengo aborrecimiento al mundo, tengo amor a Dios en mi corazón, cuando digo Avemaría. Se desvanecen mis temores, se amortiguan mis pasiones, cuando digo Avemaría. Crece en mí la devoción y encuentro la compunción, cuando digo Avemaría. Afirmase mi esperanza y se aumenta mi consuelo, cuando digo Avemaría.

Porque la dulzura de esta benigna Salutación es tanta, que no hay palabra para explicarla debidamente, y aun después, aunque  se hubiera hablado de ella maravillas, tan escondida queda todavía  y tan profunda, que no es posible descubrirla. Es corta en palabras pero grande en misterios. Es más dulce que la miel y más preciosa que el oro. Es preciso tenerla con mucha frecuencia en el corazón para meditarla, y en la boca para decirla y repetirla devotamente”

Refiere el mismo Beato Alano—en el cap. 69 de su Salterio—que una religiosa muy devota del Rosario se apareció después de muerta a una de sus hermanas y le dijo: “Si pudiese volver a mi cuerpo para rezar solamente un Avemaría, aunque sin mucho fervor, por tener el mérito de esta oración sufriría con gusto, otra vez, todos los dolores que padecí antes de morir”. Hay que advertir que había padecido durante varios años, postrada en su lecho, con muy intensos dolores.

Miguel de Lisie, obispo de Salubre, discípulo y colega del Beato Alano de la Roche en el restablecimiento del Santo Rosario, dice que la Avemaría es el remedio para todos los males que nos afligen, con tal que la recemos devotamente en honor de la Santísima Virgen.

BREVE EXPLICACIÓN DEL AVEMARÍA

¿Estamos en la miseria del pecado? Invoquemos a María Santísima, diciéndole: ¡AVE!, (o Dios te Salve), que quiere decir: que la saludamos con profundo respeto, y porque no decirle también Virgen sin mancha (o Inmaculada que jamás estuvo sin la gracia). Y Ella nos librará del mal de nuestros pecados, pidiendo e intercediendo a Dios por nosotros, las gracias actuales de remordimiento y de contrición.

¿Estamos en las tinieblas de la ignorancia o del error? Vayamos a María y digámosle: Avemaría, es decir iluminada con los rayos del sol de justicia(El “sol de justicia” es Jesucristo, según “Malaquías IV, 2”, que ha vestido a su Santísima Madre con su propio esplendor divino “Apoc., XII, 1), y Ella nos hará participes de sus luces.

¿Nos hemos desviado del camino del cielo? Invoquemos a María (cuyo nombre quiere decir “Estrella de Mar” y “Estrella polar” que guía en el mar de este mundo) y Ella nos conducirá al puerto de la salvación eterna.

¿Estamos afligidos? Recurramos a María, que quiere decir “Mar amargo”, que fue colmado de amarguras en este mundo y que en el presente está cambiado en mar de purísimas dulzuras en el cielo, y Ella convertirá nuestra tristeza en alegría y nuestras aflicciones en consuelo.

¿Hemos perdido la gracia? Honremos la abundante gracia con que Dios ha colmado a la Santísima Virgen; digámosle: Llena eres de gracia y de todos los dones del Espíritu Santo”, y Ella nos hará participantes de esas gracias.

¿Estamos solos, y privados de la protección de Dios?  Debemos de dirigirnos a María y decirle: “El Señor es contigo ya que en Ella esta el Señor más noble e íntimamente que en los justos y en los Santos, por Ella es una misma cosa con Él, pues siendo su Hijo suyo su carne es carne suya. Ella es en el Señor por semejanza perfectísima y por mutua caridad, porque es su Madre”.

En fin debemos decirle: “Toda la Santísima Trinidad—cuyo precioso templo eres—está contigo”, y Ella nos volverá a poner bajo la protección y amparo de Dios.

¿Hemos llegado ser objeto de la maldición de Dios? Decirle a Nuestra Señora: Bendita tú eres entre todas las mujeres de todas las naciones por tu pureza y fecundidad tú has cambiado la maldición divina en bendición”, y Ella nos bendecirá.

Y si, ¿Tenemos hambre del pan de la gracia y del pan de la vida? Acerquémonos  a la que ha llevado en sí el pan vivo que descendió del cielo, y porque no decirle: Bendito sea el fruto de vientre, que concebiste sin detrimento de tu virginidad, y que llevaste sin trabajo y diste a luz sin dolor. Bendito sea Jesús, que redimió al mundo cautivo, sanó al mundo enfermo, resucitó al hombre muerto, repatrió al desterrado, justificó al hombre criminal, salvo al hombre condenado”. Y si esto le decimos, sin duda, nuestra alma será saciada con el pan de la gracia en esta vida y de la gloria eterna en la otra. Amén.

Y con la Iglesia terminemos nuestra oración; diciéndole: Santa María: santa en el cuerpo y en el alma; santa por una abnegación singular y eterna en el servicio de Dios; santa en calidad de Madre de Dios que te ha dotado de una eminente santidad cual convenía a esta infinita dignidad.

Madre de Dios que también eres nuestra Madre, nuestra Abogada y Mediadora, Tesorera y Dispensadora de las gracias de Dios, obtennos prontamente el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación con la divina Majestad.

Ruega por nosotros, pecadores, tú que tienes tanta compasión con los miserables que no desprecias ni rechazas  a los pecadores, sin los cuales no serías Madre del Salvador.

Ruega por nosotros, ahora, durante el tiempo de esta corta vida frágil y miserable; ahora, porque sólo tenemos seguro el momento presente; ahora, que somos atacados y estamos rodeados noche y día de poderosos y crueles enemigos, y en la hora de nuestra muerte, tan terrible y peligrosa, en que nuestras fuerzas quedan agotadas, y en el que nuestro espíritu y nuestro cuerpo son abatidos por el dolor y el miedo; en la hora de nuestra muerte, en la que Satanás redobla sus esfuerzos a fin de que nos perdamos para siempre; en esa hora que se decidirá nuestro destino para toda la eternidad feliz o desdichada.

Es por eso, que debemos exclamar a María Santísima:”Ven en auxilio de estos, tus pobres hijos, ¡oh piadosa Madre, Abogada y Refugio de los pecadores!; aleja de nosotros en la hora de la muerte a los demonios, acusadores y enemigos nuestros, cuyo aspecto horroroso nos espanta. Ven a iluminarnos en la tinieblas de la muerte. Condúcenos, acompáñanos al tribunal de nuestro Juez, tu Hijo; intercede por nosotros para que nos perdone y nos reciba en el número de tus elegidos en la morada de la gloria eterna. Así sea”.

¿Quién no admirará la excelencia del Santo Rosario, compuesto de estas dos partes divinas: la Oración dominical y la Salutación angélica?

¿Hay, acaso, oraciones más agradables a Dios y a la Santísima Virgen, más fáciles, más dulces y más saludables para los hombres?

Tengamos, pues, siempre estas dos oraciones en nuestro corazón y en nuestra boca para honrar a la Santísima Trinidad, a Jesucristo nuestro Salvador y a su Santísima Madre.

Es bueno, además, agregar al fin de cada decena el Gloria Patri, es decir, “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.. Amén”.

Por último, démosle siempre y en cada momento gracias, a Dios y a María Santísima, por darnos esta hermosa plegaria del Santo Rosario, donde están contenidas las celestiales oraciones del Padrenuestro y el Avemaría.

Para la elaboración de  este escrito, en gran parte, he utilizado el libro: “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario” de San Luis María Grignion de Montfort.

 
Mons. Martin Davila Gandara