Las posibles soluciones a la problemática psíquica del divorcio (parte II)

En el escrito anterior hemos visto toda la problemática psicológica que genera el divorcio en los esposos y en los hijos, ahora veremos las posibles soluciones que tiene la psiquiatría ante la problemática del divorcio.

Continuamos con el contenido del folleto EVC, La Divorcio y Psiquiatría.

EL PROBLEMA Y SU SOLUCION. Con lo dicho hasta aquí, hemos tratado de dar una idea (tipo esquema relámpago) del problema que el divorcio plantea a la Psiquiatría. El hecho cierto, perfectamente comprobado, de existir un crecido número de pacientes cuyos síntomas psiquiátricos tienen por causa, directa o indirecta, el divorcio.

Enfrentada a este grave problema, la Psiquiatría, como es natural, busca afanosamente su solución. La mejor posible, si las hay buenas; la menos mala, si ninguna es buena. La mejor, sin duda, sería lograr que todos los casados vivieran felizmente, sin pensar siquiera en separarse. Así, no habría un solo paciente cuyos síntomas psiquiátricos fueran causados por el divorcio … porque no habría divorcios. Pero esta solución, desgraciadamente, no pasa de ser una utopía. La sociedad conyugal está constituida por seres humanos, y siempre por desgracia habrá casos en los cuales la separación de los cónyuges será, para ellos, y aún para sus hijos, el mal menor. Como habrá siempre casos en los cuales la separación será una verdadera necesidad.

Por tanto, en la realidad de la vida, la solución mejor será aquella que alcance en mayor grado estos dos objetivos: 1º Reducir al mínimo el número de individuos cuyos síntomas psiquiátricos sean producidos por el divorcio; 2º Reducir al mínimo los efectos perjudiciales del divorcio en la salud psíquica de cada Individuo.

No podemos seguir adelante sin abordar una cuestión fundamental, crucial, en el problema del divorcio: La Iglesia Católica no permite contraer un nuevo matrimonio civil, por el mero hecho de existir un divorcio previo. La Psiquiatría, al buscar la solución al problema del divorcio, tiene que hacerlo a través de los individuos que la cultivan; y estos están sujetos a la siguiente disyuntiva: o se ajustan al criterio de la Iglesia, o no se ajustan. Y, lo que no es menos importante, los pacientes psiquiátricos también están sujetos a esa disyuntiva.

De aquí se desprende que podamos distinguir dos tipos de soluciones: Las que incluyen la posibilidad de uno o varios matrimonios civiles, con tal que cada uno vaya precedido de su correspondiente divorcio, y la que no incluye esta posibilidad. Es decir, las soluciones no católicas y la solución católica.

Examinemos ahora en qué medida logran alcanzar, unas y otras, los dos objetivos básicos que debe reunir la solución, señalados más arriba. Y no olvidemos que lo estamos haciendo desde el punto de vista de la Psiquiatría, y en un plano meramente humano, racional, sin tener en cuenta el factor religioso y sobrenatural.

LAS SOLUCIONES NO CATOLICAS. Nos referirnos a ellas en plural, porque constituyen en realidad un grupo bastante heterogéneo. Todas tienen en común el no aceptar la prohibición de nuevo matrimonio civil después del divorcio; pero, a partir de este punto, se desdoblan y multiplican en forma proporcionada a la diversidad de opiniones, que invariablemente existen entre los hombres, cuando no se ajustan a un criterio moral único y universal.

Así, no es de extrañar que haya quien vea en el amor libre la solución del problema de los cónyuges y trate de resolver el problema de los hijos a base de organismos especiales creados para ese fin. Aquí sin embargo, nos fijaremos solamente en ese factor fundamental que les es común: la aceptación del nuevo matrimonio civil, con tal que exista un divorcio previo.

Ante el problema de una vida conyugal insostenible, este tipo de soluciones les dice a los cónyuges que se divorcien y rehagan su vida”, mediante nuevos matrimonios civiles.

