Los Sacramentos: Canales de la Divina Gracia

Como Jesucristo aplica los frutos de la Redención a las alma.

Cuando Cristo vivió en el mundo, él impartió directamente a los hombres sus enseñanzas, bendiciones y gracias. ¿Pero cómo iban a alcanzar los frutos de la Redención a todas las generaciones que estaban todavía por venir? Para ello fundó Cristo su Iglesia.

Asimismo estableció los sacramentos, que sirven como otros tantos canales por donde fluyen las gracias de la Redención a todas las almas que los reciben. La administración de estos sacramentos quedó encomendada a la Iglesia, que tiene completa jurisdicción sobre el depósito divino de la fe y sobre los medios tendientes a la santificación. La Iglesia, pues, verdaderamente es la continuación de la Encarnación. “El hombre, dice San Pablo, debe considerarnos como ministros de Jesucristo y dispensadores de los divinos misterios”.

Lo mismo que su fundador, la Iglesia posee una doble naturaleza, humana y divina, visible e invisible. Así también nosotros somos un compuesto de cuerpo y alma. Los sentidos son las ventanas del alma. En consecuencia, nuestra naturaleza pide que la Iglesia alimente nuestro ser espiritual por medio del elemento físico y visible. Esto es precisamente lo que ella hace por medio de los sacramentos. Éstos son señales exteriores de la gracia interior. Lejos de ser meros ritos vacíos de significado, son clara manifestación exterior de la gracia que Dios confiere al alma.

Los Sacramentos y el Santo Sacrificio de la Misa son los principales por donde se distribuyen a cada quien en particular los frutos, las bendiciones y gracias de Dios. Cuando uno ve la irrigación en nuestros campos agrícolas y como se emplea en grande escala para cultivos de toda índole, nos damos cuenta de lo necesario que son, no solo las vastas presas, sino también los canales para hacer llegar el agua a todos los árboles y cultivos; pues sin esos canales, no importa de cuanta cantidad de agua se disponga, en las presas; los naranjos morirían de sed.

Cristo, con su Pasión y muerte, obtuvo para nosotros un tesoro inmenso de gracias y riquezas espirituales, que constituyen, si vale la comparación, la más gigantesca e inmensa presa de gracias. Pero es necesario abrir la compuerta y canalizar estas gracias, que vengan a irrigar con su savia las raíces de cada alma. Para esto son los sacramentos: por eso se llaman inmensos canales de la divina gracia.

Por lo tanto definamos a los Sacramentos: son signos formados por cosas sensibles, instituidos por Dios, y que contienen en sí la virtud eficaz de significar la santificación y la justicia, y de producir la santidad y la justicia que significan.

Tres elementos constituyen un sacramento.

(1) Debe ser un signo exterior, (2) instituido por Cristo, (3) para comunicar la gracia. Así, en el bautismo, el signo exterior es el acto de derramar el agua, o rociarla, o sumergir en ella al sujeto del bautismo, diciendo al propio tiempo las palabras “Yo te bautizo en el Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Esto indica exteriormente la purificación interior del pecado original y del actual. Fue instituido por Cristo, cuando dio a su Iglesia la misión de ir y enseñar a todas las naciones bautizándolas en el nombre de la Santísima Trinidad. Comunica al alma la gracia santificante, y la limpia de todo pecado. La Iglesia no puede jamás instituir un sacramento, ya que sólo Cristo puede dar la gracia.

Causas de los Sacramentos.

Los motivos que movieron a Dios a instituir los Sacramentos para comunicarnos su gracia son los siguientes: 1º La debilidad del entendimiento humano, que necesita llegar al conocimiento de las cosas espirituales por medio de las corporales y sensibles. 2º La dificultad con que nuestra alma se inclina a creer las cosas futuras que se nos prometen. Así, del mismo modo que Dios, en el Antiguo Testamento, confirmaba sus promesas con signos y milagros, a fin de que se creyese en ellas, del mismo modo Jesucristo, al prometernos el perdón de los pecados, la gracia divina y los dones del Espíritu Santo, instituyó ciertos signos sensibles con que se obligaba, para que no dudemos de que será fiel en sus promesas. 3º Para tenerlos dispuestos a modo de medicinas (Lc. 10 33-34.), con el fin de recobrar y conservar la salud del alma. Pues era necesario que la virtud salvífica y la gracia que emana de la Pasión de Cristo llegase hasta nosotros por los sacramentos como por canales, a fin de que acudiendo a ellos apliquemos a nuestras almas la medicina que necesitan. 4º Para congregar a los fieles bajo un orden de signos visibles que les sirvan de contraseñas por los que se reconocen mutuamente entre sí. 5º Para excitar la fe en nuestras almas y profesarla exteriormente, declarándola a la faz del mundo (Rom., X, 10.). 6º Para encender nuestras almas en la caridad con que debemos amarnos mutuamente, recordando que por la comunión de unos mismos misterios nos unimos con muy estrecho vínculo y nos hacemos miembros de un mismo cuerpo. 7º Para inclinarnos a la humildad, viéndonos obligados a someternos a objetos sensibles inferiores a nosotros para recibir la gracia divina.

