Reflexiones sobre como influye la ira en la depresión

En estos tiempos donde predomina la violencia y la ira casi en todos los ámbitos de la sociedad, es importante que hagamos éstas reflexiones sobre este pecado capital que es la ira; y sobre todo esta misma es sumamente necesaria para los padres de familia ya que conociendo más a fondo este vicio tendrán mejores herramientas para dominarse y con la ayuda de Dios puedan vencer este pecado.

En la buena formación y educación de los hijos es importantísimo tener dominio de sí mismo, controlando la ira y el coraje que nos pueden llevar a la depresión y esto se logrará analizando, conociendo y poniendo en practica todo los consejos y remedios que vamos a dar para el vencimiento de esta enfermedad espiritual.

Analicemos primero: LO QUE INFLUYE LA IRA EN LA DEPRESIÓN:

La Iraes una indignación o enojo, o un deseo de venganza por un disgusto que se ha recibido, lo contrario es la paciencia, o sea la virtud que impide que en momentos de contrariedad nos dejemos vencer por la tristeza.

¿Qué relación existe entre la Ira y la Depresión? Casi por lo regular cuando se presenta la depresión en una persona, ella tiene una causa que la ha producido. Aunque no logremos conocer cuál es la causa que produjo la depresión, esa causa siempre existe.

Los especialistas en enfermedades nerviosas afirman que aun en individuos muy inclinados a la tristeza y a la melancolía, siempre que se presenta la depresión, ella se debe a un agente agresivo que la hizo aparecer y la desencadenó. Ese agente desencadenador de la depresión puede estar dentro de nosotros mismos: enfermedad corporal o nerviosa, o recuerdos amargos, o sustos por el futuro, o disgusto por el presente; y puede provenir también de afuera: de personas o cosas o acontecimientos que nos producen disgusto.

Muchas de nuestras depresiones se deben a una reacción que sentimos frente a una agresión que nos hacen, o a un rechazo o desprecio, o a una humillación. Hay innumerables depresiones cuya causa es una desilusión que se ha sufrido. Y nuestra más frecuente respuesta es la ira, y ella lleva en cadena directamente hacia la depresión.

Hay personas muy deprimidas que exclaman: “No, yo no soy iracunda ni malgeniada. A mi depresión que le busquen otra causa, porque la ira no lo es de ninguna manera”. Pero si nos dedicamos a examinar detenidamente todos los pasos que nuestra mente fue dando antes de llegar a la depresión, y sacamos como conclusión que sí fue la ira, el disgusto por algo, lo que le llevó a deprimirse. Un médico de fama internacional llegó afirmar lo siguiente: “La depresión siempre y en todas partes, incluye la ira entre las causas que la provocaron. Ya sea una ira manifiesta o una oculta, consciente o inconsciente. Ya sea quien la padece se haya dado cuenta de que sí sintió ira, o ya sea que les parezca que no llegó a airarse”.

La ira va dirigida contra la causa que provoca el disgusto que se siente. Puede sentirse ira contra la mala salud que se tiene, o contra la situación económica crítica que se esta padeciendo o contra los hechos lamentables que han sucedido, p. e. un accidente, un desastre, una muerte inesperada o sentidísima, un fracaso espiritual o material, etc. Y muy generalmente la ira se siente contra la persona que nos ha producido desilusión. Contra quien debería amarnos y no nos demuestra amor; contra quien debería demostrarnos admiración y aprecio y en cambio nos demuestra desprecio y olvido. Contra quien hiere nuestro amor propio. O contra quien nos hizo graves daños en lo material o en lo espiritual. En la raíz de toda depresión hay una dosis de ira, contra algo o contra alguien.

