Reflexiones sobre la fiesta de Navidad

Año con año llenos de dicha y alegría recordamos y festejamos el nacimiento de Jesucristo; porque siendo sensatos éste Divino Niño nos trajo con su nacimiento, sus virtudes, enseñanzas y ejemplos todo los necesario para que el hombre pueda otra vez obtener por los méritos de su pasión y muerte en la cruz esa verdadera paz y alegría que nos produce el don más grande y preciado que Dios nos ha dado que es la gracia santificante y que desgraciadamente se perdió por ese primer pecado que es el origen de todo el mal para el hombre que es el pecado original.

Para el comienzo de estas reflexiones necesitamos apelar a nuestra sensatez para que por medio de la luz de nuestra fe podamos ver y agradecer los enormes beneficios que hemos recibido con el nacimiento del Divino Niño Jesús.
El primer y más grande beneficio que hemos recibido fue la enseñanza y practica del verdadero amor basado en el sacrificio y éste a la vez viene siendo la base de toda relación humana.

Nos dice las Sagradas Escrituras tanto amo Dios al hombre que nos mando a este mundo a su Hijo Unigénito Jesucristo y a la vez tanto amo Cristo a su Padre que se sacrificó y murió por nosotros en la Cruz, y es por eso precisamente que es el sacrificio de la base del verdadero amor.

Este amor es lo que irradia a todo ser humano en todas nuestras relaciones, primero para con Dios y después con nuestros prójimo; siendo nuestro prójimo el esposo, la esposa, los hijos, nuestros padres, hermanos, parientes, vecinos y todo hombre.

Las divinas enseñanzas y virtudes practicadas por Jesucristo desde su nacimiento, durante su vida y hasta su muerte, como es la caridad, la misericordia, la obediencia, la pobreza, la humildad, la mansedumbre por mencionar algunas son para los cristianos y la humanidad entera ejemplos que nos llenaron de luz y ayudaron a la transformar al mundo yacido en las tinieblas por el pecado.

Los antiguas costumbres, practicas y vicios como la idolatría, la ley del talión, la poligamia entre otras fueron poco a poco desterrándose de la humanidad y a su vez comenzaron a brillar las virtudes cristianas, brillo que ha durado casi veinte siglos y con ello poblándose el cielo con millones y millones de almas santas y sacrificadas llenas de amor a Dios.

Pero desgraciadamente otra vez volvemos para atrás a la oscuridad por que el hombre moderno ha sido soberbio e ingrato y a despreciado a luz del evangelio y se ha dejado dominar por los enemigos del alma que son el mundo, la carne y el demonio, estos enemigos han vuelto con un poderío descomunal haciendo que otra vez reine la oscuridad y la iniquidad con los vicios más atroces y con ello perdiéndose y condenándose millones de almas al infierno.

En estos días, para el cristiano es importantísimo volver a retomar las santas enseñanzas y ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y con ello volviendo a la oración y frecuencia de los sacramentos, como la confesión, la comunión y asistencia a la santa misa y la practicando otra vez las virtudes ya olvidadas.

Si logramos ser sensatos y congruentes con nuestros principios y valores cristianos, que alegría y felicidad haremos sentir al Divino Niño en este aniversario de su nacimiento.

ORIGENES DE LA FIESTA DE NAVIDAD

La santa Iglesia, siguiendo siempre –como Cristo- caminos de suavidad y de dulzura, no destruye sino transforma, no suprime sino renueva. Y por esto, las fiestas que ya encontró establecidas, no sólo por la ley Mosaica sino hasta por las costumbres paganas, no las ha destruido sino transformado, sustituyéndolas por las fiestas cristianas, que de ordinario celebran una realidad sobrenatural, de alguna manera prefigurada en las fiestas que vinieron a sustituir.

La fiesta encantadora de Navidad tiene también un origen semejante. Para darnos cuenta de la fiesta pagana que vino a ser sustituida por nuestra Navidad, recordemos cómo en el curso del año y en vista de las diferentes posiciones que va tomando la tierra en su gravitación en torno del sol, hay un momento en que la noche y el día son exactamente iguales, y es lo que se llama equinoccio. En el de primavera empieza a disminuir la noche y a crecer el día hasta llegar a su máximo, que es el día 21 de Junio; en el solsticio de verano, el día es más grande y la noche más pequeña. Desde ese momento empieza a disminuir el día y acrecer la noche; y en el equinoccio de otoño el día y la noche se igualan. Sigue disminuyendo el día hasta el momento en que la noche llega a su máximo, y es el solsticio de invierno, el 21 de diciembre.