A primera vista, y mirando sólo a ese caso particular, parece una buena solución. Si ya la vida conyugal era insostenible, no quedaba otro recurso que la separación. Al producirse ésta, la vida de esos cónyuges quedaba vacía, rota, desarticulada, lo cual constituía para ellos un problema grave. Al divorciarse y volverse a casar civilmente, ha quedado resuelto este problema.

Con una mirada más penetrante, más profunda, y teniendo en cuenta que ese caso particular se reproduce mil y mil veces en otros similares, veremos que, de esa solución que parecía buena, se derivan consecuencias completamente opuestas al primero de los objetivos básicos señalados más arriba.

En efecto: la mera posibilidad de un nuevo matrimonio civil hace que se multiplique el número de divorcios y, por tanto, el de individuos afectados por síntomas psiquiátricos causados por el divorcio.

FACTORES NEGATIVOS. Entre los factores que explican este hecho, (comprobado históricamente en los países donde existe el divorcio) podemos mencionar varios, sacados de nuestra experiencia profesional.

1) Citaremos en primer lugar, por la frecuencia con que lo hemos visto actuar como elemento decisivo en la producción de divorcios, la aspiración de las amantes a convertirse en “esposas”. (La perspectiva de un matrimonio civil estimula fuertemente a la amante, para tratar de obtener una victoria final, decisiva, sobre la esposa, suplantándola).

2) Una variante de lo anterior, es la facilidad que recibe el “flirteo” de los cónyuges, el cual queda protegido por la coartada de poderse convertir en un “nuevo amor” o “noviazgo”, precursor de un nuevo “matrimonio”.

3) Otro factor, más sutil, pero no menos importante, es la actitud subjetiva de los esposos frente a las dificultades conyugales. Esto se ve muy claramente en nuestro trabajo profesional. Los matrimonios que admiten la posibilidad de “casarse” nuevamente, afrontan más deficientemente las inevitables fricciones que tiene que haber entre esposos, por lo menos durante los años que dura el proceso de mutua adaptación. La cual hace que para ellos, sean motivo de divorcio dificultades conyugales que son sobrellevadas con éxito por quienes no tienen esa actitud subjetiva.

4) La posibilidad de divorcio y nuevo matrimonio civil llega atener importancia aún antes del matrimonio, en el proceso de elección de cónyuge, que será distinto en quien piensa que elige “para toda la vida”, y quien considera que, si se equivoca, fácilmente podrá remediar esta equivocación… volviendo a elegir.

Creemos que con esto basta para afirmar que la solución que parecía buena a primera vista, tiene un defecto fundamental. No solo no alcanza el primero de los objetivos señalados para que sea buena una solución, sino que produce el efecto contrario, opuesto, creando un verdadero círculo vicioso, ya que el remedio para los hogares rotos se convierte en causa de nuevos hogares rotos; y, cuanto más se aplique el remedio, más aumentará el número de hogares rotos y de individuos afectados por ello.

LIMITACIONES A SU EFICACIA. Respecto al segundo objetivo, (disminuir el efecto perjudicial del divorcio sobre la salud psíquica de cada individuo) es indudable que el poder “rehacer la vida” mediante un nuevo matrimonio civil, logra ese objetivo, con ciertas limitaciones.

Esas limitaciones son mucho más importantes de lo que pudiera pensarse. Y su verdadera magnitud es casi imposible de aquilatar para quien no tenga un puesto de observación privilegiado, del tipo del nuestro.

Porque “desde afuera”, parece que, efectivamente, el nuevo matrimonio civil ha resuelto el problema de la vida de esa persona; pero por dentro vemos los problemas que ha creado, al extremo de producir síntomas psiquiátricos. (Recordemos los tres ejemplos de cónyuges, citados anteriormente). Son muchos, muchísimos los casos de “divorciados y vueltos a casar” que, si hablaran con absoluta sinceridad, tendrían que reconocer que su nueva vida matrimonial dista mucho de ser lo que habían soñado. Tanto, que con gusto desharían lo hecho, si esto fuera fácil. Pero, con frecuencia, ya han contraído nuevos compromisos (hijos, por ejemplo) que dificultan enormemente el volverse atrás. Por otra parte, conviene tener presente que no siempre ambos cónyuges pueden “rehacer su vida” con nuevos matrimonios civiles. Muchas veces es uno el que lo hace; (acaso el que quería hacerlo antes de divorciarse); el otro, no lo hace en absoluto, o lo hace más tarde, con una motivación (consciente o inconsciente) de revancha o desquite. Y en ambos casos, es muy fácil que su salud psíquica sufra quebranto.