Hay seres espantosamente deprimidos durante toda su vida porque en su niñez fueron brutalmente e injustamente tratados por sus padres o por los que estaban encargados de criarlos. Y esa ira y disgusto que hay en su interior o en su subconsciente contra tales injusticias y malos tratos, les produce continua depresión. Para este mal gracias a Dios Hay terapias como la “sanación de los recuerdos” que consiste en ir repesando todos los recuerdos tristes de nuestra infancia y de nuestra vida pasada y en cada caso tratar de dar un total perdón a quien nos produjo esa ofensa, y excusar esa agresividad de ellos, atribuyéndola más a debilidad e ignorancia que a mala voluntad. Esto aleja mucho la depresión.

En todo ser humano hay dos emociones sumamente fuertes: el amor y la ira. El amor bien llevado puede conseguir efectos muy saludables para el espíritu. Pero la ira es una emoción sumamente dañosa para el alma y para el cuerpo. Es una emoción verdaderamente destructora y es difícil encontrar en el ser humano una emoción que le sea más perjudicial y cuyos efectos sean más negativos. Con razón el amable S. Francisco de Sales andaba repitiendo: “Preferible que digan de nosotros que no nos airamos nunca y no que digan que nos airamos con razón”.

La ira es un mecanismo de defensa contra la agresión. Cuando nos sentimos agredidos por el desprecio, el rechazo, la injuria o el trato injusto, la ira tiende automáticamente a estallar, y ella provoca inmediatamente un deseo de atacar, de lastimar, de destruir y de hacerle mal al injusto atacante. Un ataque de ira puede producir una depresión tan violenta que nos puede llevar hasta la muerte.

EL ALTO PRECIO Y EL COSTO EXAGERADO QUE HAY QUE PAGAR POR LA IRA:

Es casi imposible lograr calcular el inmenso costo que exige la ira a nuestro organismo y a nuestra vida espiritual. Las pérdidas que ella proporciona son incalculables. Con razón dice el Salmo 72 “Cuando mi corazón se llenaba de amargura y yo estallaba en ira, yo era como un necio y como un ignorante, y aun, como un animal feroz”.

Hay un caso de una persona que no recibió un ascenso: había un empleado de un banco que suspiraba por un ascenso que se imaginaba tener muy merecido. Pero llegó la fecha de los ascensos y fueron ascendidos otros que en su concepto lo merecían mucho menos que él, y a él lo dejaron allí en su mismo cargo inferior. Desde ese día su esposa notó un cambio espantable en su personalidad. Ya casi no hablaba. Rumiaba en su cerebro la injusticia que habían cometido en su contra, cultivaba cada día más y más su resentimiento; y su ira iba haciendo crecer su amargura, hasta que un día en la más aguda crisis de depresión llegó al banco y disparó su revólver contra los cinco empleados que según su parecer eran los causantes de que a él no lo hubieran ascendido. Por años y años tras las rejas de una cárcel tuvo que llorar el haberse dejado dominar por la ira y el disgusto. Demasiado tarde. El costo de su ira fue exagerado y el precio que le costó el haberse dejado dominar por la ira fue inmenso.

Con razón recomienda el apóstol S. Pablo: “Cuando os asalte la ira tened mucho cuidado para que no vayáis a pecar” (Ef., IV, 6) y el apóstol Santiago advierte que la “ira del hombre no produce justicia según Dios” (St., I, 20) y en el Libro de los Proverbios de la Santa Biblia, hay una frase muy ilustrativa: “El necio se deja dominar enseguida por la ira, pero el que es prudente sabe disimular las ofensas y no darles tanta importancia” (Pr., XII, 16) y esto lo hace el prudente porque sabe muy bien los terribles daños que puede recibir en su salud física y en su equilibrio emocional si se deja llevar por la dañina pasión de la ira.