Parece, pues, en el solsticio de invierno que se ha muerto el sol; pero a partir de esa fecha, empieza a crecer el día. De manera que parece que nace un nuevo sol, un sol triunfador de la noche, “sol invictus”, como lo llamaban los paganos, y por eso celebraban entonces una gran fiesta del nacimiento del sol, triunfador de la noche, “Natalis invicti”, con grandes luminarias.

Ninguna época más a propósito para celebrar el nacimiento de ese Sol divino de las almas, Cristo; y con esta fiesta cristiana, la Iglesia vino a sustituir la fiesta pagana del nacimiento del sol.

Sin duda que al principio hubo una divergencia entre el Oriente y el Occidente. Los orientales celebraban el Nacimiento de Cristo el 6 de enero; los occidentales, el 25 de diciembre. Pero pronto unos y otros adoptaron las dos fiestas, quedando ya la primera consagrada al Nacimiento de Cristo y la segunda a la Epifanía.

Es notable la insistencia con que la Iglesia en esta fiesta de la Navidad habla de Cristo como una luz que brilla en las tinieblas, como un sol que nace. Por eso lo invoca: “O Oriens!” es decir, el sol que está naciendo.

En la oración de la primera misa de Navidad llama a esta festividad “Lucis mysteria”, los misterios de la luz, y asegura que en esta noche sacratísima Dios ha hecho resplandecer las claridades de la luz verdadera.

En la segunda misa, la misa de la aurora, dice que una luz ha brillado hoy sobre nosotros “Lux fulgebit hodie super nos”, y ruega para que, ya que el Verbo Encarnado, Jesús, ha inundado nuestras almas con una luz nueva, brille ésta en nuestras obras, como resplandece en nuestras inteligencias por la fe.

Y en la tercera misa afirma melancólicamente que la luz brilló en las tinieblas, pero que las tinieblas no quisieron comprenderlas.
Exposición histórica

El empadronamiento general que César Augusto mandó hacer por los años de 747-749 de Roma, obligó a José y a María a ir de Nazaret a Belén de Judea. Llegados a aquel lugar la Virgen benditísima dio al mundo a su hijo unigénito. Aludiendo a una tradición del siglo IV que coloca la cuna de Jesús entre dos animales, la liturgia cita dos textos proféticos uno de Isaías: El buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su Señor” (I, 3), y aquél de Habacuc: “Señor, te manifestarás en medio de dos animales” (3,2).

En los contornos de Belén, los pastores guardaban sus ganados, hasta que, avisados por el Ángel, corrieron todos presurosos a la gruta. “¿Qué es lo que han visto, dígannos? ¿Quién es el que ha aparecido en la tierra? Y ellos responden: “Hemos visto a un recién nacido y coros de Ángeles que alababan al Señor: ¡Aleluya, aleluya! Ocho días después, el divino Infante fue circuncidado por S. José, y recibió el nombre de Jesús, según indicación del ángel hecha a S. José y a la Virgen María. Cuarenta días después de haber V. María dado a luz a Jesús se fue con Él al Templo para ofrecer allí el sacrificio prescrito por la Ley. Entonces vaticinó Simeón que Jesús había de salvar a su pueblo, y que una espada de dolor había también de traspasar el corazón de su Madre.

Tras del cortejo pastoril viene el de los magos, los cuales llegan del oriente a Jerusalén guiados por una estrella, Informados por los mismo príncipes de los sacerdotes, caminan hasta Belén, porque allí es donde el Profeta Miqueas predijo había nacer el Mesías. Y, en efecto, allí se encontraron con el Niño y con María su Madre, y postrándose a sus plantas, le adoraron. Al regresar a sus tierras no pasaron por Jerusalén, según en sueños se les había advertido.

Herodes, que les había pedido le dijesen dónde estaba el niño recién nacido, viéndose burlado por los Magos, se encolerizó sobremanera e hizo matar a todos los niños de Belén, creyendo deshacerse por medio de arte tan inhumano del nuevo rey de los judíos en quien se temía un terrible competidor. Un ángel se apareció entonces en sueños a José, y le dijo que huyese a Egipto con María y con el Niño; y allí vivieron los tres hasta la muerte de Herodes, porque entonces el ángel del Señor se les volvió a aparecer a José, mandándole regresar a la tierra de Israel. Mas sabiendo José que reinaba en Judea Arquelao en vez de Herodes su padre, como aquel era también perseguidor, temió por la vida del Niño, y así se retiró a Galilea, al pueblecito de Nazaret.