Al propio tiempo, recordemos el efecto perjudicial de estos nuevos enlaces en la salud psíquica de los hijos, como señalamos al hablar de “Repercusión del Divorcio en los Hijos”.

En una palabra, las soluciones no católicas alejan la realización del primer objetivo, porque tienden a aumentar el número de divorcios y, así, el de posibles pacientes psiquiátricos. En cuanto al segundo objetivo, lo alcanzan en forma más aparente que real, y produciendo, simultáneamente, efectos perjudiciales (desde el punto de vista psiquiátrico) sobre otros individuos.

Casarse por pasión es embarcarse para un largo viaje, precisamente cuando la tempestad arrecia y cuando el piloto está borracho y sin sentido. La Colombiere.

LA SOLUCION CATOLICA. En abierto contraste con lo que acabamos de ver, la solución católica se lanza resueltamente a la conquista del primer objetivo, poniendo los medios eficaces para lograrlo.

Ante el problema de una vida conyugal insostenible trata, ante todo, de agotar los recursos utilizables en orden a convertirla en llevadera. Si esto no se logra, recurre a la separación de los cónyuges; temporal o definitiva, según convenga. (A veces, una separación temporal, más o menos duradera, logra superar la crisis y resolver el problema). Y en los casos en los cuales hay razones que así lo aconsejan, (de orden económico, de educación de hijos, etc.) recurre también al divorcio.

En lo que no cede, porque no puede ceder, es en autorizar a esos cónyuges a contraer nuevo matrimonio. Es una medida heroica, pero necesaria. Como es necesaria y heroica la amputación de un miembro, para detener la gangrena que amenaza a todo el organismo.

Únicamente así se puede detener la avalancha de las secuelas del divorcio, que acabaría por aplastar y desintegrar a la propia sociedad conyugal. Únicamente así se puede evitar el círculo vicioso que crean las soluciones no católicas. Pero, se dirá, ¿y por qué esos cónyuges tienen que quedarse con su vida rota y vacía?, ¿ Por qué no pueden volver a casarse? Pues…porque no se trata sólo de esos cónyuges, sino de todos los que se encuentren en una situación similar; y, si todos ellos pudieran contraer nuevos matrimonios, se producirían graves perjuicios para el común de los hombres, como acabamos de ver al hablar de las soluciones no católicas. Es decir que, para lograr ese bien de estos individuos, tendría que ocasionarse un mal a toda la comunidad; y el bien del individuo no puede anteponerse al bien de la comunidad. Como no puedo dejar estacionado mi automóvil donde a mí me conviene, si perjudico a los demás. Solo que, en este caso, la ley castiga al transgresor; y en el de los cónyuges, lo respalda.

Por tanto, esas vidas rotas y vacías son, en definitiva, uno de tantos males que tiene que afrontar el hombre a su paso por la vida. Y esos cónyuges tendrán que rehacer nuevamente sus vidas, sin volver a casarse, como el mutilado de guerra tiene que rehacer la suya, sin los brazos o las piernas que le arrancó la metralla.

La diferencia estriba en que el mutilado tiene que hacerlo así, porque no puede hacerlo de otra manera. Y los cónyuges pueden hacerlo de otra manera, aunque no deban. Como el necesitado holgazán puede resolver su problema económico robando, aunque no deba hacerlo.

La consecución del segundo objetivo depende, básicamente, de la medida en que cada uno de esos cónyuges logre afrontar esa mutilación de su vida, sin rebeldías internas, para que no se convierta en un “conflicto”, productor de síntomas. Cuanto más plenamente se logre esa actitud subjetiva de aceptación sin rebeldías, menor será la repercusión del problema sobre la salud psíquica. Y aquellos que la logren a plenitud, tendrán el dolor que produce cualquier pena o mal de esta vida; pero será un dolor pacífico, sereno, que en nada altera la normalidad de su vida psíquica.