EFECTOS FÍSICOS DE LA IRA

Son terribles los efectos que produce en el cuerpo el dejarse dominar por la ira. Los hospitales están llenos de personas que no supieron aprender a no airarse y a no enfadarse; y fueron su enojo y su ira los que les llevaron a la sala de los pacientes. Porque la ira produce tensión (se llama tensión al estado nervioso en el que los nervios están demasiado tensos debido a la acción de fuerzas que los excitan a estar más estirados y tensos de lo que normalmente deberían estar). Los médicos afirman que no hay nada que produzca más tensión nerviosa que la ira (o sea el disgusto por el pasado amargo que se recuerda, o por el presente que no agrada o por el futuro que asusta o produce rechazo o aversión).En la juventud el organismo tiene bastantes energías para ser capaz de soportar hasta cierto punto las tensiones nerviosas que produce la ira. Pero apenas van pasando los años, el organismo se va debilitando y se va perdiendo la capacidad de aguante y el cuerpo afloja en su resistencia y la ira va produciendo en él las úlceras estomacales, la tensión demasiado alta, la colitis, los ataques de amibiasis, jaquecas, faltas de apetito y de sueño, y hasta artritis, glaucomas a los ojos y cálculos renales y una procesión interminable de males y enfermedades entre las cuales quiera Dios que no esté incluido un derrame cerebral. La ira del espíritu se traduce en enfermedades en el cuerpo.

Lo que entristece al Espíritu Santo: Hemos visto algunos efectos trágicos que la ira produce en el cuerpo. Pero por tremendos que sean esos resultados físicos no tienen comparación con los espantosos efectos que la ira produce en el alma. No sólo cometiendo graves impurezas, crueles asesinatos o grandes robos, se entristece al Espíritu Santo. Pues nos advierte S. Pablo: “No entristezcan al Espíritu Santo. Que de entre nosotros desaparezca toda ira, amargura, cólera, gritos y las palabras ofensivas. Hay que ser bondadosos y amables, perdonándonos unos a otros, como Cristo nos perdonó a nosotros” (Ef., IV, 30). Y que terribles son las consecuencias para quien entristece al Espíritu Santo. Decía Nuestro Señor Jesucristo que le sucederá como cuando a una rama la separan del árbol: se seca, deja de producir buenos frutos y ya no sirve sino para el fuego y la perdición. Si un creyente vive disgustando al Espíritu Santo por medio de la ira, ¿Qué buenos frutos podrá conseguir para la vida eterna? Poquísimos por cierto, por tener disgustado al que le iba a conseguir los buenos resultados en la vida espiritual.

La ira es uno de los pecados que más se ha extendido en el hombre. Porque si le preguntamos a un creyente ¿Cuál es el pecado que más repite en la vida y que más frecuentemente le domina?, y con gran probabilidad responderá que es la ira, el malgenio.

La ira es pecado que más derrota a los creyentes (y a los no creyentes mucho peor todavía) y les causa más fracasos espirituales quizás que ningún otro pecado. La ira lleva a niveles casi insignificantes el crecimiento espiritual de muchísimos individuos. Al entristecer al Espíritu Santo lo aleja del alma y ésta se queda raquítica y sin crecimiento espiritual.

¿Será siempre pecado la ira? Claro está que no siempre es pecado, o por lo menos no siempre es pecado grave. Hay estallidos de ira súbita que anteceden al control de la razón y uno puede ponerse colérico antes de darse completa cuenta. En muchos casos estos estallidos no pasan de ser pecado venial, y muchas veces ni siquiera llegan a ser pecado, siendo sólo expresiones de la debilidad humana. Pero lo que no se puede afirmar es que la ira, aunque sea involuntaria no nos sea dañosa para el cuerpo y para la personalidad. Cada estallido de ira es un grave daño que estamos sufriendo en nuestro organismo y en nuestra persona toda.Santo Tomás dice que el pecado en la ira no está tanto en sentirla (porque muchas veces llega tan automáticamente que uno no tiene ni tiempo para detenerla) sino que el pecado está en el demasiado egoísmo y orgullo o amor propio que tenemos. Porque la causa de que estalle la ira es porque sentimos que nos desprecian, que nos ofenden, que nos dan un trato injusto. Por eso ella se manifiesta cuando nos sentimos injustamente disminuidos o mal tratados. El motivo de la ira es casi siempre el amor propio, al cual se le considera injustamente ofendido.