Los Padres de Jesús le perdieron un día en Jerusalén, por las fiestas de Pascua cuando aún sólo tenía doce años; hasta que al cabo de tres días le encontraron entre los Doctores en el Templo. Vuelto a Nazaret crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres; y de allí fue de donde Jesús salió para el Jordán cuando tenía treinta años, con ánimo de hacerse bautizar por S. Juan, y éste, al verlo, declaró a los judíos que Jesús era el Mesías deseado.

Exposición dogmática de la Navidad

Si el tiempo de Adviento nos hace suspirar por el doble advenimiento del Hijo de Dios, el de Navidad, celebra el aniversario de su nacimiento en cuanto hombre, y por lo mismo nos prepara a su venida como Juez.

Desde Navidad sigue la Iglesia paso a paso a Jesucristo en su obra Redentora, para que nuestras almas, aprovechándose de todas sus gracias que de todos los misterios de su vida fluyen, sean, como dice San Pablo, “la esposa sin mácula, si arruga, santa e inmaculada”, que podrá presentar a Cristo a su Padre cuando vuelva a buscarnos al fin del mundo. Este momento, significado por el postrer domingo después de Pentecostés, es el término de todas las fiestas del calendario cristiano.

Al recorrer las páginas que el Misal y el Breviario dedican al tiempo de Navidad, se ve que están especialmente consagradas a los misterios de la infancia de Cristo.

La liturgia celebra la manifestación al pueblo Judío (Natividad, 25 de Diciembre), y al gentil (Epifanía, 6 de Enero) del gran Misterio de la Encarnación, que consiste en la unión en Jesús del Verbo, “engendrado de la substancia del Padre antes que todos los siglos”, con la humanidad, “engendrada de la substancia de su Madre en el mundo”. Y este Misterio se completa mediante la unión de nuestras almas con Cristo, el cual nos engendra a la vida divina. A todos cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios. La afirmación del triple nacimiento del Verbo, que recibe eternamente la naturaleza divina de su Padre, que “eleva a Sí a la humanidad” que le da en el tiempo la Virgen santísima y que se une en el transcurso de los siglos a nuestras almas, constituye la preocupación de la Iglesia en esta época.

Nacimiento eterno del Verbo

Dice San Pablo que “Dios habita en una inaccesible luz” y que precisamente, para darnos a conocer a su Padre baja Jesús a la tierra. “Nadie conoce al Padre si no es Hijo, y aquél a quien pluguiere al Hijo revelarlo”. Así el Verbo hecho carne es la manifestación de Dios al hombre.

A través de las encantadoras facciones de este Niño recién nacido, quiere la Iglesia que celebremos a la Divinidad misma, que por decirlo así, se ha tornado visible y palpable.”Quien me ve, al Padre ve”, decía Jesús. “Por el misterio de la Encarnación del Verbo, añade el Prefacio de Navidad conocemos a Dios bajo una forma visible” – y, para asentar de una vez cómo la contemplación del Verbo es el fundamento de la ascesis de este Tiempo, se echa mano de los pasos más luminosos y profundos que hay en los escritos de los dos Apóstoles S. Juan y S. Pablo, entrambos heraldos por excelencia de la Divinidad de Cristo.

La espléndida liturgia de Navidad nos convida a postrarnos de hinojos con María y San José ante este Dios revestido de la humilde librea de nuestra carne: “Cristo nos ha nacido, venid adorémosle”; “con toda la milicia celestial” nos hace cantar “Gloria a Dios”; y con la sencilla comitiva pastoril nos manda “alabar y glorificar a Dios”; y por fin, nos asocia a la pomposa caravana de los Reyes Magos, para que con ellos nos “hinquemos delante del Niño y le adoremos”.

Por último queridos hermanos en Cristo y después de todo lo expuesto, quiero desearles siempre lo mejor, tanto en lo espiritual como en temporal, y que se la pasen en este tiempo de la Navidad llenos de paz, felicidad y amor en compañía de sus seres queridos.

Mons. Martin Davila Gandara