Reflexiones sobre la primera venida de Jesucristo

Levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención” (Lc., XXI, 28)

El Evangelio del primer domingo de Adviento, nos invita a levantar los ojos al Cielo para ver que nuestra Redención está próxima y que es inminente el nacimiento de Jesucristo. Es por eso, que debemos levantar nuestras cabezas, porque ya se acerca nuestra salvación.

Siendo, pues, inminente esta solemnidad, es preciso que preparemos nuestro corazón a fin de recibir bien a Jesucristo. Mas, para conocer cuál haya de ser esa preparación, es necesario fijarnos en los ejemplos que nos ha dado Dios al asumir la naturaleza humana.

Veremos por lo tanto: 1) Lo que inficionaba al mundo antes de la venida de Jesucristo; 2) qué ejemplos opuso Jesús en su nacimiento; 3) qué provecho hemos de reportar del mismo para celebrar dignamente su natividad.

LO QUE INFICIONABA AL MUNDO ANTES DE CRISTO

El mundo estaba inficionado por tres concupiscencias, que lo hacían esclavo de las pasiones desordenadas y del demonio: el amor a las riquezas, el amor a los placeres y el amor a la gloria. O sea sucedía tal como dice San Juan: “Porque todo lo que hay en el mundo es, concupiscencia de la carne concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida” (I Jn., II, 16).

Concupiscencia de la carne.

Hay que referir a esta concupiscencia, como advierte San Agustín. Como a los halagos de la voluptuosidad, los placeres sensuales y los deleites carnales. Nos dice este santo, que la concupiscencia de la carne se refiere al halago de la voluntad (L. 3 de Symb., c. 1). De esta manera tentó el demonio a Adán y a Eva, persuadiéndolos que probarán la fruta prohibida.

Concupiscencia de los ojos.

Pertenece a esta concupiscencia a los lujos y vanidades, o sea, la afición a los cortejos humanos y toda otra cosa que pueda ser objeto de vanidad. Por eso nos dice San Agustín, que la concupiscencia de los ojos se refiere al deseo de las bagatelas o cosas vanas. (Id. Ibid.) El demonio también indujo a nuestros primeros padres de este otro modo al pecado, diciéndoles que sus ojos se abrirán a la contemplación de grandes maravillas.

La soberbia de la vida.

Finalmente, pertenece a la soberbia de la vida, que es lo mismo que decir a la ambición del siglo, el afán de las dignidades, bienes y grandezas terrenas que suelen ser apetecidas por los hombres. De esto nos dice San Agustín en su mismo tratado, que la ambición del siglo se refiere a la insana soberbia. Es por eso que demonio indujo de esta manera a Adán y a Eva al pecado, prometiéndoles honores y grandezas y diciéndoles que vendrían a ser una especie de dioses.

QUÉ EJEMPLOS OPUSO JESÚS.

A todos esos males Jesús opuso, en su nacimiento, los tres grandes ejemplos que habían sido ya revelados al real profeta David, quien dijo: “ Yo soy pobre y laboro desde mi juventud: soportándolo humildemente hasta desfallecer” (Salmo 87, 16).

En el trabajo.

El mundo se sentía inclinado a los placeres sensuales y a los halagos de la carne. Pues bien: Jesucristo, al nacer, opuso a todo eso la mortificación, naciendo penitente y entregándose pronto a una vida laboriosa. De cual nos dice el Cardenal Hugo que Jesús se entregó a esta vida laboriosa no por una temporada, sino desde su nacimiento hasta su muerte.

En la pobreza.

El mundo era aficionado a las vanidades, a las riquezas y al fausto. Pues bien: Jesucristo opuso a todo esto la pobreza, naciendo débil y pobre hasta el punto de carecer de unos pañales para cubrirse y para defenderse del rigoroso frío de aquella noche, viéndose obligado a recurrir al tibio aliento de dos animales. Soy pobre decía Jesucristo como en el Salmo 87, 16; De lo cual nos dice el Cardenal Hugo que a pesar de ser el Creador del universo, quizo darnos ejemplo de pobreza.

En la Humildad.

El mundo buscaba los honores y la gloria. Pues bien: Jesucristo opuso a todo eso la humildad, naciendo no grande ni poderoso, sino pequeño, humilde, abatido, y dándose a conocer tan sólo a unos pobres y humildes pastores. Nos dice el Cardenal Hugo, Nuestro Señor ante la exaltación, se humilló, siendo cubierto con unos pobres pañales y despreciado de los hombres.

QUE PROVECHO HEMOS DE SACAR

Ante estos sublimes ejemplos dados por Jesucristo en su nacimiento, ¿qué debemos hacer nosotros sino imitarlos, disponiéndonos así a celebrar dignamente el fausto acontecimiento de su natividad?

Penitencia.

Buena preparación al nacimiento de Nuestro Señor es la mortificación y la penitencia. Ya que de este modo nos dice San Ambrosio, nos dispondremos en orden a obtener una plena remisión de nuestros pecados y a santificar nuestra alma con las gracias celestiales. (De bono mort., c. 4)

Pobreza.

La pobreza voluntaria, esto es, el desasimiento de los bienes y de las riquezas terrenas para desear tan sólo los bienes eternos, nos dispone también a la celebración del santo nacimiento de Jesús, a fuer de verdaderos seguidores suyos, ya que como dice San Bernardo la pobreza es la guardiana y maestra de las otras virtudes. (Serm. 2 in coena Dom.)

Humildad.

Finalmente, es necesario que nos esforcemos en asemejarnos a Jesucristo, nuestro modelo, quien había de decir más tarde: Ser mansos y humildes de corazón, como yo lo soy”. Todo esto, nos será muy fácil, nos dice San Basilio, si tenemos humildad. (In adm. Ad fil. sp.)

Por último, procuremos, pues, durante estos días, ejercitarnos de un modo especial en la práctica de la penitencia, poseer la pobreza voluntaria y adquirir la humildad. Así nos prepararemos para celebrar dignamente la fiesta de Navidad, y podremos dominar mejor en nosotros la concupiscencia y las pasiones, que son el origen de tantas tentaciones y de tantos pecados.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Triple Serie de Homilías” de Mons. Ricardo Schüller

Mons. Martin Davila Gandara