Las tres columnas de la felicidad en el matrimonio

En este escrito se va a dar continuidad a lo tratado anteriormente, y en esta ocasión vamos a exponer otra de las claves del amor mutuo en el matrimonio.

Para lograr la felicidad en el matrimonio, es importante que se considere, que para ser un buen esposo o buena esposa, debe de haber comprensión mutua, y para ello se requiere un conocimiento de los aspectos fundamentales del carácter y de la personalidad y temperamento del consorte, ya que ambas difieren mucho entre si.

En segundo lugar, debe de haber aceptación también mutua, esta debe de ser no lo solo la aceptación como hombre o mujer, sino también como individualidad distinta de la de la de otro hombre o mujer en la tierra.

Finalmente debe de inspirar y alentar tanto la mujer al esposo, como el hombre a su mujer, para que ambos alcancen el máximo crecimiento espiritual y emocional del que sean capaces ambos consortes.

Vamos a examinar detalladamente estos tres requisitos.

LA COMPRENSIÓN.

Probablemente, todos los que han pasado de los seis años de vida matrimonial conocen que hombres y mujeres no son iguales, pero, realmente son pocas las personas las que entienden tales diferencias en toda su profundidad, y en gran parte sucede esto, debido a la influencia de los medios, que tanto pululan la mal llamada equidad del género.

Existen una gran cantidad de diferencias entre el hombre y la mujer, mismas que ya se han expuesto en anteriores escritos.

Entre esas diferencias hay que considerar, que son distintos los intereses fundamentales del esposo y los de la esposa en la vida; ambos piensan en forma diferente; las reacciones emocionales y físicas son opuestas.

Alguna de las veces, el hombre erróneamente se figura que su esposa ha de manejar los asuntos domésticos que él, maneja los de su oficina o trabajo, y con ello imagina un imposible. Lo mismo se equivoca, la mujer que espera que su marido reaccione al llanto del niño como lo hace ella, con ello olvida las diferencias fundamentales entre los dos sexos.

Dios ha dotado al hombre con características fundamentales propias para desarrollar su personalidad, destinadas siempre a servirle en su misión de cabeza del hogar. Mientras que las mujeres Dios la ha dotado de ciertas cualidades que les permiten realizar a la perfección sus funciones de madres y educadoras de los hijos.

Se puede leer el artículo del 7 de febrero del 2013, “El sentido sagrado del matrimonio cristiano”, en donde se explica y fundamenta el porque el hombre es cabeza de la familia.

Continuando con la diferencias que hay entre el hombre y la mujer, se puede ver que la mujer es generalmente más idealista, con mucho más corazón e imaginación, que el hombre. Viendo las cosas de un modo más romántico y emocional. A diferencia del marido que prefiere desenvolverse con más lógica.

Para constatar esta diferencia, se da el caso, de que la esposa le dice a su marido, que le desagrada uno de sus amigos, ante eso, él le pregunta las razones, y que apele al sentido de la lógica. Pero como ella piensa por un procedimiento más instintivo, tal vez no conteste lógicamente. Acaso diga: “No puedo decir exactamente por qué me desagrada. Sencillamente siento que su influencia no es buena”.

El hombre tiende a ser rápido en sus decisiones. La mujer tiende a ser más lenta y más vacilante. Observemos cómo se comportan los hombres y las mujeres en un super mercado, o en una tienda departamental. Antes de entrar a la tienda el varón tiene una idea bastante clara de lo que desea comprar. Va directamente al mostrador correspondiente, examina 2 o 3 muestras y hace su compra. En pocos minutos ha salido de la tienda y ya piensa en otro asunto.

En cambio, su esposa no tiene una clara idea de lo que se propone comprar. A medida que se acerca al mostrador está debatiendo sobre si pedirá esta marca o aquella. No se limita a examinar 3 muestras, sino una docena, o tantas como el dependiente tenga en depósito. Todavía, cuando ya sale con el paquete bajo el brazo, tendrá dudas de haber comprado lo que verdaderamente quería. Es fácil que varíe de idea y al día siguiente vuelva a la tienda a pedir que le cambien la mercancía.