Nos dice el Eclesiástico: “El vivir dejándose llevar por violentos arrebatos no tiene disculpa.

Y la cólera furiosa lleva a la ruina a muchas personas” (Ecles., I, 28). El Libro de los Proverbios dice: “El que fácilmente se enoja y se llena de ira, hará locuras, pero la persona prudente se esfuerza por no airarse” (Prov., XIV, 17).

San Vicente exclamaba: “tres veces he obrado con ira, y la tres veces hice todo al revés”.

Nosotros podemos repetir eso mismo pero añadiendo varios ceros al tres.

¿Y QUÉ HACER PARA QUE AL EQUIVOCARNOS NO NOS DOMINE LA IRA?

Og. Mandino Decía: “Tres cosas puedo hacer cuando cometo una equivocación: 1ª. Llenarme de ira y de malgenio y deprimirme. 2ª. Declararme derrotado y deprimirme todavía más y más. 3ª. APRENDER, sacar enseñanzas de esta equivocación, y echar para adelante sin desanimarme ni deprimirme. Por supuesto que si tengo una de las dos primeras reacciones seré un fracasado o un eterno amargado y la depresión me acompañará siempre. Pero si practico la tercera voy a ser un luchador saludable y vencedor, y la depresión tendrá que alejarse de mi vida porque no la aceptaré jamás como huésped en mi alma.

¡Pero dirá alguno, pero yo cometo muchas equivocaciones! ¿Y quién no las ha cometido? Las hemos cometido todos y las seguiremos cometiendo toda la vida. Errar es de humanos, decían los sabios antiguos. Si no nos equivocamos seríamos perfectos. ¡pero todavía estamos demasiado lejos de serlo!

Lo importante ante las equivocaciones está en enfrentarlas no con maneras estúpidas y que llenan de depresión el alma, sino con formas inteligentes.

Lo primero que hay que hacer es reconocer que lo grave no es haberse equivocado, sino seguirse equivocando tontamente sin corregirse de esto. No es malo cometer errores cuando se está haciendo la prueba. Lo malo es no hacer nada para no repetirlos, y seguir idiotamente practicando equivocaciones sin hacer nada serio por disminuirlas. Lo importante no es solamente saber qué tantos son los errores que hemos cometido sino evitar esas equivocaciones en lo futuro. Puede uno tratar de disculparse y echar la culpa a otros (Y el que echa la culpa a los demás no se corregirá nunca). Puede también uno abatirse y desanimarse y renunciar a tratar de corregir sus errores y a eliminarlos de la propia vida. Pero puede también echar cabeza y utilizar las luces de su inteligencia pidiéndole a Dios que le ilumine y emplear las fuerzas grandes que tiene en su voluntad y seguir pidiendo ayuda al cielo para saber qué es lo que es más conveniente hacer y evitar, y entonces ya los errores no se quedarán pegados a la propia personalidad como un tatuaje imborrable. Sino que se irán como las manchas de polvo cuando nos bañamos con bastante agua y buen jabón.

HAY QUE ENFRENTARSE A LAS EQUIVOCAIONES:

Hay que analizarlas a sangre fría. Sin disculparnos ni ponernos excusas hipócritas. Pero también sin andar propinándonos palizas mentales como si hubiéramos tenido más mala voluntad de la que en realidad ha habido en esto.

Aceptar la propia responsabilidad que hemos tenido en nuestras equivocaciones, y no convertirnos en fugitivos de la realidad. Lo que hicimos lo hicimos y no vamos a buscar disculpas o a echar la culpa a otros porque nos quedaríamos para siempre en una triste mediocridad.

REMEDIOS PARA ALEJAR LA IRA:

A los que no tienen fe les queda muy difícil encontrar remedios seguros y eficaces para lograr alejar la ira. Un joven fue a consultar a un sacerdote: “Padre: he estado consultando a un siquiatra y vengo a pedirle a Ud., que me aconseje algo para alejar la ira, la cual me produce mucha depresión” –El Sacerdote le preguntó: –“Y si ha estado donde un siquiatra, ¿porqué viene con un sacerdote? –Ah Padre, le respondió el consultante—es que el siquiatra me dijo cuál es mi problema pero no me supo dar los remedios para curarlo o alejarlo”.

