Las ventajas de la Fe Católica

“Hija, ten confianza, tu fe te ha salvado” (Mt., IX, 22)

El Evangelio del domingo XXIII, después de Pentecostés, nos habla de dos milagros maravillosos logrados por Nuestro Señor Jesucristo: siendo el primero la curación de la hemorroisa; y el segundo, la resurrección de la hija del Jairo. En ambos milagros se nota un factor determinante para que se lograran, el cual es la fe en Jesucristo Nuestro Señor. Tanto de la mujer que sufría del flujo de sangre, así, como la del padre de aquella hija que había muerto.

La curación de la hemorroisa es seguramente uno de los milagros más conmovedores obrados por Jesucristo. Ya que en él brilla de un modo inefable la bondad de Nuestro Salvador; pero incluso esta misma mujer es admirable por su fe, su humildad y su valor.

Los Santos Padres proponen a esta mujer como modelo a cualquiera que, teniendo enferma el alma, quiera obtener del divino Médico su curación.

Ahora vamos a considerar ¡Con qué amor recompenso Jesucristo la fe de esta mujer! Y ¡Con qué bondad Nuestro Señor fortaleció la fe de Jairo!

Nuestro divino Salvador, como ejemplo de estos dos milagros quiere hacernos comprender el valor de la fe. Debido a que, en el orden sobrenatural, la fe es la fuente de innumerables bienes espirituales.

En la vida espiritual, necesitamos ser iluminados, y la fe es una luz; ser fortalecidos contra nuestros enemigos, y la fe es un escudo; ser finalmente sostenidos en las pruebas de esta vida, y la fe es nuestro consuelo.

LA FE ES UNA LUZ

La fe ilumina nuestra inteligencia y nos hace conocer la verdad. Ella nos da el conocimiento de Dios, de su naturaleza, de sus perfecciones infinitas, de su Providencia, de su misericordia, y de su amor.

También nos muestra con certeza nuestro origen y nuestro fin, la causa de nuestras debilidades, la razón de nuestra grandeza, los medios por Dios establecidos para conseguir el fin para cual fuimos creados.

¡Oh, qué dicha para nosotros saber todas estas verdades tan hermosas y tan consoladora!¡Y por lo mismo! ¡Qué diferencia entre un cristiano y un pagano!

LA FE ES UN ESCUDO

La fe nos protege contra los enemigos de nuestra alma. Nos dice San Pablo que la fe es el escudo contra tales enemigos. Y San Pedro en su primera Epístola, afirma que la fe es un arma que nos ayuda a vencerlos. Por eso debemos “resistir fuertes en la fe”. (I Ped., V, 9)

Los demonios, el mundo y la carne son poderosos enemigos de nuestra alma, y todos se confabulan contra nosotros, multiplicando en torno nuestro los peligros y las ocasiones de pecado y no cesan de solicitarnos al mal.

Por eso, dice San Pedro en esa misma Epístola: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar”. (I, Ped., V, 8).

Pues bien, la fe sostiene nuestra debilidad y nos hace resistir y alcanzar la victoria, ya mostrándonos que Dios está presente en todas partes, que todo lo ve y que juzgará todas nuestras acciones.

Para ello, el Señor, nos muestra los castigos reservados a los prevaricadores y las recompensas destinadas a los que son fieles.

También nos excita a orar para obtener los auxilios de la gracia; y finalmente, nos recuerda los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo. Así como nos dice San Juan en su primera Epístola: “Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. (I Jn., V, 4)

LA FE ES AUXILIO Y CONSUELO

La fe, nos ofrece preciosos recursos en las penas y en las pruebas de esta vida. A la hemorroisa le valió su curación, y a Jairo la resurrección de su hija.

Dice Job “que es una batalla la vida del hombre sobre la tierra” (Job VII, 1). Por eso, nadie está libre de las pruebas y de los sufrimientos físicos y morales. Para muchos estos dolores o penas. Acaso, la Filosofía o la amistad Podrán ¿aportarnos o darnos alivio eficaz o duradero?

Tampoco las riquezas bastan para consolarnos: a veces, lejos de disimular las penas, no hace más que agravarlas; lejos de dar la felicidad y la paz, ocasionan discusiones, solicitudes y temores.

Por el contrario, la fe nos consuela y nos fortalece.

En primer lugar, nos muestra el origen y el fin de todas las penas y pruebas de la vida:

a) Ya que éstas vienen de nuestro Dios, que es siempre infinitamente sabio.

b) Son para nosotros un medio de expiación por nuestros pecados.

Por eso dice San Agustín que la vida es dolor medicinal; y el mismo se preguntaba ¿qué son los sufrimientos de esta vida en comparación de los suplicios del infierno que hemos merecido por nuestros pecados?

c) Son una fuente de esperanza, de gracias y de bendiciones, para santificarnos y para salvar a nuestros hermanos.

Por lo mismo, debemos soportar esas penas y pruebas con las debidas disposiciones, ya que ellas nos hacen participar en el sacrificio del Salvador en la cruz; según la frase de San Pablo, nosotros completamos lo que falta aún a los sufrimientos y Pasión de Cristo. (Col., I, 24).

d) Son una fuente de méritos para el cielo. ¡Oh, dichosos los que tienen fe! porque llevan su cruz no sólo con resignación y paciencia, sino con generosidad y alegría.

Por eso, San Pablo se gloriaba en sus debilidades, para que habitara en él la fuerza de Cristo. (II Cor., XII, 9). Ya que los sufrimientos y pruebas resultan ser un tesoro inestimable.

Por último, hermanos míos, valoremos todas éstas ventaja que nos da Nuestra Fe. Por lo mismo debemos de considerar que los santos que están en el paraíso vivieron como nosotros en la tierra. Pero teniendo ellos la dicha y el merecimiento de escuchar las dulces palabras de Cristo: “Ten confianza, hijo tu fe te ha salvado”.

Por lo tanto, procuremos imitarles, y mirar todas estas cosas desde el punto de vista de la fe. Por lo mismo, tengamos una fe sincera, firme, inquebrantable; una fe fecunda en frutos de santidad, y seremos salvos.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.