Constitución de los Sacramentos.

Dos son las cosas de que se compone todo sacramento: • el elemento, que tiene razón de materia; • y la palabra, que tiene razón de forma. Al unirse la palabra al elemento, se hace el Sacramento, según expresión de San Agustín. Ambas cosas quedan incluidas bajo la razón de cosa sensible. Y fue necesario añadir las palabras a la materia porque el elemento, de suyo, puede significar varias cosas, y necesita que su significado sea precisado por las palabras, que de todos los signos son los que tienen mayor expresión. En esto nuestros Sacramentos son superiores a los de la Antigua Ley, que por no ser administrados mediante palabras, sino con el solo elemento, eran signos sobremanera inciertos e ignorados; mas los nuestros tienen tan determinada la forma verbal, que si ésta se separa del elemento no hay sacramento; y, por eso, son sumamente manifiestos.

Ceremonias de los Sacramentos.

Acostumbró siempre la Iglesia administrar los sacramentos con ciertas ceremonias solemnes añadidas a la materia y forma, las cuales, aunque no atañen a la esencia sacramental, no pueden omitirse sin pecado. Y las razones que movieron a la Iglesia a añadir estas ceremonias son las siguientes: • para dar a los sagrados misterios tal culto religioso, que se manifieste que tratamos santamente las cosas santas; • para declarar mejor los efectos que obra el sacramento, y grabar mejor en el corazón de los fieles su santidad; • para elevar las almas a la contemplación de las realidades más sublimes, y excitarlas a la fe y a la caridad. Los fieles, pues, deben conocerlas bien, y penetrarse bien de su valor.

Número de los Sacramentos.

Los Sacramentos de la Iglesia Católica son siete, como se prueba por las Escrituras (Prov. 9 1; Zac. 3 9; 4 2.), según ha llegado hasta nosotros por la tradición de los Santos Padres y se confirma por la autoridad de los concilios. La razón de ese número septenario es la siguiente: hay siete cosas necesarias al hombre para vivir y conservar su vida: 1º nacer; 2º crecer; 3º alimentarse; 4º y 5º sanar si cae enfermo, y recuperar las fuerzas; 6º regirse por una autoridad; 7º conservarse a sí mismo y al género humano por la legítima propagación de la familia. Como estos actos de la vida material corresponden a los de la vida del alma, fácilmente se comprenderá porqué son siete los sacramentos. El primero es el Bautismo, que nos hace renacer para Cristo (Jn. 3 5; Tit. 3 5.).El segundo es la Confirmación, que nos fortalece en la gracia de Dios (Lc. 24 49; Act. 1 8.). El tercero es la Eucaristía, que alimenta nuestro espíritu con el Cuerpo y Sangre de Cristo (Jn. 6 56.). El cuarto es la Penitencia, por el que recobramos la salud espiritual perdida por el pecado (Jn20 22-23.). El quinto es la Ext remaunción, que borra las reliquias del pecado y devuelve el vigor a las fuerzas del alma (Sant. 5 14-15.). El sexto es el Orden, por el que se confiere la potestad de administrar los sacramentos y de ejercer los cargos eclesiásticos (Act. 13 2-3; I Tim. 4 14; II Tim. 1 6.). Y el séptimo es el Matrimonio, que santifica la unión del varón y de la mujer para procrear hijos y educarlos religiosamente (Ef. 5 31-32.).

Los padres del protestantismo no solamente redujeron el número de los Sacramentos, sino que negaron su eficacia objetiva. Así Lutero califica los sacramentos de “meras prendas de la promesa divina de que los pecados serían perdonados por la fe”. Calvino los llamó “mensajeros que anuncian a los hombres las obras divinas de bondad”, mientras que Zuinglio decía que eran “nada más unos signos de profesión cristiana”.

Estas opiniones erróneas naturalmente indujeron a los reformadores a negar la eficacia objetiva de los sacramentos. Si la justificación no se obtiene por las buenas obras, sino por la fe sola, y si la justificación consiste en la aplicación puramente extrínseca de los méritos de Cristo, sin obrar cambio alguno que el simple estímulo de la fe, y en realidad no son canales de la divina gracia para las almas, sino menos signos vanos. Así, los reformadores se alejaban radicalmente de la fe profesada por la Iglesia universal desde su fundación.

