Reflexiones del Año Nuevo

Imaginémonos a la vida humana como un río muy rápido que corre hacia el mar inmenso de la eternidad; y sentados a la orilla, consideremos lo efímero y engañoso de todo lo transitorio, y pidamos al Señor vivir de la verdad, y no de las mentiras y de las ilusiones que se hacen los mundanos.

La vida pasa como sombra.

El año 2020 ha muerto y acaba de hundirse en el océano de la eternidad, arrastrando en pos de sí una parte de nuestra vida.

Ya no existe más este año a quien saludamos sonrientes, hace apenas doce meses, con el dictado de año nuevo. Ahora es otro año nuevo, condenado también a desaparecer dentro de un breve plazo, para ceder su puesto a otro de tan fugaz existencia como él.

Hace ya muchos siglos que dura para el mundo esa sucesión de años, que aún a los más frívolos y ligeros obliga a exclamar: ¡Cómo pasan los años! Y, sin embargo, he aquí una ilusión como tantas otras de nuestra vida, tan llena de ellas. No pasan los años. Quienes pasamos, y por cierto muy deprisa, somos los hombres.

Después de estudiar los sabios para ponerse de acuerdo en lo que es el tiempo, han convenido en que no es más que la sucesión de las cosas. En rigor, pues, somos nosotros quienes no acertamos a estarnos quietos, sino que, queriendo o sin querer, corremos constantemente hacia el sepulcro.

Los hombres somos como los viajeros que cruzan la llanura en ferrocarril con velocidad vertiginosa: se forjan la ilusión de verlo desfilar todo delante de sus ojos, cuando en realidad son ellos y sus vidas los que en tropel ruedan si cesar por la rápida pendiente de la existencia, cuyo término final es la eternidad.

Siendo ésta una ¡palabra sublime y majestuosa! Lo que no pasa, lo que no se muda, lo que para siempre permanece. Porque ¿Qué es la vida más larga, si con ella se compara? Es sólo ¡Mentira, ilusión!

Puesto que todo es ilusión, y cuando creemos tener un año más, lo que en realidad tenemos es un año menos, una rama menos en el árbol de nuestra vida, procuremos no vivir de ilusiones, porque pasa como una sombra la figura de este mundo; por lo mismo, agarrémonos a la roca viva de la fe y de la razón, y obremos el bien y la virtud mientras Dios nos conceda el tiempo.

Saquemos de estas consideraciones grande fervor y aliento para sufrir cualquier trabajo por Dios y por nuestra salvación, viendo cuán breves son los días del hombre sobre la tierra; tomemos ánimo para trabajar en nuestro aprovechamiento y acrecentemos nuestro caudal, reconociendo que sólo Dios y la virtud es verdad, y fuera de eso, todo es ilusión y engaño.

Año nuevo, vida nueva.

En su circuncisión, Cristo nos pone de manifiesto el deseo que tiene de salvarnos, del que nos dio dos pruebas: derramar su sangre y tomar el nombre de Jesús. Más nuestra salvación depende del concurso de dos voluntades: la de Jesús y la nuestra.

La de Jesús es tan eficaz, que no sólo hizo por nosotros cuanto era necesario, sino muchísimo más: El mismo dijo que vino a darnos vida, y vida en abundancia. Con una sola gota de su sangre hubiese bastado para redimirnos; pero quiso conquistarnos la redención con toda su sangre, para que, por la grandeza del sacrificio, nos formáramos idea de la importancia de la salvación.

A ejemplo de Cristo, animémonos a no perdonar sacrificio alguno, incluso el de nuestra sangre, para asegurar la salvación de nuestra alma.

Más no nos contentemos con eso. El tiempo no los da Dios para que nos santifiquemos. Por lo mismo, consideremos que Cristo comenzó a borrar el pecado derramando su sangre preciosísima. Para imitar a este Maestro divino, ejercitémonos en la mortificación interior y exterior, que atraerán sobre nosotros las bendiciones del cielo.

Al empezar este año nuevo debemos excitar en nuestro corazón el amor a Jesucristo, y resolvámonos a hacer algo práctico por su amor.

Los judíos, viéndole llorar sobre el sepulcro de Lázaro, decían: ¡Ved cómo le amaba! Pues si las lágrimas son señales son señales de amor, ¿qué hemos de pensar de su preciosísima sangre, cuyas primicias nos regaló en su circuncisión?

Considerando esta sangre derramada, digamos, a semejanza de los judíos: ¡Cuánto nos ama! ¿Y hemos de ser nosotros siempre ingratos a este amor infinito?

Por lo mismo. Pidamos al Señor diciendo: ¡Dios mío y Redentor mío! Te prometemos empezar este año a servirte con fervor, dejando el camino ancho que hasta hoy hemos seguido, por la senda estrecha que siguen los escogidos. Por lo tanto, abrasémonos de todo corazón con la cruz de la abnegación de nosotros mismos.

¡Qué dichosos seriamos si hubiésemos comenzado a servir al Señor al principio de nuestra vida! Pero nunca es tarde para comenzar a serle fiel y no dejar de serlo jamás.

Empecemos este año nuevo con un aumento de verdadero fervor, proponiendo renovarnos en el cumplimiento de nuestro plan de vida y en hacer con toda exactitud nuestros ejercicios espirituales.

Por último, les deseo siempre lo mejor, tanto en lo espiritual como en lo temporal en este Año Nuevo que comienza.

¡Feliz Año 2021! Con cariño les envió mi bendición Episcopal.