LA SOLUCION MENOS MALA. De lo que acabamos de ver se deduce que, ni las soluciones no católicas, ni la solución católica, son enteramente satisfactorias. Las no católicas, tienen el inconveniente fundamental de agravar el problema de la repercusión del divorcio en la salud psíquica, multiplicando el número de individuos susceptibles de padecer síntomas psiquiátricos causados por el divorcio. Son soluciones “miopes”, que concentran todo su esfuerzo en ayudar al individuo, sin ver que, al hacerlo, están perjudicando gravemente a la comunidad en su conjunto. Por otra parte, como hemos visto, su ayuda al individuo es mucho menos eficaz de lo que parece, y suele llevar implícito el perjudicar la salud psíquica de terceras personas. (El otro cónyuge, los hijos, etc.)

La católica, logra eliminar todos estos inconvenientes, pero presenta otro distinto: Las vidas rotas de los excónyuges, quienes no pueden volver a casarse, aunque se hayan divorciado. Y eso, en muchos casos, es un inconveniente muy serio. Sin embargo, enfocando el problema en su conjunto, es indudable que este inconveniente es mucho menos grave que los que presentan las soluciones no católicas. Por tanto, aún desde el punto de vista exclusivamente terreno, de esta vida mortal que termina en el cementerio, la solución católica es la menos mala.

LA SOLUCIÓN BUENA. Hasta aquí hemos analizado el problema de la repercusión del divorcio en la salud psíquica, y sus posibles soluciones, como si no existiera más que esta vida. Por eso no hemos encontrado una solución que sea enteramente buena.

En cambio si, como creemos muchos, la muerte no es el fin de todo sino el comienzo de otra vida, de la verdadera vida, para la cual Dios nos sacó de la nada, la cosa es bien distinta.

Veíamos hace poco que la solución católica era buena, salvo por el inconveniente de no poder, los excónyuges, contraer nuevo matrimonio. Pues bien, esa aparente injusticia, de sacrificar al individuo en aras del bien común, quedará plenamente reparada en la otra vida, si no llega a serlo del todo, en ésta.

Por eso, la solución católica es buena. Porque es tan buena como puede ser una solución, en esta vida; y, lo que tiene de mala, será totalmente eliminado, en su día. En esta vida o en la otra; Dios se encarga de ello.

En otras palabras, esta aparente injusticia de los excónyuges no es esencialmente distinta de muchas otras que confronta la humanidad. Las enfermedades congénitas, el problema racial, la desigual distribución de la inteligencia y la belleza, la cuestión social, el triunfo de la fuerza sobre el derecho, y tantísimos otros, son problemas que no tienen, ni tendrán, una solución enteramente justa, si atendemos solamente a esta vida que termina con la muerte.

Porque la vida, en realidad, consta de dos partes: ésta, mortal; y la otra, que no tiene fin. Y querer entender la justicia divina, atendiendo sólo a la vida mortal, es tan absurdo como querer entender una obra de teatro, que consta de dos actos, viendo solamente el primero. No olvidemos que nuestra justicia humana, tan exquisitamente sensible, no es más que un pálido reflejo de la justicia divina, de la cual procede. Y si nosotros sentimos ese anhelo apremiante y universal de hacer justicia, infinitamente más lo siente Dios. Y si nosotros, muchas veces, no podemos hacerla, El siempre puede. Por tanto, no hay duda que lo hará, a su debido tiempo. Solo que … Dios tiene toda una eternidad para hacer justicia.

“El amor impuro pone al hombre más hambriento, porque sólo quiere poseer más; el amor purificado lo alimenta, porque sólo pretende dar más”. Gustave Thibon

reflexionemos sobre estas soluciones y espero en Dios que ilumine a todos los matrimonios para que guiados en el verdadero amor basado en el sacrificio y el respeto puedan gozar aquí en la tierra de armonía y de paz tanto los esposos e hijos y de inmensa felicidad con la visión de Dios en el cielo.

Mons. Martin Davila Gandara