“Te sacrificaré una hostia de alabanza” (Salmo 115, 17)
Mons. Luis Ma. Martínez decía que: “La Eucaristía es la síntesis de los divinos misterios, el compendio de las maravillas de Dios, el corazón de la Iglesia, el venero inagotable de vida para las almas”.
Ya que la Eucaristía, ha brotado del Corazón de Jesús como el fruto maduro y opulento de su ternura inenarrable, como el recuerdo inmortal de su paso por la tierra, como el prodigio estupendo que realiza sus amorosos anhelos de vivir en nosotros y de que nosotros vivamos en Él.
“Si se pudiera definir lo inefable, si se pudiera condensar en una sola expresión humana todo lo que es Jesús, todo lo que fue su vida, las miradas de sus ojos, los latidos de su Corazón, los anhelos de su alma, los abismos de su ser, los tesoros de su vida, pienso que esa expresión comprensiva y sublime sería ésta: Jesús es el supremo glorificador del Padre, o mejor quizá: Jesús es la gloria del Padre”.
Estos santos pensamientos de Mons. Luis María Martínez nos llevan a compaginar y comparar las maravillas que hizo Cristo en sus oficios que ejerció y las virtudes que practicó; con las maravillas que realiza en la Sagrada Eucaristía.
LA EUCARISTÍA ES UN MEMORIAL DE LOS OFICIOS QUE CRISTO EJERCIÓ CON LOS HOMBRES VIVIENDO EN EL MUNDO
1o. Uno de los oficios que ejerció Cristo Nuestro Señor con los hombres mientras vivió en el mundo, fue el de médico, dando vista a los ciegos, salud a los enfermos y vida a los muertos; y esto, no con medicinas corporales, sino con sola su palabra, o tocándolos con la mano o con su vestimenta; y de la misma manera sanaba las enfermedades del alma, con la infinita virtud que de Él salía para bien de todos.
También en la Eucaristía, Cristo Nuestro Señor ejerce el oficio de médico y medicina de cada uno de nosotros hasta el fin del mundo; porque el contacto de su Cuerpo y Sangre, mediante las especies sacramentales, sana las enfermedades espirituales del que le recibe bien y con buenas disposiciones, curándole sus llagas, enfrenando sus codicias y le da entera salud en el espíritu y, a veces, también, si es conveniente en el cuerpo.
Oh cristiano, entra y profundiza dentro ti mismo, y pondera la extrema necesidad que tienes de este soberano Médico, por estar enfermo con graves y peligrosas enfermedades. Cuéntaselas, como lo hacen los enfermos, suplicándole que las cure con su divina presencia.
Pidiéndole: Oh, Médico celestial, que vienes del cielo a visitar a los enfermos que viven en la tierra: gloria tuya será sanar a un enfermo tan miserable como yo. Sáname de todas mis enfermedades, para que, sano y salvo, me ocupe en alabarte y servirte por el bien que me hicieras librándome de ellas.
2o. Hizo también Cristo Nuestro Señor con los hombres, durante su vida mortal, oficio de Salvador y Redentor, sacando del poder y tiranía del demonio los cuerpos de muchos endemoniados y las almas de muchos pecadores, dando su vida y sangre con terribles dolores y desprecios en pago de esta redención. Y del mismo modo hizo oficio de Pastor de su rebaño, cumpliendo todo lo que está a cargo de un buen pastor, hasta dar la vida por sus ovejas.
Por lo mismo. Contemplemos a Jesucristo en la Eucaristía y veremos, cómo también en ella hace con los hombres los mismos oficios; porque viene principalmente para aplicarnos el fruto de su redención, librándonos de la tiranía del demonio, de la esclavitud de la carne y de sus pasiones; y, como buen pastor, cuida de cada alma como si fuese ella sola, apacentándola con su propio Cuerpo y Sangre.
Este portento, se da de tal modo que, no solamente la oveja come de la mesa del Pastor, como dijo Natán a David en el Antiguo Testamento, sino que come de la misma carne de su Pastor; al contrario de los pastores de la tierra, que comen la carne de su ovejas.
Oh cristiano. Mírate a ti mismo, y pondera la servidumbre en que vives y los peligros grandes en que andas de perecer de hambre y de flaqueza y de dar en manos de los lobos infernales; y con este sentimiento clama a tu Redentor y Pastor, diciéndole:
Oh Redentor misericordioso soberano, líbrame de las bocas de estos lobos y leones del infierno; y pues que has puesto delante de mí esta mesa celestial contra los que me atribulan y persiguen, apaciéntame y fortifícame con ella de modo que alcance la victoria y goce de la mesa que me tienes preparada en tu gloria.
Después de la exposición de los oficios que ejerce Cristo en el Santísimo Sacramento. Ahora se expondrán las virtudes que práctica en este mismo Sacramento.
LA EUCARISTÍA ES MEMORIAL DE LAS VIRTUDES QUE JESUCRISTO EJERCIÓ EN LA TIERRA
Como Cristo Nuestro Señor vino al mundo a darnos ejemplo de vida, y ponernos delante el dechado de virtudes que todos debíamos imitar, así también viene ahora, en este Sacramento de la Eucaristía, para darnos cada día nuevos ejemplos de estas mismas virtudes, especialmente de las que son más necesarias para nuestra salvación y perfección.
¿Qué virtudes son éstas?
La Primera es la humildad, que encubre su infinita grandeza y resplandor con una vestidura tan vil como es la de pan y vino; de donde resulta que muchos le desprecian y tratan como puro pan y vino.
La segunda es la obediencia que es pronta y puntual al sacerdote que consagra, acudiendo luego que dice aquellas palabras, a pesar de que éste sea malo; siempre y cuando se cumplan los requisitos para la validez del Sacramento, sin importar el lugar y hora que las dijere, sin réplica ni dilación alguna.
La tercera es la mansedumbre y paciencia admirable en todas las injurias que se le hacen, así por los herejes o infieles como por los pecadores que le reciben en pecado, o por los descuidos de los sacerdotes flojos y negligentes, sin que sea parte ninguna de estas cosas para que deje de estar en la hostia todo el tiempo que dura las especies sacramentales.
La cuarta es la caridad y misericordia con que viene al Sacramento, para ejercitar todas las obras de misericordia con todos los hombres, grandes y pequeños, sin distinción de personas, no mirando más que al bien de cada una de las almas, dándose todo a cada una, en testimonio de que murió por todas y cada una de ellas.
La quinta es la perseverancia, en permanecer en la hostia y cáliz hasta que se consumen las especies sacramentales, como también en cumplir todo lo dicho, hasta el fin de los tiempos, sin que ninguno de los pecados sean poderosos para que deje de cumplir lo prometido.
Por lo mismo debes de ponderar, alma cristiana detenidamente cada una de estas esclarecidas virtudes; y, cuando vayas a comulgar, pídeselas a Nuestro Señor, poniendo los ojos de las fe en las cinco señales de las llagas que tiene allí su cuerpo glorificado.
Por último, terminemos exclamando y pidiéndole: Oh Dulcísimo Jesús Sacramentado, ven a mí, con tus cinco sagradas llagas, y por ellas te pido me des estas cinco virtudes. Por las dos llagas de tus sagrados pies, te pido humildad y mansedumbre, por las dos llagas de las manos, obediencia y perseverancia, y por la llaga de tu costado, lléname de tu encendida caridad, para que, amándote y obedeciéndote con perseverancia, alcance la corona de tu gloria.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Horas de Luz” Meditaciones Espirituales para todos los días del año del P. Saturnino Osés, S. J.