Los efectos de la venida del Espíritu Santo

Quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hech., II, 4)

También en nosotros se verificará el gran misterio de santificación cumplido en los Apóstoles, si tenemos las disposiciones de ellos.

Pero, ¡cuántos cristianos cierran su corazón al Espíritu Santo, o bien le contristan o lo arrojan de sí! ¡Cuántos parecen ignorar si hay un Espíritu Santo!

Al menos nosotros, debemos renovar nuestra fe en Él; considerando lo que es respecto a nosotros, y los efectos que quiere producir en nosotros, si nos encuentra bien dispuestos.

Si así sucede. Entonces será para nosotros, como para los Apóstoles: 1) Espíritu de verdad; 2) Espíritu de santidad; 3) Espíritu de fortaleza.

Por lo mismo. Pidamos continuamente: “Ven, Santo Espíritu, y envíanos del cielo tus rayos de luz”

ESPIRITU DE VERDAD

1oNos dice San Juan en su Evangelio C. XVI, V. 13: “Cuando venga, el Paráclito, os enseñará todas las verdades”. Por lo mismo debemos de considerar que habrá verdades confortables, pero también verdades humillantes y penosas, y aunque saludables, que algunos hombres ignorantes y groseros, se mostraran rebeldes a esas santas enseñanzas.

Ahora bien, ¿qué acaeció el día de Pentecostés? Aconteció que el divino Espíritu iluminó a unos pobres pescadores. Cuyos conocimientos no se extendían más allá del lago, de sus barcas y redes que utilizaban para su pesca. Y en el día de Pentecostés hizo de ellos unos grandes predicadores.

2oLos Apóstoles eransegún el testimonio de dos de ellos, ignorantes, incrédulos, y estaban llenos de errores y de prejuicios sobre el Mesías, sobre la pobreza, la humildad, el sufrimiento. Y cada vez que Nuestro Señor les hablaba de ello, no comprendían nada.

Las palabras de Cristo eran enigmas o misterios para ellos. Pero apenas recibieron el Espíritu Santo, en ese momento quedaron súbitamente transformados. Y empezaron a recordar todo lo que les había dicho el divino Maestro, comprendiéndolo todo.

Sus corazones se abrazaron de amor por las virtudes más difíciles, tanto que las predicaban y las hacían practicar por todo el mundo conocido con peligro de sus vidas.

3oEl Espíritu Santo no ha cesado de obrar maravillas semejantes en la Iglesia. A pesar de los esfuerzos del demonio, y del espíritu del mundo, como dice S. Juan I, V, 9, de las rebeliones de la carne, ¡cuántas almas cada día vemos, aun hoy iluminadas y sostenidas por el Espíritu Santo!

Es digno de ver, hoy en día a muchos cristianos declarándole la guerra al mundo, crucificando su carne, y practicando heroicamente todas las virtudes. Cómo no declarar como dice el Salmo 76, 11: “Mi dolor es este: que se ha mudado la diestra del Altísimo”. En las vidas de los santos tenemos miles de ejemplos de esto.

4o. Pero, lamentablemente ¡cuántas almas hay a las que podría decir San Esteban: “Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo!” (Hech., V, 5).

ESPIRITU DE SANTIDAD

1oJesucristo dijo a los Apóstoles: “Habéis de ser bautizados en el Espíritu Santo dentro de muy pocos días” (Hech., I, 5), es decir purificados y santificados como con un nuevo bautismo; porque el divino Espíritu es la fuente y el principio de toda santidad. Ya que los Apóstoles antes de Pentecostés, estaban sujetos, a toda clase de defectos e imperfecciones.

2oPero, desde que recibieron el Espíritu Santo, fueron hombres enteramente espirituales, despegados del mundo, llenos de Dios, perfectos e irreprochables. El divino Espíritu consumió con el fuego de su amor, todo lo que en ellos había de impuro y terreno, y comenzaron ser del todo celestiales. San Pablo, bajo el impulso y la acción del Espíritu Santo, podía decir: “Sed imitadores míos, así como yo soy de Cristo” (I Cor., IV, 16).

3o. ¡Cuántos santos vemos, en el transcurso de los siglos, transformados así por la gracia del Espíritu santificador!

¡Oh, cuánta necesidad tendremos, también nosotros de ser bautizados en el fuego del Espíritu Santo para purificarnos de tantos afectos sensuales, peligrosos y culpables! y de ¡Cuántas enemistades, odios, envidias, fortunas mal adquiridas, deseos de venganza, pensamientos de ambición, y de codicia!

Ya que, por ser hijos de Dios y pertenecer a la santa Iglesia seremos juzgados según nuestras máximas y nuestra conducta.

4oPidamos, pues, al divino Espíritu que nos purifique de nuestras imperfecciones, que nos llene de santos deseos de virtudes y del cielo, y que produzca en nuestras almas los frutos que les son propios: la caridad, el gozo, la paciencia, la bondad, la mansedumbre, etc., y por qué no exclamar con el Rey Profeta en el Salmo 50, 12: “Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva dentro de mí un espíritu recto”.

ESPIRITU DE FORTALEZA

1oEl Espíritu Santo nos llena de fortaleza. Porque es caridad, y “la caridad o el amor es fuerte como la muerte” (Cant., VIII, 6).

2oVeamos a los Apóstoles, hasta entonces débiles, tímidos y cobardes. Después de haber recibido el Espíritu Santo, ¡Cómo cambiaron!, una vez recibido el divino Espíritu, se lanzan, sin miedo, al combate contra Satanás y sus secuaces.

Predican a Jesús crucificado, reprochan a los judíos su deicidio, confiesan atrevidamente a su divino Maestro ante los tribunales y hablan según lo que les sugiere el Espíritu Santo; Así como dice Nuestro Señor en S Mateo, X, 20: “No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros”.

Los Apóstoles, se juzgan dichosos en sufrir por nombre de Jesús. Aquellos pobres pescadores sin talento, sin autoridad, sin otras armas que esta fortaleza del Espíritu Santo, emprenden la conquista pacífica y la conversión del mundo, y la consiguen.

“¡Cosa asombrosa! Exclamaba San Juan Crisóstomo; esta victoria de los Doce sobre el mundo es comprada no con la efusión de sangre, sino con los cambios de las costumbres y con las conversiones. Ante este hecho, es importante notar: Que los Apóstoles de Cristo jamás mataron o exterminaron a sus enemigos. Aun encontrándolos peores que lo demonios, los hacían comparables a los ángeles”.

3oEstas maravillas se perpetúan de siglo en siglo. Veamos a los mártires, a los padres del desierto, a esa multitud de confesores y vírgenes que, por la gracia y la fortaleza del Espíritu Santo, han vencido al mundo y a la carne y con ello conquistado la corona eterna.

De esto decía San Juan Evangelista en el Apocalipsis VII, 9: “Miré y vi una muchedumbre grande que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua que estaba delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos”.

4oAcaso, ¿tenemos nosotros esta caridad, este fuego, este celo, esta fortaleza activa del Espíritu Santo? Si la tenemos debemos mostrarla con las obras; pero, lamentablemente, ¡cuánta cobardía hay entre los cristianos!

Por último. En estos días dispongámonos a recibir los dones del Espíritu Santo, sobre todo el de fortaleza, y para ello, es necesario recibirlo mediante una vida virtuosa y santa.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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