Sigamos a Jesús cada día con la propia cruz

En este primer domingo de Pasión, la Iglesia nos invita a considerar de un modo especial los sufrimientos de Jesucristo. A eso tienden las ceremonias, lecciones del Oficio Divino, color de los ornamentos, práctica de cubrir las imágenes y el crucifijo.

En el comienzo de estas consideraciones recordemos que San Pedro nos dice: “Cristo padeció por nosotros, dándonos ejemplo para que sigamos sus pisadas” (I Ped., II, 21).

Jesucristo nos advierte: “Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, lleve su cruz cada día y sígame”. (Luc., IX, 23).

NUESTRA CRUZ

Para llevar nuestra cruz cada día. Conviene conocerla bien.

La cruz propia. Esta cruz comenta San Jerónimo, puede ser: 1. La persecución y el martirio; 2. Cualquier aflicción o tribulación dada por Dios; 3. Las tentaciones del demonio; 4. La abnegación de sí mismo y mortificación de las pasiones.

Nuestra cruz es ante todo nuestra propia naturaleza propensa al mal y con tendencias contrarias al espíritu. A esto se agrega nuestra condición, estado, oficio, deberes y otras tantas circunstancias de la vida: como puede ser una enfermedad crónica o cosas semejantes.

Cruces voluntarias. Son las que uno se forja, ya sea por vivir como no se debe, sufriendo en alma, cuerpo o negocios; las consecuencias de sus propios pecados. A veces también, dando rienda suelta a la imaginación, que muchas veces es muy hábil en forjar cruces, abultarlas y exagerarlas.

Las cruces son según se miran: Miradas sobrenaturalmente, se achican, hasta desaparecer; más miradas humanamente, aun las pequeñas parecen intolerables. Pues aprendamos el arte de “deshacer las cruces”, ya que en hacerlas somos expertos.

Cruces ajenas. Son las que nos ponen o cargan otros. Unas son aprobadas por Dios para sus fines; otras sólo permitidas, pues respeta la libertad de la que muchas veces se abusa para perjudicar o molestar al prójimo.

Por ejemplo: Una mujer es feliz en su hogar; pero el marido comienza a beber o se da a otros vicios, y entonces, aquel hogar se convierte en taller de cruces. ¡Cuántas víctimas inocentes y cuántos verdugos!

COMO LLEVAR LA CRUZ.

Como la llevó Jesucristo

Con resignación. Así nos lo enseña en su oración del huerto: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Si no es posible. Hágase tu voluntad y no la mía”. Esta es la actitud más razonable. ¿Qué se saca con rabiar y patalear hasta desesperarse?

Un buen consejo: “Hacer de la necesidad virtud”. Es verdad que la naturaleza se resiste y protesta; ¿por qué hacerle caso?

Con paciencia y silencio. Nos dice Santa Margarita María de Alacoque: “La cruz es como un bálsamo de riquísimo perfume, que pierde su buen olor delante de Dios, cuando es oreado por el demasiado hablar. Por lo tanto, hay que tenerlo cerrado lo mejor posible. Sea, pues, nuestro oficio sufrir siempre y llevar la cruz en silencio”.

Cuando la cruz viene de otro, es más necesario el silencio, a no ser que sea en justa defensa; pues si se da rienda suelta a la lengua y a la imaginación, “Su perfume se evapora”.

Con alegría. Esta es una “flor” muy rara, en el mundo. Más ¿qué gloria mayor para un buen cristiano que aspirar a llevar su cruz como la llevó Cristo por nosotros?

La verdad es, advierte un autor, que el espíritu puede con la ayuda de la gracia, regocijarse en las aflicciones que reconoce serle provechosas, pero no por eso deja la carne de aborrecerlas por el dolor que siente.

SEGUIR A JESÚS

Cualquiera que sea “nuestra cruz”, debemos seguir con ella a Jesús. Para eso debemos llevarla:

Con Jesús. El mismo, nos invita a todos a ir El, diciéndonos: “Tomad mi yugo sobre vosotros”. Mi yugo es suave y ligero mi peso” (Mat., XI, 28-30).

No la llama cruz sino yugo, que es para dos. Su “yugo” son sus mandamientos, por eso San Juan nos dice: “sus mandamientos no son pesados” (I Jn., V, 3). Vayamos, a Él en todo, especialmente cuando la cruz nos parece demasiado pesada.

Por Jesús. Esto es, por su amor. Si “amor con amor se paga”; ¿por qué no se ha de pagar el padecer con padecer? Las almas buenas han hallado en esto una fuente de energía, que las hacia superiores a toda clase de tormentos o cruces.

Para Jesús. Jesús, sí, consumó su redención en la Cruz; pero todavía continúa su misión de salvar las almas. Por eso decía san Pablo: “Me gozo de lo que padezco por vosotros, y yo estoy cumpliendo en mi carne lo que resta que padecer a Cristo en pro de su Cuerpo místico que es la Iglesia” (Col., I 44).

Por último. Cada día pidamos al Señor nos dé su gracia para llevar por su amor la “propia cruz”, para seguirle con ella como dice San Pablo: “Si padecemos con Cristo, seremos también con Él glorificados” (Rom., VIII, 17).

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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