Por lo regular el hombre (aunque hay sus excepciones) en su papel de proveedor de la familia, debe de tomar decisiones y actuar rápidamente, sin poder permitirse el lujo de inquietarse por ellas una vez ejecutadas. Las emociones que pueda sentir las guarda profundamente, por su constante necesidad de tomar nuevas decisiones.

Por otra parte, Dios ha querido que la mujer sea emotiva. No puede dejar de serlo si ha de cumplir con normalidad su misión de madre. El niño recién nacido y durante sus primeros años necesita demostraciones de afecto, besos y manifestaciones de amor, tanto como alimentos y vestidos. La mujer que careciere de la capacidad afectiva necesaria para cubrir esta necesidad sería lamentablemente deficiente en su misión (el trabajar fuera de casa, en gran parte es causante de esta carencia, porque llega toda estresada y cansada del trabajo).

Por lo común, una mujer tiene menos confianza en sí misma—en su atracción y en sus y en sus cualidades de esposa y de madre—que la que su esposo pretende tener en sí mismo. Ella necesita saber que es indispensable y que la aman, que su marido y sus hijos no se pueden privar de sus servicios. El hombre necesita que lo quieran con la misma intensidad, pero no quiere manifestarlo.

Trata de que se reconozca su hombría. Debe de tener la convicción de que es un amante satisfactorio, que es profesionalmente competente y que posee seducción personal.

Por ser más práctico y directo, el hombre auténtico no dispone de tiempo para sutilezas, cuya característica es más bien del pensamiento femenino (esto lo ha comprobado la ciencia, debido a que a la mujer le trabajan los dos hemisferios frontales del cerebro, es por eso que tiene más sutileza e imaginación, en cambio al hombre solo le trabaja un solo hemisferio de los dos, es por esa razón que le es fácil concentrarse).

Para comprobar lo dicho, cuando el esposo le dice a su mujer: “Vamos a salir a comer esta tarde”, lo corriente es que quiera decir precisamente esto y nada más. En cambio, la reacción de ella puede ser: “¿Lo propone porque no le gusta mi modo de cocinar?

¿Habrá hecho algo que quiere ocultarme? ¿No será por aquella linda mesera?”

Si cada uno de los esposos se esfuerzan en comprender la naturaleza de su consorte serán más capaces de resolver acertadamente los problemas que de ello resultan. He aquí dos ejemplos:

Un marido acostumbrado a regresar diariamente de su trabajo a casa, de mal humor. Su esposa había aprendido a través de una dolorosa experiencia, a quitarle de delante a los niños, en estas ocasiones. Hasta que el esposo había acabado de comer no era prudente traer otra vez a los pequeños. ¿Cuál era la causa de esta mezquindad? Simplemente el hecho material de que el marido trabaja toda la tarde a un ritmo excesivo y cuando salía del trabajo se hallaba hambriento y agotado.

Muchos hombres se convierten en verdaderos ogros en tales circunstancias. Cuando su esposa se dio cuenta de que su irritación procedía de una base física, adopto la costumbre de tenerle dispuesto un vaso grande de jugo de frutas en el refrigerador. Así que cuando lo veía llegar luego iba a recibirlo a la puerta. En adelante los niños dejaron de estorbar. Después de que la esposa aprendió un hecho básico acerca de la naturaleza de su marido hubo menos lágrimas en el hogar.

Otra esposa se sentía muy nerviosa ciertos días y muy alegre en otros. Su marido se percataba de la dificultad de ella para dominar su humor hasta que, incidentalmente, explicó que siempre se había sentido rara en los días precedentes a la menstruación. Se ha comprobado científicamente que millones de mujeres sufren de un malestar conocido con el nombre de “tensión premenstrual” que afecta adversamente a su personalidad.