Necesidad y dignidad de los Sacramentos.No todos los Sacramentos tienen igual necesidad, dignidad y virtud significativa. 1º Tres de entre ellos son necesarios entre todos los demás, a saber: • el Bautismo, necesario a todos sin ninguna excepción (Jn. 3 5.); • la Penitencia, necesaria para los que, después del Bautismo, se hicieron reos de algún pecado mortal (Lc. 13 3; Apoc. 2 5.); • y el Orden, necesario a toda la Iglesia para perpetuarse, aunque no a todos los fieles (Prov. 11 14.). 2º Si se atiende a la dignidad, la Eucaristía excede en mucho a los demás Sacramentos en santidad y en el número de misterios y de gracias que contiene.

El Autor de los Sacramentos.

Es Dios mismo, por medio de Cristo, debe ser reconocido como autor de los Sacramentos, por dos motivos: • porque sólo Dios puede hacer justos a los hombres; y esta justificación es conferida por los Sacramentos; • porque los Sacramentos tienen la eficacia de obrar en el interior del alma; ahora bien, sólo Dios puede introducirse en los corazones de los hombres. Por eso, El es quien los administrainteriormente (Jn. 1 33.)

Ministro de los Sacramentos.

Dios ha querido administrar los Sacramentos en su Iglesia pormedio de hombres (I Cor. 4 1; Heb. 5 1.). Y como éstos, en las funciones sagradas, no representan su persona, sino la de Cristo (I Cor. 3 6-7.), síguese que, ya sean éstos buenos o malos, mientras usen de la materia y forma que observó siempre la Iglesia Católica, y tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia en su administración, hacen y administran verdaderos sacramentos, y nada impide entonces la gracia sacramental sino el obstáculo que pueda poner el que recibe el sacramento.

Sin embargo, no deben quedar satisfechos los párrocos con administrar válidamente los sacramentos, sino que deben guardar una perfecta integridad de vida y la pureza de conciencia, para tratar santamente las cosas santas; pues se hacen reos de sacrilegio los sacerdotes que administran los sacramentos en estado de pecado mortal (Sal. 49 16-17.). Por eso, los ministros de las cosas sagradas deben procurar ante todo la santidad y administrarlas con más conciencia, de tal manera que con su administración consigan de Dios para sí mayor abundancia de gracias.

Efectos de los Sacramentos.

Dos son los principales efectos de los Sacramentos, entre los cuales contamos: 1º En primer lugar, la gracia justificante que confieren. En efecto, aunque sean realidades sensibles, los Sacramentos producen en el alma, por la virtud todo poderosa de Dios y de manera incomprensible para la razón humana, su justificación. Para que no quedara duda de esta verdad, en los comienzos de la Iglesia Dios declaró con signos portentosos lo que los Sacramentos obran interiormente, de modo parecido a como en el bautismo de nuestro Señor se abrieron los cielos, el Padre declaró la filiación divina de Cristo, y vino sobre el Espíritu Santo en forma de paloma (Mt. 3 16; Mc. 1 10; Lc. 3 21-22.); y a como en Pentecostés sobrevino un ruido como de viento impetuoso, y aparecieron unas como lenguas de fuego sobre los Apóstoles, para mostrar la comunicación del Espíritu Santo (Act. 2 2-4.). Esto muestra la superioridad de los Sacramentos de la Nueva Alianza sobre los de la Antigua; pues aquellos no tuvieron la virtud de purificar las almas (Gal. 4 9.), sino sólo los cuerpos en orden a la justicia legal (Heb. 9 13.); mientras que los de la Nueva Ley limpian nuestras conciencias de los pecados y producen en nuestras almas, por la virtud de la sangre de Cristo, la gracia que significan. 2º El segundo efecto de los Sacramentos, aunque no de todos, sino sólo de tres (Bautismo, Confirmación y Orden) es el carácter que imprimen en el alma (II Cor. 1 21-22.), y que es una señal impresa en el alma, que jamás puede borrarse, y que está siempre adherida a ella. El fin del carácter es doble: por una parte nos hace aptos para recibir o realizar alguna cosa sagrada; y por otra parte nos distingue a unos de otros. Y así: • el carácter bautismal nos hace aptos para recibir los demás sacramentos, y distingue al pueblo fiel de la gente que no profesa la fe; • el carácter de la confirmación nos arma y dispone para confesar y defender públicamente el nombre de Cristo, como soldados suyos, contra los tres enemigos del alma; y al mismo tiempo nos distingue de los que, recién bautizados, son todavía infantes espirituales; • el carácter sacerdotal confiere el poder de hacer y administrar los Sacramentos, y distingue de los demás fieles a los que están dotados de él.

Espero en Dios que este pequeño estudio de los sacramentos de la Santa Iglesia Católica, les sirvan de reflexión a todos los católicos, para así sacar el mayor provecho de ellos.

Mons. Martin Davila Gandara