Otros consultan con gentes depravadas y sin conciencia y la solución que les aconsejan es el escapismo: las drogas, el alcohol, los juegos, las diversiones pecaminosas, la sensualidad y la prostitución, etc., y con eso lo único que obtienen es más desesperación, remordimientos y gran vació de Dios; porque bien lo dice la Sagrada Escritura: “No Hay paz para los impíos o lo que ofenden a Dios.

Es muy fácil decirle al deprimido: “!aléjate de lo que te deprime!” Fácil decirlo, pero ¡qué difícil hacerlo! Si lo que le causa ira y le deprime es su cónyuge con su mal genio o con su infidelidad, o el vecino que le tiene envidia, o la persona con quien tiene que trabajar todos los días, o el oficio que tiene que hacer y que no le gusta y que no le es posible por ahora reemplazar por otro, o una enfermedad incurable, o una crisis económica a la cual no se le encuentra salida… es inútil que digamos: “!Aléjese de lo que trae la ira y depresión”! es que no se puede alejar ni apartar de esto. Entonces ante la falta de una solución meramente humana no quedan sino los remedios que proporciona el buen Dios. Y de ellos vamos a tratar enseguida.

LOS CINCO REMEDIOS DE DIOS:

1º.Convencerse de que la ira es un pecado. La ira es algo que no nos conviene de ninguna manera. Y también la ira es curable. La gente tiende a excusarse diciendo: “Yo soy así, genio y figura hasta la sepultura”. Mi padre era un continuo malgeniado y mi madre murió de úlcera a causa de continuas iras…En mi tierra todos sufrimos de mal genio…Donde yo nací no preguntan: “¿De qué mal murió?” sino “¿De cuántos balazos lo mataron?”. A los de mi región parece que los bautizaron a todos con “ácido sulfúrico”, porque ¡estallan por cualquier cosa!… He oído afirmar que los volcanes estallan cuando se les hace alguna ofensa. Si yo fuera un volcán no dejaría pasar ningún día sin producir una violenta erupción y un terremoto, etc.todo esto son disculpas muy explicables y que en parte aminoran nuestra responsabilidad de malgeniados, pero que de ninguna manera nos liberan de nuestra grave responsabilidad de tratar de corregirnos de la malísima costumbre de airarnos. S. Juan Bosco afirmaba: ¡”Decir yo soy así, yo soy incorregible, es una blasfemia! O frase ofensiva contra la bondad y el poder de Dios. ¿O es que para Dios puede haber algo que le sea imposible corregir o enmendar?”. Y el santo más amable que ha existido después de Jesucristo, S. Francisco de Sales, andaba repitiendo: “No hay terreno tan árido y tan desagradecido, que si se le riega y se le abona y se le cuida bien, no pueda convertirse en un hermoso jardín. No hay temperamento tan violento e inclinado a la ira que si se le ayuda con frecuente oración, con examen de conciencia diario, con propósito firme de enmienda y con buenas lecturas, no pueda llegar a convertirse en un carácter amable y simpático. Lo digo por mi experiencia de muchos años”.

No tratemos de tapar el sol con las manos. No queramos decir que vivir airándose y llenándose de rabia y de disgusto por cualquier cosa no es pecado ni es malo. Sí lo es, gústenos o no nos guste esta afirmación. Y así como el decirle a un alcohólico: “El beber no es pecado y el dedicarse a bebidas alcohólicas no es nada malo ni dañoso”, sería un error garrafal que lo hundiría irremediablemente en el abismo de sus borracheras, así el pretender que el vivir de mal genio y llenándose de ira por todo, no es pecado sino sólo debilidad de carácter.

Eso sería darle certificado de buena conducta al más bestial de los enemigos de la paz, la ira, el malgenio.