Cuando su marido advirtió el hecho, empezó a excusarlo. Se esmeró en no dar ocasiones de irritación a su mujer durante aquellos días y trato de suavizar su depresión con paciencia, sabiendo que se trataba de algo transitorio.

Si se esfuerzan ambos esposos sinceramente en comprender la personalidad de su consorte, tanto las características sexuales en general como su personal idiosincrasia, se hallará el remedio para vivir en paz y con armonía. Con frecuencia hay condiciones que se pueden cambiar fácilmente. En esos casos es más sencillo ajustarse el uno al otro o viceversa con la mayor tolerancia posible.
Pocos pleitos habría entre matrimonios a causa de malas interpretaciones y si los cónyuges hablasen gentilmente uno con otro, con franqueza. Ya que no es posible entender, y menos aceptar, lo que no se conoce. Puesto que maridos y esposas no son adivinadores del pensamiento, el entendimiento únicamente puede resultar de la conversación.

No hay como la comunicación. Por eso no deben dejarse llevar de símbolos o señas, “si se tiene un agravio, queja o sospecha—real o imaginaria—contra tu consorte, díselo. Si sientes crecer cada día más tu irritación por un hábito o acción persistente, díselo. Si te sientes desdichado(a) por algo que se hace o que no se hace, díselo”. La mayoría de las veces, el hablar quitará el agravio, y, en todo caso, la satisfacción de librar el pecho de la pesadumbre de la queja ya será un remedio.

A menudo puede verse un matrimonio comiendo en restaurante sin apenas cambiar palabra. Y no es que estén enojados. Simplemente, se les hace difícil conversar (sobre todo al hombre, porque no tiene la imaginación que si tiene la mujer, pero esto no es excusa para que haga el esfuerzo, procurando la comunicación y ser detallista).

No todos los cónyuges se quedan mudos en presencia mutua, pero muchos consortes, especialmente después de que ya tienen hijos, cesan de intercambiar bromas y confidencias (acuérdense que antes de ser padres son esposos, los hijos algún día se irán a ser su propia vida, y ustedes se van a quedar solos como al principio).

Cuando empiezan a multiplicarse las diferencias de opinión y los resentimientos, la tendencia es guardarlas encerradas silenciosamente en el pecho, y en el caso de los hombres, a menos de tomar por confidente al cantinero habitual, y la mujer con su madre o con sus amigas (acuérdense que en todo matrimonio feliz, son utilizadas las herramientas de la comunicación y de la buena negociación, esta última no es una imposición ni del un lado ni del otro).

¿Pero cómo podrían formar una sola cosa, en corazón y mente, dos personas que no sean el mejor confidente el uno para el otro? La mujer ante quien el marido desnuda su alma lo corresponde amándola más. El marido, ante quien se revela su mujer, buscando cariño o dirección, se siente robustecido con ello, aunque se trate de agravios que la mujer crea tener contra él.

Los jóvenes desposados deberían aprender, desde los primeros momentos, el arte de comunicarse entre sí. Aprender a contarle al amado(a) tantos los triunfos como las desazones. Generalmente, la esposa no se ofenderá por las críticas, demostrando tacto, sobre todo cuando no se trata de alfilerazos para irritarla.

Es mucho mejor que el marido indique discretamente a su esposa lo que no le place en el gobierno de la casa o en el modo de cocinar, y no soportarlo con visible impaciencia. Si la mujer siente que las críticas están inspiradas por el amor y no para ridiculizarla, tal vez padecerá un poco su orgullo, pero no guardará rencor.

Hasta aquí, la primera parte de tres, en los siguientes escritos vamos a exponer todo lo relacionado con las otras dos columnas necesarias para lograr la felicidad en el matrimonio.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “El Manual del Matrimonio Católico” del Rev. Padre George A. Kelly.

Mons. Martin Davila Gandara