Las Virtudes Teologales

En el Evangelio de San Mateo XIII, 24-30. Se lee la parábola de aquel hombre que hizo sembrar en su campo una semilla buena que había de producir copiosísimos frutos. Mas he aquí que de noche, cuando nadie cuidaba ni vigilaba el campo, fue allá el enemigo y sembró cizaña.

Al decir de los sagrados intérpretes, el campo representa el alma del hombre; las buenas semillas que se han de sembrar para obtener verdaderos frutos dignos de la vida eterna, son las virtudes; y la cizaña, que es allí sembrada por el enemigo a fin de impedir los copiosos frutos, son los defectos con que el demonio procura debilitar directamente las buenas acciones o el fin de las obras virtuosas.

Hoy nos limitamos a dar a conocer las buenas semillas que hemos de sembrar y cultivar en el alma para conseguir luego abundantes frutos.

Para abreviar, solo se va a tratar de las excelencias de la virtudes teologales, dejando para otra ocasión la explicación de las demás virtudes.

Las virtudes teologales, o sea las virtudes que nos son infundidas por Dios, en el santo Bautismo, y que nos unen al Señor y que tienen por objeto solo al mismo Dios, son tres: FE, ESPERANZA y CARIDAD. Es lo que nos dice S. Tomás; (De vitiis y virt.)

LA FE.

La Fe es una virtud sobrenatural que inclina el entendimiento y mueve la voluntad a creer lo que Dios ha revelado a la Iglesia, y la Iglesia nos propone como cosa de fe. “La Fe es creer lo que no vemos” nos dice S. Agustín., De verb. Ap., serm.

A decir de Santo Tomás: Los frutos que produce esta virtud en nuestro corazón, o sea los bienes que de ella se derivan, pueden reducirse a cuatro: La rectitud de la vida, el sustento del alma, la adoración de Dios, y la recompensa del paraíso.

1) RECTITUD DE VIDA. El hombre sin fe puede se parece a un animal inmundo; pero una vez que ha sido iluminado por la fe y con el fundamento de las buenas obras y de una vida recta y timorata, todo cambia en él. Ya que La fe es el origen de las virtudes, y la base de las buenas obras; la fe lo es todo para la salvación del hombre. Como bien dice S. Damian, en el Opusc. De Fide.

2) EL SUSTENTO o ALIMENTO DEL ALMA.  La fe es el verdadero pasto del alma, puesto que donde está la fe está también el divino Salvador, que enseña, y platica con el alma y la vigila; por eso dice S. Ambrosio en el Serm., 11: “Donde la fe es sólida, es allí, donde el Salvador enseña, vigila y regocija; entonces hay descanso, calma, y tranquilidad, allí todo es medicina”.

3) A DIOS SE LE DA CULTO Y ADORACIÓN.  El mayor de todos los deberes  de la fe consiste en creer en Dios y en adorarle, como es de razón. Por eso dice S. Agustín que: “La principal y máxima obligación de la fe, es creer en el verdadero Dios”.

4) LA RECOMPENSA DEL PARAÍSO. Si la fe consiste en creer lo que no se ve, el premio y la recompensa de la fe consisten precisamente en poder gozar de lo que se ha creído, o sea, del mismo Dios. En cierto modo es lo mismo que decía S. Agustín: “La fe es creer lo que no se ve, y merecer de esta fe es ver lo que se cree”.

LA ESPERANZA

Dice Santo Tomás: La Esperanza es la virtud que nos inclina a depositar en Dios toda nuestra confianza, esperando por los méritos de Jesucristo los bienes que nos han sido prometidos.

Cuatro son los frutos que provienen de la Esperanza: La alegría del corazón, sobriedad del alma, alivio en el trabajo, y duración o longanimidad de vida.

1) LA ALEGRÍA DEL CORAZÓN. El que espera posee la mayor de las alegrías que puede experimentar el corazón humano, el cual no se ve ya turbado por la angustia, la incertidumbre y la duda. Sobre esto mismo, dice San Agustín en los comentarios al Salmo 123: “Nuestra alegría no es todavía una realidad, pero está es nuestra esperanza; y nuestra esperanza es tan cierta, como si fuera ya una cosa perfecta”.

2) SOBRIEDAD DEL ALMA.  con estas palabras parece que Santo Tomás quiere indicarnos que, dado que la esperanza es el alimento del alma, puede afirmarse que ésta, en posesión ya de la esperanza, y por lo mismo, se siente enteramente saciada y satisfecha, del mismo modo que queda satisfecho el cuerpo después que le ha sido suministrado el alimento.

3) ALIVIO EN EL TRABAJO. Es, además la esperanza un solaz y un sedante en las fatigas del cuerpo, mereciendo por ello ser considerada como el descanso de tales fatigas. De ello dice S. Juan Clímaco: “La Esperanza es un trabajo en el descanso, la puerta a la caridad, el degüello de la desesperación, y la imagen de la ausencia”.

4) DURACIÓN O LONGANIMIDAD DE VIDA. La esperanza finalmente, permite vivir una vida muy prolongada y aun inmortal, ya que la vida mortal consiste, merced a ella, en la esperanza de una vida interminable, de esto decía San Agustín que la esperanza es: “Fuerza de la vida mortal, que espera en la vida inmortal”

LA CARIDAD

La Caridad es una virtud que inclina nuestra voluntad a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. San Agustín añade que la caridad es la virtud con que se ama a todo cuanto es digno de amor.

Dice Santo Tomás, cuatro son los frutos que se derivan de esta virtud: Reverencia y obediencia a Dios, amor al prójimo, el alivio a los oprimidos y la corrección a los que yerran.

1) REVERENCIA Y OBEDIENCIA A DIOS. Ya que precisamente, merced a esa virtud, empiezan los hombres a amar a Dios, y amándole no pueden dejar de respetarle y obedecerle: “Por amor al hombre, se ama a Dios y se elije a Dios” dice S. Agustín

2) AMOR AL PRÓJIMO. Sin esta virtud no se puede amar de veras al prójimo: “Sin caridad no hay amor a Dios ni al prójimo”. Decía S. Fulgencio.

3)  ALIVIO AL OPRIMIDO. La caridad no permite que estemos ociosos, sino que nos obliga a obrar grandes cosas, moviéndonos y espoleándonos a volar en alivio de aquellos que tienen necesidad de nuestro socorro: “La caridad, nunca esta ociosa, y siempre se extiende al prójimo”. Dice Pedro Bless.

4) CORRECCIÓN AL QUE YERRA. Finalmente, si poseemos la caridad verdadera, no permitirá ésta que permanezcamos inactivos;  y así, al ver nosotros que algún hermano nuestro se desvía del recto camino, no podremos permanecer impasibles y le corregiremos con caridad fraterna o sea con el más grande amor por Dios.

Por último, sembremos, pues, en nuestro corazón la buena semilla de las virtudes teologales, y así estaremos en condiciones de cosechar esos preciados frutos que tanto bien producen en nuestra alma.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro: “Triple Serie de Homilías” de Mons. Ricardo Schüler.

Mons. Martin Davila Gandara