Solamente llamándole “pecado”, “enemigo del alma”, “saboteador de la paz espiritual”, etc., lograremos ir sintiéndole asco y aversión al hábito de airarnos y de ponernos de mal genio. Si según S. Pablo los que viven encolerizando y se la pasan rabiando, entristecen al Espíritu Santo (Ef., IV, 26) no podemos ni imaginar entonces que la ira no es nada malo ni dañoso. Sí lo es, y tenemos que tenerle tanto miedo como el que le tendríamos a un perro rabioso que nos quisiera contagiar. La ira contamina de depresión, y esta enfermedad no es nada bonito tenerla que soportarla. Para algunos, su liberación puede ser acabar con la depresión. Pero la depresión no se irá nunca si no luchamos para que la ira no siga viviendo en nuestra personalidad.

2º. Confesar y reconocer ante Dios el pecado de la ira. Como cualquier otro pecado, la ira puede ser perdonada por Dios y curada por El, si humildemente le pedimos perdón y le suplicamos su ayuda para combatirla y alejarla. S. Juan decía: “Si confesamos y reconocemos nuestros pecados, justo y muy fiel es Dios para perdonarnos las ofensas que le hemos hecho” (I Juan, I, 9) y la Biblia añade otros tres pensamientos a la cual más de hermosos acerca de esto: “No te avergüences de confesar tus pecados y de pedir perdón por ellos” (Ecl., IV, 26). “A quien calla y trata de disimular y disculpar sus pecados no le irá bien, pero quien los reconoce y los aborrece y pide perdón y se esfuerza por evitarlos obtendrá la misericordia de Dios” (Prov., XXVIII, 13). “Confesad vuestros pecados y así seréis curados espiritualmente (Sant., V, 6). Así que mientras más le pidamos a Dios que nos perdone nuestros pecados de ira y mientras más los aborrezcamos por ser algo que disgusta al Señor y hace mal a los hombres, más pronto y bien seremos curados por Dios de nuestra enfermedad espiritual de la ira. Con disculparnos no ganamos nada, pero con pedir perdón sí vamos a obtener perdón y curación.

3º. Pedirle insistentemente a Dios que aleje de nosotros la mala costumbre de dejarnos dominar por la ira.Nuestro Señor decía a sus discípulos: “Hay ciertos espíritus malos que no se pueden alejar sino con la oración” (S. Marcos XI, 17). El apóstol S. Juan afirma: “Esta es la confianza que tenemos en Dios: que si le pedimos algo que sea según su voluntad, El nos escucha, y si nos escucha podemos estar seguros de que nuestra petición será bien atendida” (I Juan, V, 14). ¿Y qué le podemos pedir que sea más según su voluntad de Dios, que la gracia de no dejarnos vencer por la ira que entristece al Espíritu Santo y llena de amarguras nuestras vidas y la de los demás?

4to. Darle gracias a Dios por sus innumerables beneficios.Cuando alguien a quien dominan los pensamientos de ira, de tristeza y de disgusto va a consultar al Dr. Blanton, sicólogo de fama mundial, este lo primero que hace es decirle: “Por favor escriba en una hoja de papel diez cosas por las cuales Ud. desea darle gracias a Dios”. A la segunda consulta el famoso sicólogo le vuelve a pedir: “Escriba otras diez por las cuales Ud. desea darle gracias a Dios”. Y así a la tercera y cuarta consulta. Estoy casi seguro de que en la quinta vez que venga al consultorio el paciente ya no le dice que lo dominan los pensamientos de tristeza, de pesimismo y de depresión, sino que le confesará con entusiasmo que se siente muy contento al pensar en lo increíblemente generoso que Dios se ha mostrado con él. Antes era triste porque no recordaba ni agradecía los favores del Señor.

5º. Repetir la misma fórmula muchas veces.Aunque mil veces nos trate de llegar la depresión, mil veces, volver a repetir la misma fórmula: 1º. Reconocer que la ira es un pecado que nos hace daño. 2º. Pedirle a Dios que nos quite la ira y nos conceda un buen genio.

3º. Recordar los favores que Dios nos ha concedido y darle gracias.

Un hombre sumamente dominado por la ira, la depresión y la tristeza decía: “Me propuse repetir esta fórmula y aunque seguí siendo tan irascible, por cada diez veces que antes me llenaba de depresión y de malgenio, logré pronto no airarme sino siete veces y fui disminuyendo el número de mis actos de ira, y ahora casi puedo decir que mi costumbre de vivir deprimido y de mal genio es una enfermedad que pertenece al pasado y no al presente de mi vida”.

Un Señor de la tercera edad, le pregunta a un famoso sicólogo que estaba dando una conferencia de este tema: “¿Es posible que un hombre que ha sido malgeniado durante 50 años logre volverse de buen genio y alegre?”. –Se le respondió:—“Eso es cuestión de esfuerzo y de tener fe en Dios. El Señor a dicho en la S. Escrituras: “Todo es posible para el que tiene fe. Nada es imposible para el que cree”. Trate de practicar lo que aquí le recomendamos y tenga una gran fe en Dios y verá ¡resultados admirables”! Tres años después, al finalizar otra conferencia se le acercó aquel mismo hombre y le dijo: “Tengo que contarle que con el esfuerzo por practicar los consejos que Ud. recomienda para alejar la ira y evitar la depresión y con una gran fe en el inmenso poder de Dios, he logrado alejar de mi vida la ira y el mal genio de una manera que jamás lo había imaginado. Y si quiere saber qué tanto es lo que ha mejorado mi carácter, puede preguntarlo a mi esposa”.

Enseguida se acercó la Sra. Y le dijo llena de alegría: “Yo no tengo cómo agradecer al buen Dios que por medio de nuestra oración llena de fe, ha alejado de mi marido su malgenio y su tristeza de un modo que a veces nos parece que sea solamente un alegre sueño”.

ORACIÓN PARA LAS HORAS DE DEPRESIÓN

(sacado del Cap., 29 (L.3) del Libro la Imitación de Cristo)

Que tu nombre sea bendito eternamente Señor Dios mío, por qué permitiste que me llegara esta depresión, que me humilla y me hace sufrir. No logro alejarla de mi mente. Necesito refugiarme en Ti por medio de la oración, para que me ayudes y cambien en bienes mis males.

Señor: tengo aflicción y mi corazón sufre, porque esta depresión me acosa mucho. ¿Y que diré amado Padre Celestial? El combate arrecia. “Sácame triunfante de esta hora” (Jn., XII, 27).

“Más para que esto llegué a esta hora”. Para que Tú seas glorificado cuando ya haya sufrido profunda humillación y reciba luego liberación de parte de Ti. “Líbrame Señor en tu misericordia” (Salmo 39) porque yo soy pobre y miserable “¿qué haré y a donde iré sin Ti?”.

Bien merecido tengo el sufrir penas y tribulaciones y ataques de depresiones. Y no tengo más remedio que soportarlas con paciencia. Pero ojalá obtenga de Ti la fortaleza necesaria para resistir hasta que pase la tempestad y nazca de nuevo la calma. Sé muy bien que tu Omnipotente mano puede quitarme esta depresión o al menos disminuir su fuerza para que no logre vencerme ni dominarme. Muchas veces me has hecho este gran favor Señor Dios misericordioso, y espero que no te niegues a seguirme ayudando.

Pues cuando más difícil es para mí, tanto más fácil es para Ti cambiar en victorias mis derrotas. Señor, no nos dejes caer en la tentación de la tristeza, y líbranos de todo mal.

Por último espero en Dios que estas reflexiones les llenen de luz, para que con la ayuda del buen Dios, puedan dominar este terrible vicio tan terrible que es la ira, y que al dominar este pecado podamos juntamente alejar la depresión que inunda el alma.

Gran parte de este escrito esta tomado del Libro Como Alejar La Depresión de T. Le Haye.

Mons. Martin Davila Gandara